Ernest Psichari

"No he sufrido ninguna crisis en Mauritania. Ningún drama interior. No he vertido lágrima alguna. Ninguna ansiedad. Ha sido una espera tranquila, sustentada en la certeza de que los sacramentos me darían la fe que más tarde necesitaría. A veces, maldecía los trastornos de mi vida, pero inmediatamente pensaba: «Esta herida será sanada». Me sonrojaba por mi escasa fortaleza en la vida, pero entonces me decía: «Seré fuerte». Temblaba ante tanto abandono, pero entonces reflexionaba del siguiente modo: «Una mano se acercará a mí un día». Y mi corazón latía con fuerza cuando pensaba que podría ser ese día.
No sentía impaciencia alguna acerca de la verdad. «Si Dios existe, me dije a mí mismo, tendrá conocimiento de mi causa, tendrá en consideración mi buena fe y me proveerá de todo lo que necesite». Y, de hecho, quién no se ha preguntado alguna vez por la cuestión de la salvación de su alma. Pero aquél que pida con fuerza hallar la verdad, sin duda la encontrará algún día. La negación bestial y brutal a nada conduce. Pero el planteamiento noble de la cuestión ya comporta en sí mismo gran parte de la resolución del problema.
He encontrado la belleza en el cristianismo. Era incapaz de pensar en otra belleza que no fuera la misma verdad. El precepto del mundo antiguo se basaba en la espera atenta del "Dios desconocido". Ésta es la invocación de Cicerón en el instante de su muerte, la causa de las causas, causa causorum. Platón se refiere al justo que vendrá: «Azotado, torturado, envuelto en grilletes, enardecidos sus ojos; finalmente, después de haber sufrido todos los males, será clavado en una cruz...» Y Séneca continúa hablando de la pureza de alma y cuerpo diciendo: «Nuestro Dios y Nuestro Padre» y «que la voluntad de Dios se cumplirá». Virgilio anuncia el gozo del siglo venidero con estas palabras: «Adspice, venturo laetantur ut omnia saeclo". Propercio es el primero en hablar en el mundo latino sobre la piedad. En cuanto al Islam nos concierne la participación en la verdad eterna que ellos mantienen, una parte adquirida en gran medida por la herencia judía. Es, como dijo Nicole, "una secta cristiana" -visión profunda que tendió a ser certificada cuando se lee el Corán en las mismas tierras musulmanas. A pesar de las presiones, se nos concede la esperanza y la certeza. Somos fuertes por todas partes. Miles de reconocimientos remotos afianzan nuestro valor y nos permiten aguardar en el amor la conjunción fatal de toda la belleza y toda la verdad."

Ernest Psichari
Las voces del desierto



"Su padre -Coronel del Ejército francés, hombre culto, de ideas más que volterianas, traductor de Horacio, anciano excelente y honrado, hombre, en fin, de buenas maneras- se había equivocado. Maxencio tenía un alma. Había nacido para creer, para amar, para esperar. Tenía un alma formada a la imagen de Dios, capaz de discernir lo verdadero de lo falso, el bien del mal... Sin embargo, este hombre recto seguía una ruta oblicua, una ruta ambigua, y nada había que se lo advirtiese, fuera de aquel precipitado latir del corazón, de aquella inquietud..."

Ernest Psichari
El viaje del centurión



"Todas las aguas de África las bebo con delicia, pues es aquí, lejos de las mentiras y de las concesiones, donde he encontrado mi verdadera patria, y esta agua, tal y como es, me es grata."

Ernest Psichari
El viaje del centurión



"Ya más fortalecido, imbuido de serenas armonías, Maxence se abisma en callejones abiertos al paso. Por encima de él las terrazas son como espinas erguidas a la misma altura del suelo y entre las líneas de ramas secas una angosta cinta celeste marca el itinerario. Sin embargo, un olor acre prende al viajero por la garganta. Tras las bajas puertas pequeños patios donde un millar de moscas asalta a las indiferentes madres y a sus infantes, en medio de las calabazas. En realidad era como un gueto y sintió la vaga inquietud de no mirar hacia el espacio libre. En ocasiones, el paso de una lenta belleza, medio velada, completaba su trasfondo de ilusión. Maxence se hallaba definitivamente en la judería. Por otra parte, los habitantes de Atar, Smassides en su mayoría, son los más viles de los moriscos y no pueden compararse con los libres bereberes que habitan en tiendas confeccionadas con pelo de camello en las postrimerías del desierto.
Ninguna luz perfora las sombras. Ninguna puerta fraternal será abierta. Ninguna mano será tendida... Pero Maxence tiembla; su corazón, atenazado por el terror, deja de latir: ¿No es acaso en todas partes, y no sólo aquí, un extranjero? ¿Hay algún lugar en el mundo en el que pueda decir éste es el final de mi viaje. He aquí la tierra donde todo es mío y éstos son mis hermanos de pensamiento y oración? En cualquier parte del mundo se siente solo, medita sobre sus pecados ocultos al mundo, maldice los dulces rechazos de la comunidad humana. A pesar del profundo infortunio que siente a su alrededor, unas voces pueden escucharse a través de las paredes de la gruesa mezquita. Es la hora en la que todo el Islam canta el sura de los infieles. Y Maxence repite lentamente la oscura oración que leyó en el libro: «Souratoul el Koufar. Dice: ¡Oh, infieles! Yo no adoro lo que vosotros adoráis. Vosotros no adoráis lo que yo adoro. Yo aborrezco vuestro culto. Vosotros tenéis vuestra religión y yo la mía»
Maxence sufrió el abrazo de un misterioso dolor. Un grito de orgullo y soledad resonó en su interior. Sintió que aquella fuerza dominaba toda miseria, que aquella belleza era la más fuerte. Pero las palabras de esas gentes no hallaban eco en él. ¿Qué podría hacer para hablarles acerca de la exaltación de la certeza?
«Yo no soy vosotros o una voz engañosa que pronuncia palabras que insuflan vida. Vosotros tenéis vuestra religión, pero yo ciertamente tengo la mía. Vosotros tenéis a vuestro Profeta, pero yo tengo a mi Dios, que es Cristo Jesús. Vosotros tenéis vuestro libro, pero yo tengo el mío."

Ernest Psichari
El viaje del centurión

























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