Eugenia Rico

"Al poco tiempo se les unió Ulrich, que parecía haber estado esperando en el jardín algo o alguien que no llegó. Les sirvieron café.
Fátima y yo llevábamos varias noches casi sin dormir. Apenas pegábamos ojo. Comíamos muy poco. Nos mantenía en pie una fiebre incansable. En aquel tiempo me sentí inmortal. Creí que la materia no existía, que se podía vivir sólo de sentimientos y conversaciones como viven los dioses.
Esa noche, sin embargo, comenzaba a sentir cómo el tiempo me alcanzaba.
Pedí más café aguardando el momento en que Constantin se despidiera y volviéramos a ser sólo dos hombres y dos mujeres. Fátima no esperaba lo mismo. Constantin le hacía sentirse mejor. Era evidente que ella le gustaba, pero su admiración era similar a la que hubiera sentido por un caballo árabe o un galgo de primera: desapasionada aunque cálida. Nada que ver con el brillo de los ojos de Ulrich mientras la miraba.
El salón estaba presidido por un gran retrato al óleo del bisabuelo vestido de púrpura entregando un sable en alguna derrota del pasado. Las familias ricas tienen historia, saben quién es el padre, el abuelo, el bisabuelo. Tienen retratos.
A Fátima le sorprendía que no lo hubieran representado victorioso, pero el retrato era su victoria —argumentaba—. Sus tataranietos no sólo sabían quién era, no solo conocían los hechos principales de su vida, su nombre y el de su esposa, incluso tenían su retrato, y el retrato les hacía compañía, como la sangre, como la estirpe. La familia de Fátima no tenía historia. Nadie sabía quién había sido el bisabuelo, no había fotos y mucho menos retratos al óleo. Los pobres también son pobres porque no conocen su historia —me repetía—. No hay una casa como la de los padres de Werner. Algo que tocar. Algo a lo que agarrarse.
Un lugar donde pisar el mismo suelo de los antepasados, sentarse en sus mismas sillas. Si no hay pasado tampoco hay futuro, sólo un presente en el que nada importa y sin embargo, por eso mismo, el corazón de los pobres late con más fuerza. Está obligado a latir ahora, a ser ahora, porque sabe desde ahora que todo lo que intente otros ya lo han intentado, que todo lo que consiga será olvidado, y al final todo será lo mismo: nada."

Eugenia Rico
El otoño alemán


"Cuando escribo una novela quiero que cada capítulo sea un pequeño mundo independiente. 
Una parte de un todo que tiene sentido en sí misma.
Por eso los saltos de página que inquietan a mis editores.
Por eso y por el ritmo."

Eugenia Rico




"He visto su fecha de nacimiento. La he visto sin querer, se le ha caído el carnet de conducir del bolsillo. Y le he dicho que condujera él. Le gusta tanto conducir que no ha preguntado nada.
Cierro los ojos y él cree que estoy cansada de dormir sobre el frío suelo de la tienda. No sabe que no puedo ver, que no veo el mundo ni la carretera desde que he recordado el día en que nació. Porque me acuerdo, recuerdo perfectamente el día en que vino al mundo. Hacía mucho que yo estaba aquí. Y lo recuerdo bien porque no fue un día cualquiera. Fue el día en que yo perdí la virginidad.
Supongo que es otra manera de nacer. Él lloraba por primera vez y, en un cuarto de baño triste, también yo lloraba. No por vez primera ni por última, lloraba por lo que creía amor una vez más. El hombre a mi lado, mi novio, luego mi marido, se había enfadado porque no sangré.
Me han contado que los niños vienen al mundo envueltos en sangre. Quizá esa sangre que yo no tuve fue la que le envolvió a él al nacer.
Lloraba por el bruto de mi novio. Estábamos en un almacén, sobre una cama vieja. Un polvo blanco caía sobre nosotros y sobre un montón de muebles cubiertos por sábanas que nos rodeaban como fantasmas. A cada esquina de la cama había una vela. Nuestros intentos desesperados por gozar habían derramado la cera sobre las mantas. Nos habíamos quemado, pero poco. Su familia tenía una fábrica de muebles y éste era el viejo almacén donde él llevaba a las chicas los sábados por la noche. Un lugar frío sin luz eléctrica ni calefacción que intentábamos calentar con nuestros besos. No sangré. Pero tampoco lloré delante de mi novio.
Cuando él se hubo ido y estuve de pie en el baño de mi casa, vi el hilo de sangre que ahora sí, vertical, bajaba por mis piernas.
No sabía que en ese mismo momento estaba naciendo un niño que un día se pararía en una gasolinera y me hablaría. No sabía hasta qué punto me había hecho mayor."

María Eugenia Álvarez Rico
La edad secreta



"Mi padre era alto y rubio. Era cojo como yo, pero eso no le impedía ser un gigante. Decía que descendía de los vikingos que solían asolar las costas asturianas. Me contaba historias de sus antepasados escandinavos. Me hablaba de Odín y su esposa Freya, Thor, Loki y los demás dioses del Panteón del Norte. Odín había permanecido nueve días colgado boca abajo del árbol Yggdrasil, en la soledad más grande del mundo, desnudo e indefenso, sin ni siquiera su propia sombra para cubrirlo. Aquello no podía traer nada bueno. Al noveno día un cuervo le arrancó un ojo, pero su sacrificio no fue en vano. Ya no pudo «ver» con normalidad pero adquirió otra clase de visión. A cambio de su sacrificio Odín conquistó los augurios: las primeras letras de un alfabeto sagrado. Le permitieron ver lo interior: el pasado y el futuro. Los augurios trajeron al mundo la lengua, la poesía, las historias de amor y el valor de los hombres. Odín también trajo al mundo la profecía pues cada letra tenía un significado mágico. Para conseguir el poder de la sabiduría y el don de la visión interior Odín sacrificó la forma en que siempre había visto el mundo. Ese mundo de Odín sólo está de acuerdo en una cosa con el cristianismo, el judaísmo y el islam, las tres religiones semíticas y patriarcales: la mujer no es nada. La misoginia de las religiones patriarcales hace tiempo que expulsó a la mujer del Paraíso. No fue la serpiente. Fueron los hombres."

Eugenia Rico
Aunque seamos malditas













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