Heinz Piontek

El vado

Las enredaderas aprisionan las rodillas y la pantorrilla
En el punto menos profundo.
Cercanas nubes se agitan en el agua
En medio de un vacilante susurro.

Trato de caminar mientras observo
Cómo la corriente atenaza mis miembros.
Nunca había latido tan presuroso mi corazón,
Semejando los zumbidos de un mosquito.

Las ranas se dispersan asustadas
Bajo las plantas de mis pies.
Un resabio putrefacto
Surca el aire continuamente.

¿Podré hallar la orilla
Sin la ayuda del vado?
Tropiezo, salto,
Ansío escapar. 

Heinz Piontek



La última agonía

Amo y odio. ¡Ah, nunca preguntes por qué!
Odio y amo, y eso es todo lo que sé.
¡Veo que es una locura, pero siento que es una pena!

Heinz Piontek



"No obtuvo respuesta. El camarero nos trajo la copa mientras fruncía su ceja derecha en un gesto de clara desaprobación.
-¿Cree que estoy borracho? –preguntó Taubner. Pero cuando me siento ante el volante mis reflejos son felinos. En realidad, desaprobar la velocidad sería como tener un accidente, ¿no cree?
-En ese caso, yo no estaría sentado aquí ahora.
-Todo eso puede ser muy interesante –terció Taubner- pero no nos interesa –puntualizó airadamente. -Mi esposa sabe que soy un conductor seguro. Mucha la gente lo sabe, todos menos la policía.
-¿La policía? –repitió la joven con una media sonrisa.
-Sí, la policía, aseguró Taubner. Ellos no saben nada de cómo se debe conducir.
-Probablemente nunca aprenderán –dijo la joven, riendo a carcajadas y terminando así la conversación.
Taubner no podía dejar de escuchar estridentes voces en su cabeza. Algunas trataban de calmarlo, pero otras lo recriminaban abiertamente –sabía que no tenía argumentos en contra. Golpeó con fuerza la mesa y luego se quedó en silencio. Las voces se habían vuelto tan monótonas que ya no las escuchaba. ¿Cuánto tiempo duró ese ruidoso silencio? De repente, sintió su cuerpo enardecido y aletargado, poco a poco fue recuperando la conciencia, miró a su alrededor y buscó a tientas con las manos. La puerta principal, la puerta del aparcamiento. Siempre había alguna puerta que abrir. Abrió poco a poco, pero no encontraba el interruptor de la luz, así que se quedó un instante indeciso en el pasillo. ¿Qué debo hacer? En la sala de estar alguien hablaba en voz baja, sonaba como un sollozo. Ella está llorando y se sintió extrañamente afortunado y airado, asió el pomo de la puerta. Encontró dos hombres uniformados y un civil. Los miró con frialdad. Se quitó el sombrero y lo sostuvo en la mano como si pidiera algo.
-¿Hubert?
-Sí, soy yo. La habitación olía a limón y gasolina. El guardabarros del coche estaba abollado y había rastros de sangre sobre la pintura dañada. Lo limpió todo cuidadosamente con un pañuelo, mientras los tres hombres se acercaban a él."

Heinz Piontek
Con un coche negro



Yo, Antonio Pavlovich (Chéjov)

Simulo salud,
limpio mis quevedos,
observo a los incurables.

Como el único de mi gremio,
vi lo blanco en los ojos de los deportados,
anoté gritos, heridas por los garrotazos,
la fuente de calor de la luna
en la superficie helada de Sachalin.

Que Dios fortifique mi memoria:
pues ¿no escribo ya de nuevo
sobre muchachas aburridas de sí mismas,
sobre bribones malcriados, sobre imbéciles
verdes o grises?

¿Y no tengo pensado
escribir próximamente
sobre una campiña llena de cerezos?

Estas listas de nombres, indicaciones
de fincas, que
remito al teatro.

La verdad
no debe llamar la atención,
realizo grandes pausas
entre las palabras.

Así, sudando,
me gano la vida con piezas fracasadas.

Cuando los viejos me alaban,
entonces es a falta de algo mejor;
los jóvenes se burlan de mis guantes
blancos, ellos quieren
ver sangre.

Ya los escucho
alrededor del
hoyo abierto:
“Ay, si no hubiera sido
tan vacilante”.

Como si desde el comienzo
no hubiera protestado
contra la mentira. (*)

(*) “Como si no hubiera protestado toda mi vida contra la mentira”, declaración oral de Chéjov. (Nota de H. Piontek)

Heinz Piontek












No hay comentarios: