Enrique de Rivas Ibáñez

El caballete vacío

El caballete ahí, como esperando
el toque de su mano, su mirada,
el peso de la tela preparada
para la obra de hoy. Pero ya el cuándo
no cabe en el reloj. Desorbitada
la luna del espejo está buscando
luz e imagen en su aire respirando,
mas luz, imagen y aire son ya nada.

¿Son ya nada o ya Todo? Transparencia
es el hueco dolor de la madera,
el agua inmóvil que el espejo habita;
el alma, ya abandono; el ser presencia;
certidumbre el vacío de la espera
mansamente acudiendo hoy a la Cita.

Enrique de Rivas Ibáñez




Exordio

Aquí, donde el laurel, ciprés y pino
se inclinan bajo el gladio del Arcángelo,
y se curva entre nubes Michelángelo,
vengo hoy a respirar, en donde vino

a reposar Adriano su destino
de eterno anhelador; donde el anhelo
de Bernini a los ángeles del cielo
forzó a pisar el mármol del camino;

aquí, donde a la faz del agua asoma
la onda leve de un verso quevediano
y de Séneca en ecos se desmaya,

desde el más afilado aire de Roma,
quiero viajar al fondo de su arcano
respirando la luz de Ramón Gaya.

Enrique de Rivas Ibáñez





Julio Vías Alonso                                                                    Roma, 6 de marzo de 2002 
Gral. Díaz Porlier 52 
Madrid, 28001
 
Mi estimado amigo: le agradezco mucho su carta de fecha 12 de febrero que he recibido hoy en mi Apartado Postal. Me habían hablado de Vd. mis primas Amalia y Sofía hace algunos meses.  
          De entrada le digo a Vd. que el hecho de que a los 90 años de la muerte de mi abuelo alguien resucite su recuerdo, me parece una maravilla, casi un milagro, tanto más cuanto que hasta hace unos 15 o 12 años existían personas en Madrid que le habían conocido. Incluso Jimena Menéndez Pidal me presentaba, con un dejo de emoción en la voz, como "nieto de Ibáñez Marín". Pero esa generación de personas ha desaparecido ya, y con ellos toda esa intrahistoria española que no se escribirá nunca. No tenía idea en absoluto del monumento erigido a su memoria en la Sierra. Sólo conozco el busto que en 1910 le dedicó el Ayuntamiento de Enguera, donde estuve hace ya unos doce o trece años. El farmacéutico del pueblo era uno que todavía sabía quien era Ibáñez Marín. Pero yo mismo tampoco sé mucho. Mi madre tenía sólo 13 años en 1909, al morir él, siendo la mayor de la camada de cuatro hermanos: Carmen, Jaime, Anita y Dolores.  
          A mi abuela Carmen Gallardo la traté mucho y fue ella quien me contaba cosas cuando yo tenía diecisiete o dieciocho años. Pero ella murió, a la edad de 77, hace en estos días exactamente medio siglo + un año. Recuerdo sus anécdotas, pero vaya usted a saber cuántas se me han olvidado. Las páginas que usted me envía me aprenden cosas. Sabía por ejemplo, que él logró del Obispo de Madrid la autorización para que el gobierno aprobara la fundación del Colegio Alemán, donde estudiaron becados sus hijos Carmen (mi madre), Jaime y Dolores. Su hija Anita obtuvo, por petición y gestión de mi abuela ante el rey Alfonso XIII una plaza para ella en el Colegio de Doncellas Nobles de Toledo, donde vivió hasta el trágico verano de 1936. Yo mismo recuerdo como un "Edén" la cartuja del Paular, donde, desde fines de siglo, mis abuelos Pepe y Carmen alquilaban la celda del Prior que daba sobre el Patio de Matalobos (hoy día parte del Parador). Allí pasé yo los primeros cinco veranos de mi vida, de 1931 a 1935, y de allí son los primeros y casi únicos recuerdos de infancia que tengo de España, y los únicos que no son dramáticos o tristes. 
          De mi abuelo no quedó nada en familia. Su biblioteca desapareció de la casa de mis padres y abuela en Velázquez 38, en 1939. Mi madre (quien murió en 1969) en sus últimos años hablaba mucho de mi abuelo, pero eran también recuerdos de infancia. Yo no sabía siquiera si habían encontrado su cuerpo. Sus páginas me lo aprenden. Pero ¿existe una sepultura? ¿en Madrid? ¿en Melilla? Tampoco conocía ese detalle espeluznante, que aprendo por Vd., acerca de la causa de la tragedia: un gesto humanitario suyo para con sus soldados (por lo visto era el destino de mi familia -paterna y materna- quedar señalados por "gestos humanitarios"). Conocía, sí, la espeluznante descripción del escritor Noel acerca de la emboscada del Barranco del Lobo, y el desfile luctuoso de su caballo sin jinete, ante la Infanta Isabel, un día lluvioso de Madrid (leído en el "Blanco y Negro" de ese verano y oído contar por María Zambrano, que lo presenció de niña).  
          Sabía también que escribió un libro no militar sobre Leyendas toledanas, pero nunca he podido conseguir un ejemplar... Me anuncia Vd. la restauración del monumento en la Sierra dedicado a mi abuelo "a principios o mediados del próximo verano". Si es a principios, a lo mejor puedo ir, pero a mediados (julio-agosto) suelo estar en México. Soporto mal el calor y la Ciudad de México, a 2.300 mts de altura, es lo ideal. Le agradezco la invitación "in pectore" y le ruego me tenga al corriente.  
          Como el correo italiano funciona malísimamente, me permito indicarle que para una comunicación urgente se puede utilizar mi teléfono-fax, que es 0039-06-5813957. También le agradecería me enviara su número de teléfono, pues existe una posibilidad de que yo vaya a Madrid a mediados de abril. Todo depende de las fechas de viaje de mi hermano Carlos que piensa hacer un viaje a España desde México con su mujer en abril. Pero aún no tengo los detalles.  
          Ni que decir, si la restauración se hace por suscripción pública o privada, y en algo puedo contribuir a hacerla factible, le ruego me lo haga saber.  
          Para terminar, me vienen a la memoria dos poesías de mi "otro" abuelo materno, Enrique de Mesa, una, "Ya se van los quintos, madre"... y la otra "El retorno a la patria". La primera es de 1909, y la 2ª de 1910. Para mí, que están escritas bajo la impresión de los hechos luctuosos en el Gurugú. ¿Las conoce Vd.?  
          De nuevo, le quedo muy agradecido por su carta y quedo a su disposición para esta empresa de restauración histórica, que denota por parte de Vd. una sensibilidad poco común.  
          Le envía un cordial saludo 
Enrique de Rivas Ibáñez

P.S. Me imagino que conoce Vd. los tristes "recuerdos" de mi abuelo expuestos en una vitrina del Museo Histórico Militar de Madrid: su gorra, sus "quevedos" y, creo, su bastón de mando, o espadín. Con su nombre, sin explicar nada de nada...

Enrique de Rivas Ibáñez





"Lo asocio, ahora naturalmente, a la última imagen de la sierra de Guadarrama presente en mi memoria, difuminándose a lo lejos, mientras volvíamos a la ciudad al atardecer. Por el cristal de atrás del coche se veía la gran masa empequeñeciéndose, sumergiéndose en el cielo oscurecido, con unas lucecitas que brillaban aquí y allá. Me explicaron que eran las fogatas de los pastores, encendidas para ahuyentar a los lobos. Fue para mí un reencuentro cuando, muchos años después, en una escuela del otro lado del océano, nos enseñaron la canción: "Ya se van los pastores para Extremadura; ya se queda la sierra triste y oscura..." Así quedó la sierra para siempre: una nave alejándose quién sabe en qué mares..."

Enrique de Rivas Ibáñez




TRÍPTICO

Cuando medía el tiempo
mis pasos por la tierra
sus signos encontraba
en esas nubes llenas
que caían al río
como si de sus velas
el navío del cielo
desprenderse quisiera.
Y yo las recogía
una a una, en la espera
de ponerlas de nuevo
sobre la nave aquella
que en el agua flotaba.
Eran nubes de vida
con vocación de estrellas,
y en el alba nacían
otra vez nubes nuevas.

Hoy que el tiempo quieto
tan sólo mido huellas
en la bóveda madre
donde la nave espera
zarpar por otro océano
sin nubes, sin estrellas,
oigo un eco de imágenes
en la corriente espesa,
como si de una música
que oscuramente fuera
las notas de las nubes
ya todas en cadena
de blancura, que el tiempo
sembrado devolviera
en signos trasparentes
de un alma, que acudiera
a entregárseme, entera.

Viene la luz ya tibia
con suavidad de plata
veteada de memoria
de una canción lejana.
Del dorso de la loma
nostalgia de campanas
a un punto eterno fija
el aire que ahora pasa.
Y queda aquí suspenso
un arco de palabras
que va de orilla a orilla
esperando la barca.
Vendrá la barca oscura
sobre ese cielo de agua
que pone en los paisajes
la turbiedad sagrada,
y se oirá en el silencio
romperse las palabras
una a una, cayendo
como gotas cantadas
de una canción: “va llena
de su carga la barca;
fijo ha quedado el aire
su luz tibia, de plata.”

Enrique de Rivas Ibáñez




Voz de la mole adriana:
(Castel Sant’Angelo)

No soy ya lo que fue; y si aún lo fuera,
sombra no más sería del ausente
que en mi cuerpo habitó con luz doliente
sabiendo que un testigo sólo era.

No era más, ni fue más la lenta espera
de su transcurso fiel por lo presente,
renovada en sí misma, tercamente,
fingiéndose corpórea y verdadera.

Verdad fui y no lo fui. También fui pura
resonancia de vida traspasada
filtrada en el amor de lo absoluto.

Mi presencia fue nada. Hoy, que perdura
hecha esencia, en tu cuerpo trasvasada,
da en la luz de tu luz, luz al minuto.

Enrique de Rivas Ibáñez




Voz del Tíber

Más que en mí, estás conmigo, en una cita
que el tiempo convocó sin consultarnos;
hoy que nos encontramos sin buscarnos,
el lienzo, en su silencio, nos medita.

Nos medita y nos crea, nos incita
una vez más a ser, y siendo, a darnos
mutuamente lo mismo que, al hallarnos,
quisimos ocultar; como quien quita

de sí mismo la carga que más quiere
para añadirla al ser que tiene lejos,
la música intuyendo de su modo:

tu cuerpo es mi dolor que mi agua hiere,
y al herir al pintor nuestros reflejos,
suena, viva en su luz, la luz del Todo.

Enrique de Rivas Ibáñez




Voz del Tíber

Si es tumba viva mi corriente dura,
cuando el pintor me ausculta con pinceles,
tú, que naciste tumba entre laureles,
¿qué has de ser, sino doble sepultura?

Si en mi cuerpo desdoblas tu figura
mortalmente al revés, y somos fieles,
yo, al agua, tú a la piedra que ser sueles,
sólo mi cuerpo vida te asegura,

pues tu mole de almenas es ceniza,
polvo ya de futuro; y yo, presente,
doy mi carne a tu imagen que desliza
desde los ojos blancos de mi puente
la mirada pensante que eterniza;
mira como te salva: sabiamente.

Enrique de Rivas Ibáñez


















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