Sergi Pàmies

"Cuando escribo de una manera más íntima vuelco las notas más tristes y turbulentas."

Sergi Pàmies



"Devoramos una ensalada de ingredientes deliciosos pero no identificados, un filete de atún y helado Häagen Dazs de vainilla. La conversación se alarga y, de modo precario, consigo contener la bola de nervios. Constato que Auster es la personificación del carisma y de la cordialidad. Hustvedt, quizás porque no entiendo casi nada de lo que dice, parece más tensa (el azulísimo color de sus ojos se le oscurece con súbitas nubes de cansancio, que atribuyo a nuestra –mejor dicho: a mi– presencia). Cuando por la lógica del protocolo, parecería que había llegado el momento de irse, Auster nos sorprende al preguntarnos: “¿Os gustaría ver el material de Blue in the face que hemos rodado hasta ahora?”.
El privilegio de estar cerca del admirado escritor (y de admirarle aún más porque se comporta de una manera que invita a no idolatrarlo), de escucharle, de compartir anécdotas y vino, de espantar las mismas moscas, de inspirar el tabaco que el espira, de tener la oportunidad de ver juntos un trabajo inédito, nada de eso es suficiente para evitar que, con una convicción suicida, yo responsa con un no rotundo.
“No”, repito. Es una respuesta tal maleducada que Silvia ha de rescatarme y, en un tono de voz que da a entender que no he dicho lo que si he dicho, me corrige:”Sería fantástico”.
Todos hacen ver que no me han oído y me miran, perro incluido, como el conserje polaco. Subimos al primer piso, a una especie de videobiblioteca desordenada pero acogedora, con un sofá y una pantalla de televisión. Auster pone la cinta VHS y comenta las escenas. Silvia le corresponde con agradecimiento, atención y complicidad. Yo creo que tardaremos una hora más en irnos y en el taxista (que nos matará). Mientras tanto en la pantalla veo imágenes que en otra vida seguro que me habrían gustado (reconozco a Lou Reed pero como no le entiendo, no puedo imaginar que esté diciendo que Nueva York no le da ningún miedo especial, a diferencia de Suecia, que si que le da, porque en Suecia todo el mundo va borracho, y todo funciona, y estas cosas le dan miedo, pero Nueva York, en cambio, no). Y el taxista que me imagino es entonces Robert de Niro, Richard Pryor, Harvey Keitel e incluso William Hurt, con los ojos en blanco y usando el machete con una destreza cruel.
La bola de nervios gana la batalla. Pienso en lo que debe faltar para que acabe la película y en mi incapacidad de saborear este momento. Soy consciente que dentro de unas horas o mañana, me lo reprocharé con rabia, vergüenza y frustración. Y que entonces querré volver atrás –demasiado tarde– y agradecer la generosidad de los Auster y la paciencia de Silvia, a quien espero ser capaz de darle el hijo que tanto desea (no lo comento porque es un pensamiento inconfesable pero estoy convencido de que si en lugar de ser yo, el padre tuviese que ser Auster, Hurt o Keitel – por no hablar del camarero griego – ya hace semanas que estaría embarazada)."

Sergi Pàmies
Nueva York, 1994



"En Twitter funciona mejor el odio que el elogio y es el vehículo ideal para los totalitarios."

Sergi Pàmies



"Exorcizo lo demonios y la trascendencia de la muerte con el humor."

Sergi Pàmies



"La gota explota y se expande en mil pedazos que, indiferentes al tacto del acero inoxidable del fregadero, vuelven a juntarse, ya no en forma de gota sino de salpicadura, nada, un escuálido hilillo que, después de salvar el obstáculo de los restos de aceite de girasol, se escurre –blop–, aspirado por el desagüe."

Sergi Pàmies
Si menges una llimona




"Normal. Todo es perfectamente normal. Como que llueva en otoño. Como que haga frío en invierno. como que te repita una comida a base de rábanos, ajo y pimientos. Cuando salgo a la calle, recuerdo que, atraídos por la luminosidad de mi sonrisa, se me acercan vendedores de lotería, harekrishnas, mormones, palomas, perros abandonados, moscas heridas, hojas muertas y, finalmente, un mendigo. Le doy un billete de mil y lo abrazo, incrédulo todavía, y, para no dejarme arrastrar por el optimismo que me ha producido la visita al médico, vuelvo a mirar la pantalla líquida del teléfono portátil, a ver si tengo cobertura. Aunque la tengo, llamo igualmente a casa para saber cómo está la niña, interrogo a la canguro y me cuesta creer que no haya ninguna novedad, que mi hija se lo haya comido todo. («¿Todo, todo?», insisto) y que ahora duerma como dicen que duermen los niños. Y, después de colgar, me doy cuenta de que necesito ese lastre de responsabilidad, esa ancla de preocupación para no soltarme del todo, para no ponerme a volar, como si no quisiera admitir que –pese a los nubarrones que, entre dos rascacielos, se aproximan– vale la pena vivir, cantar en la ducha, ayudar a abrir la puerta del ascensor a una mujer que regresa del supermercado cargada de bolsas, olernos los dedos antes y después de, dar conversación a los taxistas, entrar en una tienda y probarnos ropa que no podemos pagar, y escribir, aunque sea en una novela que se muere, aunque sea en una lengua moribunda."

Sergi Pàmies
Cobertura








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