Christiane Rochefort

"Amar demasiado no significa amar a muchas personas con mucha frecuencia ni sentir un cariño muy profundo por una persona sino obsesionarse por alguien, de tal manera que esta obsesión controle las emociones y las conductas, ejerciendo una influencia negativa sobre la salud y el bienestar."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero


"Así es que a Patrick nadie le preguntaría adonde había ido, hasta el día en que los policías, que están organizados, y tienen armas, se ocupasen por sí mismos directamente; entre tanto, en este período intermedio, los viejos tenían el sentimiento de que ya no era cosa suya, y tenían razón; en cuanto a mí, hacía lo que quería sin que nadie se preocupase, como mis amigas, salvo Ethel, que era obediente; pero la familia Lefranc era de otra especie que las nuestras, había seis o siete así en la Ciudad, se les conocía. El padre Lefranc iba de puerta en puerta con sus peticiones en la mano, sin desanimarse, y además casi todo el mundo firmaba regularmente lo que él reclamaba. "Estás por la paz, claro", decía, y claro que se estaba por la paz, ¿cómo se iba a estar en contra?, y el padre firmaba la petición, y se bajaba a lavar el coche, y Lefranc llamaba a la puerta de enfrente. "Esas gentes son como los curas", decía el padre, un tanto compasivo. A Frédéric, el mayor de los hijos, se le podía ver todos los domingos vendiendo el Huma–Dimanche en la plaza del mercado, con tres o cuatro amigos, gritando muy fuerte en medio de las mujeres que pasaban sin hacerles caso. A veces yo discutía con Ethel; la envidiaba porque aún iba al colegio, a un colegio de París; trabajaba para ser maestra; le gustaba; me dijo que costaba mucho esfuerzo, que tenía unos deberes enormes, a veces se quedaba hasta media noche; mi sueño; pero en su casa la que se ocupaba de los pequeños era su madre, y además sólo tenían cuatro, y a Ethel, desde que estudiaba, la dejaban completamente en paz con los quehaceres de la casa, no hubiera podido ocuparse de ellos. Me hubiese gustado estar en su lugar; pero no ser maestra, por los chicos; no me gustan los chicos. Discutimos sobre eso, a ella le parecía que yo no tenía razón, que es precisamente a los chicos a los que hay que formar y se vuelven estupendos; los chicos de aquí en su mayor parte no están formados, se les deja que anden por ahí y nadie se ocupa de educarles, yo le dije que cómo iban a educarles si no están educados tampoco ellos, no saben nada y les tiene sin cuidado; en eso estaba de acuerdo. Me dijo ¿por qué no vienes con nosotros los domingos en vez de ir por ahí con esos tipos? Cuando me dijo eso había en sus palabras cierto desprecio que me enfrió: ¿en qué se estaba metiendo? Ahí no nos entendíamos; trataba de hacer moral, pero yo no era terreno abonado; Ethel era más inteligente que yo en muchos aspectos, pero la verdad es que en éste sabía yo mucho más que ella, y que a mi lado, por muy sabihonda que fuese, no era más que una criatura.
No había más que verla, con su comportamiento y su manera de andar por la calle, sin mirar a nadie, siempre pensando en ella misma; así era yo antes; ahora iba por en medio de los paseos y miraba a la gente a la cara. En aquel momento tenía metido el diablo dentro de la piel; me hubiera tragado a cualquiera, hasta a los padres de familia. Pero salvo excepciones se contentaban con echarme unas miradas furtivas y seguían su camino en dirección a su mujercita y a la sopa, lo que me hacía reír porque sabía lo que pensaban, empezaba a conocer a los hombres. Pero eran justo lo bastante miedosos como para no hacer lo que tenían ganas. Digo salvo excepción porque hubo una excepción, René. Tenía la mirada más viva que los otros, y más insistente, ahí estaba toda la cuestión, en vez de escaparse, se prendía, así es que al cabo de algún tiempo reventaba de ganas, era visible, y no me extrañó nada cuando me abordó. Empezó diciéndome con un tono severo, o por lo menos haciendo como si, para tantear el terreno, que no hay que mirar así a los hombres. O si no pueden ocurrir accidentes, amenazó al ver que yo no me iba a excusar: yo me reía. Y si no sabía lo que quería decir con eso añadió con la mirada cada vez más viva estaba dispuesto a hacérmelo ver, y mientras hablaba miraba alrededor como si buscase un sitio para hacerlo y entonces me eché a reír francamente porque buscar un rincón discreto allí, eso sí que es delirio, se está desnudo tanto dentro como fuera y en el campo de visión de alguien que no se ve, sobre todo que en su mayor parte tienen gemelos.
En fin que un sábado por la tarde le contó a su mujer que tenía que ir a buscar unas herramientas y nos encontramos andando por el bosque de Vincennes a la búsqueda del famoso rincón tranquilo protegido de las miradas indiscretas, que tenía particularmente el aspecto de temer. De los dos el que más miedo tenía era él, pero tenía aún más ganas de estar conmigo que miedo."

Christiane Rochefort
Los niños del siglo



"El sentido no está en la palabra, sino en la organización. Había pasado de lo inerte a lo tenso, de lo amorfo a lo organizado. Pavada de cambio, podríamos decir. Es la llegada del ritmo. (...) Es la naturaleza del ritmo, es biológico, es como hacer bien el amor (bien, insisto), es la vida que entra en las frases y crea su intimidad, sus cambios, su orden, su sucesión, y su respiración, que la puntuación dirige imperativamente. La puntuación correcta es aquella que cae del espíritu (ruah)."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero



"Era una mañana radiante. El arrullo de las palomas nos acompañó hasta la partida. Con Simone al volante, tomamos la gran curva en horquilla. Durante un breve instante, Renaud levantó la cabeza y miró hacia el espolón de Saint-Paul.
Mi temperatura bajó en tres días. Alex había dicho: ''Tal vez sea una falsa alarma. Contigo nunca se sabe. Pero aprovechemos la ocasión. Es demasiado buena para desdeñarla. En cualquier sitio estarás mejor que aquí".
Falsa alarma. O reflejo de defensa admirablemente condicionado. Mi cerebro había formado tal vez un nuevo centro vital. El centro del amor. Podría elegir el fenómeno como tema de tesis: entre los místicos con estigmas y los perros de Pavlov; en todo caso, era muy práctico.
Ya sólo tenía que recobrar fuerzas para el invierno, que se anunciaba duro.
Renaud no soportaba la montaña; se moría de miedo en ella; los montes lo agobiaban como si los tuviera encima; hasta de noche sentía su peso. Quería huir al mar, como un cangrejo llevado a la ciudad. Si el cangrejo se escapa de la cesta, ya se sabe que correrá en seguida en la dirección vital. Es indudable que, si yo me hubiese hecho humo, Renaud se hubiera ido por ese camino con el instinto como guía. Yo sentía cómo tironeaba; su estado era el de nostalgia aguda. Por una vez, la tierra no era tan redonda; había un sentido privilegiado que se llamaba, por el momento, el Mar. Se cerraba mal la cicatriz de una carne cortada. Había una llaga en el costado, como la de un hermano siamés operado. Renaud sufría en el flanco. Tenía ahora un tic: miraba de lado, como si esperara encontrar a alguien. Pero no, no había nadie. Se olvidaba del asunto con cualquier ocupación y luego vuelta a mirar. Yo recordaba ciertas actitudes de Coco en momentos de privación; metía constantemente la mano en el bolsillo derecho, donde tenía la jeringa; la retiraba y, a los pocos segundos, volvía a meterla. También pasa lo mismo al fumador: tiende la mano hacia el cenicero y se acuerda de que ya no tiene cigarrillos, tiende la mano y se acuerda, tiende la mano y se acuerda, hasta el infinito. Jamás quedará convencido. Renaud hacía transferencias sobre cuanto estaba a su alcance: aceitunas, cacahuetes, pedacitos de queso o mi misma persona; las más de las veces, era un vaso. Era preciso ocupar las manos, los dientes o sabía Dios qué; había que llenar en algún sitio un agujero que no tenía nombre. Yo sabía el nombre de sobra y hubiese puesto a gusto mi cabeza en el tajo con tal que no se tratara del amor, como creía Simone, sino de algo mucho más turbio e indefinible, de una escapatoria, siempre la misma. De ese deseo de volver la espalda a la realidad, de perderse, de destruirse, de lo que era tal vez, muy en el fondo, la atracción de la muerte.
¡Ah! Yo lo empujaría, sin embargo, hacia el otro lado. Lo haría a pesar de sus resistencias sutiles y complejas, a las que dedicaba toda su inteligencia en lugar de emplearla en vivir y ser feliz. Era una energía enorme arrojada a un negro abismo, sin beneficio para nadie, cuando, bien utilizada, hubiera hecho de él un vencedor y de su vida un éxito.
Sin decir una palabra, yo lo empujaba hacia el norte desde que me había sentido repuesta, en menos de dos semanas.
Era pesado y costaba empujarlo. Se empapaba como una esponja para propulsarse. Con la botella negra en la mano, bebía de ella en el coche, insolente y provocador, aunque mudo, a la espera de un reproche que nunca llegaba. Era una espera a la que yo replicaba pisando con más fuerza, imperturbable y también muda, el acelerador, segregando kilómetros con una determinación inalterable. Ni un barril de whisky reprobador podía nada contra esta determinación. Cada kilómetro que me metía en el bolsillo, que agregaba a mi haber, a mi arsenal, aumentaba la distancia salvadora entre él y la muerte, le procuraba una nueva posibilidad de vivir, a su pesar. Lo había atado y tiraba de la carretera como de una cuerda. El cable que trae al náufrago se iba acortando. Yo iba ganando, ganando. El espacio trabajaba a mi favor. Renaud, con su alma replegada, cambiado junto a mí en estatua de sal como la mujer de Lot, se había congelado en una embriaguez que le era necesaria para hacer frente, pero que también le paralizaba. Esta vez, yo lo había recogido justo a tiempo."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero



"Es común que- en este tipo de vínculos - sientas que hay lazos muy fuertes que los unen. La sensación de amor resulta incomparable (es el hombre la mujer de mi vida); pero el tiempo hace aflorar esas situaciones no resueltas. Esas deudas tan antiguas, contigo misma o, que hacen que esta relación, también, fracase."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero


"La persona inaccesible es como una droga: te atrapa."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero


"Llega un momento en que uno se mezcla completamente con el libro, en que se vive adentro de él, viviendo a menudo una vida más real que la verdadera, y esto no es broma, hasta el punto de preferirla y de tener la tentación de querer balancearse en una hermosa esquizofrenia. Es una de las alegrías de escribir."

Christiane Rochefort




"Los alumnos lograban pasarse los mensajes, redu­ciéndolos al mínimo, entre dos golpes y mientras pasa­ban todos amontonados por la puerta. La vigilancia absoluta es imposible. Mientras no puedan ofrecerse un vigilante por cada mocoso, éstos lograrán burlarlos. Y no se puede. A partir del gran terror escolar, se instalaron cuatro por clase, pero cuatro por clase de ochenta no es suficiente. Además hay que buscar quien quiera encargarse de este sucio trabajo. A lo único que puede aspirarse es a vigilarlos de lejos y a apretarles de vez en cuando los tornillos. Lo que no significa la garantía moral soñada, basta oír el vo­cabulario de los mocosos, evidentemente los golpes no llegan a la lengua. Siempre lo mismo, contradicciones por todos lados, no hay manera de cambiarlo "com­pletamente y de una vez por todas" según el eslogan oficial. Siempre queda algo que desentona. Un te­rror mutualista reina en las escuelas, cualquiera que sea la Clase Social. El hombre nace canalla, se diría que: Déjesele libre a sus instintos y no se dirigirá al orden sino al completo desordenamiento. No hay que soltarle las riendas. Ay. Y cuatro para golpear ochenta desencadenados no es suficiente. El hombre tira al desorden caótico, pensó: Escombros en el fon­do de su oficina examinando el triste balance de la operación Stadium. ¿Habrá que decir Estadius? En todo caso, se acabó, hay que reconvertirlos a la uti­lidad pública y hacer Espacios Verdes de juegos. Bella expresión. Por lo menos ningún problema de plura­les. ¿O habrá que decir Espacios Verdes de juego? El Venerable de los menores y los débiles aprieta un botón y reclama cuál es el estado del enrolamiento de la Neomilicia. Estado lamentable, según parece hay sobreempleo, todo el mundo tiene trabajo. Son increíbles los trabajos que han podido inventar los de Estímulo y Expansión, todo reposa en este hecho. Debe haber algún tipo de izquierdecha metido ahí. Lo que antes era absolutamente imposible a colocar, Ruinas lo ha canalizado en los cuerpos de rastreros, ejecutores, agentes y clandes. Escombros se pregunta si no habrá que bajar la edad del enrolamiento de 25 a 22 años. Quizá sea sugerente: el enrolamiento valdría al enrolado una emancipación precoz. Escom­bros está feliz y orgulloso consigo mismo, ha puesto una idea acompañada por su coc coc codificación del ejército particular de lame suelos que se precipita a recoger el huevo y a ponerlo en incubación electró­nica, de donde saldrá ya impreso y listo para su difusión. No falta más que la paráfrasis de Senil. Pero Senil no tiene fe. En realidad siente un terror pánico ante un posible despertar, hasta ha llegado a pensar que si fuese necesario, ordenaría napalmear los cuar­teles de Neomilicias. Escombros se acomoda en su silla, piensa un poco en su colega el Venerable Uli­ginoso y en su operación Leteo para niños precoces, desviados, desflorados, mal programados, mal ense­ñados, mal educados. ¡Diabólica astucia ese lavado precoz! Los que pasan por ahí no podrán hacerle más tarde daño al país. En el Porvenir las cosas serán más fáciles, el Porvenir tiene suerte, el tiempo y las cien­cias trabajan en su favor."

Christiane Rochefort
Una rosa para Morrison



"No debería permitirse hacer un retrato, cuando no se tiene talento. Las gentes pueden morir. Entonces no queda más que el retrato y no es bueno. Estoy avergonzada.
He intentado hacer otros, de memoria. Me he esforzado.
—Decididamente, no sabía que amabas a Julia hasta ese punto —repetía Philippe, aquejado por celos póstumos; él no sabía que yo trataba de empezar de nuevo, porque el retrato era malo, y estaba avergonzada; y yo no sé si amaba a Julia, y hasta qué punto, salvo que no podía soportar que alguien, que había estado vivo, ya no lo estuviera; ni soportar la imagen del momento, del segundo, en que vio venir el coche sobre ella, porque lo había visto; ni que su rostro hubiera quedado destruido, aun antes que se lo comieran los gusanos. No podía soportar el pensamiento de aquellas tres cosas, eso es todo. Si es esto amar, no lo sé. Son cosas.
Ahora su rostro sólo estaba entre mis manos; y yo lo sacaba mal. La escena de La princesa de Clèves la saqué un poco mejor, tal como la había imaginado aquel día, y que intentaba reconstituir con ayuda de Stephanie; durante este período, Stephanie no se apartó de mí; creo que me era indispensable. Abandonaba el liceo. La hacía posar para las dos siluetas, tan pronto yo pintando, como la otra, ausente para siempre. Cuando "era" Julia, lloraba. Le costaba trabajo soportarlo, pero no quiso renunciar, ni ceder a las presiones de su madre, a quien no le agradaba esta historia "morbosa", y que no cesaba de prohibirle "que me molestase".
Mi pintura comenzaba a irritar. Duraba demasiado. Yo ya sabía que no era buena, no necesitaba que nadie me lo dijese.
—Mi mujer también pinta —dijo Philippe al final de una cena, cuando la conversación versó sobre este arte. A veces, delante de ciertas personas, Philippe acostumbraba señalar este rasgo pintoresco de nuestro matrimonio. Esta vez se dirigía a un señor, a quien no habíamos recibido antes, y que empleaba los importantes beneficios que le dejaban ciertos negocios inmobiliarios en hacerse una colección. Se decía que era un conocedor esclarecido. En consecuencia, era solicitado, y Philippe me resultó importuno. Su observación produjo sobre el personaje el efecto ordinario de costumbre: contuvo cortésmente una mueca y la transformó en una sonrisa mundana que no constituía una alusión a mí.
—Yo no pinto, pintarrajeo. Es una distracción de ociosa, carente de interés artístico.
Pensaba de este modo librarme de una preocupación inútil y de la conversación acerca de mí. Sin embargo, Philippe, sin saber por qué, insistió en ello. Se hace la modesta; pinta realmente, e inmediatamente se levantó. "Voy a mostrarle, usted me dirá..."
—Philippe, no, por favor...
No tuve tiempo de impedirlo. Debí levantarme también, dar el espectáculo de una esposa que corre detrás de su marido, revelando un desacuerdo. La calma que me impuse en la ocasión me detuvo de tal modo que me crucé con Philippe cuando él volvía junto a la puerta del living, a la cual había llegado, con la rapidez de su acción. Llevaba el primer retrato y el último, los dos igualmente malos: felizmente, la Princesa de Clèves no estaba seca aún.
—Philippe, yo no quiero. No vale la pena... Te lo ruego...
Me veía obligada a hablar bajo, a causa de la proximidad del living desde donde aquellas gentes podían oírnos.
—¿Qué sabemos? —dijo Philippe apartándome.
—¡No! —traté de apoderarme de las telas.
—Veamos —dijo Philippe mostrándome la puerta abierta, y haciendo comprender que una escena sería inconveniente. Me arrancó los cuadros de la mano con un movimiento brutal, y vi en sus ojos una determinación violenta iluminada por una sonrisa ambigua. Esta expresión me sorprendió y me indicó sin duda que la lucha sería vana; estaba decidido. Entró en el salón, yo detrás de él, con aire ridículo. El retrato, acompañado por un "¿No es cierto?" insinuante, fue colocado bajo las narices del coleccionista, que lo miró unos segundos y luego se volvió hacia los demás y dijo:
—¿Han visto la exposición de Valadon? Pienso en ella —dijo volviendo sobre mi pobre obra— porque es una de las pocas pintoras que no tiene mano. Encantador —añadió, dirigiéndose a mí con la suficiente amplitud para que Philippe retirase el objeto de su vista."

Christiane Rochefort
Celine y el matrimonio



“No es que ames demasiado sino mal. Porque amar es crecer juntos, no uno arriba y el otro abajo.”

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero



“Tú eres una persona en búsqueda del enamoramiento, eso en si mismo no es algo malo. Lo doloroso, para ti, es que no logras alegría sino euforia, que no es amor sino "algo"."

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero


“Una relación es adictiva cuando te daña, perjudica tu salud-toda tu salud- y sin embargo no puedes abandonarla. Si tú eres adicta al amor soportarás increíbles cantidades de sufrimiento en las relaciones que establezcas.”

Christiane Rochefort
El reposo del guerrero












No hay comentarios: