Juan Pérez Zúñiga

A los niños de Cubas (con motivo de la fiesta del árbol)

El árbol se muestra siempre
generoso y agradable
con el hombre. le da frutos;
adorna sus heredades;
le proporciona el invierno
leña para calentarse,
y ante todo, buena sombra,
cosa que suele faltarles
á aquellos que lo desprecian,
que son unos miserables.
¿Por que? Porque no agradecen
el bien que el árbol les hace.
según absurda leyenda,
yo se que en algunas partes
tachan al árbol de cosa
perjudicial, porque atrae
los pajarillos, que luego
sin dar una perra, saben
ir traslado a sus buches
las cosechas de los cereales;
pero eso es una tontuna;
lo que los pájaros hacen
en limpiar granos y plantas
de insectos de mala clase.
No debéis, pues, causar daños
a los arbolitos, aunque
no sea mas que por una
razón que esta a vuestro alcance.
¿Por que razón? Porque es cosa
propia de gente cobarde
causar daño a quien no puede
defenderse del ataque.
……
Cuida, pues en vuestros campos
con gran cariño los arboles
y en vuestros pechos el árbol
de la Cruz, que a los mortales
es el que da mejor sombra
si el sol del Mal los abate.
Y no olvidéis hijos míos,
esta fiesta memorable…
¡ y Dios guié vuestras vidas
e ilumine a vuestros padres!

Juan Pérez Zúñiga


Al entrar en casa 

— Portera; toda vez que
ya es el cuarto para mí,
quiero que me diga usté
qué vecinos hay aquí;
porque no debo ignorar
entre qué clase de gente
vivo.
— Pues voy á empezar
por el más bajo.
— Corriente.
— Verá usted. Un tal García,
pariente de Calomarde,
dicen que tuvo una tía
llamada Petra Velaide,
la cual estuvo dos años
siendo hermana de un banquero
en la calle de los Caños
número nueve, tercero;
y este señor, á su vez,
tuvo un primo general
que falleció en Aranjuez
de un divieso catarral.
Pues bien; su niña mayor
que era sumamente fea,
se casó con el señor
vizconde de la Polea,
y ambos felices vivieron
en Pozuelo de Alarcon
hasta que se dividieron
yo no sé por qué razón;
el caso es que se fué al Norte
la esposa con un francés
y el otro vino á la corte
veintidós meses después,
y aquí vivió con su hijastro
Juan Morales, que era alférez
del batallón de Barbastro
y novio de Lola Pérez,
la cual obsequió á Morales
(yó no sé por qué motivos)
con tres hijos naturales
como tres becerros vivos,
y el mayor, que es don Antonio,
se unió con doña Consuelo,
y ahí tiene usté el matrimonio
que vive en el entresuelo.
—(¡Por vida de la mujer!)
— En el principal un tal…
—Basta; renuncio á saber
quién vive en el principal;
pues si á ese paso queremos
recorrer todo el camino,
¡cuando al segundo lleguemos
ya se ha mudado el vecino!

Juan Pérez Zúñiga



“Así como en nuestro planeta se sale a tomar el Sol, quisimos salir a tomar la Tierra, que es allí el Sol de los lunáticos.”

Juan Pérez Zúñiga




Como el fasgo central de la pandurga
remurmucia la pínola plateca
así el chungo del gran Perrontoreca
con la garcha cuesquina sapreturga.

Diquelón, el sinfurcio, flamenurga
con carrucios de ardoz en la testeca,
y en limpornia simplaque y con merleca
se amancoplan Segriz y Trampalurga.

La chalema ni encurde ni arropija;
la redocla ni enchufa ni escoriaza
y en chimplando en sus trepas la escondrija

con casconia ventral que encalambrija
dice la escartibuncia mermelaza:
¡Qué inocentividad tan cuncurrija!

Juan Pérez Zúñiga



¡Cómo ha de ser!

Cayó Cánovas al suelo;
hubo un cambio radical,
y yo, que soy oficial
segundo con entresuelo
por mi mal,

fui á darle cuenta sencilla
de caso tan estupendo
a mi adorada costilla
(que por cierto estaba haciendo
mantequilla).

—¿El Gobierno cae? ¿no es chanza?
(me preguntó sin tardanza)
Pues, hijo mío, si cae,
¡verás qué cola nos trae
la mudanza!

Mi mujer lo presentía.
L a primera cesantía
fué para mí, sí, señor.
¡Ser la primera la mía!
¡Cuánto honor!

Con paciencia sufro el daño
de aquel acuerdo brutal;
y como estoy sin un real,
¡soy cesante de tamaño
natural!

Reniego de los carlistas,
maldigo á los fusionistas,
odio á los conservadores
y aborrezco á los señores
zorrillistas.

Y quien diga que he tenido
color político, miente.
En política latente,
soy hombre descolorido
totalmente.

Y me limito á pensar
en aquellos expedientes
que solía estropear
rodeado de un millar
de escribientes,

sobre un sillón achacoso,
testigo de cien bravatas,
que me ponía furioso
con el reuma nervioso
de sus patas.

Muchos me dicen: —«Quizás
pronto á los tuyos verás
en el poder»… ¡Habrá impíos?
¿Nó saben que yo jamás
tuve míos?

«Veo m i suerte tan negra,
que ya n i canta mi lira
n i el mucho beber me alegra.
¡Que parta un rayo á m i suegra
si es mentira!

Desempeñar un destino
¿qué es? Vivir empeñado
y el día menos pensado
ser uno á San Bernardino
trasplantado.

¡Tras una vida angustiosa,
la cesantía espantosa!
¿Destinitos?…. No los quiero;
me haré albañil, carpintero
cualquier cosa!

Y acaso veréis mañana
este anuncio estrafalario
inserto en la cuarta plana
del pintoresco diario
de Santa Ana.

“En Madrid, calle del Oso,
número tres duplicado,
un ex-poeta, ex-jocoso,
ex-oficial, ex-letrado
y ex-dichoso,

fabrica de mil maneras,
expende con gran rebaja
primorosas ratoneras
y elegantes tapaderas
de tinaja”

¡Poner yo carpintería,
después de tanta parola!….
¡Ah! Mi mujer bien decía
que el tal cambio nos traería
mucha cola.

Viéndome tan apurado,
debía haberme tirado
al patio por la ventana;
pero lector no me ha dado
la real gana.

Juan Pérez Zúñiga



"Cruz y nombre. Después: Escritor festivo. Publicista. Autor dramático. Abogado. Presidente de la Congregación de Autores de Ntra.Sra. de la Almudena. Jefe de Administración de Hacienda, jubilado con honores de Jefe Superior. Presidente de la Asociación de Cultura Musical y Vicepresidente de la de Escritores y Artistas. Condecorado con la Medalla de Oro del Trabajo."

Juan Pérez Zúñiga
Su propia esquela



Desafinaciones 

—Lo que es eso no me cuela.
¿Canta en el Real?
—No le gusta
cantar música de iglesia.
—Entonces, ¿qué diablos canta?
—Lo que usté ha dicho, zarzuelas.
— ¡Ah, vamos! forma en alguna
compañía de la legua,
y andará de pueblo en pueblo…
—No señor, no canta fuera.
Está ahora en el Teatro
del Joven llanos.
—¿De veras?
—De primer tenor.
—Pues bien,
ó él ó l a chica se quedan
contigo; porque, si acaso,
será partiquino, ea.
—Señor, no ponga usté motes
al novio de Madalena.
¿Se le llama partiquino
impugnemente á cualquiera?
Sepa usté que es mu honrao
y tié limpia la concencia.
—Bueno, mujer, no te enfades
y sea lo que tú quieras.
—Lo que yo sé es que ese oficio
debe de ser cosa buena.
Dicen que hay un tal Gayarre
que canta coplas mu serias
y gana un millón diario
que, según creo, es mu cerca
de mil reales tos los meses.
¡Con^que ya vé usté si es breva
haber¿dao con un primer
tenor pa mi Madalena!
—Pues que Dios se le conserve.
—Señorito, Dios lo quiera.
Llegó la noche, y aun cuando
llovía con mucha fuerza,
lleno de curiosidad
me dirigí á la Zarzuela
y le pregunté á un comparsa
que estaba junto á la puerta
del escenario, chupando
la punta de mía correa:
—Dígame usted, buen amigo,
y perdone la molestia:
—¿Trabaja el tenor Blas López
en El reloj de Lucerna?
—Sí señor.
—Bueno; mil gracias.
Tomé asiento en mi luneta,
y vi que, efectivamente,
no era mentira que fuera
primer tenor el futuro
de la hija del ama seca,
pues me fijé en los tenores
que salieron á la escena,
y López era el primero
comenzando por la izquierda.

Juan Pérez Zúñiga



"Doña Blanca Puntillo de Valz era una señora particularísima.
La música no era para ella, como lo es para otros, «el ruido que menos incomoda». Era, por el contrario, el ruido más insoportable.
Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven, considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el rey David hasta Quinito Valverde.
Cuando tenía que buscar cuarto, lo primero que hacía era preguntar a las porteras:
—¿Hay algún piano en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?
Y si le daban contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo, rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, aunque no fuesen las de Bach, le inspiraban horror.
No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto.
Una vez se vio comprometida para asistir a un funeral, y por poco no se derrumba sobre un capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los colocó en ambos oídos a muerte o a vida.
[...]
Vivió antimusicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto que le dio su cocinera presentándole un timbal de macarrones; quedó muy delicaducha y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal residía en un órgano, murió de pesadumbre.
Conocido todo esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no lo es, la tal señora doña Blanca Puntillo de Valz, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que firmara con sus musicales nombres.
Después de su fallecimiento, he sabido únicamente dos cosas: que el horror a la música tenía por causa lo mucho que su padre la había solfeado, y que una vez muerta los herederos se desquitaron haciéndole unos funerales de tres bemoles."

Juan Pérez Zúñiga
Musicofobia



El clima de Madrid 

A l venir de Castrofuerte
4 Madrid á establecerte,
me preguntas, caro Arturo,
por su clima, y te aseguro
que no se qué responderte;
pues aunque nunca he salido
de l a villa coronada,
su clima no he comprendido
y á deducir he venido
qne esto ni es clima ni es nada.
Quien al tiempo desafía,
aquí se vuelve cobarde,
pues se abrasa al medio día
y coje una pulmonía
en cuanto empieza la tarde.
¡Vive Dios que se lucieron
los que este pueblo fundaron!
¡Cuánto dinero gastaron
y qué clima le pusieron!
¡No sé dónde le buscaron!
Con un clima que dá grima,
tenemos la muerte encima
los vecinos de Madrid,
sin poder dar en el quid
de agenciarnos otro clima.
Nadie lo puede aguantar
y á cualquiera vuelve loco,
pues no puede uno llevar
ni mucho abrigo, ni poco,
ni un abrigo regular.
Merced á este clima impío,
tras un dia abrasador
viene otro dia de frió,
y al siguiente hace un calor
de padre y muy señor mío.
Con este variar sin fin,
los termómetros están
ya tan hartos de tragín,
que me parece que van
á promover un motín.
El barómetro tambian
sufre en Madrid sin casar
un tan extraño vaivén,
que en su aguja muchos vén
la aguja de marear.
Pues si sientes alegría
viendo un dia bonancible,
claro y seco, es muy posible
que te halles al otro día
con una humedad horrible.
Ven, pues, á la capital
y hallarás seguramente
una vivienda decente,
un tiempo muy desigual
y un amigo consecuente.
Mas aunque bien se te estima,
la habitación no te amueblo
si al venir no traes encima
un par de arrobas de clima
del que gastan en tu pueblo.

Juan Pérez Zúñiga




“Las cosas no pueden estar tan mal desde el momento en que a todos los sitios a los que voy se me ofrecen banquetes y encuentro caras sonrientes.”

Juan Pérez Zúñiga



"Pensé morir algún día Partido por un camión O por una indigestión O por una pulmonía. Pero venir a quedar Convertido en un fiambre
Por la metralla o el hambre ¡quién lo había de pensar!… Nunca lo pude."

Juan Pérez Zúñiga





Situaciones enigmáticas 

Pues, señor, no me cabe en la cabeza
cómo algunas familias que yo trato
viven hoy, cuando nada está barato;
lo digo con franqueza.
Los huevos, el calzado…, todo vale
cuatro veces más que antes, y al ver esto,
del vecino calculo el presupuesto…
y, nada, no me sale.
A mí no me digan que los hijos
de Andrés, el albañil, comen patatas.
Desde que ellas, lector, no están baratas,
están ellos canijos.
¿Y hacia dónde dirige uno la vista
para hacer un menú que cueste poco,
si el subir todo ya de un modo loco
no hay Dios que lo resista?
Por una coliflor, nueve pesetas;
por cien gramos de queso, treinta reales,
y tres duros, justitos y cabales,
por un par de chuletas;
diez pesetas o más por un ungüento;
por un cubrecorsé de los más pobres,
cinco duros o seis, y por cien sobres,
un pápiro de a ciento…
Esto exigen, sin ruidos ni etiquetas;
mas no suben los sueldos, ¡qué puñales!
¿Y cómo el que no gana veinte reales
va a gastar diez pesetas?
¡Es la vida, señores, un regalo!
Solo puede comprar el comestible
quien esté en la opulencia, y lo sensible
es que, además, es malo.
¡Si hay algunos comercios que dan grima!
¡Si de suela hacen lenguas pistonudas!
¡Si venden latas de sardinas viudas
con talco por encima!…
¡Y que haya uno comprado solomillos
a diez reales no más, y a real las nueces,
y a dos tristes pesetas muchas veces
el par de calzoncillos!…
¿Cómo viven algunos que yo sé?
¿Cómo compran langostas las de Ortiz,
llevan medias de seda las de Ruiz
y viaja Salomé?
La espléndida patrona Paz d´Bries
les da frito variado a Pla y a Trigo
por diez duros al mes, y yo la digo:
-Patrona, ¿qué les fríes?…
Cuatro muelas auríferas Luz Toro
(que no tiene un botón) exhibe ahora.
¿A quién habrá quitado esta señora
las cuatro muelas de oro?
Como el gasto de algunos es tremendo
y las perras no acuden al bolsillo,
lo que ocurre quizás será sencillo;
¡pero yo, la verdad, no lo comprendo!

Juan Pérez Zúñiga



























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