Héctor Perea

La invención más extraordinaria dentro de esa ciudad imaginada por Sajr, genio que arrojaba lengüetadas de lumbre por la boca y humaredas por la nariz, fue desde luego, según cuenta Al-Nuwayri, el trono del hijo de David, que:

"…estaba hecho de colmillos de elefante, con incrustaciones de jacinto, perlas, esmeraldas y otras piedras preciosas; a su alrededor había cuatro palmeras de oro con racimos de jacintos rojos y esmeraldas verdes. Sobre dos de las palmeras había dos pavos reales de oro y sobre las otras dos, dos águilas también de oro, enfrentadas unas figuras con las otras. A los lados del trono había dos leones de oro y sobre la cabeza de cada uno de ellos había una columna de esmeraldas verdes. A las palmeras las ceñían parras de oro cuyos racimos eran de esmeralda, cuyos racimos eran jacintos rojos.

Cuando Salomón subía a su trono, ponía los pies en el escalón inferior y el trono comenzaba a dar vueltas rápidas como las que dan las ruedas de un molino, las águilas y pavos reales extendían sus añas; los leones alargaban sus patas y golpeaban el suelo con sus rabos. Y esto sucedía en cada escalón que pisaba Salomón. Al llegar a lo más alto, las águilas cogían la corona que estaba encima de las palmeras y la ponían sobre la cabeza de Salomòn. Entonces el trono daba la vuelta y las águilas, pavos reales y leones inclinaban la cabeza ante Salomón y exhalaban desde su interior almizcle y ámbar. Luego una paloma de oro que estaba posada sobre una columna de piedras preciosas, le entregaba la Tora. Salomón la abría, la leía a la gente y los llamaba para administrar justicia.”

Pero la cosa no paró en eso y, admirado, Salomón le ordenó que le hiciese una ciudad para llevar con él y extenderla donde fuese.

Y Sajr lo hizo, se inventó una ciudad completa y portátil, con tantos alcázares como eran las tribus de Israel y casas en sus interiores, con un salón transparente para los sabios y jueces, y un palacio recubierto de piedras preciosas, cristales y lleno de estatuas y pinturas para Salomón. Aunque cabría señalar que ambas ciudades fueron construidas sólo con palabras, sobre los cimientos de la imaginación.

El cuadro total, incluida la ciudad portátil, concebido dentro de un torbellino de movimiento y color, constituye una muestra de arte efímero monumental, de verdadera arquitectura de sonidos y de aire. Y justo por estar cimentada y delineada por las palabras es que se ha conservado intacta y sin necesidad de restauración alguna a pesar del tiempo transcurrido.

Mientras estas ciudades descritas en la literatura no fueron ni pretendieron ser una realidad urbanística, en el caso de la obra narrativa de corte arábigo de Alberto Ruy Sánchez, una capital palpable, Mogador, con sus realidades fantásticas, inobjetable en su contundencia, es la que ha dado pie al nacimiento de una escritura volátil, rebelde, ceñida por un cuerpo duro de músculos aunque siempre maleable.

En sentido estricto –si es que el calificativo cabe al hablar de la considerada por Ruy Sánchez como "prosa de intensidades"–, Cuentos de Mogador es una antología de imágenes visuales y táctiles, una gráfica de temperaturas y sensaciones corporales más que una colección de historias con un principio y un final definido. Los cuerpos que se desenvuelven dentro de las escenas de Ruy Sánchez son humanos pero se descubren también como objetos mágicos, telúricos arquitectónicos y urbanísticos.

No es casual que Luce López Baralt iniciara un ensayo sobre el libro Los nombres del aire, describiendo lo que sucede en el "fondo más recóndito del Hammam",(2) ese espacio de espacios donde el cuerpo humano desnudo se va revistiendo poco a poco con distintas atmósferas de vapor y luz, con los colores y temperaturas del agua y el sudor hasta alcanzar el desbordamiento erótico. Y es que el cuerpo múltiple que toman, no de forma lineal sino circular, envolvente, las prosas narrativas y poéticas de Alberto Ruy Sánchez, es el reflejo de las descripciones abarcadas por las mismas.

El Hamman, como la "prosa de intensidades" de este autor, más que historiar el desenvolvimiento de una trama recubre apenas la piel y las vivencias íntimas de los personajes –insisto, no sólo humanos– para enseguida penetrarlas ante los sentidos del lector, testigo y partícipe de una incursión en la sexualidad prácticamente ilimitada. La ductilidad del lenguaje usado por el autor, ya se entiende, ocupa un sitio fundamental en esta práctica de seducción literatia que son las historias de Fatma y de su ciudad, Mogador.

Sobre esta forma de concebir la literatura, Alberto Ruy Sánchez escribía hace tiempo en su prólogo a Trama de vientos, del jalisciense José Martínez Sotomayor:

“La intensidad es un modo de la relación que el hombre tiene con el mundo y con él mismo. Nietzshe consideraba que el hombre, su ser, podía tener tonalidades altas y bajas, y que cada quien debería buscar vivir de tal manera que tenga las más altas (...) Para Pierre Klossowski, las tonalidades del hombre son fluctuaciones de intensidad, pero de tal manera que la tonalidad más alta, o sea el sentimineto más elevado, está formado por altas y bajas en la intensidad. Esto es para nosotros muy importante pensando en la prosa de intensidades o prosa poética, al considerar que uno de los rasgos fundamentales de la poesía es el ritmo, pero no sólo el de la métrica sino el de todo el movimiento de las palabras y sus imágenes.”(3)

Seducción y obsesión son palabras que Ruy Sánchez aplica al referir en el último texto incluido en este libro, entresacado del boceto autobiográfico ARS de cuerpo entero, el primer contacto que tuvo con la ciudad marroquí de Mogador. Mogador, cuerpo rocoso amurallado, isla, arena en cambio incesante, se convirtió a partir de su conocimiento en algo irrenunciable para los sentidos y el intelecto del autor. En ella se concentran, para Ruy Sánchez, la fantasía de lo ancestralmente nuevo, pero también los recuerdos de la infancia inmemorial. Juego de espejos: juego de juegos.

La literatura, su ejercicio pausado pero también la vida que gira alrededor de su gozo, ha sido para Alberto Ruy Sánchez la esencia de una aventura apasionante. Esto se nota en sus ensayos periodísticos, en sus fabulaciones medievales y, con mayor nitidez y enigma, dentro del universo a escala que ha edificado en los Cuentos de Mogador.

*Prólogo al libro Cuentos de Mogador, de Alberto Ruy Sánchez, publicado bajo el sello editorial de la Dirección General de Publicaciones del CNCA, serie "Lecturas Mexicanas", núm. 89, México, 1994, 92pp.

(1) Citado por María Jesús Rubiera: La arquitectura en la literatura árabe. Madrid, Editora Nacional, 1981.

(2) Cfr. Luce López Baralt, "El simurg de Alberto Ruy Sánchez". México, Vuelta número 153, febrero de 1988.

(3) José Martínez Sotomayor: Trama de vientos. México, EOSA, 1987. p. 27. Edición e introducción de Alberto Ruy Sánchez. Incluido posteriormente en Diálogos con mis fantasmas, México, Unam, 1997. 262 pp.

Héctor Perea





"La joven, curiosa, con expresión ingenua, se aproximó al coche. Libró los últimos obstáculos. Las hierbas rozaban sus piernas, le hacían cosquillas en la piel, le producían distintas sensaciones. Y en un momento dado, después de extender su mano por segunda vez, un paso torpe, producto de la distracción que le provocaban las miradas de aquellos hombres concentrados en su cuerpo, con brazos arremangados y descalzos --para no manchar los zapatos de marca--, la hizo caer sobre el lodo. De inmediato, tropezando unos con otros, los tres corrieron a ayudarla. Manchada de los muslos, las nalgas y las manos, la joven, ruborizada, se dejó levantar. El vestido, pegado a sus piernas, se había sobrepuesto como otra piel; y dibujaba con precisión la figura femenina. Los hombres la habían tomado de muchas partes para levantarla y ella, nerviosa por la caricia múltiple, había sentido algo apenas traslucido por sus ojos pero que los pezones endurecidos y moldeados bajo el vestido no dudaban en mostrar. Como también sus labios. Los tres la vieron directo a los ojos. Luego miraron los pezones y su cuerpo entero. Y la volvieron a cubrir de manos bajo el recorrido atento, moroso de la cámara.
Clara se volvió hacia Marta, quien boquiabierta seguía la escena de la televisión. Pedro también la miraba, de perfil; y seguía la película de reojo. Silvia lo veía a él mirando a Marta. Otro embebido en las tomas era Mauricio. Éste y Marta coincidieron de pronto, sin verse, en dar un trago largo a sus whiskys. Y Luis
aprovechó para girar con disimulo y meter la mano bajo el vestido de Clara, quien sonrió como la chica de la tele. Se levantó, ofreció la mano a Luis y ambos se
perdieron en la penumbra rumbo a la pista de baile del fondo, que permanecía cubierta por cortinas densas, impenetrables a la vista desde fuera. Mauricio los
observó con atención mientras se perdían en la penumbra, con el vaso en los labios. Luego volteó hacia Marta, que ya lo miraba. Notó otros ojos sobre su rostro y giró hacia la derecha. Pedro analizaba cada uno de sus movimientos, divertidísimo, como si Mauricio fuera un insecto atrapado en la red del entomólogo; levantó el vaso y le propuso un brindis sin palabras. La luz que provenía de las pantallas, variable e inaprensible como las escenas ya bastante caldeadas, coloreaba los líquidos y lo poco que aun quedaba de los hielos iniciales. Los dos brindaron y sonrieron, pero con dos distintos ánimos y diferentes muecas. Dos parejas más pasaron junto a Mauricio. Sintió el roce de uno de los vestidos, ligerísimo como el de Silvia, al tiempo que una mano apretaba con suavidad la suya y lo invitaba a seguirla. Miró las piernas desnudas y la tela que apenas cubría la parte superior de los muslos. Se dejó atraer por la mano. De pie, siguió el camino de los otros hasta desaparecer en la oscuridad con su amiga."

Héctor Perea
Frasco de suspiros












No hay comentarios: