Camil Petrescu

"El amor es más bien un proceso de autosugestión. Necesita tiempo y complicidad para que se forme. La mayor parte de las veces, al principio, no suele gustarnos la mujer sin la cual, más tarde, ya no podemos vivir. Primero, amamos por lástima, por obligación, por ternura, amamos porque sabemos que eso la hace feliz, nos repetimos que no es leal herirla, engañar tanta confianza. Luego, nos hacemos a su sonrisa y a su voz igual que uno se hace a un paisaje. Y, poco a poco, vamos necesitando su presencia diaria."

Camil Petrescu
Última noche de amor, primera noche de guerra



"Entonces descubrí un cuerpo de mujer del que no puedo decir que nunca había visto nada igual. Tal como estaba, tumbada de espaldas, sus pequeños pechos vistos desde arriba apenas se distinguían, aunque sí se formaba una zona mullida sobre la cual la pequeña pepita rodeada de un medallón de color vino reposaba sobre una discreta almohadilla. Pero cuando se veía el cuerpo de lado, la forma indefinida del seno se prolongaba cálidamente hacia la axila en una sinuosidad hasta formar otra redondez por debajo de la paletilla que invitaba a poner la mano debajo. Todos estos cálidos deslizamientos de líneas anulaban la impresión que daba de delgadez cuando iba vestida. El pecho, bien delineado, dejaba ver al costado la curvatura de las últimas costillas y el vientre se apretaba como un cuerpo de serpiente. Sus delgados músculos le envolvían fuertemente el talle y formaban ondas debajo de la piel dando una impresión de solidez y redondez. Del cuello partía una línea que se adentraba levemente entre los pechos y se volvía más ancha entre los pliegues de las últimas costillas, abrazaba el pequeño y delicado ojo de la cintura colocado como una almohadilla ligeramente contraída y, finalmente, se perdía en la quietud del triángulo sedoso, como las barbas del maíz. Se le notaban también las articulaciones de los muslos, penetrando en el borde mullido del vientre y elogiando la dulce feminidad de la pelvis, pero detrás las caderas presentaban una redondez perfecta y dura como de manzana, de suerte que se podía pasar la mano por debajo de sus estrechos lomos de moza sin levantar demasiado el talle, y ese contacto era una caricia para la palma de la mano abierta."

Camil Petrescu
El lecho de Procusto


















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