Nicomedes Pastor Díaz

A la Luna

Desde el primer latido de mi pecho,
Condenado al amor y a la tristeza,
Ni un eco a mi gemir, ni a la belleza
                    Un suspiro alcancé:
Halló por fin mi fúnebre despecho
Inmenso objeto a mi ilusión amante;
Y de la luna el célico semblante,
                    Y el triste mar amé.

El mar quedóse allá por su ribera;
Sus olas no treparon las montañas;
Nunca llega a estas márgenes extrañas
                    Su solemne mugir.
Tú empero que mi amor sigues doquiera,
Cándida luna, en tu amoroso vuelo,
Tú eres la misma que miré en el cielo
                    De mi patria lucir.

Tú sola mi beldad, sola mi amante,
Única antorcha que mis pasos guía,
Tú sola enciendes en el alma fría
                    Una sombra de amor.
Sólo el blando lucir de tu semblante
Mis ya cansados párpados resisten;
Sólo tus formas inconstantes visten
                    Bello, grato color.

Ora cubra cargada, rubicunda
Nube de fuego tu ardorosa frente;
Ora cándida, pura, refulgente,
                    Deslumbre tu mirar;
Ora sumida en soledad profunda
Te mire el cielo desmayada y yerta,
Como el semblante de una virgen muerta
                   ¡Ah!. .. que yo vi expirar.

La he visto ¡ay, Dios! . . . Al sueño en que reposa
Yo le cerré los anublados ojos;
Yo tendí sus angélicos despojos
                    Sobre el negro ataúd.
Yo solo oré sobre la yerta losa
Donde no corre ya lágrima alguna . . .
Báñala al menos tú, pálida luna...
                   ¡Báñala con tu luz!

Tú lo harás... que a los tristes acompañas,
Y al pensador y al infeliz visitas;
Con la inocencia o con la muerte habitas:
                    El mundo huye de ti.
Antorcha de alegría en las cabañas,
Lámpara solitaria en las rüinas,
El salón del magnate no iluminas,
                   ¡Pero su tumba ... sí!

Cargado a veces de aplomadas nubes
Amaga el cielo con tormenta oscura;
Mas ríe al horizonte tu hermosura,
                    Y huyó la tempestad;
Y allá del trono do esplendente subes
Riges el curso al férvido Oceano,
Cual pecho amante, que al mirar lejano
                    Hierve, de tu beldad.

Mas ¡ay! que en vano en tu esplendor encantas;
Ese hechizo falaz no es de alegría;
Y huyen tu luz y triste compañía
                    Los astros con temor.
Sola por el vacío te adelantas,
Y en vano en derredor tus rayos tiendes,
Que sólo al mundo en tu dolor desciendes,
                    Cual sube a ti mi amor.

Y en esta tierra, de aflicción guarida,
¿Quién goza en tu fulgor blandos placeres?
Del nocturno reposo de los seres
                    No turbas la quietud.
No cantarán las aves tu venida;
Ni abren su cáliz las dormidas flores:
¡Sólo un ser . . . de desvelos y dolores,
                    Ama tu yerta luz! . . .

¡Sí, tú mi amor, mi admiración, mi encanto!
La noche anhelo por vivir contigo,
Y hacia el ocaso lentamente sigo
                    Tu curso al fin veloz.
Pásarte a veces a escuchar mi llanto,
Y desciende en tus rayos amoroso
Un espíritu vago, misterioso,
                    Que responde a mi voz. . .

¡Ay! calló ya... Mi celestial querida
Sufrió también mi inexorable suerte...
Era un sueño de amor, . . .Desvanecerte
                    Pudo una realidad.
Es cieno ya la esqueletada vida;
No hay ilusión, ni encantos, ni hermosura;
La muerte reina ya sobre natura,
                   ¡Y la llaman . . .VERDAD!

¡Qué feliz, qué encantado, si ignorante,
El hombre de otros tiempos viviría,
Cuando en el mundo, de los dioses vía
                    Doquiera la mansión!
Cada eco fuera un suspirar amante,
Una inmortal belleza cada fuente;
Cada pastor ¡oh luna! en sueño ardiente
                    Ser pudo un Endimión.

Ora trocada en un planeta oscuro,
Girando en los abismos del vacío,
Do fuerza oculta y ciega, en su extravío,
                    Cual piedra te arrojó,
Es luz de ajena luz tu brillo puro;
Es ilusión tu mágica influencia,
Y mi celeste amor... ciega demencia,
                   ¡Ay!. . . que se disipó.

Astro de paz, belleza de consuelo,
Antorcha celestial de los amores,
Lámpara sepulcral de los dolores,
                    Tierna y casta deidad,
¿Qué eres, de hoy más, sobre ese helado cielo?
Un peñasco que rueda en el olvido,
¡O el cadáver de un sol que, endurecido
                    Yace en la eternidad!

Nicomedes Pastor Díaz y Corbelle



A la muerte

Te teneam moriens.
TIB. Eleg. I, lib. I.

Ven a mis manos de la
tumba oscura,
Ven, laúd lastimero,
Do Tibulo cantaba su ternura
Dando a Delia su acento postrimero.
 
Y traeme los ayes encantados
Con que dulce gemía,
Cuando ya con los párpados cerrados
En brazos de su amor desfallecía.
 
Ven, y el son de tu armónico suspiro
Sobre mi arpa vibrando,
Al viento de las ansias que respiro
El fin de mi existencia preludiando.
 
Yo lloraré de un alma solitaria
El insaciable anhelo,
Invocando en mi lúgubre plegaria
El solo bien que me reserva el cielo.
 
Yo ensalzaré tu celestial dulzura,
Muerte consoladora.
Yo cantaré en tus brazos tu hermosura;
Nadie en el mundo como yo te adora.
 
Parece ya que en el dintel sombrío
De la tumba dichosa
Siento exhalarse un delicioso frío
Que el ardor templa de mi sed fogosa,
 
Y que un ángel más bello que mi Lina,
Con semblante risueño,
En féretro de rosas me reclina,
Y el himno entona de mi eterno sueño.
 
«Venid, exclama, a los sepulcros yertos
A terminar los males.
No es ilusión la dicha de los muertos;
La nada es el vivir de los mortales...»
 
Lo sé, lo sé; mas de otro modo un día
Brillante a mis ardores
El campo de la vida se ofrecía
Vertiendo aromas y brotando flores.
 
«Do más placer divise, dije ufano,
Allí está mi ventura.
El ser que me formó no es un tirano,
Y el bien en el gozar puso natura.»
 
«Destiérrese de mí la razón lenta
Y su impotente brillo:
Será mi norte lo que el pecho sienta,
Será feliz mi corazón sencillo.»
 
Dije, y cual ave del materno nido
Lanceme en vuelo osado;
La senda del placer hollé atrevido,
Siempre de sed inmensa arrebatado.
 
Corrí a las fuentes do mi lado ardiente
Beber el bien quería,
Y a su hidrópico afán desobediente
El néctar del deleite no corría...
 
Y corrió por mi mal... y era veneno:
Bebiéronle conmigo:
Crimen en vez de amor ardió en mi seno,
Fui amante inútil y funesto amigo.
 
Denso vapor al fin anubló el alma,
Y en letargo profundo
De quietud falsa, de horrorosa calma,
Dejé los hombres, y maldije al mundo...
 
¡O natura falaz! tú me engañaste
Con pérfida mentira
Cuando en mi débil corazón grabaste
Esa imagen ideal por que suspira.
 
Pasó de mis fantásticas visiones
La magia encantadora.
Destino atroz, no tengo ya pasiones,
Y un solo bien mi corazón implora.
 
Envía sólo un rayo de contento
Sobre mi hora postrera:
Dame un solo placer, solo un momento,
El momento no más en que me muera.
 
Ya que entoldaste siempre mi ventura
Con tan nubloso velo,
Rasga en mi ocaso su cortina oscura,
Déjame, cuando espire, ver el cielo.
 
¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo
Que da la patria eterna,
A la que fue mi patria en este mundo
Volver me deja una mirada tierna.
 
Llévame de mi Landro a los vergeles,
Y allí, muerte piadosa,
Bajo los mismos sauces y laureles
Do mi cuna rodó, mi tumba posa...
 
Apura, o muerte, mi deseo apura,
Y a mis votos te presta.
Lleva a su colmo mi postrer ventura;
Premia un instante una pasión funesta.
 
Propicia a la ilusión que me alucina
Llévame a la que adoro:
Tremola entre los brazos de mi Lina
Tu crespón, para mí bordado de oro.
 
En ellos ¡ay! exánime posando,
Mi rostro al suyo uniendo,
Al compás de su lloro agonizando,
Y sus tardías lágrimas bebiendo,
 
Mis brazos se enlazaran a su cuello,
Que apoyo me prestara
Para esforzar el último resuello
Que en sus labios mi espíritu exhalara...
 
¡Ay! accede al ansiar de un alma triste,
Muerte que anhelé tanto,
Y en vez de esa corona que no existe
Cubra una flor no más tu negro manto...
 
Mas no... no cederás tu poderío,
O destino inclemente,
Y contra el mármol del sepulcro mío
Con furor ciego estrellarás mi frente.
 
Mi tierna juventud, mis padeceres,
Mi llanto no te apiada...
Moriré, moriré, mas sin placeres;
¡Ay! moriré sin ver a mi adorada.

Nicomedes Pastor Díaz y Corbelle




La mariposa negra

Borraba ya del pensamiento mío
De la tristeza el importuno ceño:
Dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
Dulce mi despertar.
Ya en mi pecho era lóbrego vacío
El que un tiempo rugió volcán ardiente;
Ya no pasaban negras por mi frente
Nubes que hacen llorar.
 
Era una noche azul, serena, clara,
Que embebecido en plácido desvelo.
Alcé los ojos en tributo al cielo
De tierna gratitud.
Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
Este mirar de eterna desventura,
Turbarse vi la lívida blancura
De la nocturna luz.
 
Incierta sombra que mi sien circunda
Cruzar siento en zumbido revolante,
Y con nubloso vértigo incesante
A mi vista girar.
Cubrió la luz incierta, moribunda,
Con alas de vapor informe objeto;
Cubrió mi corazón terror secreto
Que no puedo calmar.
 
No como un tiempo colosal quimera
Mi atónita atención amedrentaba,
Mis oídos profundo no aterraba
Acento de pavor;
Que fue la aparición vaga y ligera,
Leve la sombra aérea y nebulosa,
Que fue sólo una negra mariposa
Volando en derredor.
 
No cual suele fijó su giro errante
La antorcha que alumbraba mi desvelo;
De su siniestro misterioso vuelo
La luz no era el imán.
¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
En mis lánguidos ojos abatidos
Ser creí de sus giros repetidos
Secreto talismán.
 
Lo creo, sí... que a mi agitada suerte
Su extraña aparición no será en vano.
Desde la noche de ese infausto arcano
¡Ay Dios!... aún no dormí.
¿Anunciarame próxima la muerte,
O es más negro su vuelo repentino?...
Ella trae un mensaje del destino...
Yo... no le comprendí.
 
Ya no aparece solo entre las sombras;
Do quier me envuelve su funesto giro;
A cada instante sobre mí la miro
Mil círculos trazar.
Del campo entre las plácidas alfombras,
Del bosque entre el ramaje la contemplo,
Y hasta bajo las bóvedas del templo
Y ante el sagrado altar.
 
Para adormir mi frenesí secreto
Cesa un instante, negra mariposa:
Tus leves alas en mi frente posa:
Tal vez me aquietarás...
Mas redoblando su girar inquieto,
Huye, y parece que a mi voz se aleja,
Y revuelve, y me sigue, y no me deja,
Ni se para jamás.
 
A veces creo que un sepulcro amado
Lanzó bajo esta larva aterradora
El espíritu errante que aún adora
Mi yerto corazón.
Y una vez ¡ay! estático y helado
La vi, la vi, creciendo de repente,
Mágica desplegar sobre mi frente
Nueva transformación.
 
Vi tenderse sus alas como un velo
Sobre un cuerpo fantástico colgadas
En rozagante túnica trocadas,
So un manto funeral.
Y el lúgubre zumbido de su vuelo
Trocose en voz profunda melodiosa,
Y trocose la negra mariposa
En genio celestial.
 
Cual sobre estatua de ébano luciente
Un rostro se alza en ademán sublime,
Do en pálido marfil su sello imprime
Sobrehumano dolor,
Y de sus ojos el brillar ardiente,
Fósforo de visión, fuego del cielo,
Hiere en el alma como hiere el vuelo
Del rayo vengador.
 
Un momento ¡gran Dios! mis brazos yertos
Desesperado la tendí gritando.
Ven de una vez, la dije sollozando,
Ven y me matarás.
Mas ¡ay! que cual las sombras de los muertos
Sus formas vanas a mi voz retira,
Y de nuevo circula, y zumba, y gira,
Y no para jamás...
 
¿Qué potencia infernal mi mente altera?
¿De dónde viene esta visión pasmosa?
Ese genio... esa negra mariposa,
¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?...
En vano llamo a mi ilusión quimera;
No hay más verdad que la ilusión del alma:
Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma;
Verdad que la perdí.
 
Por ocultos resortes agitado
Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
Y mi canto otra vez vuela y mi mente
A esa extraña región,
Do sobre el cráter de un abismo helado
Las nieves del volcán se derritieron
Al fuego que ligeras encendieron
Dos alas de crespón.

Nicomedes Pastor Díaz y Corbelle




Llévame de mi Landro a los vergeles
Y allí, muerte piadosa,
Bajo los mismo sáuces y laureles
Dó mi cuna rodó, mi tumba posa.

Nicomedes Pastor Díaz y Corbelle




Mi inspiración

Cuando hice resonar mi voz primera
Fue en una noche tormentosa y fría:
Un peñón de la cántabra ribera
De asiento me servía:
El aquilón silbaba,
La playa y la campiña estaban solas,
Y el Océano rugidor sus olas
A mis pies estrellaba.
 
No brillaban los astros en el cielo,
Ni en la tierra se oía humano acento:
Estaba oscuro, silencioso el suelo,
Y negro el firmamento.
Sólo en el horizonte
Alguna vez relámpagos lucían,
Y al mugir de los mares respondían
Los pinares del monte.
 
Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
Lanzado allá de la terrestre esfera,
Vio que el mundo era un árido vacío,
El bien una quimera.
Nunca un placer pasaba
Blando ante mí, ni su ilusión mentida,
Y el peso enorme de una inútil vida
Mi espíritu agobiaba.
 
Quise admirar del mundo la hermosura,
Y hallé do quiera el mal. De amor ardía,
Y nunca a mi benévola ternura
Otro pecho se unía.
Solo y desconsolado,
Cantar quise a la tierra mi abandono,
Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono
Para un desventurado?...
 
Al destino acusé, y acusé al cielo
Porque este corazón dado me habían;
Y de mi queja, y de mi triste anhelo
Los cielos se reían.
¿Dó acudir?... ¡Ay!... Demente
Visitaba las rocas y las olas
Por gozarme en su horror, llorar a solas
Y gemir libremente.
 
Un momento a mi lánguido gemido
Otro gemido respondió lejano,
Que sonó por las rocas cual graznido
De acuático milano.
De repente se tiende
Mi vista por la playa procelosa,
Y de repente una visión pasmosa
Mis sentidos sorprende.
 
Alzarse miro entre la niebla oscura
Blanco un fantasma, una deidad radiante,
Que mueve a mí su colosal figura
Con pasos de gigante.
Reluce su cabeza
Como la luna en nebuloso cielo:
Es blanco su ropaje, y negro velo
Oculta su belleza.
 
Que es bella, sí: de cuando en cuando el viento
Alza fugaz los móviles crespones,
Y aparecen un rápido momento
Celestiales facciones.
Pero nube de espanto
Tiñó de palidez sus formas bellas,
Y sus ojos, luciendo como estrellas,
Muestran reciente el llanto.
 
Cual manga de agua que aquilón levanta
En los mares del Sur, así camina,
Y sin hollar el suelo con su planta
A mi escollo se inclina.
Llega, calladamente
En sus brazos me ciñe, y yo temblando
Recibí con horror ósculo blando
Con que selló mi frente.
 
El calor de su seno palpitante
Tornome en breve de mi pasmo helado:
Creí estar en los brazos de una amante,
Y... «¿quién, clamé arrobado,
Quién eres que mi vida
Intentas reanimar, fúnebre objeto?
¿Calmarás tú mi corazón inquieto?
¿Eres tú mi querida?»
 
«¿O bien desciendes del elíseo coro
Sola, y envuelta en el nocturno manto,
A ser la compañera de mi lloro,
La musa de mi canto?
Habla, visión oscura;
Dame otro beso o muéstrame tu lira:
De amor o de estro el corazón inspira
A un mortal sin ventura.»
 
«No, me responde con acento escaso,
Cual si exhalara su postrer gemido;
Nunca, nunca los ecos del Parnaso
Mi voz han repetido.
No tengo nombre alguno,
Y habito entre las rocas cenicientas,
Presidiendo al horror y a las tormentas
Que en los mares reúno.»
 
«Mi voz solo acompaña los acentos
Con que el alción en su viudez suspira,
O los gritos y lánguidos lamentos
Del náufrago que espira.
Y si una noche hermosa
Las playas dejo y su pavor sombrío,
Solo la orilla del cercano río
Paseo silenciosa.»
 
«Entro al vergel, so cuya sombra espesa
Va un amante a gemir por la que adora;
Voy a la tumba que una madre besa,
O do un amigo llora.
Pero es vano mi anhelo;
Sé trocar en ternezas mis terrores,
Sé acompañar el llanto y los dolores,
Mas nunca los consuelo.»
 
«Ni a ti, infeliz: el dedo del destino
Trazó tu oscura y áspera carrera.
Yo he leído en su libro diamantino
La suerte que te espera,
A vano, eterno llanto
Te condenó, y a fúnebres pasiones,
Dejándoos sólo los funestos dones
De mi amor y mi canto.»
 
«De ébano y concha ese laúd te entrego
Que en las playas de Albión hallé caído;
No empero de él recobrará su fuego
Tu espíritu abatido.
El rigor de la suerte
Cantarás solo, inútiles ternuras,
La soledad, la noche, y las dulzuras
De apetecida muerte.»
 
«Tu ardor no será nunca satisfecho,
Y sólo alguna noche en mi regazo
Estrechará tu desmayado pecho
Iluso, aéreo abrazo.
¡Infeliz si quisieras
Realizar mis fantásticos favores!
Pero ¡más infeliz si otros amores
En ese mundo esperas!»
 
Diciendo así, su inanimado beso
Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.
Quise gustar su fúnebre embeleso,
Pero huyó de repente.
Voló: de mi presencia
Despareció cual ráfaga de viento,
Dejándome su lúgubre instrumento
Y mi fatal sentencia.
 
¡Ay! se cumplió: que desde aquel instante1
Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
Y en vano a veces mi nocturna amante
Volvió a darme consuelos.
Mis votos más queridos
Fueron siempre tiranas privaciones,
Mis afectos desgracias o ilusiones,
Y mis cantos gemidos.
 
En vano algunos días la fortuna
Ondeó sobre mi faz gayos colores:
En vano bella se meció mi cuna
En un Edén de flores:
En vano la belleza
Y la amistad sus dichas me brindaron:
Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron
Mi sepulcral tristeza!...
 
Escrito está que este interior veneno
Roa el placer que devoré sediento.
Canta, pues, los combates de mi seno,
Infernal instrumento.
Destierra la alegría
Que nunca pudo a su región moverte,
Y exhala ya tus cánticos de muerte
Sin tono ni armonía.
 
Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
Yo pintaré tu imagen adorada,
Describiré el horror de las tormentas
Y mi visión amada.
En mi negro despecho
Rocas serán mis campos de delicias,
Lánguidas agonías mis caricias,
Y una tumba mi lecho.

Nicomedes Pastor Díaz y Corbelle




"Siendo consecuentes á lo que manifestamos en los párrafos anteriores, la situación de la Iglesia y del clero de España respecto á la sociedad, respecto al Gobierno y respecto á las instituciones, no podía dejar de ser examinada por nosotros con toda la gravedad de nuestras creencias, con todo el detenimiento y mesura de nuestros principios. Nosotros, para quienes la ciencia y los fines de la Religión en sus relaciones con la humanidad y con el individuo, están fuera del círculo de las cuestiones filosóficas y de las instituciones políticas; nosotros, para quienes los fundamentos de la doctrina evangélica están á una altura infinita sobre la utilidad y conveniencia individual y sobre la moralidad filosófica; nosotros, con todo eso, no nos ponemos en contradicción con el espíritu de nuestras más vivas creencias, cuando pensamos que la sociedad debe ser tan religiosa como el hombre; cuando creemos que la religiosidad es una condición todavía más necesaria para los pueblos que para las personas."

Nicomedes Pastor Díaz
Obras completas












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