Eduardo Quiles

"El rumor del tren por las vía alejándose de la estación me hizo suspirar, tenía los ojos húmedos, extraje el pañuelo. La huella de la ocupación alemana se reflejaba en los rostros de los viajeros, había temor y recelo en sus miradas y un silencio de cementerio se extendía por el vagón. De repente una pareja de la Gestapo asomó su siniestra estampa en el compartimiento.
-Dokumentation.
Uno tras otro, hombres y mujeres sin pronunciar palabra fueron entregando su carné de identificación. Entre los pasajeros, uno en particular, fue motivo de atención por parte de los policías alemanes, que le examinaron sin tapujos, con insistencia. Era éste un individuo tocado con una gorra, enjuto, de edad indefinida, usaba lentes y leía un librillo de tapas color vino. Pese a la grosera forma en que era observado, el viajero no perdió su aplomo en tanto el policía alemán deletreaba con dificultad y le entregaba sus papeles.
-Jean-Claude Carlier, anticuario, Burdeos.
El aludido asintió con la cabeza. No obstante, cuando recuperó la documentación, aflojó los músculos del cuerpo. Al poco, cuando me llegó mi turno y fui a entregar el pasaporte, recordé la frase de Castor nada más abordarme en la estación de Burdeos. “Olvida tu pasaporte español y ten este otro, te moverás mejor”. En silencio, el alemán de tez barbilampiña manoseó y husmeó el documento de forma minuciosa y de repente hizo un gesto de complicidad, sonrió y con un ademán amistoso, exclamó:
-Viel Glück!
Sus gestos de cordialidad un momento antes de desaparecer por el pasillo del vagón me llenaron de confusión, sin llegar a acertar el motivo de su reacción. En el acto sentí un enjambre de miradas furtivas, acusadoras. En efecto, había viajeros que no ocultaban su desdén hacia mi persona. ¿Qué vio en mi pasaporte aquel miembro de la Gestapo para comportarse de ese modo? Al momento oí carraspear a Jean-Claude Carlier. Era el único entre los viajeros cuyos ojos vivos estaban enfrascados en la lectura que alternaba con rápidas miradas a mi rostro. Volvió a carraspear y titubeó un instante antes de dirigirme la palabra.
-Parece un poco desconcertada, mademoiselle.
Asentí con un ademán confirmando su diagnóstico. Ante el gesto, él se animó a ser más explícito.
-¿Entendió a ese policía?
-¿Qué dijo?
-Le deseó buena suerte.
Arrugué el ceño, sorprendida.
-¿En serio?
-Viel glück quiere decir buena suerte en alemán.
Sin más, él me observó un instante en profundidad y retornó a la lectura. Mi desconcierto crecía máxime al percibir cómo crecían las miradas de repudio a mi alrededor. Y el peso del desprecio se hizo tan insufrible que mis nervios me traicionaron y en un acceso de irritación, grité:
-¿Por qué me miran de esa manera? No soy ninguna alimaña. ¿Con qué derecho ya me han juzgado y condenado sin dirigirme la palabra? ¡Vamos, hablen! Con ojos inyectados de sangre, ahora era yo quien los examinaba uno a uno con talante policial, exigiendo una explicación. Había pasajeros que, sin rechistar, murmuraban y desviaban la vista para no cruzarla con la mía, pero hubo un individuo de aspecto campesino y cuerpo macizo que me retó con la mirada y dijo entre dientes:
-¿Quiere saber lo que pensamos de usted?
-En efecto.
-Y luego irá con el cuento a la Gestapo, ¿no es cierto?
De nuevo me vinculaban con los nazis. La insinuación, de tan directa, aumentó mi exasperación. Sentí un sudor frío pegado al cuerpo, un temblor de rodillas y al final no pude más y estallé:
-Se equivocan conmigo, ignoro por qué ese policía fue amable, yo no tengo nada que ver con esa gente y su ideología. Al contrario, soy una víctima, tanto o más que ustedes. En España, mis padres murieron en un bombardeo de los sublevados y mi hermano, por defender sus principios democráticos, está en la cárcel condenado a muerte y en cambio ustedes, todos ustedes me han...
Lancé un gemido, mis ojos se nublaron de lágrimas. La conmoción apenas permitía expresarme y en medio de la crisis me alcé y como una poseída fui hacia la salida del compartimiento.
-Voy a buscar a esos tipos de la Gestapo, les haré venir para que dejen las cosas claras.
Cuando iba a alcanzar el pasillo del vagón, el hombre de la gorra cerró el libro, esbozó un gesto de incredulidad, se alzó con presteza y fue tras de mí, tomándome del brazo.
-¿Qué intenta hacer? ¿Perdió el juicio? ¿Quiere que la deporten? En medio de un enjambre de miradas atónitas, dudé un momento y cerré los ojos y contuve la respiración. Luego me dejé arrastrar del brazo hacia mi asiento.
-Madmoiselle -continuó él-, todo ha sido un malentendido, estamos apenados por nuestra conducta y le pedimos nos disculpe, ¿no es cierto? Se oyó el silbido de la locomotora en medio de la profundidad nocturna mientras el tren cobraba velocidad y devoraba los postes del telégrafo que surgían por la ventanilla como centinelas fantasmagóricos. En eso Jean-Claude Carlier paseó la mirada por entre los viajeros exigiéndoles solidaridad. Hubo un susurro de aprobación, mientras la mayoría hablaba por lo bajo y hacía gestos elocuentes lamentado el equívoco. De forma gradual fui recobrando mi equilibrio interior. Cuando logré serenarme un poco miré con ojos de gratitud al hombre que me había respaldado y le sonreí, él devolvió la sonrisa y como no retiraba sus ojos azulados de los míos, pasé por un momento de incertidumbre y acabé por extraer uno de los libros que me acompañaba a todas partes. Observé por el rabillo del ojo que el anticuario no perdía detalle de cuanto hacía.
-¿Sabe que Rimbaud es también mi poeta preferido? -dijo tras una pausa, casi de sopetón.
Alcé la mirada de la página. Él asentía, las manos unidas, como si rezara y con una expresión de juvenil entusiasmo.
-Aunque no me presenté.
Ardía una luz de sinceridad en su rostro. Cundo se disponía a pronunciar su nombre, me anticipé.
-Se lo dijo a la Gestapo- le recordé.
Se dio él un latigazo en la sien con los dedos, movió la cabeza con un gesto, era un hombre distraído.
-Entonces sabe que me llamo Jean Claude Carlier.
-En efecto, yo soy Tina Oliver.
El tren aceleró su marcha embistiendo con fuerza la oscuridad de la noche. ¿Cuánto faltaría para llegar a Toulouse?
-¿Y lee a Rimbaud en nuestra lengua, eh?
-Lo estoy traduciendo para un editor que no sé si está vivo.
De seguido mis pupilas se humedecieron, sentí que iba a llorar e hice un esfuerzo por controlarme y susurré:
-Cosas de la guerra, monsieur Carlier.
Al ser testigo de mi pesadumbre, al hombre le temblaron las aletas de la nariz y, cariacontecido, se apretó los ojos con la yema de los dedos. Temí que quien se echara a llorar fuera él. Cuando retiró la mano del rostro no había lágrimas, pero sí una expresión doliente.
-La guerra es hija del diablo.
Y más reanimado, dijo en voz baja:
-¿Luego es traductora?
-En España era profesora de francés cuando estalló...
Sentí un nudo en la garganta. Mi interlocutor consciente de mi fragilidad, llevó el índice a los labios y me invitó a guardar silencio. Él dio ejemplo, volvió el cuerpo hacia un lado, entornó los párpados, se caló la gorra hasta las cejas, posó la cabeza en la esquina de la ventanilla y al rato, por la respiración, supe que se sumía en un sueño.
Y ya sin interferencias, con la mente fría, reflexioné sobre el mal trago pasado y hube de aceptar, muy a mi pesar, que en el fondo la actitud inicial de los viajeros se ajustaba más a la realidad que me envolvía. ¿Qué hacía yo en aquel tren? ¿Por qué iba a Toulouse? ¿Y luego por qué me trasladaría a Montauban? El mundo se había divido en dos. Los aliados y las potencias del Eje. ¿Para quién trabajaba yo? Nunca la Gestapo me hubiera deseado suerte si no fuera una colaboracionista de sus amigos. ¿Qué sentido tenía mi queja? Era una perra traidora, pero en cambio reivindicaba un trato de persona de bien. El desprecio del que había sido objeto en el vagón estaba más que justificado. No se podía ir por la vida como un animal depredador y exigir comprensión y calor humano. Sólo que esta última reflexión tampoco parecía ajustada. Yo podía ir de delatora y de burdel, pero no tenía alma de prostituta. ¿En esta Europa en guerra cuántos como yo se verían forzados a realizar actos que deploraban? Mas, ¿quién puede luchar contra un destino aciago? Ahora lo esencial era lograr mi objetivo. Era el único recurso para impedir que a mi hermano le dieran el tiro de gracia contra el muro de un cementerio.
Intento dar una cabezada, sólo que resulta árido olvidar el momento difícil al que estuve sometida por culpa de aquel tipo de la Gestapo. Dudo que se encantara de mi persona, pero ¿cómo explicar sus gestos de cortesía? El caso es que la tensión creada me hizo erguirme, salir al pasillo y buscar el baño del vagón. Al dar con la puerta del retrete cerrada, aguardé a que se desocupara. Aunque como transcurría el tiempo y la puerta no se abría y por si tenía el cierre defectuoso, golpeé primero la hoja con los nudillos y más tarde traté de abrirla. Al final la puerta se abrió un palmo y a través de la abertura pude ver a una mujer de mediana edad, delgada, con moño oscuro, junto a una adolescente: Ambas con ojos suplicantes hacían señas para que me alejara, y al final, la mujer susurró en español:
-Por favor, váyase, mi hija y yo no podemos salir de aquí, no llevamos documentación, ni siquiera papeles de refugiadas.
La sorpresa segó mi respiración. Aquella madre y su hija trataban de eludir a los individuos de la Gestapo que controlaba el tren. Les di ánimos con la mirada, ellas volvieron a cerrar la puerta y echar el pestillo, y con un sabor de fruta amarga en la boca pasé al siguiente vagón."

Eduardo Quiles
Las cenizas del tiempo



"OFELIA: De acuerdo, mamá, Hamlet es ficción, todo lo irreal que quieras... pero era mi mundo... Ofelia no quería dejar de ser Ofelia, pero perdí mi tren y me hicisteis abordar otro donde un ilustre odontólogo era el gran maquinista... Y me dividí en dos, sí, fue una boda a dos bandas, una novia ante el altar y la otra buscando a Hamlet por las bambalinas de su mente... (Pausa.) Me quedé fuera de juego... Casi perdí el seso. ¡El sexo, no, mamá, la cabeza! (Cómica.) ¿La chaveta? De acuerdo, la chaveta. (Se pone anteojos, pose doctoral sentada en un taburete.) Oiga a su psiquiatra: no está alunada, no, no, no, sólo que sus neuronas creen que la vida es una discoteca y se mueven a ritmo de salsa... (Se contonea, luego suspira.) Cuando me internaron conocí a otros seres con neuronas igual de marchosas... (Se oye una música de Malher.) En la clínica del silencio algunos se enamoraron de mí... (Coquetuela.) Un cleptómano guapísimo... Un individuo que decía que su cabeza era un televisor... (Dibuja el televisor con las manos.) Amor mío, pasaremos la vida unidos y atados a la TV. por cable... (Pausa.) En la clínica de los nervios desatados se oía canturrear a un vendedor ambulante de estados de ánimo... (Va al perchero del lateral derecho, se coloca una chaqueta de varón y se ciñe un sombrero hongo.) Vendo optimismo enlatado y sin fecha de caducidad. Con cinco botes, uno de oferta, (Canturrea.) El optimista óptimo... (Regresa al taburete.) El más tierno, era el buscapersonas.. (Lo imita.) Ofelia, tú perdiste al tipo de tu vida, lo leo en tus ojos, y yo, Lalo Pesquisas, soy un profesional de extraviados. A ver, ¿cuándo fue la última vez que lo viste? (Pausa.) Bajo un foco. (Pausa.) Querrás decir bajo una farola. ¿Su profesión? (Pausa.) Aristócrata de la duda. (Pausa.) ¿De la jet-set, eh? Ahora dime su DNI y si es posible su ADN. (Pausa.) Quería saber el DNI de Hamlet... (Pausa.) También en la clínica del silencio un día tropecé con... ¡Papá! (Un hilo de voz.) Era una fotocopia del mismísimo Shakespeare, pero más calvo... No estoy calvo, Ofelia, es el láser de la fotocopiadora que me tomó manía... (Pausa.) Bien. ¿Qué haces con esos pelos, esa pinta y por esta época? Semejante transgresión es de juzgado de guardia... (Mientras sigue hablando sitúa las dos sillas oblicuas al maniquí-Ofelia.) Ahora mismo se pronunciará el Tribunal Superior de Alta Ficción... Ocupen sus escaños los testigos de cargo y de la defensa. Póngase en pie la acusada, tiene la palabra el Ministerio Fiscal, es decir, yo, el Cisne del Avon. (Pasea con altivez de jurista en torno al maniquí.) Se le acusa de escaparse de una vida mítica a otra doméstica. (Otro matiz.) Y a usted de... (Otro matiz.) ¡Cállese el busca-personajes! Digo que a usted se le acusa de la puta vida que dio a Ofelia: le mata al padre, al hermano, la vuelve turulata, la obliga a suicidarse, ¿qué tramaba? ¿Un culebrón? (Otro matiz.) Usted no sabe con quién está hablando... (Pausa.) Con un trágico que se pasó de la raya con Ofelia... pero nosotros, en cambio, la amamos, por eso acudimos en cuanto nos llamó: el violinista gigoló, Toni Claqué, el cleptomaníaco... (Otro matiz.) ¡Cállese! ¿Y qué delirio es ése de engañar a Hamlet por un sacamuelas? (Otro matiz.) Ella daba un golpe de mano a un destino adverso. (Otro matiz.) ¿Y usted quién demonios es? (Otro matiz.) El giramundos. (Pausa.) Willy, ¿no me reconoces? Somos pareja: nos atizan descargas eléctricas a la par. ¿Qué dice este gira-sol? No, de gira-sol, nada, Willy, es este globo que va de lado y... por eso yo, ¿comprendes?, intento que orbite como debe ser... ya sabes: cada rana sin invadir la charca ajena... (Otro matiz.) ¡Palabras! Ofelia se distanció de Hamlet. Señorías, exijo para la acusada una pena de... (Otro matiz.) ¡Protesto! Ella sigue buscándolo, busca a su hombre... (Otro matiz.) ¿Y lo hallará, gira-globos? (Otro matiz.) Seguro, Willy, díselo tú, Buscapersonas. (Otro matiz.) Estoy en ello, señor, mire, observe, llevo impresa en la palma de la mano la huella del pulgar de Hamlet... (Gesto de estupor de Shakespeare que rompe la atmósfera del juicio colocando las sillas en su lugar de origen.) ¿A sí que imprimen las huellas dactilares a mis hijos de la fantasía? Este nuevo milenio es un nido de paradojas... (Observando a la madre-maniquí.) Ésta no es mi Ofelia..."

Eduardo Quiles
Una Ofelia sin Hamlet


"ROSA MAYO: (Su voz.) ¿Quién llama?

EULALIO: Yo.

ROSA MAYO: ¿Y quién diablos es yo?

EULALIO: Soy el admirador número uno.

ROSA MAYO: (Saliendo en bata, pálida, decrépita.) ¿Admirador de quién?

EULALIO: ¿De quién va a ser? ¡De Rosa Mayo!

ROSA MAYO: La Mayo ha muerto.

EULALIO: ¡Dios mío!

ROSA MAYO: Ahora, ahueque el ala.

EULALIO: ¿Yo?

ROSA MAYO: (Mordaz.) Usted.

EULALIO: (Mirando el clavel.) Venía a traerle un clavel rojo.

ROSA MAYO: (Abriendo la puerta que cerró.) ¿Un clavel rojo? ¿Habla en serio? No creo que aún queden hombres ofreciendo un clavel rojo por las puertas.

EULALIO: (Exhibiéndolo.) ¿Es o no es un clavel?

ROSA MAYO: Mejor debió traerle una corona mortuoria.

EULALIO: No puedo creer lo que dice.

ROSA MAYO: ¿Quién es usted?

EULALIO: ¿Es cierto que Rosa Mayo ha muerto?

ROSA MAYO: ¡Eso quisieran! Pero Rosa Mayo vive, ¡Se entera! ¿Se entera repartidor anónimo de claveles? ¡Vive!

EULALIO: ¿De veras? ¡Oh, es maravilloso. Vive. Fabuloso. Ja. Ja. Ja. Rosa… vive. Ja. Ja. Ja. (Da vueltas jubilosas.). ¡Vive! ¡Yuuuupi! (Canturrea un aria de La Bohème. Después, ruborizado, Eulalio se paraliza.) Disculpe, disculpe, pero no pude dominar mi alegría. (Recoge el sombrerito que arrojara por los aires.) ¿Dónde está Rosa Mayo?

ROSA MAYO: ¿Es que nació sin ojos, mentecato?

EULALIO: ¡Usted! ¡Usted! ¡Menuda broma! (Observándola con ansiedad.). No. Usted no puede ser Rosa. ¡Oh, sí lo sabré yo!

ROSA MAYO: ¿Ah, no?

EULALIO: No. (Pausa.) Ella es otra cosa. (Pausa.) Ella tenía unos ojos que eran auténticos faros. (Pausa.) Mire, señora, yo tengo un baúl repleto de poemas a sus ojos ¿en cuanto a su pelo… ¿Usted vio un campo de trigo a la luz de las estrellas? Pues eso, eso era el pelo de la bella Rosa. ¡Adiós! (No se mueve.) ¿Y su cuerpo? La gracia de su cuerpo era comparable al encanto de un cisne. (Pausa.) Así que déjese de cuentos chinos y… (Pausa.) ¿Y su voz? ¿Quiere saber cómo era su voz? Su timbre en la octava final era único. Fue cabecera de cartel con las más grandes tenores y bajos. Nadie la supero en el papel de Liza en La dama de Picas. ¿Y qué me dice de su Desdémona? ¿Y de su Mimí? (Pausa.) Si lo sabré yo. (Pausa.) Usted es Rosa Mayo. (Cadavérico.) Usted es … Rosa Mayo.

ROSA MAYO: ¿No será usted reportero de la revista…? No. ¿Posiblemente un corresponsal de The…?

EULALIO: Yo soy Eulalio. Eso es. Eulalio.

ROSA MAYO: Si le envían de una revista del corazón en busca de chismes, mi vida privada no está a la venta.

EULALIO: Soy un jubilado funcionario de ferrocarriles.

ROSA MAYO: ¿Funcionario de ferrocarriles? ¿Y qué tiene que ver eso con…?

EULALIO: No fue exactamente la aspiración de mi vida. (Pausa.) Nadie puede abrir los ojos al mundo con esa idea. (Pausa.) Yo también fui cantante, un cover, ya sabe, siempre a punto para sustituir a un gran nombre por si ocurría algo. En fin. (Suspira.) No tenía alma de suplente, usted lo entiende, me contrataban para no cantar, siempre a la sombre, y mi sueño era pisar un escenario. (Suspira.) Y como me gustaban los trenes, decidí ser jefe de estación aunque fuera destinado a una aldea.

ROSA MAYO: ¡Un cover! No un periodista.

EULALIO: Yo aspiraba a cantar a su lado, aunque fuera como artista invitado. (Suspira.) Una utopía, ya ve. (Pausa.) De modo que en sueños formaba cabecera de cartel con la Mayo y… Qué más da. (Pausa.) ¿Me cree? Yo era quien más aplaudía cuando surgía usted en un escenario real. (Pausa.)

ROSA MAYO: ¡Fuera de aquí!

EULALIO: ¿No recuerda al joven de las margaritas que casi siempre era apaleado por sus gorilas?

ROSA MAYO: Está agotando mis nervios.

EULALIO: Le escribía cartas de amor… Incluso le ponía conferencias a todos los grandes teatros líricos que deslumbraba con su voz. ¡Me gasté mis ahorros!

ROSA MAYO: ¿Quiere decirme de qué jaula psiquiátrica se escapó? ¿Quiere decírmelo? Adiós.

EULALIO: ¡Espere! Recordará al menos aquel verso suelto: Entre un sueño de violonchelos un hombre del ferrocarril halló a su Dulcinea.

(A Eulalio se le enreda la lengua y se dirige a la puerta; Rosa Mayo palidece, corre hacia él, obligándolo a girarse.)

ROSA MAYO: ¡Usted!

(Eulalio, cabizbajo, asiente con el mentón.)

ROSA MAYO: ¡El testarudo de las margaritas!

EULALIO: Eran las flores más económicas. Pero eso sí. La florista me vendía las más lozanas y fragantes. (Pausa.) ¿Y qué me dice de los claveles rojos? ¿Eh? Me costaba cada clavel…

ROSA MAYO: El fanático del clavel rojo.

EULALIO: ¿y de las cartas, eh? Algunas volaban con inspiración al buzón de correos.

ROSA MAYO: El caballero de las epístolas.

EULALIO: (Ronco.) Aún está bonita."

Eduardo Quiles
La ira y el éxtasis



"SAMUEL: ¿Qué tal? ¿Algún acontecimiento a la vista? (Da un paso y se frena.) ¿Tal vez un desfile de alta costura? ¿O una fiesta a favor de las actitudes solidarias? (Se rasca la cabeza.) ¿No... acerté? (Pausa.) Oye, Saumel, ¿y si te esperan a ti? (Se abofetea.) ¡Estúpido! Tú no eres ninguna celebridad. (Pausa.) ¡Hasta la vista! (Pausa.) ¡Eh! ¿Por qué me siguen con la mirada? A mí no me ocurre nada del otro mundo. Yo iba canturreando por ahí... (Lo hace.) El barbero de Sevilla, cuando... ¡Ejem! Por mí pueden ahuecar el ala... No voy a ofrecer ningún espectáculo. (Pausa.) Claro que en un parpadeo... yo podría liberar... liberar... ¡Oh! Leo tan buenos sentimientos en sus caras. (Pausa.) Yo... (En clave de mimo.) El maletín... ¡La navaja! (La extrae y exhibe.) ¡Esperen! (Saca las tijeras y corta el aire con ellas.) ¡Las tijeras! Je, je. Con estos mágicos objetos... mis extravagancias tiene un norte. Je, je, (Pausa.) ¡Claro! Ustedes ignoran quién es este... (Gesto de clown.) payaso sin circo...
(...)
MARIONETA I: ¡Oiga, señor! La función en el parque ya terminó. ¿No ve que se fue el público?
SAMUEL: ¿Y no pueden empezar otra vez?
MARIONETA I: Mi señora la marionetista ya echó el último telón.
SAMUEL: ¿Está ahí? ¿Puedo hablar con ella?
MARIONETA I: Ahora descansa, su labor la dejó extenuada, no en vano nos aplica las últimas técnicas del actor. (Eufórica.) ¡Vamos, sonría! La mujer de las marionetas vendrá otro día a la ciudad.
SAMUEL: Esperaré. Los días pasan como pájaros locos.
MARIONETA I: (Dándose la vuelta.) ¡Oiga! ¿Se va a quedar en el parque hasta que el Ayuntamiento me contrate otra vez?
SAMUEL: ¡Vaya! ¿Usted otra vez?
MARIONETA I: Pero si me voy en auto-stop a Liberápolis, al Festival Internacional de Marionetas.
SAMUEL: Los días pasan como pájaros locos.
MARIONETA I: ¡Ejem! Resulta usted tan bambalinero.
SAMUEL: (Alzándose.) Me llamo Samuel y el tiempo... se me va.
MARIONETA I: ¿Así que se le va el tiempo?
SAMUEL: Un poco.
MARIONETA I: ¿y por qué no lo retiene?
SAMUEL: ¿Al tiempo?
MARIONETA I: Claro.
SAMUEL: No es fácil.
MARIONETA I: Usted le dice...
SAMUEL: ¿A quién?
MARIONETA I: Al tiempo. (Pausa.) Usted le dice.... (Como buscando algo.) Señor Tiempo, ¿acepta una tertulia?
SAMUEL: ¿Una tertulia con el tiempo?
MARIONETA I: ¿Y por qué no?
SAMUEL: (Bajando los ojos.) No lo conozco muy bien.
MARIONETA I: ¿No conoce bien nuestro tiempo? Pero, Samuel, Así no se puede ir por la vida... (Suspira.) Está bien. Haré yo misma las presentaciones... (Se desplaza, tratando de localizar al personaje. Pausa.) Aquí el tiempo... Aquí un espectador.

(Samuel esboza un tímido gesto, pero lo reprime.)

MARIONETA I: Salude.
SAMUEL: (Alargando la mano.) Encantado, señor,. Me llamo Samuel y el tiempo, ¡ejem!, usted... se me va.
MARIONETA I: ¿Le parece ético salir corriendo intempestivamente del lado de Samuel?
SAMUEL: (Por lo bajo.) ¿Qué está diciendo?
MARIONETA I: Ya lo ve. Regañar al tiempo.
SAMUEL: Como si eso se pudiera hacer.
MARIONETA I: Yo lo hago porque lo conozco muy bien.
SAMUEL: ¿Y cómo es el tiempo?
MARIONETA I: Dependemos tanto de sus caprichos.
SAMUEL: Pero ¿cómo es?
MARIONETA I: Imagíneselo. Usted se quejaba de él.
SAMUEL: Me quejaba de mí.
MARIONETA I: ¡Uy qué lío! Qué lío. (Pausa. Alzando la voz.) Ya lo oyó, Excelencia. La tertulia ha sido anulada. (Un silencio. Retroceden ambos a la par.) Ya se va... ¿lo ve? ¿Lo oye? ¿Lo siente?
SAMUEL: Sí, el tiempo... se me va.
MARIONETA I: Ese tiempo es de Maricastaña, pero ya se le ve la nariz a otro tiempo nuevo, generoso.
SAMUEL: ¿La nariz?
MARIONETA I: Él hará que el sol brille para todos.
SAMUEL: Y entretanto, ¿qué haré yo?
MARIONETA I: ¿Cuál es su ocupación?
SAMUEL: Hago trabajos, pero no tengo ocupación. ¿Ah, cuánto la envidio!
MARIONETA I: ¿A mí? (Gesticula como una marioneta.) ¿A una simple... marioneta? Qué incongruencia. No veo el motivo.
SAMUEL: Usted si que tiene una ocupación.
MARIONETA I: ¡Bah! ¡Bah! Dices unas cosas tan... ¡No sé! ¿Arlequinescas? (Pausa.) Bien, Samnuel, he de hacer mutis. Ahora tengo que actuar en el teatro de la vida. ¡Hasta pronto! (Le da la espalda. Samuel se incorpora y cae su asiento al ver que ella se gira.) Qué testarudo. (Pausa.) Samuel, en el juego de la marioneta nunca se sabe cuándo llega el aplauso...
SAMUEL: Eso es un destino.
MARIONETA I: Ni cuándo se va a comer...
SAMUEL: Eso es un destino.
MARIONETA I: Ni dónde estaremos mañana...
SAMUEL: Eso es un destino.
MARIONETA I: Ni si dormiremos bajo las estrellas o en un hotel de tres...
SAMUEL: Eso es un destino.
MARIONETA I: ¡Uy! ¡Uy! Ya me quieren complicar la vida. ¡Bien Ahora recojo mis bártulos y dentro de una hora salgo por la autopista norte. (Pausa.) Espero que no te cruces en mi camino... "

Eduardo Quiles
La navaja




"Yo no concibo una sola página escrita sin emoción, sería un mero juego de palabras en el sentido más triste."

Eduardo Quiles
















No hay comentarios: