Gregor von Rezzori

"Entonces ya se empezaba a generalizar la idea de que el trabajo no siempre es vergonzoso (algo que mi familia aún estaba lejos de entender). Esto dependía, por supuesto, del tipo de trabajo del que se hablara. El simple ingreso en el comercio era lamentable. Si uno vendía armas, artículos de cacería o complementos de equitación, se trataba de algo más o menos pasable. También la venta de alimentos suntuarios (vino, caviar o paté de ganso) al que se dedicaban tantos oficiales retirados podía, dadas las circunstancias, disculparse como una dolorosa necesidad impuesta por los nuevos tiempos y no significaba la pérdida de las amistades distinguidas. Pero todo lo que tuviera abiertamente que ver con el trabajo de tendero carecía de estimación social. Éste era el privilegio de los judío, y nadie deseaba disputarlo, en todo caso nadie que tuviera suficiente autoestima. Yo había sido educado para aparentar que no me sentía una persona especial y para tener, en secreto, una elevada opinión de mí mismo. En ningún momento se me hubiera ocurrido ponerme al nivel de los judíos. Y las mercancías que debía promocionar me colocaron justo en ese nivel. ¿Quién, si no un tendero judío, iba a vender jabón, pasta de dientes y champú? La conciencia de ser una especie de enlace comercial, e incluso de mandadero, al servicio de esos vendedores judíos era un navajazo a mi digno orgullo."

Gregor von Rezzori
Memorias de un antisemita



"La actitud de los judíos resultaba comprensible: probablemente hubiéramos hecho lo mismo de haber estado en su lugar. Incluso los que eran cultos, si no se mostraban abiertamente avergonzados, sí reflejaban una reserva involuntaria o, como en el caso de los Raubitschek respecto a mi abuela, una jovialidad traicionera y distraída, que no pasaba de ser algo vago, incidental. Tal parecía que las buenas maneras inculcadas en ambas familias perdían su sentido después de un saludo espontáneo. Pero ¿había alguien que quisiera dar pie a relaciones más complejas? No, debía de ser penoso sentirse judío. Por fortuna nosotros no lo éramos. Cuando ellos cambiaban sus nombres por otros que se parecían a los nuestros, no hacían sino revelar sus pretensiones, su repugnante sentido de los negocios, su lamentable deseo de trepar en la sociedad."

Gregor von Rezzori
Memorias de un antisemita

"Pero sería falso decir que había pasado a una etapa de actividades vitales y definitivas. Al contrario, me dejaba arrastrar. El yeso en el cuello no era un impedimento serio. En el peor de los caos, me dificultaba anudarme los zapatos. No era esto lo que me impedía aprovechar el tiempo estudiando o haciendo alguna otra cosa inútil. Sin embargo, estaba convencido de que, después de un accidente que muy bien pudo costarme la vida, venía bien un poco de descanso. No tenía mayores apremios económicos; había ahorrado un poco de dinero para mis incumplidos planes abisinios y la vida en Bucarest era barata, sobre todo en la pensión Löwinger. No hacía nada y al mismo tiempo hacía mucho. Por ejemplo, acompañaba al señor Löwinger a los cafés, un poco por curiosidad y otro poco para matar el tiempo. Ahí era donde jugaba para mejorar sus ingresos. Los tipos y los episodios que vi en esos sitios me enseñaban más que los libros escolares. A veces también lo acompañaba a los pueblos cercanos, donde vendía sus plumas lacadas. Llevo en mí las imágenes de las calles polvorientas, bajo la luz naranja del atardecer, donde los bueyes regresan a sus establos como si nadaran en la brillante tolvanera; el aroma a resina de la madera recién cortada, las enormes pilas de leña frente al bosque oscuro; la cordillera de los Cárpatos que se alza al fondo, las cimas con un verdor de césped, como recortadas en papel de plata; un pastor con piel de oveja, las piernas cruzadas sobre un tronco caído, que corta ramas con su navaja, sin pensar en nada (...)."

Gregor von Rezzori
Memorias de un antisemita


"Poldi y yo conocimos a un actor famoso que no era judío y trató a Poldi con especial amabilidad. Poldi Singer se volvió hacia mí, fastidiado y dijo: 

-Mi madre siempre decía: "Más que de los antisemitas, júngele, cuídate de los goyim que aparentan querer a los judíos". 

Éstas se convirtieron en palabras clave para mí. Poldí tenía mucha razón. El rechazo a los judíos no dependía de una idea que pudiera ser sustituida por otra mejor; era una reacción innata y natural hacia la otra raza, que no impedía que se les pudiera tener cierta simpatía. 

Quería a Minka, y de no haber sido judía me hubiera enamorado perdidamente de ella y le hubiera propuesto matrimonio, a pesar de mis diecinueve años, y de que le habría parecido bastante cómico. Pero aun cuando amanecía en sus brazos, el tabú antijudío estaba presente en mis sentimientos. Curiosamente, esto hacía que todo fuera más excitante, liviano, libre, desdramatizado. No sentía ninguna obligación hacia Minka. Reconocía que me gustaba con la misma naturalidad con que ella había dicho que me quería tener a su lado. Así como Minka no podía tomarme en serio como amante, tampoco yo podía tomarla en serio como compañera de toda la vida (...). "

Gregor von Rezzori
Memorias de un antisemita



"Una guerra que se extendía a lo largo y ancho del continente y se enredaba y paralizaba como en una maraña de dragones que se atacan a dentelladas, hombres que habían realizado la hazaña de conquistar o reconquistar una trinchera, una colina perdida o un bosquecillo que sólo existía aún como un número en la cuadrícula de un plano. Y el paisaje en el que todo eso había tenido lugar no sólo estaba alborotado y reducido a su esqueleto, como si por él hubieran pasado unas orugas monstruosas; ahí no quedaba ni una brizna de hierba, y ni siquiera tierra de la que hubiera podido crecer una brizna; era barro sordo lo que bostezaba en las bocas de esos cráteres lunares. Lo que había sido un árbol yacía con las raíces arrancadas en un charco de lodo, o alzaba los muñones hacia el cielo muerto, sin hojas ni corteza, pálido, como leña seca y fantasmal; los pedazos de carne que colgaban del alambre de espino eran testigos de la voracidad con la que se había luchado en esos campos. Y como si ese festín desaforado hubiese saciado finalmente el hambre, los hombrecillos también parecían ahora más cerca de la deseada liberación de su existencia de larva. Se disponían a hacer estallar la membrana que los oprimía. La camisa de campaña se les había desgarrado en el pecho, y también las otras membranas protectoras que ya les reventaban debajo - ropa interior, camisetas de los colores terrosos de su existencia de reptiles - sobresalían hechas jirones; se les soltaban las polainas, y todo lo rígido y voluminoso que habían llevado, flaqueaba, temblaba y caía por todas partes como hojas muertas.
[...]
Ninguna ocupación de años posteriores, por apasionada, seria y concienzuda que sea, puede compararse, en lo que respecta a paciencia y, por lo tanto, a justicia, con el pertinaz proceso de incorporación del mundo que tiene lugar en la infancia. Es un acto de devoción en el verdadero sentido de la palabra, pues devoción es la paciencia que nos permite comprender. Lo que observábamos atentamente de niños no lo soltábamos antes de que se nos transmitiese en toda su plenitud. No procedíamos lógicamente, sino en una especie de proceso metaquímico. Discutíamos con el objeto observado, nos enfrentábamos a él, lo copiábamos capa por capa dejando intactas su unidad y su totalidad, y, sin embargo, lo descomponíamos en sus elementos, con paciencia, y lo hacíamos nuestro."

Gregor von Rezzori nacido Gregor Arnulph Hilarius d'Arezzo
Un armiño en Chernopol











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