Alejandro Roemmers

"—Buenos Aires me alcanza y sobra— dijo, pisando el acelerador por la avenida. No podía creer su suerte. Había pasado toda la noche temiendo cometer un error, el más mínimo, que rompiese esa escena onírica. Contra todo pronóstico, lo había logrado. Además, jamás había pensado poder ver un BMW M5 lo suficientemente de cerca como para poder tocarlo. Ahora maniobraba el volante de uno, como si fuera suyo. Y Leticia… ¿Cuánto había sufrido al intentar hacerse de suficiente valor como para invitarla a salir? De hecho, nunca pudo. Fue ella quien propuso la cita. Una invitación casual, a la salida de un examen, cuando sus compañeros ya habían dejado el aula atrás, y se encontraron repentinamente solos. Una sonrisa fácil, un ¿hacés algo el viernes a la noche?, que culminó en el restaurante Kasoa y en una velada larga, de conversación repleta de risas, como si ambos se conocieran de toda la vida. —No seas tan aburrido —se burló Leticia. —¿Aburrido? —soltó Miguel, fingiendo indignación. —De todas las ciudades del mundo, ¿elegís Buenos Aires? Esa es la respuesta de una persona aburrida. Todo un planeta por conocer, y elegís la ciudad donde naciste… Miguel se rio. Estuvo a punto de decir algo, pero ella se le adelantó: —¿Sabés qué? No te creo. —¿No me creés? —Ni un poquito —le ofreció una sonrisa pícara, que lo desarmó. Miguel dio un resoplido. —No sé a dónde me iría. —¿Entonces te quedarías en Buenos Aires? —No —murmuró—. Buenos Aires, no. La verdad es que detesto Buenos Aires. Ella alzó una ceja, curiosa. —Detesto es una palabra bastante fuerte.
—Sí. Ya sé. —¿Y por qué no te vas? —No puedo… mis viejos… —empezó, pero en lugar de terminar la frase aceleró para adelantar a otro auto. Leticia no insistió. Había escapado, pero de nuevo sentía la amenaza del silencio. Se concentró en el coche, en la sensación de dominio que le daba conducirlo. Y recordó lo que sentía cuando tocaba la guitarra: la misma confianza, el mismo control sobre un instrumento que respondía a cada toque de sus dedos. Como la palanca de cambios del M5. Atravesaban juntos las calles de una Buenos Aires curiosamente silenciosa esa noche. Al otro lado del parabrisas, se sucedía una seguidilla de autos bañados en la luz amarillenta de los faroles que bordeaban la Avenida del Libertador. Tenía a Leticia a su lado, sentada en el asiento del acompañante. Sin embargo, el apoyabrazos de cuero parecía una frontera infranqueable. La miraba de reojo mientras ella escribía en su teléfono celular. Todo había ido tan bien, aunque… Leticia soltó un gruñido, como frustrada. Dejó el celular de lado, se corrió un mechón rubio de la frente y se puso a mirar por su ventanilla. —¿Todo bien? —preguntó Miguel. —Sí. Él se estremeció. ¿Acaso había hecho algo para hacerla enojar? —¿Segura? —Sí, segura. Mi mamá se puso un poco pesada, nada más. —Ya casi llegamos. Digo, por si tu mamá está preocupada porque es tarde o algo así. Leticia se encogió de hombros, su vista todavía perdida en el paisaje afuera. Miguel suspiró con alivio. “Menos mal”, pensó. El problema no era con él. Dobló la esquina para dejar Avenida del Libertador atrás y adentrarse en la zona de Palermo Chico. —No es eso… Nada, nada. No importa —masculló, y giró para mirarlo—. La pasé espectacular. No quiero que se termine la noche."

Alejandro Roemmers
Morir lo necesario




DÉJAME ENTRAR

Déjame entrar
con mis palabras esta noche.
Deja tu mente
vagar por estos signos.
Refúgiate en la aldea de mis versos.
Respira el trébol de la noche
y afloja los miedos que la acechan.

Déjame ser prado y tiéndete.
Déjame ser manta y cúbrete.
Déjame saciarte y bébeme.
Siente fluir por tu garganta
mi alimento de palabras,
hacerse carne hasta tus huesos,
inundartelas venas con mi sangre.
Déjame florecer por tus entrañas
suturar los barrancos de tu herida,
tenderme por la pampa de tus sueños
y alumbrar las semillas de tu espera.

Deja entrar mis palabras esta noche.
Mañana, cuando ya no me recuerdes,
cuando nadie pueda distinguirnos,
te sentirás más fuerte.

Alejandro Roemmers




DIOS TE SALVE, POESÍA

Dios te salve, poesía,
llena eres de gracia,
de alamedas, caracoles y alboradas.
El Amor está contigo,
y su Verdad, más profunda que el silencio,
y su Misterio, más grande que la vida.
Humilde tú eres entre todas las artes
y bendita es la Palabra de tu vientre.
Salva, poesía, y redime a quien te invoca.
Ven a nosotros, errantes soñadores,
ahora, en la pasión del canto ardiente,
y en la noche de nuestros versos más tristes,
para conducirnos al umbral del Día.

Alejandro Roemmers




"El dinero es energía, lo que importa es lo que hagas con él."

Alejandro Roemmers




EL ORGULLO DE LOS DIOSES

No hay amor entre los dioses.
¿Cómo podría haberlo?
¿Cambiaría un dios la imagen,
repetida hasta el cansancio en los murales,
para enaltecer allí el rostro de la amada o el amado?
¿Compartiría sus íconos, los obeliscos, las pirámides?
¿Sería capaz de elevar otra esfinge, otro coloso?
¿Aceptar otra palabra?,
¿Una voluntad de igual rango que la suya?
¿Entregar el portal de sus pupilas,
como se ofrecen al extraño los espejos de una casa?
¿Sería un dios capaz de renunciar a la adoración sumisa de sus fieles,
las procesiones, los himnos y el incienso,
para arrodillarse alguna vez
ante el santuario desnudo de otros brazos?
¿Se internaría en un laberinto incierto
con antorchas de intuición,
confiando en la madeja sutil de las palabras
y la delgada fibra de unos besos?
¿Dejaría de ser amo de su cielo
para atravesar nuevamente los infiernos
y resucitar tal vez y solo tal vez,
a nuevas eternidades compartidas?

Y sin embargo, mi dios,
si te agobia tu soledad omnipotente,
tu rutina de inmóvil perfección,
la falta de sorpresa corroída por el tedio,
desciende de tu olimpo de juventud y de belleza,
que están ardiendo mis biblias y mis templos,
para renacer sin cultos y sin dogmas.

Que otros dioses se contemplen por siempre
desde sus minaretes y sus gárgolas,
desde sus acrópolis y sus calvarios,
con las miradas de piedra y los pechos de mármol.
A ti y a mí, que somos apenas un instante,
una efímera condensación de la energía,
la vida se nos escurre como el viento
que juega con las hojas del otoño
entre los pedestales.

Alejandro Roemmers




IN MEMORIAM

DESDE la cima
observabas las agrestes laderas del cerro
fundirse en la planicie interminable.

El cielo despejado y luminoso
no distraía tus ojos
que seguían inquisidores
el vuelo de las aves.

Olfateabas el viento
como experimentado cazador,
sabiendo que serías presa
de su aliento cálido y seco
si exhalaba una imprevista bocanada
el pulmón cordillerano.

Tal vez un presentimiento
te hizo repasar una vez más,
con paciencia de ajedrecista,
tu brillante velamen
de águila humana.

Con todos los instintos alerta
elegiste el mejor momento,
-vos siempre elegías el mejor momento-
y desplegando tu ala multicolor
emprendiste el vuelo.

Una clara sonrisa iluminaba tu cara
mientras empezabas el juego
de ganarle a la gravedad y tomar altura.
Esperaste el error del adversario
para volcar poco a poco la partida a tu favor.

Tenías tiempo,-esta vez tenías tanto tiempo-
y aún era temprano.
Ya lo ves,
una pequeña corriente ascendente
te permite tu primer movimiento ganador.

Un poco más de altura
y en el próximo giro
estarás cerca de la cumbre.

De pronto, otra fuerte corriente,
un giro imprevisto del destino,
y vas dejando atrás las otras velas
y hasta el último cóndor
que debió abandonarte sorprendido
mientras seguías ascendiendo.

Algunos espectadores se inquietaron
al verte caer en un remolino.
Pero vos sonreías y ganabas altura,
cada vez más libre,
cada vez más feliz
con tus nuevas alas blancas.

Alejandro Roemmers






“La Paz. Algo tan deseado y deseable para el mundo pero que solamente puede lograrse si cada uno de nosotros la logra en su interior. Si cada uno está en paz consigo mismo y con su entorno, tendremos un mundo en paz, no a la inversa.”

Alejandro Roemmers




"No vivo en un solo sitio. No estoy apegado a nada. Tengo tendencia a vivir en algunos lugares afines a mi cultura. Me encuentro bien en casi todos lados, quizá me sienta más extranjero en Asia por el idioma y sus costumbres. Y me encanta venir a España, tengo muchos amigos. Viví acá unos años en mi juventud y en verano siempre que puedo alquilo una casa en Ibiza."

Alejandro Roemmers




“Todos sabemos que somos hijos, sólo nos falta comprender que también todos somos uno, como predicaba San Francisco, todos somos hermanos. En algún momento finalmente debemos comprender que una obra tan magnífica y maravillosa como el planeta tierra, es un espacio para disfrutar de la felicidad, haciendo de ese regocijo un acto digno de la celebración misma del hombre, en agradecimiento a su Creador.”

Alejandro Roemmers



UN TROCITO DE MÍ

Sé que has de llegar un día,
antes o después, lenta o abrupta,
inexorable, silenciosa y perenne.
Estaré dispuesto,
te aceptaré sin reparos
como acepté la vida
con sus espinas y sus rosas.
No me pidas perdón, no es necesario,
llévame contigo, así fue el trato.
Pero quiero advertirte,
que deslucirá tu triunfo
pues serán migajas de mí
lo que te entregue.
Verás,
he dejado buena parte de mi sentimiento
en las personas que he querido,
y abundantes porciones de mi ser
en mis compañeros más cercanos.
Mi alma le infundió a cada poema
un poco de su luz y su belleza
como una flor que se ha ido deshojando.
En cada casa que me albergó,
en cada camino que emprendí,
en cada amistad que me bendijo,
algo de mi corazón se fue con ellos.
Y en cada sueño que me habita,
en cada árbol que planté,
en cada libro que escribí,
puse lo mejor de mi esperanza.
Comprenderás entonces,
que no hay mucho de mí que permanezca,
y poco me quedará para ofrecerte
habiendo dado todo.
Quizás,
algunos bosquejos y proyectos,
algún resto de juventud en la apariencia,
un brillo sabio y pícaro en los ojos,
y unas pocas palabras que no llegaron a completar una poesía…
Es cierto, encontrarás mi fe intacta
y un palacio de amor resplandeciente
que regresó hasta allí multiplicado.
Perdona pues que sea apenas
un trocito de mí lo que te deje:
un trocito de mí será lo que se muera….
¡ Y tanta la vida que me lleve!

Alejandro Roemmers



















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