Tõnu Õnnepalu

Elegía a Tartu

El río se detuvo en la noche
del silencio que desencadenó
el eco de los ánades en la
oscuridad. Una ciudad se levanta
a ambos lados con un cementerio
judío y una catedral. Las ruinas
del tiempo vienen a sus costas.
Todos los idiomas han sido comidos
por el cráneo vacío de los gusanos, los
poetas estonios se perdieron, derruidos
por la locura de Siberia, fiel viuda
de luto. El incienso y el olor de las hojas
es un monumento entero al otoño en que
cae la memoria iniciada en el ahumado
y temprano crepúsculo. Viajes sin sentido a lo
largo de las razas de Tallinn a Tartu, tierras
llenas de desesperanza extranjera. El cielo
estonio se descompone en ruinas, maleza y cerveza,
en polvo y barro incapaz de moverse,
en apatía de eternidad. 

Tõnu Õnnepalu



Ítaca

Lo extraño es el estertor diurno
sepultado por la tormenta nívea, y ahora,
antes de la oscuridad, el cielo se esclarece
como la pluma leve e inmóvil de un ave que
sigue siendo una acumulación de tiempo bajo
la luz azul de la nieve en arbustos color
de avellana y la brisa se dispersa entre tonalidades
y matices, cuando miro hacia abajo creo en la
vida eterna. 

Tõnu Õnnepalu



No sé si ha sufrido

No sé si ha sufrido, no sé
exactamente lo que es, el ser humano
asoma su cabeza, siente hambre,
sus intestinos están vacíos y sus ojos
son grandes y aterciopelados, quiere
desear el dolor, pero no es culpable,
su carne y su sangre no inhibe el voraz apetito
del espíritu y el alma. Mis ojos pobres y
débiles ven un rayo delgado que en vano
espera la mañana de la primavera, las aves
sobreviven tarareando, mudas, su ira contra el hielo, contra el pequeño vacío de la carne, el alma exhala la nada vanidosa de la creación. No puedo ver. No puedo verte. 

Tonu Onnepalu


















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