Barlen Pyamootoo

"Al abrigo de los primeros rayos diurnos, cuando los perros abandonaban su lar y los vagabundos sus cajas de cartón, las inútiles oraciones ascendían al cielo, suplicando que Dios concediera a cada cual el pan de cada día.
El viento del este amortiguaba la oración, debilitando la estridencia de la voz, pero en ese preciso instante en que parecía difuminarse en el aire, se intensificaba y proliferaba su huella a lo largo de los empañados tejados de los edificios municipales, de los pegajosos bancos de un aula. A la vista de todos, las voces se deslizaban en el patio trasero de la prefectura o al lado de la cama de un hospital. El encantamiento de las voces imitaba el tintineo monótono del oro.
En Flacq madrugaban y sus piadosos habitantes comenzaban el día con preces a los dioses para concluir con la fútil oración de los números. Regreso a nuestros albores, cuando la tierra semejaba una sabana para los niños, llena de madrigueras ocultas, en las que, a pesar del riesgo, las bestias holgazaneaban. A través de nuestra selva amazónica que corta el curso del río Cere, más vasto que el mar, bordeado con desencuentros teñidos por el devenir del tiempo.
Así transcurría el tiempo, como el animal que acecha su presa y el pueblo poco a poco se fue extendiendo a lo largo del país, sin detenerse jamás, sorteando los obstáculos y fronteras. Flacq, durante el día, no es más que un gran mercado de compraventa de mujeres que se venden, demasiado orgullosas para invitarnos a dar un paseo.
El campesino de pronto se transformó en comerciante, médico o maestro. Ahora sabe cómo se mide la tierra en hectáreas, cómo se distribuyen las parcelas y cómo se donan las herencias, siendo la tierra la medida de todo, todo está subdividido. La tierra se halla obstinadamente vallada, en estado silvestre de súbito estéril.
Sin embargo, los mismos rostros radiantes pasean por las mismas estrechas calles, esbozando una fácil sonrisa, saludando a unos y otros en un interminable coro de Koze y riéndose de las cruces que todos portan con fines expiatorios para celebrar algo que ignoran. Las voces se calman y los oídos se agudizan a cientos de metros de distancia, ante la ausencia de los dioses que son llamados en vano."

Barlen Pyamootoo
Centre de Flacq



"Un día, Mayi llegó a casa. Yo vivía en frente de la tienda, no hace mucho tiempo. Mi casa tenía sólo una habitación, pero estaba dispuesta de tal modo que, cuando se abría la puerta o la ventana un árbol enraizado en medio del patio, ocultaba el cielo y el sol y confería una perpetua sombra a lo largo del día. Era agradable cuando hacía calor. Un camino de tierra bordeaba el patio, que era frecuentado por los amantes, los fumadores o aquéllos que regresaban del camino que llevaba al mar y a una playa grande y tranquila. También asistían bebedores, pero no se movían, se quedaban pegados a la tienda, que estaba lejos del mar. Más allá te encontrabas con el dispensario, el servicio de correos y varias casas habitadas, dando la impresión de que la faz del pueblo estuviera sesgada en dos partes hasta llegar a la escuela, la casa de mis padres y la de los Mayi."

Barlen Pyamootoo
Benarés













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