Manuel Podestá

"Adela cuidaba la planta como a un niño mimado; todas las mañanas, apenas abría la puerta de su cuarto, dirigía una mirada á su jazmín, una especie de saludo á sus flores albas y fragantes; luego, se acercaba, aspiraba su perfume suave, mezclándolo con su aliento, y acariciaba sus hojas de verde sombrío, brillantes, lustrosas, acanaladas y húmedas por el rocío de la noche.
Examinaba con prolijidad el pequeño arbusto, para darse cuenta de sus progresos, y cuando encontraba una nueva hoja, una pequeña rama, con sus hojitas de verde más claro, experimentaba una alegría inmensa, algo como el transporte de una madre que ve asomar un nuevo dientecito de su pequeño hijo.
Crecía su planta como el cariño que sentía por Emilio.
En verano, cuando los rayos del sol hacían languidecer sus hojas y teñían de amarillo los pétalos de las flores, Adela se apresuraba á formar un toldo para protegerlas, pero con tal esmero y con tanta coquetería infantil, que el atavío de la planta le hacía sonreír. Era una verdadera toilette de todas las mañanas, que le valía no pocas burlas de sus amigas, y especialmente de su vieja tía, al lado de la cual vivía.
En invierno la paseaba por todo el patio, buscando el calor y la luz, como á uno de esos enfermitos pobres y tullidos, que son arrastrados en cajones con ruedas, buscando en el ambiente tibio un tónico para sus carnes macilentas."

Manuel Podestá
Alma de niña


"El ambiente tibio, el silencio interrumpido por las vibraciones y los ruidos que venían de afuera, el confort de aquella sala, que parecía un negocio cerrado a la hora de la siesta; todo esto infundía calma a su espíritu y apaciguaba los latidos de su corazón sobresaltado.
Hacía vagar sus miradas por todos los rincones, de los que veía surgir de pronto un objeto cualquiera, que había pasado inadvertido, y que al fijarlo se le iba perdiendo poco a poco en la ofuscación de su retina debilitada.
Por una rendija entraba un curioso rayo de luz, estirado como un tul finísimo; lo siguió con la mirada y lo vio morir al pie de una consola dorada, cargada de objetos que le parecían animados; se figuraba que se codeaban, que se avisaban unos a otros que un intruso había ido a turbar su tranquilidad.
Detrás de las pesadas cortinas de damasco; le pareció que hubiese personas escondidas que le estaban espiando, y que algunos se mofaban de él: oía ruidos y crujidos extraños, miraba fijamente hacia la puerta de comunicación interior, esperando ver aparecer de improviso la figura de su amigo; estudiaba posturas, acomodaba los pliegues de sus faldones, plegándolos en donde una mancha inveterada quería ostentarse con descaro; tosía y acomodaba la garganta; se preparaba en la mejor actitud para no causar mala impresión, y para evitar, si realmente era espiado, que su situación fuera menos enojosa. A medida que percibía más claramente los objetos, las escenas iban cambiando, como cambiaban el color, la forma y la posición de los muebles que tenía por delante.
Impaciente, nervioso, abochornado por las impresiones que iba soportando, avanzó resueltamente hacia el costado más accesible del salón y abrió de par en par los postigos de una ventana.
Al dar vuelta, le pareció que estaba en otra casa.
La escena había cambiado totalmente, la luz había penetrado, como llevando a cada cosa un ropaje especial: los bronces, los brocados, las porcelanas, los tapices, las flores, estaban ahora como alegres, con sus colores vivos, resplandecientes.
Un gran espejo que reproducía a la distancia su figura, entremezclada con la turba de muebles, parecía mofarse de él, reflejando una imagen que tenía prestados, en ese momento, todos los matices de los jarrones de las consolas y de las mil chucherías que lo rodeaban."

Manuel Podestá
Irresponsable


"En ese momento, un grupo de niñas y de jóvenes, a quienes había impresionado la voz de Delfina como una revelación del más puro sentimiento musical, venía a pedirle el bis de la bella romanza, que tanto les había deleitado.
Delfina estaba indecisa y temerosa de que la señora de Moran pudiese observar que ella, la institutriz, se considerase también como una invitada. Había llenado un número del programa por pedido de Cristian y creía que ya debía retirarse del salón, y lo hubiera hecho, si Cristian mismo no la hubiera retenido con insistencia. Ese mismo pensamiento la había obligado a rehusar acompañarlo en una pieza de baile que tanto la suplicara concederle.
Ante la insistencia del grupo, dirigió una mirada a Cristian como para consultarlo respecto de lo que debía hacer.
[...]
Habían transcurrido apenas dos días después de la fiesta, cuando encontramos a Julia por primera vez encerrada en su habitación con el corazón agitado por un cúmulo de emociones que en vano trataba de dominar.
Su espíritu, rebelde hasta entonces a dar cabida a la realidad de los amores de Delfina con Cristian, tuvo que sufrir el choque de la evidencia en esa noche inolvidable, que fue para ella la más completa revelación de que sus presentimientos se habían confirmado plenamente.
Muchas de las personas que habían concurrido a la fiesta, especialmente sus amigas más íntimas, habían podido apreciar en todo su alcance la conducta de Cristian, y no pocas, sin sospechar que ahondaban la herida que había desgarrado el corazón de Julia, se acercaban a ella para insinuarle con un tono de misterio confidencial el triunfo de la bella institutriz."

Manuel Podestá
Delfina


 "Los servicios sanitarios no andaban en aquel entonces muy ajustados que digamos al sentido común. Imagínese que bajo el mismo techo se asistían los enfermos de viruela y los atacados de afecciones comunes que no cabían en el Hospital de Hombres, lleno de enfermos, pululante de microbios, saturado de miserias. Tenía entonces el pomposo título de médico subdirector de todos los hospitales municipales... de los que no existían sino uno y medio, pues el de San Roque estaba a la mitad no sé por qué dificultades, falta de fondos, falta de voluntad... La revolución del 80 me desalojó del puesto. Mejor dicho: renuncié harto de muchas cosas que me ocasionaban una indigestión diaria y me hacían más mala sangre que la de todos los enfermos juntos."

Manuel Podestá















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