Josip Novakovich

"Balanceaba cada vez piedras más grandes, haciendo que los trenes se golpearan cada vez más, hasta que un mediodía le atrapó un policía y lo abofeteó de tal modo que sus huellas quedaron grabadas en las suaves mejillas del niño toda esa tarde (Las huellas eran tan claras que un adivino podría haber leído en ellas cuántas esposas, niños, años y dinero disfrutaría o sufriría. Para evitar la riña de su madre, permaneció lejos del hogar. Se arrastró al interior de un búnker de la Segunda Guerra Mundial, a unos veinte metros de la colina de las vías ferroviarias. Las telarañas de la parte superior y las ortigas de la parte inferior hicieron que su entrada fuera molesta. En el interior reinaba una total oscuridad. Al caminar a lo largo de la pared, sintió que se había hecho un corte en el dedo índice, a causa de un fragmento de proyectil, que era parte de una estructura de hormigón. Se estremeció pensando en serpientes y esqueletos humanos alrededor de él en la húmeda oscuridad.
Tras un instante, su miedo se disipó. Cogió un cráneo con un agujero en la parte superior de la cabeza y lo envolvió en papeles de periódico, como si fuera una sandía. Escondió el cráneo en el ático, imaginando que sería como el habitáculo de un espectro. El fantasma del hombre ejecutado visitaría lo que le quedaba de cuerpo y quizás saldría con su cráneo por la noche para fumar cigarrillos y echar un melancólico vistazo.
Por la noche, mientras acudió al lugar donde dejó el cráneo, Iván lió un cigarrillo que había encontrado en la cuneta, fumó y tosió. No había señal alguna del fantasma e Iván se sintió desafiante. Tal vez no había fantasma, sólo almas y las almas se alejaban hacia el cielo o hacia el infierno. ¿Qué pasaría con la resurrección? Saboreaba el misterio en torno del cráneo.
Seguro de sí mismo, hizo una apuesta con varios chicos de su clase acerca de que él podría acostarse sobre los raíles bajo un tren en marcha. Un cuarto de hora antes de la hora prevista para que pasara el tren, se dirigió a la estación de tren y comprobó las vías en busca de cualquier objeto de metal, y no encontrando ninguna, se sintió lo suficientemente seguro como para tumbarse en ellas.
Cuando el tren apareció alrededor de la curva, pensó que podría haberse añadido otro vagón, con un gancho de metal colgante que aplastara lentamente su cráneo. Saltó de los raíles a la cuneta un segundo antes de que el tren le alcanzara. Los chicos se rieron de él. Iván los persiguió porque odiaba parecer ridículo, pero esto sólo hizo más grotesca la situación."

Josip Novakovich
El día de los inocentes




"No les dije que unos días antes había chocado contra un ciervo enorme y con una cornamenta majestuosa. Iba frotándome los ojos después de un día interminable en la biblioteca, e intentando desempañar el parabrisas, cuando, de golpe, Su Majestad se introdujo de un salto en mi borrosa visión. Frené y viré bruscamente a la izquierda, dado que el bicho ya iba hacia la derecha. Oí un ruido sordo. ¿Contra qué parte del cuerpo del ciervo había chocado? ¿Las patas? ¿Las pezuñas, que podrían haber estado en pleno vuelo después del salto? De todas formas, el coche siguió andando, y yo estaba seguro de que el ciervo estaba vivo. No pensaba cazarlo. Puesto que era temporada oficial de caza del ciervo, sabía que alguien terminaría cogiéndolo. Además, ¿a mí qué me importaba la vida de esa bestia ahora que el coche se había quedado totalmente a oscuras? No conseguía ver el cuentakilómetros, y los faros arrojaban sobre el asfalto una luz tan tenue, que parecían linternas en lugar de faros delanteros. Cuando llegué a casa vi que la capota estaba abollada. Aunque no parecía que fuese para tanto, el tipo del taller mecánico barato le calculó unos trescientos pavos. ¡Trescientos pavos por hacer el pavo y atropellar a ese bicho! Como tenía un Toyota Sentra, creía poder arreglarlo por menos si encontraba los faros y los otros recambios en una chatarrería, pero a todas las que fui se les habían acabado las piezas que necesitaba.
El faro derecho de Marietta se había roto de otra manera, pero por la misma causa: tratar de esquivar a un ciervo.
¿Volvíais de una fiesta?, pregunté ¿Borrachas? Perdonad que os haga esta pregunta.
No, qué va, dijo la otra, borrachas no. Sólo unas cuatro o cinco cervezas cada una.
Para mí sería bastante, dije. Entonces ¿no habéis ido a una fiesta?
No, buscábamos la casa de mi tía, dijo Marietta. Creía saber más o menos dónde quedaba, pero nos perdimos y seguimos por estas carreteras secundarias, sin tener ni idea de cómo salir de semejante laberinto.
¿Y hasta las cuatro de la mañana os llevó llegar aquí? ¿A qué hora salisteis? (Si uno se pierde, ¿cuánto tiempo soporta estar perdido? Supongamos que empezaron a buscar la casa de la tía a las diez, más o menos la última hora decente para salir a buscar a una tía; son seis horas dando vueltas. No me olía bien, pero qué más daba. Mejor trágate el cuento, pensé.)
A ver... Paramos para comprar tabaco. ¿Qué más hicimos, Shelly?
El café ya estaba listo y se los serví muy orgulloso.
Joder, qué buen café. ¡Está riquísimo! Eso lo dijo Shelly, pero no vi que lo probase. Dejó la taza al lado de la mecedora en que se había sentado.
Gracias, dije. ¿Por qué no pruebas ese número otra vez?
Vale, dijo Marietta, y Shelly dijo, ¿Te importa si voy al coche a buscar el tabaco y las cervezas?
Me importaba, pero dije, No, no me importa.
¿A quién quieres llamar?
A mi ex.
Debe de ser un buen ex si puedes llamarlo para pedirle ayuda a las cuatro de la mañana.
Sí, para algunas cosas es muy bueno. Pero es un auténtico imbécil. Me cae mal. Me alegra que vayan a darnos el divorcio.
¿Sigues casada? (¿Qué me importaban a mí esos detalles?, me pregunté.)
Sólo sobre el papel. Estamos separados. Espero no verlo nunca más.
Pero ahora sí quieres verlo.
Ahora sí. Me gustaría conocer a más gente a la que poder llamar, pero ése era precisamente el problema... No quería que yo tuviera amistades. ¡Imbécil!
Shelly volvió con el pack de seis cervezas –mejor dicho, las cuatro que quedaban
Budweiser Lite. Se me revolvió el estómago al imaginar lo insípida que sabría esa cerveza. Nada de cuerpo como la Urquell o la cerveza de los monjes trapistas. Pero reconocí que mi actitud era esnob y, sintiéndome momentáneamente avergonzado, no me importó nada oír el ruidito de la lata cuando se abrió. A decir verdad, disfruté del aroma de la espuma fresca y ligera de la levadura."

Josip Novakovich
Visitas nocturnas
























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