Margarita Pérez de Celis

Cuando libre elección su amor obtenga,
La sana educación será la guía,
Que sus derechos y deber sostenga,
Las aulas se abrirán, allí donosas
Dando estímulo y fruto a sus talentos,
Y luciendo sus gracias pudorosas,
Ganarán ellas propias sus sustentos.

Margarita Pérez de Celis y Torhbanh
El Nuevo Pensil de Iberia


Oda a la memoria de Rafael Guillén y Cristóbal Bohórquez

Matar a un enemigo es ley de guerra,
y enemigos juzgar a sus hermanos:
¡bárbara ley que dieron los tiranos!
¡Odiosa ley que el universo aterra!

Al resonar el golpe tremebundo
con que el hombre a su vez destruye al hombre,
de guerra nada más escucha el nombre,
y horrísono fragor, que asombra al mundo.

¡Guerra, crimen, baldón, baldón eterno
que el ser humana a su pesar degrada,
tú fuiste por los hombres provocada
para trocar la tierra en el averno!

¡Oh, Rafael, querido hermano mío!
tú que odiaste la guerra con el alma,
¿quién a tu pecho arrebató la calma,
y te arrastró en su loco desvarío?

Más por amor al hombre que a la gloria,
sintiendo de ambición el pecho exhausto,
ofreciste tu vida en holocausto,
y una página triste a nuestra historia.

Y tú, Cristóbal, cuya noble frente
era el espejo fiel de un alma pura,
¿quién abrió a tu candor la sepultura,
y osó apagar tu corazón ardiente?

Por sostener un trono solitario,
un trono roto, una corona hollada,
te ofrecieron, cual víctima inmolada,
a su orgullo feroz y sanguinario.

¡Guillén, Cristóbal, vuestra horrible suerte
clama justicia sin cesar al cielo!
¡Oh! ¡Quién pudiera descorrer el velo
que oculta misteriosa vuestra muerte!

Guillén, Cristóbal, desde el solio augusto
do veis la luz que de lo excelso emana,
aceptad una flor de vuestra hermana,
humilde ofrenda que se debe al justo.

Permitid que mi ardiente fantasía
en vosotros vislumbre una esperanza,
mirando fulgurar en lontananza
para nosotros el supremo día.

E inspirad a la mente que delira,
¿quiénes, con pecho diamantino y duro,
de aquel amor universal más puro,
osaron extinguir la santa pira?

No hubieran menester vanos alardes,
de esfuerzos, de valor insuficiente,
pues para exterminar a unos valientes
lo basta a la traición unos cobardes.

¡Guillén, Cristóbal, vuestros pechos fieles
fueron heroicos cual vosotros mismos;
quien no sepa imitar vuestro heroísmo,
que aprenda a respetar vuestros laureles!

La ofrenda sacrosanta que reciban
de nuestro amor esos despojos yertos;
Guillén, Cristóbal, para el mundo muertos,
que en nuestros pechos inmortales vivan.

Margarita Pérez de Celis



“Y sobre todos juntos, debiera desearlo más ardientemente que nadie la mujer; sí, hermanos, la mujer de todas las clases sociales, pues todas igualmente se hallan agobiadas de imprescindibles deberes, y sin más derechos que los que tiene a bien concederles su dueño y señor, puesto que aún es súbdita del hombre, a pesar de las innovaciones introducidas por la práctica del derecho moderno, en vez de su amorosa e inseparable compañera, que es lo que debiera ser.”

Margarita Pérez de Celis










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