Mercedes Pinto

Cumbre

Tengo un enorme orgullo de todas mis acciones
y venero los pasos que he dado en el camino.
Los admiro uno a uno,
me exalto al recordar,
y todos los daría de volver a empezar… 

Es tanto lo que adhirió la gesta de mi vida,
que aquellos que la ignoran
me inspiran compasión.
Me desconocen —pienso, —mas si me conocieran,
las gentes me darían
hueco en su corazón… 

Porque ignoran mi siembra de flores en las rocas;
las fuentes de agua clara que me dio el arenal…
La negación estéril perdió forma en mi mano,
y apagando el infierno
sembré un rubio trigal…! 

Hoy descanso adorando mi recuerdo en las horas…
A las gentes procuro enseñar lo que “es ser…”
No miro más paisajes que el mar de las estrellas,
y no leo más libros que vidas ejemplares:
de Cristo y Mahatma Gandhi…
…de Simón Radowitzki y Sacha Yegulev…

Mercedes Pinto Armas




Desde el avión

A MIS HERMANOS TODOS LOS EMIGRANTES

Ya no hay largas distancias,
ya no hay mares azules y extensos
donde se ahogan los cantos perdidos
de los marineros.
Ya no existen montañas silentes
cerrando horizontes,
como negras murallas gigantes
que forman fronteras y separan mundos…
Ya se acortan los caminos largos,
resecos y crueles, por donde se alejan los seres queridos,
¡madre, novia, casa…! ¡Ya no estamos lejos!
¡La ruta celeste siempre estará abierta!
¡Nos dormimos niños, soñando en un viaje,
cabalgando,
en las verdes crestas de un fugaz relámpago!

Mercedes Pinto Armas



"Corre, tren, corre sobre mi pena; oscurece mi dolor con tu humo negro como la cabellera del demonio, aleja de mi alma el drama entero de mi existencia rota, de mi presente de lucha, de mi porvenir incierto… Corre, tren, y con el ruido espantoso de tus cadenas y de tus brazos ciclópeos de hierro, evita que se forjen los pensamientos en mi cerebro, y patea, desgarra, pulveriza los recuerdos de trágica odisea que me enloquecen, y que a mi alma primitiva, sencilla, ingenua,

torturan con las pesadillas reconstructoras de lo pasado… (heridas, sangre, gritos, insomnios dolorosos, un soñar de calentura que aplasta mi sana complexión bajo su peso…).

En lontananza se va quedando el manicomio con sus torrecitas altas, y sus pabellones iguales pintados de blanco y rojo —huesos y sangre me semejan—.

Y yo sola, enlutada, con un luto triste porque es el que en la vida se lleva por uno mismo, miro a las lejanas torrecitas bajo cuyas techumbres se queda Él y me parece sentir aún las estridentes risas y las voces incoloras que he dejado. Y miro el porvenir y veo las piedras de mi hogar rodando clamorosas río abajo, río abajo… […]

[…] ¡anatema sobre vosotros los cobardes que no levantasteis la voz para defenderme! ¡Sobre vosotros y sobre vuestros hijos recaiga mi dolor —¡todo el amargo manantial de mi dolor!— y el hambre y la sed, y los insomnios torturantes, y todo el cruento palpitar de mis tremendas y apocalípticas horas de soledad!

Por los hombres cobardes abandonaré mi hogar y mi patria: por aquellos hombres miserables y ruines que se envolvieron el alma con túnica de mujerzuelas para recibir al infeliz demente con sonrisas melifluas, y lanzar a sus espaldas murmuraciones e intrigas miserables; perderé tal vez cuanto tuvo mi calor y fue mío. Por aquellos médicos que mintieron certificados de salud a un enfermo, cometiendo un acto delictivo, por no exponerse a las iras de Él, o a las de la «mano predestinada y trágica» que va tras Él, quedará tal vez mi fama en entredicho, y sobre las cabecitas de nuestros hijos flotará una sombra indecisa. Anatema, anatema sobre aquellos que impulsaron mi vida hacia caminos desconocidos; anatema sobre los que desarraigaron mis pies del adorado suelo en que nací… Anatema mil veces sobre los hombres ruines que no supieron levantar la voz viril para defender mi verdad. Y cuando los que yo adoro mueran lejos de mi lado y cuando el suspiro último de mi madre se exhale en la soledad, sin que sus ojos recojan la luz de los míos, el eterno anatema de mi alma enorme recaiga sobre los cobardes, los traidores, los malvados, que por no perder la amodorrante paz de su vivir, acallaron sus voces, contentándose con escuchar pacientes las alucinaciones de que el infeliz Él esmalta su existencia, y viendo maliciosos y pérfidos cómo mi porvenir se ensombrece, quedando sólo a la débil merced de mis manos.

Pero, ¡oh!, sociedad rastrera que haces esto conmigo, ¡no importa! Que en mi alma de mujer existe la semilla heroica que vuestros padres no pudieron sembraros y sobre la cadena de los dolores, tal vez el tiempo corone un día las sienes pálidas, que vosotros, indiferentes a mi agonía, ¡supisteis taladrar…!"

Mercedes Pinto
Él



El emigrante

¿Sabes para qué vengo hasta tus playas?
¿Sabes por qué atravieso la distancia
que separa mis montes elevados
de tus valles fecundos…?
No es en busca de gloria ni riquezas,
ni a conquistar la fama, a lo que llego:
es a algo más humilde,
que olvidaron los grandes y los fuertes,
pero que yo preciso
para el aliento de la vida mía,
porque es soplo vital que la sostiene,
y luz y sombra, y la existencia misma
que sin ella no importa ser vivida!
¡Busco un alma! ¿Me escuchas…? ¿busco un alma
delicada y sutil; alma tan suave
como el consuelo de la tibia mano
como la seda del “clavel del aire”
como la pluma del pichón tremante…!
¡Alma que sienta del respiro mío
la vibración sutil en el espacio,
y adivine en alerta continuada,
si el suspiro es de risas, o es de lágrimas…!
Un alma que comprenda las palabras
que en mi boca no puedan dibujarse,
y sienta el fuego de un ardiente beso
antes de que se asome entre mis labios…!
De buscar esa alma por la tierra
tengo los pies llagados, y las manos
endurecidas de azotar las ramas
de los almendros cuando están floridos,
de los rosales cuando dan las rosas […]
…¡Por eso abandoné los altos montes
en los bosques espesos, por los valles
de tu patria lejana! ¡Por si acaso
el alma compañera de la mía
está entre las flores de tus huertos blancos
bañados por la luz de la mañana,
o la encuentro en gaviota convertida
oculta entre las peñas de tus mares,
y podrá descansar el alma mía
cubierta con las plumas de sus alas…!

Mercedes Pinto Armas



"[…] Entre los amigos de que primero hago memoria hay un señor joven, de barba muy rubia, con el cabello plateado sobre las sienes y los ojos azules. Este señor era director de un periódico de mi país, y había sido muy amigo de mi padre, según me decían. Venía a casa con cierta frecuencia, y siempre con dos o tres señores elegantes, que a mí me parecían de gran autoridad, que me tomaban en sus brazos, pasándome de mano en mano, haciéndome preguntas y quitándome el cabello de sobre la frente, exclamando: —¡Es la misma cara! ¡Cómo se le parece! ¡Qué lástima que esta criatura no haya sido varón…! Un día me llevaron al Ateneo, y me enseñaron muchos retratos, que había colgados de las paredes, de señores muy serios, con trajes antiguos y uniformes muy raros. El periodista me preguntó: —¿Cuál de estos es tu papá?—y yo, levantando mi mano, señalé el retrato de un señor de barba… Entonces me tomaron en brazos, me besaron mucho, y el periodista sacó el pañuelo y se lo pasó por la cara como si llorase. Yo puedo decir ahora que no sé absolutamente por qué señalé aquel cuadro, pues ya no recuerdo cómo era mi padre, y además era aquel un retrato muy malo, hecho por un aficionado del pueblo. Pero es de suponer que alguna sugerencia levantó en mí aquella figura pintada, o que en algún sentido la uní, tal vez inconscientemente, a mi ya muerta remembranza del caballero y el libro de estampas. Al regresar a casa, los señores aquellos le dijeron a mi madre que yo tenía un talento asombroso, repitiendo nuevamente en distintos tonos «¡que era una gran lástima que yo no fuese varón…!» Por entonces cumplí cinco años. Tengo que hacer notar la circunstancia de que aquellos señores y otros que también fueron amigos y admiradores de mi padre, al visitarnos o encontrarnos en la calle, no se preocupaban lo más mínimo de mi hermana, contentándose con darle unos golpecitos en la cara y sin que al parecer les diera lástima ninguna «el que ella no hubiera sido varón…» En cambio, yo estaba muy orgullosa con mi parecido, con mi frente tan ancha, «igual a la de él», que inducía a los amigos a regalarme y mimarme más… También me iba penetrando poco a poco «de que yo tenía mucho talento», cosa que ya no me satisfacía tanto, pues aunque no sabía en lo que consistía ni lo que significaba, servía sin duda, por lo pronto, para que mi madre me lo recordase continuamente, mezclándolo con enojosas reprimendas: ¡Parece mentira que una niña de talento como tú se ensucie con tanta frecuencia los vestidos…! […]

[…] Hay que mentir, siempre mentir. ¿Dónde se ha ido mi carácter veraz que contaba hasta el menor de mis pensamientos…? Murió hace tiempo la chiquilla alegre que decía todo lo que le ocurría, lo que deseaba y lo que sentía…se deshizo mi impetuosidad…Se aventó como polvo la fortaleza, la expansión, la leal y bella franqueza de mi sentimiento… Mentir…Siempre mentir…

No decirle a Él que mi madre ha venido…No contarle que un niño se dio un golpe…Ocultarle la frase de la amiga, la enfermedad de la sirvienta, el nacimiento de los gatitos que se apretujan confiados contra la panza gris de la gata en el rincón oscuro de la carbonera…De todo puede venir un disgusto, una discusión un enredo…

El asunto baladí toma de pronto caracteres de catástrofe. La cosa más pequeña se agiganta monstruosamente en el horizonte de mi vida, cargada de electricidad…Disimular, callar, mentir…Ese es mi único y posible programa. […]

Mercedes Pinto Armas
Ella


¿Los animales tienen alma?

Vivía yo en Tenerife, en una hermosa casa, con un jardín extenso, con árboles frutales y un laurel que parecía el patriarca del huerto, por viejo, por enorme y frondoso, con follaje continuamente renovado, espeso y protector de eterna sombra, con ramas verde oscuro que penetraban por la ventana de mi escritorio y se quedaban repicando en los cristales cuando yo la cerraba y me hacían sonreír con su terco sonido, como deseando entrar y tocar mis cabellos como lo hacían cuando yo me sentaba junto al balcón abierto…

Los pájaros de todos colores piaban y cantaban en el laurel frondoso, cuando una tarde vimos caer en el piso del cuarto un lindo pajarito amarillo, que se dejó tomar por mis manos dando ligeros estremecimientos… Mis niños acudieron y notamos que el pájaro tenía una larga espina atravesando la patita izquierda… Nos quedamos atónitos y yo dispuse una curación rápida. Saqué la espina lavando la herida con agua boricada y lié toda la patita con una ligera gasa. Acosté al animal en una cestita con algodones y puse todo sobre el alféizar de la ventana, sujetando la pequeña cestita a una de las ramas del árbol para que el animalito se sintiese libre al aire y al sol… En una farmacia me dieron luego un líquido rojo que me dijeron era yodo en mínima reducción y todos los días curé la herida con aquel líquido que por cier to, manchó de rojo la punta de un ala del enfermo pajarito.

En la cestita pusimos siempre migas de pan y alpiste y, poco a poco, el pájaro fue enderezándose, piando y reponiéndose, hasta que un día voló de la cestita y desapareció.

Pero, ¿cuál no sería mi asombro y la loca alegría de mis niños, cuando vimos que el pajarito enfermo, todavía con el ala teñida de rojo, venía trayendo pajas que colocaba en la cestita donde había pasado su enfermedad que aún estaba allí, atada a la verde rama de laurel, como si estuviera esperando…? Porque el pájaro de la patita herida, no era «pájaro» sino «pájara» y, en su cama de enferma, fabricó su nido y allí puso cuatro diminutos huevecillos. Allí una pareja de amor incubó a sus hijos, como una ofrenda a la mujer que un día le dio ternura y curación…

Los pajaritos nacieron «dando con el ala en los cristales», como en el poema del divino Gustavo Adolfo Bécquer… y cuando los vaivenes de mi vida me llevaron de aquella casa y de la Isla amada, mis hijos y yo nos preguntábamos con emoción: «¿Se acordará la pajarita de nosotros, como la recordamos a ella…?». Yo los apretaba contra mi corazón y les aseguraba que sí, que entre las ramas del jardín lejano, nuestras almas estarían siempre jugando con los pájaros…

Mercedes Pinto Armas




Más alto que el águila

Grilletes en los pies, venda en los ojos;
prohibidas la acción y la palabra;
en las puertas fortísimos cerrojos
y castigo ejemplar al que las abra…

No poder expresar con el acento
lo inmenso de un amor avasallante;
envejecer el cuerpo macilento
sin realizar tu anhelo un solo instante…

Todo eso puede, y mucho más, hacerte
el que sobre tu ser manda e impera;
¡siempre sobre la “mano”, por más fuerte,
ha de poder la “garra” de la fiera…!

Porque el cuerpo es esclavo; la materia
dócil se dobla al brazo del tirano;
por eso podredumbres y laceria
hacen su nido sobre el cuerpo humano…

Mas en esa materia hay un sagrario,
foco de luz espléndido y divino,
¡rayo de sol que cruza temerario
rasgando las tinieblas del camino…!

Se llama ese sagrario “el pensamiento”,
que quiere y que aborrece, el “alma”, en suma
¡libre como los pájaros y el viento!
¡cual se remonta el Sol sobre la bruma!

Podrán tu cuerpo aprisionar feroces,
tu boca amordazar como a las fieras,
¡pero no te podrán quitar los goces
de pensar y adorar lo que tú quieras!…

¡Bendito sea el pensamiento humano!
¡Por los siglos sin fin, bendito sea…!
¡que por cima del déspota inhumano
el espíritu, libre, vuela y crea..!

Y venciendo crueles opresores,
inmaculado siempre y siempre fuerte,
porque le dan más savia los dolores
y triunfa del martirio y de la muerte,
mientras la “garra” la materia oprime
y el cerebro con rabia pulveriza,
para matar la idea que redime
—vencida la materia en esta liza—,
el pensamiento escapa victorioso
y de espacios más grandes vuela en pos;
en un valiente impulso luminoso,
va más alto que el águila… ¡hasta Dios!

Mercedes Pinto Armas




Rebelión

Ven y dame tu mano, que en la mía
será como de bronce,
y así fundidas
romperemos el mundo, si en el mundo
vallas levantan manos enemigas.

¡Iremos muy erguidas las cabezas,
con Cupido en los brazos, hecho carne,
para decirles,
a los sordos y ciegos de la Vida,
que deshicimos torres de prejuicios
golpeando con las frentes en las piedras;
que quitamos las uñas a las garras
de los buitres rastreros,
y libertados,
hicimos mariposas con las hojas
de las leyes antiguas,
y juguetes a nuestro Cupidillo,
con las viejas argollas
de las cadenas de la Tierra…!

Mercedes Pinto Armas



“Ven y dame tu mano, que en la mía
será como de bronce, y así fundidas
romperemos el mundo, si en el mundo
vallas levantan manos enemigas.”

Mercedes Pinto Armas



"Yo huí por los caminos de la vida y no sabía adónde. Sólo sabía que llevaba conmigo un equipaje de amores inocentes y más puros que nardos en capullos, y no me daba cuenta de que sus labios de coral y rosa me pedirían pan…"

Mercedes Pinto Armas
Él



"[…] Yo sé, señores, que esta enfermedad pueden llevarla en sí lo mismo los hombres que las mujeres, pero yo soy mujer y vengo a hablar por ellas. Los hombres casados con una enferma de este género lo tienen todo a su favor: «Pobre hombre —dicen— la mujer es insoportable, es celosísima, es rabiosa, es una fiera; debe estar chiflada, porque hace cosas muy extrañas»....Por fin el marido, acompañado del asentimiento y la conmiseración de los amigos, de sus criados y del mundo, toma a la esposa y la lleva a una casa de salud, o la entrega a sus padres, quedándose él con los hijos, porque la mujer «no anda bien de la cabeza». 

Así dicen; y no andar bien de la cabeza es tener celos infundados de un marido intachable, es el enfadarse sin causa, es hacer del hogar una molestia continuada, etc., etc. El hombre pues, está ya liberado…….

¿Cómo va un médico que examina la sangre y el pulmón de un hombre a saber que en no lejano día el negro sadismo se levantará cruel y silencioso entre las sombras de la alcoba nupcial? ¿Cómo puede el médico adivinar las torturas a que la infeliz esposa va a verse sujeta? ¿Cómo la verán sus ojos de doctor y humanista con los dedos retorcidos y la garganta doblada bajo las presiones y las mordidas que han de dar al sádico el esperado goce? .... Las infinitas crueldades que un enfermo del cerebro puede desarrollar en el matrimonio sólo puede concebirlas la mente más exaltada, los celos más insospechados, las manías más torturantes, los insomnios más tétricos, las bajezas más bochornosas… 

Y eso, todo eso que parece ha de ser causa de divorcio, no lo es ni puede serlo, puesto que el Código aprecia como motivo de divorcio aquellos golpes de naturaleza tal que pudieran haber causado la muerte, y una cantidad de testigos que no sean de la familia, ni sirvientes, sino personas de fuera de la casa que hayan presenciado los hechos. De manera que todas las violencias, las torturas y los horrores incontables por asquerosos o brutales que contra su esposa pueden ocurrírsele a un paranoico, no son nada ante las leyes; tiene que esperar que le peguen un tiro… (y no la acierten) para que los jueces piensen que si le acierta… ¡se hubiese quedado en el sitio! Y por lo que se refiere a los testigos, desde luego comprenderéis lo imposible de que ciertos martirios, generalmente de alcoba y nocturnos, tengan testigos, por que no es costumbre que los amigos estén en la habitación a esas horas, y si la esposa grita, ya tendrá cuidado de no volver a hacerlo porque el marido lo impedirá, del modo que pueda, pero lo impedirá. 

Además, todo el ambiente que ayudó al esposo de la enferma, al recluirla en un manicomio, o enviarla con su familia, quedándose él con sus hijos, ambiente que le harán también las mujeres que se pondrán de parte del marido, le faltará seguramente a la esposa al tratar de hacer lo mismo. Por regla general, pocas veces llega al público el verdadero aspecto de la horrible verdad.... Un señor discutidor, suspicaz, dispuesto a agriar las conversaciones con frases molestas y hasta llegando alguna vez a una agresión, no es para los ojos de los extraños más que un hombre de mal carácter, o tal vez cuando más «un señor raro»; pero esas gentes ven las cosas de lejos, no saben los disimulos, las suspicacias y los engaños con que esos hombres que no son raros, sino sencillamente enfermos, llegan a ocultar al público completamente las espantosas negruras de su hogar. 

Esa locura engañadora, que lleva generalmente al que la padece a ver en los demás maldad y refinada malicia, desprestigia a la esposa del loco, por regla general, y a las iras de éste se les llamará «mal carácter», y a su sadismo exageraciones de la esposa que comprende mal las expansiones de un apasionado, y a sus celos les llamarán «exceso de amor», si es que no —¡lo que desgraciadamente ocurre!—, se vuelve la opinión en contra de la esposa, y dicen que algo habrá en ella cuando él la cela. ¿Qué ayuda puede darnos la justicia? Ninguna; porque la locura por sí no es causa de divorcio. […]"

Mercedes Pinto Armas
El divorcio como medida higiénica 1923














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