Juan Natalicio González

Credo

Pálido Cristo, yo no soy cristiano.
El gran Tupã en nuestro cielo mora:
le aplicaron tu nombre, pero en vano,
pues mi raza tu triste culto ignora.

Creo en Tupã, mi fuerte Dios nativo,

en su poder para abatir al malo,
y en Kurupi, ser rústico y lascivo
que arrastra cínico su enorme falo.

Me sobrecoge el grito del Pombéro
en la benigna noche opalescente
cuando remeda el canto del jilguero
o bien el silbo de veloz serpiente.

Le arrojo entonces su ración de naco,
grato al duende hiperfísico y peludo,
quien retribuye el don de mi tabaco
con un panal aurífero y ventrudo.

No sé por qué, me infunde vago espanto
Jasy Jatere, cuando al mediodía
articula su nombre como un canto
de magnética y rara melodía.

Bajo la sugestión, se me figura
verle danzar entre el juncal sonoro,
o de pronto lucir en la espesura
las crenchas rubias y su cetro de oro.

Él madura los frutos otoñales,
es néctar y fragancia de las corolas,
genitora humedad en los breñales
y rubor en las vivas amapolas.

En la siesta divaga por las eras,
y al par que preside en la hondonada
la cópula salvaje de las fieras,
propicio ampara a la mujer preñada.

Su cetro inseparable le adjudica
el don de hacerse ver a su albedrío,
y el de la ubicuidad, cosa que explica
su presencia en el bosque y en el bohío.

Si el torbellino arrasa las cabañas
y su columna gira por los campos
yo sé que ruge Aña en sus entrañas
y que fulge su cólera en los campos.

Cristo, no reinas tú sobre mi tierra,
no han florecido para ti sus lirios,
ni encienden para ti sobre la sierra
los blancos astros sus temblantes cirios.

Juan Natalicio González



Curupí 

El viento se encrespa y canta y la selva se estremece;
la entraña vital del mundo se fecunda y fortalece. 

Muestra la callada tierra sus firmes y erectos senos
en la comba de sus lúbricas colinas y en los amenos 

cerros de mórbidas curvas; mientras la carne doliente
de los seres gime y brama, presa de un ardor furente. 

El viento que pasa, denso de masculinos olores
y de perturbantes pólenes; los incógnitos clamores; 

todo anuncia la presencia del demiurgo de la Vida
que curva e insufla el vientre de la doncella vencida, 

que ampara el nido y la cuna, y cuyo espíritu brilla
en la simiente hecha planta que retorna a ser semilla. 

¿Por qué la hierba se estremece y cruje, y la hoja canta,
y de la cósmica entraña del planeta se levanta 

un ansia impura y genésica, que muerde al ser, y destella
en los ojos de la fierra y en el temblor de la estrella? 

Es Curupí que se acerca, el genio inquieto y profundo
que va con su luengo falo por los caminos del mundo, 

despertando el vitalismo de seres y cosas... Suerte
de resurrector de cuanto toca y destruye la muerte, 

en el informe universo que no reposa un instante
él suscita la inquietud, la renovación constante,

el crecer, el movimiento; despierta la adolorida
ansiedad que martiriza las entrañas de la Vida;

enciende el áspero celo que pone a rugir a las fieras
y a gorjear a los pájaros; y hace que en las sementeras 

el maizal se desperece y gima un canto sonoro
mientras maduran bajo ígneos soles las espigas de oro. 

Con su luengo falo pasa, llama y bronce, Curupí.
Y hay un silencio de cópula en la selva guaraní.

Juan Natalicio González



ERA CUAL ROSA TODA ROSADA

Era cual rosa
toda rosada,
con blancos lirios
y alegres trinos
en la garganta.

¡Hoy está pálida!

Rayito blanco,
casi incoloro,
que juega solo
bajo los árboles
las frescas noches
llenas de luna.

¡Hoy está muda!

De su garganta
— buche vacío
de las palomas —
huyó el sonido
hacia las sombras. 

¡La niña es bella
como un estrella!

Oyó en la siesta
toda de plata,
en la arboleda,
voz encantada.

— "¡Yacy Yateré!"

Ubicuo trino
sugestionante
del duendecillo.
Corrió a su alcance
la roca niña
cual en pos de
las golosinas.

—¡Yacy Yateré!"

Iba desnudo el liliput de rizos rubios y cetro de oro. Sus verdes ojos de sortilegio eran tan frescos como una flor.

—      "¡Yacy Yateré!"

Brindó a la niña
mieles de oro,
néctares rojos,
savias muy ricas
¡y un beso helado
sobre los labios!

¡Hoy está muda!

Era cual rosa
toda rosada,
con blancos lirios
y alegres trinos
en la garganta.

¡Hoy está pálida! 

Juan Natalicio González





MADRIGAL GUAIREÑO

Celebraré en el modo paraguayo
el saleroso encanto de tu rostro
y la estética airosa de tu cuerpo,
en la beldad de nuestra tierra.

Ensalzaré la gloria del espíritu
que decora tu gracia femenina
poblando tus jardines interiores
de blancos lirios y encarnadas rosas.

Compararé tu frente
pálida y tersa a la menguante luna
y el arco de tus cejas
al brote del helecho.

Y diré que tus ojos brillan tanto
como el lucero, joya de las albas,
que preside benigno
el sonrosado beso de las novias.

Una celeste tarde, finalmente,
te aguardaré a la vera del camino
para arrojar mis versos a tu paso
cual silvestre manojo de piropos.

Y la marcha suspensa
proseguiré, romero entre los labios
y con vagas tristezas en el alma.

¡Estrellas, alumbradme mi camino!
Flores hermanas, perfumad mi ruta.

Juan Natalicio González



MEDALLÓN MATERNO

Era una mujer esbelta, sutil, delicada y fina,
toda plena de ternura y suavidad femenina.

Contábame la terrible vida de un genio inclemente
y de princesas cautivas, y me besaba en la frente
otras veces me decía las leyendas de mi tierra,
mientras la luna se alzaba por encima de la sierra.

Su voz, en la soledad tibia de nuestro aposento,
sonaba musicalmente como la canción del viento.
Ya no recuerdo muy bien del color de sus cabellos
pero sí de los lunares diminutos de su cuello.

Sus manos, que me palpaban en cariñoso delirio,
aún evocan en mi mente la pura imagen del lirio
Bien sé que mujer ninguna la reemplazará jamás.
Ella llamábame mi "hijo", yo le decía "mamá".


"La guerra ocupa un lugar de capital importancia en la vida de las tribus guaraníes. Sus cantos celebran las gestas de los antepasados heroicos. Es probable que no exista ninguna otra raza del mundo que se haya entregado jamás con tan impetuoso entusiasmo a la religión del coraje."

Juan Natalicio González
Proceso y formación de la cultura paraguaya




Primera elegía

Fatigado caminante ¡oh Nezahualcóyotl! llego
al país del aire claro y leve, intacto el apego a mi solar guaraní;
y me hablan tus versos, lumbres de tu alma manumitida,
de cuán efímeras son las grandezas de la vida;
dícenme que para ti.

Es más bello el infortunio del justo perseguido
que la gloria del tirano, pávido y enceguecido por engañoso esplendor.
Y si las humanas pompas se disipan como nieblas,
lo que el espíritu crea triunfa sobre las tinieblas de la muerte y el dolor.

El mundo es un incesante fluir, nada se eterniza.
Todo es como el verde sauce que fina en llama y ceniza
según la inflexible ley
que tu desgarrados cantos enunciaran hace siglos
a un mundo orgulloso y duro del que apenas los vestigios
quedan ¡oh poeta rey!

Junto al fabuloso lago que añora el alma transida,
junto al Texcoco de agua salobre como la vida,
trozo de un demente mar
que soñó irse al cielo...hoy, bajo la noche bruna
plateada por los lívidos resplandores de la luna
llego errante a meditar,
y sólo un lúgubre viento que murmura un himno vago
alza columnas de polvo del negro lecho del lago
que ha tiempo no existe ya.

En sus chinampas no canta como antaño la torcaza
ni corta ya sus ausentes olas la imperial barcaza,
y sólo el jacarandá yergue sus morados búcaros de vacilantes estrellas,
mientras bajo sus ramajes suenan risas de doncellas
que sueñan con el amor,
sin reparar que a lo largo de su trabajosa meta
sólo encontrarán, tal como lo enseñaste ¡oh rey poeta!
desengaños y dolor.

Tantas pétreas pirámides en cuyas cimas moraban
los enigmáticos dioses que, sedientos, devoraban
vida del que los amó;
tus recios, claros palacios; los mágicos esplendores
de Tenochtitlán; sus pájaros raros, sus frutos y flores
un nuevo dios los frustró.
Ya no bullen los canales de la gran ciudad lacustre
con sus barcas florecidas que derraman gracia o lustre
bajo la luz matinal;
y las blancas teorías de las pálidas doncellas
en los templos ya no danzan ni cantan, tiernas y bellas,
rojo cántico coral.

¡Oh triste Nezahualcóyotl! no todo asa y perece
en esta ondulante vida que sin cesar reflorece
impetuosa y tenaz;
tus propios sabios versos, deslumbrante meteoro,
cruzan los espesos siglos con intactas alas de oro,
llegan a esta edad falaz,

y nos brindan su lección de sabiduría antigua
con el primordial sentido de lo eterno que atestigua
la fresca longevidad
de cuanto lo justo engendra, de lo que la mente crea,
y nos dicen de la fuerza invencible de la idea
y de clara verdad.

Para mi raza optimista, que cree en el genio humano,
para quien el bien ni el mal surge y se encona en vano,
tampoco hay nada fatal:
quien en las cosas penetre podrá guiar a la suerte
y quien domeñe la vida sabrá vencer a la muerte,
antigua, ciega y casual.

La mano del taumaturgo que cicatriza la herida,
el sabio que cauto aluenga y colma de hechos su vida,
saben más de eternidad
que los frágiles palacios, que las penas y los goces
efímeros de los hombres. y que los callados dioses
que mueren de soledad.

La carne del hombre fluye como una corriente oscura
pero en sus entrañas vive una fuerza que perdura
en fosca profundidad,
y ese ser pensante flébil, que un momento brilla y pasa,
siente el tétrico dolor de vivir que le traspasa
y le infunde humanidad.

En la noche que se impregna de no sé qué hechizo mago
un lúgubre viento sopla sobre el fabuloso lago
convertido en un erial;
y tu canto amargo y sabio ¡oh Nezahualcóyotl! Suena
desoladamente triste, eco errante de una pena
resignada, inmemorial.

Juan Natalicio González










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