Pascual Pérez y Rodríguez

"Las disposiciones para la virtud de un criminal endurecido son por lo común falibles, necesitan muchas pruebas para acreditarse eficaces. Las del marqués de Scianella requerían otros medios para fortificarse. Desde luego el móvil principal de ellas era el deseo de descansar de sus continuos y terribles tormentos. Como dijimos, hallaba en la memoria y tenaz recuerdo de Mandina recursos para adormecer de cuando en cuando la acerbidad de sus penas. Falto por otra parte de consejos y destituido de un amigo virtuoso cuyo ascendiente le impusiese, hallábase como abandonado a sus fuerzas y luchaban en su corazón los hábitos y pasiones gigantes de muchos años con la débil virtud de un día. No era, pues, dudoso el éxito de la lucha.
Ambrosio comunicó a Cenón la resolución de volver a llamar a Lucrecia y resarcir con una deferencia y amor sin límites los agravios que le hiciera. Cenón alabó tan acertada medida y se ofreció a coadyuvar en cuanto pudiese a la ejecución de aquel propósito que tantos bienes prometía. Acalorado Ambrosio con el sentimiento pasajero inspirado por las palabras del solitario de san Herculano, resolvió a todo trance renunciar a Mandina y sacar a Lucrecia del encierro. No estando ya en poder de Coscia encargado de su custodia, aguardó con impaciencia a que viniese como acostumbraba a Scianella para ordenarle la buscase sin detención, y previno a Cenón se dispusiera a partir a buscarla en compañía del precepto y la condujese a palacio. No se hizo Coscia mucho de aguardar. Pasados dos días desde el viaje del marqués a las cuevas de Campione, llegó a Scianella."

Pascual Pérez y Rodríguez
El Panteón de Scianella



"Poco era lo que faltaba para finalizar la historia de Adolfo. El barón de Steenhausen estaba impaciente por oírla, y Everardo se dispuso a complacerle. No quiso asistiese su hija por no exponerla á algún trastorno, atendida la exaltación de su sensibilidad. Everardo concluyó así su relación.
-"Afligido con la noticia de Alberto me separé de El para indagar el paradero de mi señor; mas mis pesquisas fueron inútiles, y solamente adquirí la terrible sospecha de su muerte. Me dijeron algunos soldados que le habían visto caer al Nilo desde una de las ventanas de la torre, añadiendo que su casco distinguido de los demás por una garzota de plumas blancas y verdes se había visto al pie de ella; prueba cierta de haber sido desarmado su dueño. Se me olvidaba deciros como antes de la acción y asalto de la torre me entregó Adolfo la carta de que he sido portador, y me encargó la consignase á vuestra hija, como garante seguro de no ser inminente el riesgo á que se exponía; mas añadió que no me apartase de él demasiado para entregarme el anillo, lo cual no pudo verificarse, porque aunque fui de los primeros en saltar del castillo á la torre, la confusión y desorden general, y el haberse Adolfo y Alberto precipitado por la escalera en persecución de los vencidos fueron impedimento a mi intención de seguirles, y la resistencia desesperada que aun hicieron sobre la plataforma algunos sarracenos y que sólo cesó con su muerte, retardó nuestra total victoria. Finalmente, cuando después de las más exquisitas diligencias no logré otro fruto que respuestas vagas ó contradictorias, me persuadí realmente de haber perecido, y no hallándome en disposición de continuar la guerra, abatido y triste por la pérdida de mi señor, aproveché la ocasión de una nave pronta á hacerse a la vela para este país, y en compañía de algunos cruzados á quienes ó sus negocios ó sus heridas precisaban a regresar a su patria, emprendí el viaje."

Pascual Pérez y Rodríguez
Las ruinas de Munstherhall











No hay comentarios: