Francisco Pérez Perdomo

Danzaban las sombras de la muerte

Agoreros, trizaban
los vencejos en aquel
atardecer inmóvil y en tropel,
como una tromba, entraban
las legiones de la noche.
Por un conjuro, el cielo
se suspendía y sólo a lo lejos
gravitaba el vacío
de los astros. Desde lo profundo,
el hombre miraba el firmamento
y anegaba sus ojos
en el sortilegio de aquellas aguas
eternas. El tiempo lo atormentaba.
Sonaba como un grito
entre sus sueños. Nada más
escuchaba. Estaba solo. El espacio
en torno de su cuerpo
daba vueltas y más vueltas
y lo aprisionaba entre sus barrotes
negros. Inexorable,
se le iba la vida. De pie
se derrumbaba sobre sí mismo.
Alguien le secreteaba palabras
al oído. Caía en un hondo letargo.
De pronto una puerta
indescifrable con un golpe brusco
ante él se cerraba. Atrapado,
quedaba al otro lado. El alma
como un soplo ya aleteaba
en la punta de sus dedos. Afuera,
al son de una música espectral
danzaban las sombras de la muerte.

Francisco Pérez Perdomo




Desde el fondo del caos lo llamaban

El hombre miraba la inmensidad.
De aquellas ruinas crepusculares
salían unos alaridos
extraños y ululantes.
Como rayos grises entre el polvo
se arrastraban los lagartos.
Sepulcral, de bruces entraba
la noche
y en sus telares desolados
ella siniestramente
iba tejiendo los trajes
de la muerte.
Broncas, se espesaban
las sombras. Cual un vapor
que subiera del suelo,
iban adquiriendo poco a poco
ciertas formas dúctiles
y sofocantes. Con sus fuegos
secretos le quemaban las manos.
El filo de un grito solitario
cortaba de pronto las tinieblas
y penetraba en sus abismos.
Inmutable, el hombre
oía el rumor del tiempo

flotando sobre su cabeza
y que nunca dejaba de pasar.
Envejecía el universo
y todas las cosas lentamente
se iban marchitando
bajo los designios
de una profecía antigua
y enigmática. Víctimas
del pecado, los hombres
reclinaban sus espaldas
cuando sobre ellos
se abalanzaba el soplo
vertiginoso de la edad.
Perdidos los ojos
en lo más lejano, una sombría
ceremonia se celebraba
frente a él y unas voces
muertas y torturadas
desde el fondo del caos lo llamaban.

Francisco Pérez Perdomo



En las noches de insomnio
a menudo solía ponerme a recordar.
Los recuerdos me llevaban entonces
por remotos lugares.
Al pie de un cerro,
la casa vieja y misteriosa.
(...)
Un vapor de azufre flotaba entre los aires.
Velada, entraba la noche.
En ese instante el ritual comenzaba.

Francisco Pérez Perdomo




Francisco me nombran,
esa es mi gracia
y soy de estos lugares,
nací en esta tierra
llamada tierra de nubes
un día dieciséis de septiembre
de mil novecientos treinta, entre
los árboles, los bosques y un viento
que salía a menudo
de unas vasijas gigantes
y se ponía a dar carreras
por la cercana plaza.
Vine al mundo
escoltado por insectos luminosos,
ardillas y lagartos.

Francisco Pérez Perdomo




Fuego devorador

Juega con la vida y la muerte
sus nodrizas

Nos hace vivir y al mismo tiempo nos mata.

Hijo que devora a su padre y a su madre.

Nacemos en su encarnación
y desaparecemos con su cesación.

Nos envuelve con su túnica roja.

A nuestro lado lo sentimos moverse,
sacudir sus alas
y bañar nuestro cuerpo en sus fogajes,
Dios él mismo de esos movimientos.

Lo intuimos.

Lo palpamos.

Con sus aguas nos anega,
con sus aguas nos quema las manos.

Atraviesa los mares, la tierra, los aires,
flecha en reposo y siempre en vuelo,
huésped del paraíso

y morador de los infiernos,
oh Fénix, Prometeo, zarza ardiente,
principio del bien y del mal,
árbol de la ciencia,
lengua bífida
fuego devorador,
pájaro hermafrodita que planea sobre nosotros.

Encerrado en sus rejas comienza a liberarse,
pureza indescriptible,
interdicta licencia,
escritura pura,
raíz creciendo hacia los cielos.

Francisco Pérez Perdomo




Habito la zona donde carne y espíritu
disputan como dos viejos rivales
sobrevivo a los desastres
arrullado por bellos espectros
¡Ídolo mío! Yo confío el desorden de mi lengua
a la fuerza absurda de tus máximas
Hablo de las enfermedades que me conciernen
Soy mi único juez
Soy el único auditorio que celebra mis obras
El ave que se lamenta en el árbol del paraíso
me transmite su enigma
sólo mi oído languidece oyendo su mensaje.

Francisco Pérez Perdomo




Hombre dividido

1

La necesidad de sobrevivir
a los desastres
me ubica en el linaje poco afortunado
del hombre fiel de balanza
Es un triste linaje
y en absoluto condición envidiable
Esto porque se es hombre equilibrado
hombre acosado por dos aguas
juez sordo pero sensible a quien le toca decidir
esa larga disputa de los mares
esa querella inevitable
del cielo y del infierno sin parcializarse
Hombre sin tomar partido
y a quien además le está vedada toda parcialidad
vivo en medio de mis potestades cotidianas
en medio de ese largo estribillo insultante
Sin embargo ese vivir atrapado por dos aguas
ofrece una única ventaja
el ojo puede ver al mismo tiempo y en el mismo plano
los oficios de los trabajadores de la piedra
en la ciudad de piedra
y el exorcismo de los magos en el país de la magia

Francisco Pérez Perdomo




La depravación de los astros

1

Febriles roedores me atormentan. Con mordiscos repentinos halan mi cabeza una y otra vez a un sitio determinado y luego se repliegan con agudos chillidos y dando saltos hacia sus tumbas habituales. Parado en un solo filo no tengo preferencias, no sufro ningún desequilibrio. Tarde de la noche la debilidad me vence y comienzo a escribir con vértigo sobre la llaga del primer mordisco.

5

Hacia la alta noche desperté confinado dentro de mí, circuito por un ritual sombrío; las puertas puestas allí tal vez para franquearme el paso se cerraban estrepitosamente contra mi cara; las manos, las piernas y la piel invertidas; los ojos vueltos hacia adentro y como absortos en la contemplación de frases maquinales, recurrentes, los ojos exhumando de las paredes interiores un lenguaje de fuego, una nueva álgebra delirante que centellea en mi cráneo como un insecto mágico.

8

Yo que tantas lenguas inventé, como Nemrond me veo ahora enredado y ahorcado en los hilos del lenguaje. Entonces, Panurgo, reanudemos el debate por señas en el punto en que la mueca del rostro se transfigura en máscara.

11

—No pasarás, Muerte, somos tres, somos tres mujeres solas, pero no pasarás, Muerte —dijo la mayor de ellas, pelo revuelto, ojos desorbitados, en medio del umbral.

Yo te espío a través de las cerraduras
desde todos los ángulos a través de todas las cerraduras,
yo te espío a través de la cerradura del ojo izquierdo
como a través de la cerradura de la boca derecha.

Yo te espío…

No pasarás.

17

Mi cabeza, que por tiempos usurpa funciones propias de mis manos, aquel día me rescató al borde del abismo. Ahora, cuando pasa, me levanto el sombrero y reconocido le hago una ceremoniosa reverencia. Ese día, todo mi cuerpo se arqueaba bajo el peso de una incoercible náusea. Fue su gran oportunidad. Sin pedir permiso y trabajando a una velocidad y una conciencia inenarrables, como tirada brutalmente, mi cabeza se abalanzó sobre mí y me levantó de los cabellos. Desde entonces entre nosotros se ha cultivado una infalible reciprocidad.

Francisco Pérez Perdomo
del libro La depravación de las astros (1966)



Nada perdura.
Todo cambia, eso es todo.
En este cuarto oscuro,
en la soledad
y entre las sombras,
irremisiblemente sufrimos
por los años que pasan.
El presente es sólo un celaje,
nada más.
En el vacío de esta tierra,
hoy somos apenas los antiguos
y desaparecidos visitantes.
Recorrer uno a uno los lugares
que en épocas tan lejanas
nos fueron entrañables y aquí
de nuevo volvemos a encontrar,
es mirarnos a nosotros mismos
y añorar con nostalgia nuestro
propio pasado. Todo pierde
su sentido si no resuena adentro
de nosotros. Somos recurrentes.
Revocamos el tiempo
y regresamos. Con pasos callados
vuelve el otro
que éramos entonces,
un extraño de sí mismo
y se pone a repetir
las viejas calles. En una
de ellas, la radiante mujer
rodeada por los sueños,
se desespereza lentamente
por escasos momentos
bajo el dintel
de la puerta de su casa.
Detenernos y mirarla sin fin,
permanecer allí absortos
y a la vez alelados
hasta más allá de la muerte,
eso hubiéramos querido ahora,
aquí y para siempre.
Pero ya no somos los mismos.
Somos ese espectro lacerado
que camina de un extremo
al otro y cuyos pasos
arrastran las corrientes
del polvo y de la sangre.
Grave y ciega, de espaldas
a nosotros y sin detenerse,
vuelve a pasar la realidad.

Francisco Pérez Perdomo
(poema extraído del libro La casa de la noche publicado en el año 2001). Poeta y crítico literario venezolano, (1930-2013)




Para escapar

Para escapar al pánico de las noches
y la incriminación de los vocablos
me acuesto
me levanto
mis pasos resuenan como una fiebre
minuciosamente ordenada en el laberinto de las calles
me extravío en los barrios apartados

Pero el acoso de las voces
me sigue como una balada fatal

De nada han servido mis arrodillamientos
mis silbidos y mis brazos en jarras
y estos ojos tan tristes y escamados
deslizándose bajo la luna y las bombillas eléctricas
hasta una hora tan impropiamente avanzada

Sobresale en particular una voz enconada
voz anonadante
una voz muy estridente que repta como una cáncer
por las capas cerebrales

En las aceras
y sobre las basuras que levanta el viento
me rindo a mis fantasmas

Francisco Pérez Perdomo



Por las bruscas tinieblas

Desde lo más alto
de la soledad
descendía el silencio.
Gravitaban las constelaciones.
Más bella que la noche,
la muchacha ojizarca
a esa hora pasaba por mi lado.
Era la señalada
hora planetaria.
Ondulaba la tierra
en su cintura.
Ella me miraba a los ojos,
de paso, y un sacudimiento
interior mi cuerpo estremecía.
Sesgado, el viento se inclinaba
a mi oído
y en susurros,
tal una música soñada,
me confesaba secretos
del pasado. Imprecisa,
yo la veía perderse
en aquellas lejanas comarcas
barridas por auras invisibles.
Bajo la luna radiante,
pálidas y esplendorosas figuras
pasaban danzando y se esfumaban
de una pradera imaginaria.
Yo reclinaba la cabeza,
miraba al suelo,
profundo, y otra vez más
desde abajo era arrebatado
por las bruscas tinieblas.

Francisco Pérez Perdomo



Somos las máscaras

Maldigo esta lengua
incapaz de murmurarte al oído
la palabra evidente
Aparte de la economía o derroche del lenguaje
toda lengua a la hora precisa
pierde el control de sus propias palabras
Es la hora en que desde las profundidades
ascienden los monstruos dominantes
Y por más singular que se afirme
todo lenguaje propio
en suma carece de propiedades
Sólo somos las máscaras en donde resuenan
las desaparecidas voces de antaño

Francisco Pérez Perdomo




Soy de aquí, usted lo sabe,
aquí nacieron y murieron
mis antepasados,
entre estos cerros
ahora áridos y estos cactus,
entre estos horizontes sostenidos
cada día y para siempre,
cada noche, cada día,
por el baladro de los perros
y los silbatos expiatorios
de un viento fantasma
que no descansa nunca,
aquí vivieron mis antepasados
alimentando historias simples,
entre estos árboles del campo
y estas consejas que a diario invaden
y transitan por mi sangre
viniendo desde lejos,
aquí, entre estos árboles y el viento
y el polvo que aleteaba
en los cortos veranos
por la ingrimitud de estas calles,
aquí, entre los hombres de las lomas
acurrucados en la red de sus días
y clavando en los arcos del espacio
indescifrables miradas, profundas
miradas surgiendo
de una ambigua heredad, de un tiempo
erradicado, sin fronteras,
soy de aquí y usted lo sabe.

Francisco Pérez Perdomo










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