Isabel Pérez Montalbán

CHERNÓBIL

Como el árbol tan solo de una estepa
que va dejándose morir de amor,
como mujer yacente tras los golpes
y astronauta perdido en polvo cósmico.
Como la noria quieta de Chernóbil.

Como un niño pregunta por el tapón del mar
y un techo de uralita sueña tejas de barro
y un arquitecto escala el viento con su lápiz
para que vivan altos los deseos.
Como muñeca herida de Chernóbil.

Como el joven suicida mientras cae al vacío
y el migrante tan lejos recuerda todavía
el calor del brasero que alumbraba su casa.
Y bosque rojo uranio grafito boro ardiendo.
Como icono quemado de Chernóbil.

Y charco radiactivo de Chernóbil
y cine abandonado de Chernóbil
y una grieta en la tumba de Chernóbil,
así la soledad que pierde el norte
y nos mata, nos muere lentamente.
Así la soledad.

Isabel Pérez Montalbán




EL AMOR, ESE GRAN TEMA

Quería yo quererte sin mesura,
amor de endecasílabo y pureza.
En serio, amarte en limpio. No olvidar
por esta vez los líricos carbones
de una noche que avanza, que está a punto
de nacerse en mayúscula y negrita.

Y de repente todo se oscurece:
un apagón, un fallo de alumbrado,
en suspenso la piel y el porvenir,
la patria, las noticias, los relojes.
Menos los hospitales, claro: tienen
el suministro autónomo, vendaje
de emergencia y su herida con luz propia.

Y es todo que las olas rascacielos
destruyen los supuestos paraísos.
La noche es un dolor en letra impresa,
un grito alejandrino tan primario.

Y es todo que se afiebra la pupila
de un niño con malaria en su torrente
de sangre un poco anémica, tal vez
un poco sangre malva o rosa, no
roja ni azul palacio, apenas sangre.

Y es todo que anochece en los suburbios,
que anochece de veras sin remedio
por el bosque tan frío de tus ojos
mientras cenan lubina los poetas.

Isabel Pérez Montalbán


Los mejores años de nuestra vida

Con su luna entre jaulas, Córdoba
tuvo que ser testigo de las piedras
con que marqué la vuelta del exilio,
mientras la Transición ardía en pactos
y enterraba a los quintos sin ejército.

País del Cuaternario, Iberia libre
progresaba del mono a la aeronave,
del crucifijo a mítines de barrio,
pero yo apenas firme sobre tierra
votaba en mis primeras elecciones.

Pronto la algarabía se hizo sorda.
Ilusión y derrota en lentas caravanas
armándose en los ojos.

Imposible
cualquier regreso, fósil el amor,
mentira entre verdades, musical
chubasco entre tormentas el amor,
miliciano cavando una trinchera
en defensa del fuerte, juvenil
zapador sin fronteras el amor.

Ya no abarcaba mayor latitud
cuando crecí de golpe en pocos días,
y estaba intacto delante de mí
verde musgo el futuro imperativo
como una sábana tan mal planchada
que la piel se arrugaba prematura.

Hoy sé los varios trucos de engañarse,
en el saqueo he descifrado el código
que esmalta la memoria en rosa oscuro:
principio de la sangre niña, tinto
adolescente que se cristaliza
igual que azúcar glas por el pretérito,
por el secano abrupto de los cauces
que un día fueron caudal de banderas,
ríos rojos al viento, el miserere
más falso de un mesías.

Pero ahora
todo es mío: el granate de las telas,
lo que no hallé, el presente indicativo,
el recuento y la brújula en las urnas cautivas
de los años peores de mi vida.

Isabel Pérez Montalbán



MÍO AMOR

Te amaba en los relámpagos.
Mientras me acostumbraba a dormir sola
en la dura almohada y las sábanas frías.
Mientras me acostumbraba al hueco al pozo
incluso seco igual de traicionero.
Renunciando a soñar, no tocarte o pensar,
iba extraviando entonces el detalle
de tu pelo y tu boca, el tinte de tus ojos.

Así te amaba, sin amarte ya,
mío amor, campanario de las horas.
Como a estatua sin corazón,
porque es de piedra, solo mineral
inerte que no late, desprecio de los pájaros,
paseo por la calle Mayor del abandono,
tragedia de la burla de viandantes
en pequeña provincia del terruño.

También yo alguna vez en primavera
debí de estar tan limpia que mi cuerpo
pareciera escultura recién inaugurada.
Pero después llegaron los perros, las palomas,
los mirones, los jóvenes fumando marihuana,
vomitando a mis pies junto a mi sombra,
la lluvia y el granizo erosionando el mármol
de mi frente y mis brazos.

Igual que a un niño esclavo de una marca extranjera,
te amaba. Como a un viaje interminable
para el que nunca habrá dinero.
Como a las olas de la risa,
como a las olas del alcohol,
como a las olas migratorias,
como a una ola última en el pecho
que lo empantana para siempre.

Porque hay cosas que no, que nunca.
Hay cosas que no se pueden contar
ni a los amigos íntimos ni al más loco psiquiatra.
Hay experiencias sin palabras
que aventuran inciertos sustantivos:
abismo, desventura, tragedia, herida, drama.
Y no. Dolor tampoco.
Tal vez se dicen con prefijos extra.
Porque hay cosas sin nombre: no es amor ni locura,
no es muerte o desamparo
o el más divino pronombre: nosotros.

Y así tan fiel te amaba sin amarte,
desde la desmemoria o la carencia.
Como a un trozo de hogaza
después de muchos días sin comer.
Después de tantos días, mío amor,
y nunca nunca nunca mío.

Isabel Pérez Montalbán



RITORNELLO

Lejanísimo amor, pequeño amor,
ni imaginabas cuando yo vikinga,
cuando joven o niña algo quijote,
espera y esperanza todavía,
reloj de cuerda nuevo todavía,
yo te quise sin regla o condiciones.
Quise cuidar jardines en tu pelo,
abonar primavera con sus flores futuras
en la columna helena de tu espalda,
y mimar un talento, un sexo, un brillo.

Porque amaba contar en tu piel olas
igual que una utopía o mar posible.
Confiaba en cada curva, cada lunar, la risa
en primer plano o plano contraplano.
Vivía en ti para sobrevivir
y en mí también para sobrevivirte.

Pero tú, libertario y protestante,
rastreabas los dardos de otra flecha fantasma,
detrás de una asamblea, de otra tesis
y ojalá un porvenir en que asentar un nido.

Así, aprendiz de Ícaro, te di alas y adioses,
extensión y la brújula de orientarte a tu Arcadia.

Un amor minusválido que calló atropellado
en la autopista de la sangre infiel,
casi muerto entre el tráfico y la duna;
un amor abdicante de dormir alma a carne
en mutua eucaristía hasta hacerse muy viejos.

Cuando yo al toque, cuando yo vikinga,
cuando reloj sin cuerda, yo te amé.
Y tú ni imaginabas.

Isabel Pérez Montalbán




SECRETOS Y MENTIRAS

Tregua para quien pide amor y le dan una piedra de sílex.
(…)
Tregua a los que han llevado a la plaza pública
los diminutos goces del esclavo.
(…)
Para quien pide un beso y le dan un estuche de saliva.
María Rosal. Tregua

Regreso del fracaso, de perder,
y el amor —que no existe— no es bastante.

Mirar en la mirada del otro hasta no verse,
dormirse con un sueño al lado de quien sueña,
besar la boca del que está besando,
no parece tan fácil ni es verdad.

Sin embargo, regreso de la calle
con el fango y la pérdida en las manos,
acunando en el pecho el hambre de un cachorro,
y así llego a la sal y a los albergues.
La sal sobre la herida sana y corta
la hemofilia: la fuente de la sangre.

No es que exista el amor, sino la tregua.
De las cosas sin nadie solo vuelvo,
del exterior secante y de secano.
Y sus brazos abiertos, como rías en bruma.

Isabel Pérez Montalbán























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