Patrick Radden Keefe

"A mí me pasa como lector que me cuesta entrar en determinadas noticias. Pienso: “Me explicarás lo que pasó ayer y yo lo que quiero es que alguien me explique toda la historia para que yo la pueda digerir. Alguien más que ya la haya absorbido y que después me la explique entera, que entienda los personajes, y que pueda seguirla”. Como lector esto lo valoro mucho. Y como escritor creo que lo más positivo de escribir un libro así, de larga trayectoria, y también los reportajes que hago para The New Yorker , que son bastante largos, es que tienes espacio para matizar. O sea, puedes desviarte un poco del tema -no mucho porque lo importante es ir siguiendo la línea argumental-, y para mí es casi una tradición narrativa hacerlo."

Patrick Radden Keefe



"Antes del lanzamiento del OxyContin, Estados Unidos no sufría una crisis de opioides. Sí la sufrió a partir de entonces."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 12



"Arthur Sackler siempre traía consigo a sus hermanos pequeños, Mortimer y Raymond. Ellos terminarían también convirtiéndose en psiquiatras, al igual que su hermano mayor. Lo que Arthur hizo después fue básicamente comprarles una compañía farmacéutica: Purdue Frederick. Era una empresa que producía productos muy poco atractivos, productos que no requerían una receta médica. Por ejemplo, tenían un laxante y un producto que quitaba la cera de los oídos. Era un negocio sólido, y a lo largo de los años fue rentable. Pero, en realidad, no fue hasta finales de la década de 1980 cuando la empresa comenzó a hacer investigaciones innovadoras para desarrollar sus propios medicamentos y entrar en el negocio del control del dolor."

Patrick Radden Keefe




“Como periodista, jamás engaño a nadie sobre lo que voy a escribir. Intento ser muy franco desde el primer momento, así que nunca diría ”este artículo te va a dejar muy bien“ y luego publicar algo que no le sea favorable.”

Patrick Radden Keefe



“Cuando el resto de instituciones fallan, nos queda el periodismo para explicar la verdad.”

Patrick Radden Keefe



"En 1949, un insólito anuncio publicitario comenzó a aparecer en diversas revistas médicas. «Terra bona», se leía en él en letra negrita marrón sobre fondo verde. No estaba claro qué significaba exactamente lo de «Terra bona», ni, menos aún, si el anuncio en cuestión trataba de promocionar algún producto en concreto. «La bondadosa tierra ha dado al hombre algo más que pan», se leía en un texto a continuación, donde se señalaba que con varios de los nuevos antibióticos descubiertos tras haber sido extraídos del terreno se había logrado alargar la vida humana. «En el aislamiento, examen y producción de tan vitales agentes, ha sido muy destacado el papel desempeñado por… Pfizer». La empresa de Brooklyn Chas. Pfizer & Company llevaba casi un siglo siendo una modesta suministradora de compuestos químicos. Hasta la Segunda Guerra Mundial, organizaciones como Pfizer vendían esos compuestos al por mayor, sin marcas comerciales, a otras empresas o directamente a farmacéuticos (que luego fabricaban las mezclas de aquellas sustancias). Fue a principios de los años cuarenta, con la introducción de la penicilina, cuando nació una nueva era: la de los antibióticos, potentes medicamentos capaces de detener las infecciones de origen bacteriano. Con el estallido de la guerra, las fuerzas armadas estadounidenses necesitaron grandísimas cantidades de penicilina para abastecer a las tropas, y se contrató a compañías como Pfizer para producirla. Al término de la contienda, el modelo de negocio de aquellas empresas químicas había cambiado de forma irreversible: ya no solo producían en masa los compuestos químicos de base, sino también medicamentos listos para su venta y consumo. La penicilina fue una medicina revolucionaria, pero nadie la patentó en su momento, por lo que cualquiera podía fabricarla. Como ninguna empresa poseía el monopolio de aquel fármaco, siempre fue barato y, por consiguiente, su producción y venta no resultaban particularmente lucrativas. Así que Pfizer, animada por su nueva situación, comenzó a buscar otros remedios que sí pudiera patentar y vender a mayor precio. Fue la era de los «medicamentos milagro»: en los años de la posguerra se produjo un fuerte auge de la industria farmacéutica y reinaba un optimismo generalizado en torno al potencial de la innovación científica para diseñar soluciones químicas desconocidas hasta entonces que redujeran la mortalidad y la morbilidad y generaran beneficios incalculables para los fabricantes. La misma esperanza utópica que los Sackler alentaban desde Creedmoor —la idea de que cualquier dolencia humana se curaría algún día con una simple pastilla— empezó a calar en el conjunto de la sociedad. En los años cincuenta, la industria farmacéutica estadounidense lanzaba al mercado algún fármaco nuevo de uno u otro tipo casi todas las semanas. A estos nuevos tratamientos se los llamaba «drogas éticas», una denominación tranquilizadora con que se pretendía dar a entender que no eran la clase de pócima de brujo que antaño se compraba a un charlatán que la vendía en un carromato; eran medicamentos que solo se suministraban a médicos, que eran luego los encargados de recetarlos. Pero como aparecían tantos productos nuevos, las farmacéuticas recurrieron a los anunciantes para que se les ocurrieran maneras creativas de hacer que tanto los pacientes como los facultativos conocieran aquellas innovaciones suyas. El presidente de Pfizer era un ejecutivo joven y muy activo llamado John McKeen. Su empresa acababa de desarrollar un nuevo antibiótico llamado Terramicina (oxitetraciclina) en honor a la ciudad de Terre Haute, Indiana, donde al parecer unos científicos de Pfizer habían logrado aislar el compuesto en un terrón de suelo local. McKeen pensó que si comercializaban bien el fármaco, podría ser un gran éxito. Quería promocionarlo con fuerza entre mayoristas y hospitales, así que recurrió a una agencia neoyorquina especializada en publicidad farmacéutica. La firma se llamaba William Douglas McAdams. Pero su dueño —y quien se encargaba personalmente de la cuenta de Pfizer— era Arthur Sackler. —Ustedes denme el dinero —dijo Arthur a McKeen y sus colaboradores— y yo haré que la Terramicina y el nombre de su empresa sean famosos en todas partes."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 46



"En el anuncio inicial en verde y marrón de la «Terra bona» ni siquiera se mencionaba la Terramicina. Lo que Arthur estaba promocionando en realidad era la promesa de lo que lograría hacer un producto nuevo y que sería Pfizer quien nos lo proporcionaría. Arthur sabía, de un modo intuitivo, que la denominación comercial de la empresa era tan importante como la del medicamento y había prometido hacer de Pfizer —con su exótica «P» muda inicial— una marca famosa. La del teaser (un tipo de mensaje comercial que juega a insinuar, con gran alarde, la inminente llegada de un nuevo producto) era una fórmula que ya se había usado con anterioridad en otros ámbitos del marketing de consumo. Pero hasta que Arthur Sackler la empleó para promocionar la Terramicina, nadie la había aplicado a la publicidad farmacéutica. A continuación, Arthur colaboró con McKeen en el lanzamiento de un bombardeo publicitario sin precedentes. Las tropas de choque en esa campaña serían los llamados visitadores: jóvenes y atildados agentes de ventas que, armados con folletos promocionales, «visitaran» a los médicos en sus consultas para hablarles de los aspectos positivos de un medicamento. Al principio, solo había ocho visitadores dedicados a la promoción de la Terramicina, pero hacían su trabajo con tal ahínco que, según se decía en una crónica de prensa de entonces, batieron «una especie de récord de velocidad […] en el viaje que iba desde la salida inicial del producto del laboratorio hasta su uso médico generalizado». En un plazo de dieciocho meses, Pfizer había incrementado su fuerza de vendedores desde aquellos ocho hombres hasta los trescientos. En 1957, eran ya dos mil. La Terramicina no era un producto tan revolucionario, pero se convirtió en un gran éxito de ventas porque se hizo una promoción sin precedentes en ningún otro fármaco. Y sería Arthur Sackler quien se llevaría el mérito, no solo de aquella campaña, sino también de haber revolucionado el campo de la publicidad médica en general. Según uno de sus empleados que trabajó mucho tiempo en McAdams, en el ámbito de la comercialización de productos farmacéuticos, «Arthur fue el inventor de la rueda». A partir de ese momento, la presentación de las medicinas a los médicos pasó a adoptar un patrón bastante similar al usado para presentar los bañadores o los seguros de automóviles al consumidor medio. Para vender antibióticos de amplio espectro, Arthur recurría a una estrategia publicitaria de no menor amplitud. Además de los llamativos anuncios a doble página en las revistas médicas, estaba el despliegue de visitadores que se pasaban por las consultas de los doctores (e incluso se ofrecían a invitarlos a comer) y les dejaban literatura médica que parecía oficial. Los médicos recibían también una avalancha de envíos postales directos con información sobre nuevos productos. «Las empresas farmacéuticas agasajan y cortejan al médico con el mismo ardor que se le dedica a un amorío de primavera —señalaba un analista—. La industria anhela el alma y el talonario de recetas del facultativo porque es él quien está en una posición económica excepcional: la del que le dice al consumidor qué debe comprar»."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 51



"En el siglo XX, el poder se anunciaba a sí mismo. En el XXI, la manera más segura de detectar el poder real es a partir de su sutileza y moderación."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 7



"En el sistema actual la mayoría de los jueces dirán que sería difícil enviar a los Sackler a la cárcel. En Estados Unidos, si vendes pequeñas cantidades de heroína desde tu coche, puedes ir a la cárcel durante mucho tiempo. Pero si generas miles de millones de dólares ayudando a crear una crisis de salud pública que mata a medio millón de personas, a menudo estás protegido. Esto no me parece un desenlace particularmente satisfactorio desde el punto de vista moral. Pero me temo que es bastante común, dada la forma en que Estados Unidos trata este tipo de cuestiones hoy en día."

Patrick Radden Keefe



"En la década de 1990 Purdue desarrolló una medicina llamada OxyContin. Con ella, la familia Sackler y la compañía querían posicionar en el mercado un opioide que fuese utilizado de manera mucho más amplia. Algo para lo que ellos llamaban el dolor no maligno; es decir, el dolor crónico. Pensaron que ese era un mercado enorme, de millones de personas, y querían adentrarse en él. Pero ¿cómo se hace eso cuando los médicos se muestran reacios a recetar estos medicamentos? La solución fue minimizar las propiedades adictivas. Ellos elaboraron un ejército de cientos de representantes de ventas que decían una y otra vez: «Estas drogas no son adictivas». Distribuyeron estudios falsos que sugerían esta idea e invitaban a los médicos a tomar vino y a cenar, y hay estudios que demuestran que si se ofrecen este tipo de pequeños incentivos a los médicos se puede cambiar la forma en que estos prescriben los medicamentos. Purdue Pharma llegó a gastar 9 millones de dólares al año solamente en comida para los médicos. Organizaban viajes a complejos turísticos con todo incluido y pagaban a algunos médicos para que hablaran con otros profesionales sobre los beneficios de OxyContin. Era una verdadera maquinaria mercantil. Engañaron acerca del producto que estaban vendiendo."

Patrick Radden Keefe



“En muchos casos creo que la gente acaba sintiendo que yo no soy su defensor, porque no lo soy. Tu lealtad, cuando te dedicas a esto, es con la verdad y es la única.”

Patrick Radden Keefe



"Es una saga judicial fascinante. En 2007, Purdue se declaró culpable de cargos criminales federales asociados a la venta de OxyContin, y pagó una multa de 600 millones de dólares. La familia Sackler siempre dijo que tras esa condena habían estado comportándose de la mejor manera posible, lo cual resulta que no es cierto. De hecho, a finales de 2020, Purdue se volvió a declarar culpable por nuevos cargos criminales federales. Y esos cargos eran sobre conductas que se remontan hasta hace 10 años atrás. Se trata de una empresa que es realmente criminal. Entre estas dos declaraciones de culpabilidad han pasado 13 años. Y durante ese período ocurrió algo realmente fascinante: en silencio, la familia Sackler sacó al menos 10 mil millones de dólares del negocio. Mientras tanto, seguían recibiendo más y más demandas privadas y públicas. Eventualmente, todos los Estados del país estaban demandando a la compañía. La mitad de ellos estaban demandando a miembros individuales de la familia. Creo que, ahora, hay alrededor de 3.000 demandas en total. Y la familia, habiendo retirado 10 mil millones de dólares de Purdue, declaró: «La empresa no puede defenderse de estas demandas porque no tiene dinero». Así, la compañía entró en bancarrota, y ahora todos los acreedores están luchando por lo que queda de la empresa, por las migajas. Y parece que declarar bancarrota en una corte en Nueva York fue una jugada muy brillante porque, de ser aprobada por el juez, la familia se verá obligada a pagar un poco más de 4 mil millones de dólares para ayudar a remediar la crisis de los opioides, con lo que podrían mantener la mayor parte de su fortuna, no harían ninguna admisión de haber actuado criminalmente y nunca más podrán ser demandados por reclamaciones relacionadas con esta crisis."

Patrick Radden Keefe



"Espero que mi libro (El imperio del dolor) sirva para poner en cuestión a un sistema que aísla a los ricos e impide que sus malos actos tengan consecuencias."

Patrick Radden Keefe




“Hay gente que critica mi trabajo porque humanizo demasiado a los malos, dicen que intento verles como seres humanos.”

Patrick Radden Keefe


“Hay que dejar de solucionar todo con recetas de opiáceos.”

Patrick Radden Keefe




"Jean McConville tenía treinta y ocho años cuando desapareció, y se había pasado casi media vida embarazada o recuperándose de un parto. Dio a luz catorce hijos y perdió a cuatro de ellos; así pues, le quedaron diez, de edades comprendidas entre los veinte años de Anne, la mayor, y los seis años de los mellizos Billy y Jim. Traer al mundo diez hijos, y no digamos ya criarlos, puede parecer una verdadera hazaña, pero hablamos de Belfast en el año 1972, donde eran habituales las familias ultranumerosas y desorganizadas, así que Jean McConville no aspiraba a conseguir ningún premio. Y ninguno le dieron.
Todo lo contrario, pues la vida le planteó otra dura prueba cuando su marido, Arthur, falleció tras una larga y penosa enfermedad. De repente, se quedó sola, viuda, con una exigua pensión, sin un empleo remunerado y un montón de hijos a su cuidado. Desmoralizada por la magnitud de su desventura, Jean hizo cuanto estuvo en su mano para mantener una cierta estabilidad emocional. No salía apenas de casa, echaba mano de los hijos mayores para controlar a los más pequeños, y mientras tanto buscaba conservar el equilibrio —como quien ha sufrido un acceso de vértigo— a base de encender un pitillo con la colilla del anterior. Plantó cara a su desdicha y se esforzó por hacer planes para el futuro. Pero la verdadera tragedia del clan McConville no había hecho sino empezar.
(…)
Cuando Dolours y Marian eran pequeñas, Chrissie solía mandarlas escaleras arriba para que le hablaran a tía Bridie. La mujer estaba siempre sola en un dormitorio, sumida en la penumbra. A Dolours le gustaba subir de puntillas los escalones, pero su tía tenía un oído tan agudo que siempre la oía llegar. Fumaba un cigarrillo tras otro, y Dolours fue la encargada, desde que tenía ocho o nueve años, de encenderlos y ponérselos a su tía entre los labios. Dolours odiaba esa tarea, le resultaba repugnante. Se quedaba mirando a Bridie con un descaro que no habría sido normal delante de alguien que no estuviera privado de la vista, fijándose en todos los espantosos detalles de lo que le había ocurrido. Dolours era parlanchina, con esa manera infantil de soltar todo lo que se le pasaba por la cabeza. A veces le preguntaba a su tía: «¿Y no habrías preferido morirte?».
Dolours tomaba en sus manitas los muñones de su tía y acariciaba aquella piel cerosa. A veces decía que le recordaban a las «patas de un gatito». Bridie usaba gafas oscuras, y una vez Dolours vio cómo una lágrima descendía por detrás de una lente y resbalaba por su mejilla, y entonces se preguntó: Si no tiene ojos, ¿cómo puede llorar?"

Patrick Radden Keefe
No digas nada



"La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) es el organismo regulador de los Estados Unidos, del cual tienes que obtener autorización si quieres comenzar a vender un nuevo medicamento. Se supone que ellos evalúan la eficacia y seguridad del mismo, que aprueban tu capacidad para venderlo y las afirmaciones que puedes llegar a hacer para comercializarlo. Y la FDA aprobó el OxyContin en un tiempo récord, en menos de un año, con algunas afirmaciones bastante exageradas sobre cuán seguro era: el responsable de ese proceso fue Curtis Wright. Y después de aprobar OxyContin, dejó la FDA. Al año siguiente se fue a trabajar para Purdue Pharma con un salario tres veces mayor al que tenía en el gobierno. Los Sackler se han defendido diciendo que ellos son diferentes al Chapo Guzmán: «No somos una organización ilegal de drogas, todo lo que hicimos fue bendecido por la FDA». Pero creo que la pregunta aquí es: ¿cuánta integridad tiene este organismo regulatorio? OxyContin ha generado 35 mil millones de dólares en ingresos desde 1996. Y algo que noté a lo largo de mi investigación es justamente el impresionante poder que tiene tal magnitud de dinero para influir en instituciones públicas que no deberían ser tan fácilmente compradas."

Patrick Radden Keefe



"La familia Sackler es una de las familias más pudientes de los Estados Unidos. Hasta hace poco eran conocidos principalmente como una dinastía filantrópica que, durante décadas, había donado cientos de millones de dólares al arte y la ciencia. Cuando vas al museo Guggenheim en Nueva York, al Museo Británico en Londres o al Louvre en París, ves sus nombres; hay alas y galerías Sackler en varias instituciones del planeta. Lo que no se conocía tan ampliamente, hasta hace poco, era que gran parte de la riqueza de esta familia se generó gracias a la comercialización del poderoso analgésico OxyContin, el cual ayudó a impulsar la crisis de los opioides."

Patrick Radden Keefe



"Los opioides son una solución muy potente para un dolor grave a corto plazo, el problema es qué se hace con la gente que tiene un dolor crónico, porque el organismo desarrolla dependencia y tolerancia. Después de un tiempo es muy difícil ver si el opioide trata las molestias o si uno se ha vuelto dependiente, porque una de las formas en las que se expresa el síndrome de abstinencia es a través del dolor.

Es una cuestión dificilísima y hay diferentes opiniones dentro del ámbito médico. Muchos profesionales piensan que hay alternativas, como la terapia física, y a lo mejor habría que intentarlo con eso antes de ir a por los opioides. La cultura de que pase lo que pase se soluciona con un montón de recetas de opioides debería acabar."

Patrick Radden Keefe


"Los Sackler habían donado cientos de millones de dólares y, durante décadas, su apellido se ha asociado en el imaginario popular a la filantropía. El director de un museo llegó a equiparar a esta familia con los Médici, el clan aristocrático de la Florencia del siglo XV cuyo patrocinio de las artes contribuyó al surgimiento del Renacimiento. Pero si los Médici hicieron su fortuna con la banca, los orígenes concretos de la riqueza de los Sackler eran, ya desde hacía tiempo, más misteriosos. Diversos miembros de la familia otorgaban su apellido a instituciones de arte y enseñanza casi como llevados por una especie de obsesión. Aparecía grabado en mármol, estampado en placas conmemorativas o incluso serigrafiado en vitrales. Había cátedras Sackler, y becas Sackler, y conferencias Sackler, y premios Sackler. Aun así, al transeúnte ocasional podía costarle mucho relacionar el nombre de aquella familia con el tipo de negocio que había generado tanta riqueza. Los conocidos de la familia que coincidían con miembros de esta en eventos sociales (como cenas de gala, o actos de recaudación de fondos en los Hamptons) o en un yate en el Caribe o esquiando en los Alpes suizos se preguntaban en voz más o menos baja cómo hacían aquel dinero. Y no dejaba de ser raro, porque el grueso de la fortuna de los Sackler se había amasado en décadas recientes y no en los lejanos tiempos de los «barones ladrones»."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 10



"Mary Jo White comentaba a veces que uno de los aspectos que le encantaban del derecho era que obliga a «destilar la esencia de las cosas». La epidemia de opioides constituía una crisis de salud pública de enorme complejidad. Pero con aquellas preguntas a Kathe Sackler, Paul Hanly estaba tratando de destilar las causas primarias de esa colosal tragedia humana. Antes del lanzamiento del OxyContin, Estados Unidos no sufría una crisis de opioides. Sí la sufrió a partir de entonces. Los Sackler y su empresa eran ahora los demandados en más de dos mil quinientas causas civiles interpuestas por ayuntamientos, estados, condados, tribus nativas americanas, hospitales, consejos escolares y multitud de otros demandantes. Habían sido azotados por un ingente proceso judicial por la vía civil por el que una serie de representantes legales de demandantes tanto públicos como privados trataban de responsabilizar a las compañías farmacéuticas del papel que habían desempeñado al comercializar aquellos potentes fármacos y ocultar a la gente sus propiedades adictivas."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 12



"Mary Jo White dijo una vez que, cuando era fiscal, su trabajo era muy simple: «Haces lo correcto. Persigues a los malos. Aportas a diario algo bueno a la sociedad». Ahora su situación era más compleja. Los abogados corporativos de primera categoría como White son profesionales cualificados que gozan de cierta respetabilidad social, pero que, en el fondo, saben que el suyo es un negocio en que el cliente manda. No deja de ser una dinámica común a muchos fiscales con hipotecas y matrículas universitarias que pagar: dedican la primera mitad de su vida profesional a perseguir a los malos y luego se pasan la segunda mitad representándolos."

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 8


“Te levantas cada mañana, te miras al espejo y quieres decirte que eres una persona decente, pero seguramente sepas que en pequeñas o grandes cosas, no lo eres. La pregunta es qué historia te cuentas a ti mismo sobre la persona que eres.”

Patrick Radden Keefe


—¿Y no es verdad —inquirió también Hanly— que tras dos años de residencia en cirugía fue a trabajar a la Purdue Frederick Company? Purdue Frederick era un fabricante de medicamentos que posteriormente pasó a llamarse Purdue Pharma. Con sede en Connecticut, esa fue la fuente de la inmensa mayoría de la fortuna de los Sackler. Mientras que los miembros de la familia solían hacer especial hincapié (a través de intrincados contratos de «derechos de denominación») en que toda galería de arte o centro de investigación que fuera beneficiario de su generosidad debía hacer figurar de manera destacada el apellido familiar, la empresa de la familia no llevaba el nombre de los Sackler. De hecho, se podía rastrear a fondo la página web de Purdue Pharma sin hallar mención alguna a ellos. Pero el caso era que Purdue era una compañía privada propiedad al cien por cien de Kathe Sackler y otros de sus familiares. En 1996, Purdue había lanzado al mercado un fármaco pionero, un potente analgésico opioide llamado OxyContin, que se anunció como un tratamiento revolucionario del dolor crónico. Aquel medicamento se convirtió en uno de los mayores éxitos comerciales de la historia farmacéutica y generó una recaudación total de unos treinta y cinco mil millones de dólares. Sin embargo, también provocó una avalancha de casos de adicción y consumo abusivo. En el momento en que Kathe Sackler estaba prestando aquella declaración, Estados Unidos era víctima de una epidemia de opioides que había atrapado a estadounidenses de todos los rincones del país, adictos a esos potentes fármacos. Muchas personas que empezaron consumiendo oxicodona (principio activo del OxyContin) se pasaron luego a drogas ilegales como la heroína o el fentanilo. Las cifras eran abrumadoras. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), en el cuarto de siglo posterior al lanzamiento de la oxicodona, unos cuatrocientos cincuenta mil estadounidenses habían fallecido de sobredosis relacionadas con opioides. De hecho, estas son la principal causa de muertes accidentales en el país y se cobran más vidas que los accidentes de tráfico, e incluso que el más prototípicamente estadounidense de los factores contabilizados: las heridas por armas de fuego. En realidad, eran más los estadounidenses que habían muerto por sobredosis de opioides que los fallecidos en todas las guerras en que había intervenido el país desde la Segunda Guerra Mundial.

Patrick Radden Keefe
El imperio del dolor, página 11













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