Juan Pérez de Montalbán

A una boca 

Clavel dividido en dos,
tierna adulación del aire,
dulce ofensa de la vida,
breve concha, rojo esmalte.

Puerta de carmín, por donde
el aliento en ámbar sale,
y corto espacio al aljófar
que se aposenta en granates.

Depósito de albedríos,
hermosa y purpúrea imagen
del múrice, que en su concha
guarda colores de sangre.

Cinta de nácar, con quien
Tiro se muestra cobarde,
y aun sentida, porque el cielo
más expuso en menos parte.

Bello aplauso de los ojos,
hermosa y pequeña cárcel,
muerte disfrazada en grana,
si hay muerte tan agradable.

Tiranía deliciosa,
cuyo vergonzoso engaste
es mudo hechizo a la vista,
siendo un imperio suave.

Guarnición de rosa en plata
y de nieve entre corales,
discreta envidia a las flores
que un mayo miran constante.

Y, en fin, cifra de hermosura,
si permitís que os alabe,
decid me vos de vos misma,
porque os sirva, y no os agravie.

Mas la empresa es infinita;
yo muy vuestro, perdonadme,
porque sólo sé de vos
que habéis sabido matarme.

Juan Pérez de Montalbán




"Admirada escuchó Lisena el indigno amor de Casandra, y después de haberla persuadido a que le borrase de su memoria, la dijo:
-Pluguiera a Dios, señora mía, que el amor que me tiene a mí don Félix pudiera remediar el tuyo, que yo te traspasara algunas finezas; porque ha dado en perseguirme de manera que muchas veces, por tener miedo a sus demasías, no me atrevo a estar sola delante de sus ojos. Y con tener los merecimientos que ves, te aseguro que nunca me he determinado a mirarle con más voluntad que la que le debo por hijo tuyo y dueño mío. Y también lo que me ha detenido los pasos es el no estar tan libre de una pasión que me consienta otros desvelos. Yo quiero bien, y soy pagada; dos cosas que me tienen con rienda los ojos. Hete dicho esto, porque no presumas que por verme querida, haya tenido atrevimiento para ofender tu casa.
Con atención, y aun con envidia, la oyó Casandra, y del veneno que la pudieran dar los celos, mirando gozar lo que ella no merecía, sacó medicina que curase los accidentes de su pasión. Y en un punto le ofreció su entendimiento una traza tan ingeniosa para lograr su lascivo deseo, que no pudiera el padre de Ícaro, que fue instrumento de la deshonra de Pasifae, imaginarla más a su propósito. Y llamando en secreto a Lisena, la dijo en breves palabras que sólo en ella estribaba el fin de su deseo, porque con su ayuda sería cierto que le cumpliría. Confusa quedó Lisena con la nueva esperanza de su señora, y lo que la respondió fue decir que de su parte estaba dispuesta a intentar por su gusto cualquiera osadía, aunque aventurase la vida y la honra. Entonces Casandra prosiguió diciendo:
-Supuesto, Lisena, como tú dices, que no tienes amor a don Félix, te has de mostrar de aquí adelante tan reconocida a su amor y tan pagada de su talle, que venga a creer le tienes alguna voluntad y prosiga en el deseo de gozarte. Y la noche que te pareciere le has de dar licencia para que te hable en tu aposento. Y esa misma noche estaré yo en él y gozaré con este engaño lo que ha tantos días que me tiene como sabes, pues, hallándome sin luz, será imposible que me conozca.
No le desagradó a Lisena la traza, y luego empezó a ejecutarla, así por agradar a quien había menester, como porque Casandra la consintiese algunas liviandades que tenía. Y a pocos lances concertó con don Félix que en medio del silencio de la noche entrase sin que nadie le sintiese en su aposento, pero con prevención de que hablase poco, porque no le escuchase alguna criada que la descompusiese con su madre.
La prometió don Félix ser mudo, porque él no había de ir a parlar con ella, sino a llegar a sus brazos, en los cuales se comunica el alma sin haber menester a la lengua. Vino la noche, y avisó Lisena a Casandra; la cual aguardó por galán al mismo que había traído en sus entrañas. Llegó el engañado don Félix, y ajeno de semejante maldad, pensando que estaba en los brazos de una criada, gozó la belleza de su indigna madre, de la cual se despidió arrepentido, como todos. Y Casandra quedó tan corrida y avergonzada consigo misma que quisiera haber perdido la vida antes que poner por obra tan ruin pensamiento. Tanto es el dolor que traen los gustos después de conseguidos, y más cuando proceden de causa que no puede tener disculpa; que un delito feo no ha menester más castigo que cometerse, pues a todas horas está abrasando el alma y dando en los ojos con la culpa.
Ya Casandra pasaba por estos rigores, porque la Naturaleza misma parece que se quejaba de su violencia; y como a las espaldas de la posesión viene siempre el arrepentimiento, no sabía qué hacerse para huir de sí misma, que ya era su mayor enemigo. Y no paró en esto su desdicha, sucediéndola aún peor de lo que imaginó; porque en su falta de salud y en otras faltas conoció que no le salía tan barato su desatino que pudiese estar secreto muchos días. Se sintió preñada, y antes que pasase adelante, quiso valerse de remedios crueles para arrojar sin tiempo aquel desdichado fruto; pero no le aprovecharon medicinas ni diligencias contra la fuerza de su destino. Y así, considerando cuán a peligro estaba su opinión y que el tiempo había de descubrir su liviandad, aunque no el autor de ella, hizo que dentro de un mes se partiese don Félix a Flandes con una ventaja y una letra de dos mil escudos, no sin gusto suyo porque deseaba ver mundo y salir de España, por saber que nunca la patria trata a sus hijos como madre. Y luego, para no verse murmurada del vulgo, de sus parientes y de sus amantes, fingiendo una promesa a Guadalupe, se fue a una pequeña aldea donde tenía Lisena a sus padres, y allí estuvo secretamente hasta que dio a luz una hermosa niña, a quien llamó Diana. Y dejando orden para que la criasen, se volvió a su casa, viviendo después con tanta cordura que cobró el honor que tenía perdido en opinión de muchos que, por sus locas galas, sospechaban mal de su virtud."

Juan Pérez de Montalbán
La mayor confusión




“Aunque el estar divididas niegue a mi amor otras palmas, mientras se abrazan dos almas no hay ausencia entre dos vidas.”

Juan Pérez de Montalbán




La relación que he leído

La relación he leído
de don Juan Ruiz de Alarcón,
un hombre que de embrión
parece que no ha salido.
Varios padres ha tenido
este poema sudado;
mas nació tan mal formado
de dulzura, gala y modo,
que, en mi opinión, casi todo
parece del corcovado.

Juan Pérez de Montalbán



“¡Malhaya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!”

Juan Pérez de Montalbán




“Pero un llorar recatado
que no se declara bien,
y que el dueño está mostrando
risa en la boca; y los ojos
la desmienten, éste alabo.”

Juan Pérez de Montalbán



“Porque no hay seguro honor
adonde hay necesidad.”

Juan Pérez de Montalbán



“Premia las letras en suma,
Y da a las armas aumentos,
que de un reino los cimientos
son la espada, y son la pluma.”

Juan Pérez de Montalbán



“Que siempre para un pesar,
por ocupada que esté,
sobra en el alma lugar.”

Juan Pérez de Montalbán



“Que siempre quien celos tiene,
tiene mayor desconsuelo
en tener lo que imagina,
que en ver lo que está temiendo.”

Juan Pérez de Montalbán



Recibid, hermosa Laura 

Recibid, hermosa Laura,
en este triste color
de mi esperanza la muerte,
de mi muerte la ocasión.
Negro el favor os ofrezco,
para que os diga el favor
que el alma se viste luto
porque su dueño murió.
Si lo negro penas dice,
de negro sale mi amor,
porque es la mayor librea
para un triste corazón.
Yo quedo sin vos, bien mío,
porque mi suerte gustó
que otros brazos os merezcan,
que no hay desdicha mayor.
Y así mi nombre os envío
en ese triste blasón,
pues que ya de lo que he sido
solo el nombre me quedo.
Tristes los dos viviremos,
pues esperamos los dos,
vos el veros sin ser mía,
y el estar sin veros yo.
Mas consuélame, bien mío,
ver que puede tal rigor
obligarme a no gozaros,
pero a no quereros no.
No nacístes para mí,
que era, Laura, mucho error
pensar que merezca un ángel
quien tan poco mereció.
Y asl dice el alma mía,
viéndose morir sin vos,
que la ha costado bien caro
El teneros tanto amor.
Díicenme que algún disgusto
recebís por mi ecasión,
y deso me pesa más
que de mi propio dolor.
No tengáis vos pesadumbre,
mi bien, aunque muera yo,
porque me veré sin vida
si con pena os miro a vos.
No lloréis, señora mía,
que matáis al corazóin ,
y le bastan sus desdichas
sin que sienta las de dos.
Vos no perdéis en perder me,
pues tendréis dueño mejor,
yo sí, que pierdo la vida
a manos de mi pasión.
Más os quisiera decir,
pero las lágrimas son
tantas, que las letras borran,
y no puedo más: adios.

Juan Pérez de Montalbán



“... Y nos vamos al infierno
pagando primero el porte.”

Juan Pérez de Montalbán


















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