Jean-Bertrand Pontalis

"Cuando decimos que antes era mejor, contemplamos retrospectivamente, ahítos de nostalgia, la lejana infancia, la juventud pretérita, el tiempo anterior al nuestro, preguntándonos dónde se hallan nuestras ilusiones acerca de la bonhomía de la vida. A no ser que el tiempo abarcara más que el decurso de las horas que marcan los relojes y las fechas de los calendarios. Me niego a recortar el tiempo. De hecho, diría que somos todas las edades."

Jean-Bertrand Pontalis
Avant



"El sueño es una alucinación que no te vuelve loco."

Jean-Bertrand Pontalis



"Estamos hechos de mil otros, la ilusión es el "yo" que pretende ser solo uno."

Jean-Bertrand Pontalis



La anciana dama y su hijo

Una señora muy anciana está sentada en una silla en la farmacia. La farmacéutica le pregunta si puede volver una hora más tarde. ¿O prefiere esperar? No llevará tanto tiempo, apenas el necesario para preparar los remedio que le ha prescripto el médico. “No, no puedo, tengo que ir ahora mismo a buscar a mi niño a la estación del tren.” Se recobra enseguida: “Quiero decir a mi hijo”. A juzgar por la edad de la dama, el hijo debe rondar por lo menos la cincuentena.

Me dirige una sonrisa incómoda, un poco flotante, como su mirada, como ella misma, a quien imagino flotando en su mundo interior. La ayudo a ponerse de pie, vacila ligeramente,  la tomo del brazo para que encuentre apoyo, pero ella no necesita mi sostén, quiere irse sola a recibir a su hijo niño.  Consulta su reloj: “Está bien, hasta me sobra un poquito de tiempo”.  Y la dejo alejarse a pasitos, firmes ahora, en dirección a la estación que está muy cerca.

“Mi niño.” Tengo la impresión de que lo ha llamado así no solo porque un adulto para la madre es siempre su “hijito”. Querría ignorar, a través de él, el paso del tiempo. Ese hombre niño le permite olvidar a la anciana señora su extremada fragilidad, al menos en el instante en que se apresta a reunirse con él. El hijo es el remedio que el médico omitió prescribirle.

Jean-Bertrand Pontalis




La fuente subterránea
 
Capacidad de amar (Freud), capacidad de soñar (Winnicott), capacidad deprresiva (Fédida); en todo esto veo un mismo origen: el hueco (prefiero esta palabra a “falta”, convertida en verdadero objeto de culto.

Todas estas capacidades solo tienen oportunidad de realizarse cuando uno acepta acercarse a ese hueco, a ese silencio y luego hundirse en él, corriendo el riesgo de rozar el abismo, pero con la esperanza de encontrar allí una fuente subterránea.

Jean-Bertrand Pontalis




"Los signos de amor son más visibles que los del amor."

Jean-Bertrand Pontalis



"Pero me equivoqué: la pasión no es un amor exacerbado, difiere, es incluso lo contrario. Ella exige la posesión del otro sabiendo que es imposible y ignora que a cambio te hace poseído."

Jean-Bertrand Pontalis




"Porque aquí es donde reside la paradoja de la transferencia: el analista es tanto el transportista como el receptor."

Jean-Bertrand Pontalis




"Yo tenía cinco años. Mi familia pensaba que tenía los ojos almendrados, porque parecían levemente inclinados. Con motivo de la fiesta de disfraces, me vestí de pequeño mandarín. Conservé la fotografía tomada ese día. No faltaba nada: el bonete negro, la blusa sedosa, los pantalones anchos. Mi hermano mayor, que tenía nueve años y que ya poseía ciertas habilidades interpersonales, se vistió como un botones de hotel. Nos sonreímos el uno al otro, con esa sonrisa aviesa y necesariamente enigmática de los chinos. Hoy me digo que esos disfraces se correspondían con el carácter de ambos hermanos. Yo era un niño introvertido, hermético, poco hablador, que se sentía incómodo en la compañía de "grandes personajes", mientras que mi hermano era uno de ellos.
[...]
Una amiga de mi madre se jactaba de conocer a un pintor japonés (entre Japón y China no había diferencia) que estaba dispuesto a hacer mi retrato. La sesión de presentación fue breve, el precio era elevado. El nombre del pintor era Foujita. Mi madre pensó que el retrato era demasiado caro.
[...]
El pincel de Foujita me atrapaba en la esquina de una habitación, en el ático, en el campo. Cualquiera que fuera mi lugar en esa sala, yo era invisible. Pero estaba ahí. Lejos, pero ahí. Evidentemente, no me había resaltado, pero, en resumen, me sentía satisfecho de adoptar la imagen de ese pequeño chino en la que no me reconocía, pero respecto a la cual he de confesar que sentía cierta predilección."

Jean-Bertrand Pontalis
L'Année de la Chine

























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