André Pieyre de Mandiargues

"A punto de caer el día, me preguntaba si Viola no se habría olvidado de mí, cuando oí el rumor de sus pies sobre los peldaños. Llevaba el mismo atuendo y calzado que ya le había visto, muy bien recompuesto el primero, y lucía un collar de gruesas moscas de oro que se balanceaban en el extremo de una cinta verde. Con su peinado vaporoso, un delicado toque de polvos pervinca en la cara, y un poco de ciclamino en los labios, la encontré aún más linda que antes. Me dijo que la cena se serviría al cabo de media hora, y que bajaba conmigo al cuarto de baño para mirarme mientras yo me lavase, pues disfrutaba viendo cómo se asean los hombres. Cuando subimos otra vez, después de varios retozos sin mayor trascendencia, no me permitió abrir las maletas, y buscó para mí, en otro compartimento del cofre-diván, una camisa de volantes fruncidos, de la tela más fina que jamás rozara mi piel, y además un calzón de seda, castaño dorado como el vientre de los buprestos. Por encima me hizo ponerme una bata de casimir blanca y un punto rosa, con grandes vueltas de chal, atada con un cordón. Medias negras y zapatillas con hebilla de plata completaron mi indumento de gala.
Después de cruzar el patio (como lloviznaba, para proteger nuestras galas, Viola abrió uno de esos paraguas familiares, desmesurados, que usan los conserjes de los hoteles), entramos en el gran edificio oval; así llegamos a un comedor donde reconocí al punto a sir Horatio (¡perdón, M. de Montcul!), vestido con los mismos atavíos que yo, aunque su color era más claramente asalmonado.
—Buenas noches, Montcul —saludó la mulata, empujándome delante de ella—. Se le pone dura mucho más deprisa que a ti, y su leche tiene un sabor a violetas que me recuerda la ensalada de eperlanos.
—Por lo que veo, no ha empleado mal su tiempo desde que llegó —comentó mi anfitrión—. No se disculpe; no esperaba menos de usted. Y permítame que también yo le llame Baltasar, puesto que es el capricho de nuestra bonita Viola.
No renegué de este sobrenombre, que me había procurado tan agradables momentos. Acercándose a mí, M. de Montcul prosiguió:
—Me complace en verdad que haya aceptado mi invitación. Se trataba, si la memoria me es fiel, de reunirse conmigo en un lugar que le describí (chistosamente) como fuera del mundo, y de ser mi compañero en ciertos juegos y ciertas experiencias. Gamehuche posee todas las cualidades de ese lugar ideal. La noche, la marea alta y las corrientes que hacen encresparse el mar en torno a nuestras fortificaciones, estos grandes muros y las puertas acerrojadas durante la bajamar, lo desierto de la comarca colindante, el temor que suscita todavía un torreón denostado, bastan para separar completamente nuestro castillo de la tierra común de los mortales, y sustraerlo a sus leyes. Es usted el primero, fuera de mí mismo y de mis cuatro negros, que llega por su propia voluntad desde que vivo aquí; me apresuraré a añadir que usted y yo somos los únicos que pueden salir cuando les plazca, mientras sea a la hora de la marea baja.
»Le he invitado porque pude darme cuenta, en una ocasión, de que era usted un hombre serio; yo también soy un hombre serio, a mi modo de ver; al igual que yo, ya sabe que nuestra especie no abunda en la superficie de este planeta. Es en buena parte la ligereza y frivolidad de ahí abajo que me han impulsado a venir aquí, y enclaustrarme. Casi nunca he conseguido una erección, por ejemplo, fuera de mi casa. ¿Y vale la pena ese esfuerzo cuando no puede llevarse el juego seriamente hasta sus últimas consecuencias? Opino que no, en lo que a mí respecta; tanto más por cuanto mi complexión es peculiar, y exige para eyacular y aplacarse mucha más sustancia y trabajo que para levantarse. Aquí tendremos a nuestro alcance el juego que conviene a personajes como usted y como yo."

André Pieyre de Mandiargues
El inglés descrito en un castillo cerrado




El café español

El otro blanco tres muros son azules
Bajo el techo azul más claro
Una canción desparramada
De las frutas demasiado verdes para nuestros dientes
Y el vino en mi garrafa
Es como una boca pintada
Que tiembla y no sabe decir nada,

Ya no me dices nada, no más,

Levántate yo me levanto
Donde tú vayas yo iré.

André Pieyre de Mandiargues



El transistor

Nido de abejas en el extremo de la rama
Un transistor se balancea del brazo derecho de [un idiota
El otro brazo que no lleva nada
Marca el paso a ras del muslo
Docta militarmente
La voz del gran idiota que gobierna el estado
Hace un ruido de abejorro al fondo de los alveólos

Está impeque el aparatito
Dice la hembra del idiota
Enamorada de los inventos

Orgullosa de la puntualidad de sus ovarios
Ignora que para los fines de la reproducción
Su mecanismo es artesanal
Y que se espera de las reinas de idiotas
Que serán considerables guatas blancas
Alojadas en celdas con forma de guata,

Cien mil idiotas por minuto
Más aún
Elevando la frecuencia copulativa,
A imagen del vientre original
Pronunciará el gran idiota
En un lindo movimiento de alas
A la loïe fuller en la tele

Luego la dicha querrá que su lengua se pegue
En la miel infinita de la idiotez final

André Pieyre de Mandiargues



En Coimbra
a J.

Estoy en Coimbra o sea en Portugal
Los franceses se compran muñecas con traje regional
Yo en cambio compré jabón en la “Droguerie Astrale”
Ya que tengo la firme intención de lavarme las manos
De mi país y del resto incluido el tuyo

Lo más curioso en este sucucho
Es una especie de edificio que nada tiene de jardín
Y que no obstante se llama el jardín de la Mancha

Tiene pinta de alambique de cuatro trompas
Sus cuatro retortas son cuatro mini pabellones
Que podrían haber servido para sublimaciones,

Ahí de noche los tristes se vuelven medios [maripositas
Al ruido de una fuente tacaña de gotitas
Lo que no tiene nada que ver con la Fuente de la [Juventud
Cada uno lo sabe o por doctrina o experiencia,
Todo eso es de un hastío lo bastante agobiante como [para gustarme
Un atardecer al menos
Y sustraerme algún instante de los pensamientos.

André Pieyre de Mandiargues




"Entretanto, ha podido constatar que junto a cada bar hay una escalera, presidida por la palabra habitaciones pintada sobre la pared, o bajo la forma de un rótulo luminoso hecha de lámina recortada o de cristal esmerilado. De tal modo, pues, que no se puede ir directamente del cafetín a las habitaciones; la moral está a salvo y ante los tribunales internacionales los ministros del engreído fanfarrón podrán pretender que han dejado de existir casas de prostitución en el país que empavesa con sus colores de sangre y oro de limpialetrinas. Resulta obligatorio salir a la calle antes de subir, y en su celo algunas chicas van hasta el extremo de atravesar el estrecho conducto. Esa es la forma de justificarlas ante los ojos de la policía (de la que se ve rondar a dos grises representantes) y de permitir que sean perdonadas, quizás, ante la pequeña ventana del confesionario, cuando se acerquen a él severamente vestidas, con largas faldas, medias en las piernas y los cabellos recubiertos por una negra mantilla. [...]
El domingo es el día de las corridas. Sigismond ha contemplado a menudo los toros con mucha pasión, en Nimes, Béziers o Carcasona, pero su breve estancia en España le ha bastado para comprender hasta qué extremo la corrida estaba patrocinada por el régimen führanculista y le servía de propaganda; hasta qué punto, ofreciendo como distracción la tolerada efusión de sangre, estaba al servicio de un régimen purulento; hasta qué extremo, desde esta perspectiva, resulta obsoleta y siniestra como la misa de la iglesia romana, que es un sacrificio nada diferente y que participa de la misma alianza abominable. El sagrado corazón bordado sobre el pecho de los matadores de antes era tan sólo una simple variación de la trencilla dorada que adorna el traje del torero. Matador, ¿cómo pronunciar esa palabra sin pensar en el führánculo?” [...]
Aislado, sí, ese es el estado en que comenzó a encontrarse desde que cerró la carta de la vieja Féline, y es precisamente así como él quiere permanecer. Vivo, haciendo piruetas en el interior de una frágil mandorla. Piensa en una gota de semen masculino dentro de un preservativo inflado con la boca, atado y arrojado luego a un terreno resecado por el sol. La vida danzaría con la muerte allí dentro, más o menos como Sigismond se agita y piensa dentro de su burbuja. [...]
Cuando se mira de nuevo al espejo no tiene dificultad en reconocerse, a pesar de su desconfianza, e incluso se encuentra rejuvenecido con relación a su imagen anterior. Hace aproximadamente veinticuatro horas que llegó a Barcelona, y sin embargo ha recorrido un camino incalculable en ese espacio en el que su vida tiene permiso para desplegarse y ejercitarse, aunque él se haya puesto en seguridad provisional en una translúcida burbuja y haya colocado una torre transparente sobre la carta donde la suerte de todo cuanto ama está escrito… La carrera a coronar (como dicen los cursis de la especie de su padre) ¿será todavía larga antes de que llegue el momento de desplazar la torre? ¿Cómo (por qué y para quién) será dictaminado el gesto? [...]
Sigismond, que reanuda la marcha, busca a los viejos con la mirada, y ve a más que hubieran podido contarse dentro de los de hace veinticinco años. Muchos han perdido el orgullo, pero bajo sus ropas miserables y en sus cuerpos endebles, identificable sólo con un poco de atención y de costumbre, una nobleza especial los distingue: la de la derrota. La gracia de los vencidos vive en ellos. Menos evidente, a causa del vigor juvenil que anima sus músculos, sus estómagos y sus sexos, ella vive también en sus hijos, que han crecido bajo la ley del führánculo, y que resulta reconocible en su forma de caminar, correr, bailar y beber, de pelearse o abrazarse, como si en la afiebrada dicha de la libertad provisional, vivieran en un estado de evasión."

André Pieyre de Mandiargues
Al margen




La ilusoria belleza

En esta noche de luna y nieve
Tú estás más a la sombra que de costumbre
De este modo el estanque detrás de los abedules
Disco de aguas muertas enmudecidas en plomo
Más negro más pesado bajo el cielo pálido.

Tú no ves más que otro espejo
Donde estás solitario y desnudo
Aguerrido ante tu imagen

Tan verdaderamente fría que los pájaros
Vienen a morir en tu ventana
Y tú los ves morir
Sin consentir abrirles tus labios
Que los atraerán fuera del bosque.

Tan cálidos como un nido
Tus labios pegados a las baldosas
Por un artificio de besos
Muy rápidamente desvanecido.

André Pieyre de Mandiargues



Lulú

La impúdica Lulú
Frota el último fósforo
En el muro de la cámara de gas,

Amen a Lulú que supo
Ofrecer a su último instante
El lujo de una llama
Chica y personal

Desafiando al fuego del crematorio

Amen a Lulú
Lulú
Que se burló de todo
Del amor y de los hombres
De ella misma y del resto
Y murió a los dieciséis
Luminosamente

Amen con frecuencia elogien
El gesto deschavetado
Que le hace honor a todas

Ojo con el instante fosforescente
en que el tiempo fue glorificado.

André Pieyre de Mandiargues



XIII

Un viajero que fue a la India afirma
Que los rajás se lavan secretamente los pies
En un mueble en forma de reina Victoria

André Pieyre de Mandiargues



XXXVIII

Unas plumas sobre la boca del pueblo
Una verruga para los labios de las putas
Una garra que se encarna en los dientes del unicornio
Un gran dedo sobre la lengua del Papa
El más pequeño rizo como un pájaro pardillo
Roza el pelo que lo degüella.

André Pieyre de Mandiargues















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