Lino Novás Calvo

"El tiempo favoreció el viaje. Al llegar a la vista de la costa disparó el cañonazo de señal y aparecieron las piraguas de krumen diciendo que un crucero inglés se hallaba anclado frente a la barra. El Rayo se fue por la vuelta de afuera y asomó todos los días y disparó. El crucero se mantenía allí. Los factores del Pongo se habían puesto de acuerdo para no despachar víveres ni aguada a los cruceros. Cuando éstos los acababan tenían que ir a abastecerse a Sierra Leona, y ese momento lo aprovechaban los factores para pasar aviso a los negreros y descargar sus barracones. El Rayo se encontró con varios negreros más por la vuelta de afuera, que paireaban para pescar tiburones y se comunicaban con las bocinas en varias lenguas. Poza vio un amanecer a tres negreros portugueses en andana y se puso al habla con ellos. Uno iba mandado por su hermano José y el otro por el hermano de María Cruz. José advirtió a Jacinto que metiera velas al viento, pues el Cruz había comenzado a distribuir armas a su gente. El Rayo largó trapo al sur, perseguido por el Cruz, y al anochecer se perdió de vista. Con el nuevo día, sin más aviso, el Rayo viró a longo de costa hacia el norte y se cruzó con el crucero que iba proa al sur a abastecerse, pocas millas al sur del Pongo. Antes de que los de fuera tuvieran aviso de la partida del crucero, el Rayo estaba ya anclado frente a Bangalang; la factoría de mongo John o John Ormond, en el Pongo. Poza vio partir las piraguas que salían a dar aviso a los que se hallaban por la vuelta de fuera y las humaredas de señal en la costa y presintió lo que iba a pasar. El Rayo fondeó junto a un negrero yanqui que había sido sitiado allí por el crucero. Jacinto quería evitar el encuentro con el Cruz y paseaba, nervioso, por el puente. Pedro, con la rapidez de su imaginación, fue a salvar la situación. Poza saltó a tierra, y a la media hora regresó con una bandada de marineros yanquis tras de sí y un bote de pintura para cambiar el letrero el Rayo por otro que dijera Lightning. Mister Ormond mandó a su contador Edward Joseph al capitán del negrero yanqui para que le prestara sus marineros por unas horas, y antes de que el barco del Cruz anclara frente a Bangalang, el Rayo estaba transformado en un barco yanqui con sus marineros rubios y borrachos cantando sobre cubierta. La tripulación del Rayo pasó a tierra a esconderse. Quedaron algunos oficiales nada más. Los barracones de Bangalang y otras factorías del Pongo estaban repletos por la larga estancia del crucero fuera de la barra. Ormond mandó cargar el barco de Cruz antes que los demás. Cruz buscó en vano con los ojos el barco de Jacinto y creyó que había seguido rumbo al sur, tal vez a la Costa de los Esclavos."

Lino Novás Calvo
El negrero



“Las leyes de los negreros prohibían a los marineros fornicar con las negras a bordo. El que lo hiciese perdía su sueldo y corría el riesgo de ser azotado. A los oficiales se les permitía, a veces, según el capitán, y cada uno solía escoger una negra para la travesía. De Buen  ponía leyes severas en esto. Los compradores pedía a veces vírgenes y otras negras por preñar o preñadas con macho elegidos por ellos.
En este viaje era difícil impedirlo. Las negras dormían en cubierta, protegidas por lonas, sobre las tablas o la obra muerta. Los marineros, favorecidos por el ocio, gateaban hacía ellas, por debajo de las lonas. Las negras no gritaban por eso. Los marineros les llevaban escudillas de aguardiente, y ellas se pirraban por los marineros. Al descubrirlo, De Buen buscó a los culpables, pero en vano.”

Lino Novás Calvo
El negrero


"Los compradores eran hacendados, con piedras de Minas Gerais y grandes vegueros en la boca, o damas de igual rango. Junto a Pedro y sus compañeros pasó una gran dama con una larga capa roja, sombrero de fieltro sobre un turbante blanco y zapatos bordados. Era la hermana de Pedrâo. Al andar recogía la capa y mostraba la puntilla del refajo. Caminando era como un barco con galeno sobre un mar tranquilo. Aquel porte parecía pesar más que sus años. Había venido a la feria a caballo escoltada por una guardia de negros y mulatos. Se llamaba Modesta y manejaba su hacienda como una amazona. Al acercarse a ella el primer esclavo, brindado por una cigano, Modesta se desprendió de su altivez y comenzó a examinar minuciosamente, tentando sus músculos, llevando a la lengua el dedo impregnado de su sudor -pues en el sabor del sudor se conocía la salud del negro- y llegando hasta lo más secreto. Aquello lo hacía todo comprador. El cigano sonaba el látigo y hacía bailar, hablar, cantar, correr y reír a los cautivos. Al fin de escoger mucho, Modesta se quedó con un hermoso muleque mandingo."

Lino Novás Calvo
El negrero




















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