Julián Ríos

"Absorta, en el marco de la puerta, mirando al claroscuro: siluetas fugaces que corrían a emboscarse, entre los árboles y los setos y los arbustos y las estatuas, y se perseguían a gritos y risas. Ful-gores de hoguera, llamarilleando, entre las frondas negras azu-les violáceas.
High! High! Hell!, jaleos y chapaleteos a lo lejos, Schlaf! Schlaff!, de los que brincaban sobre la hoguera (desnudos chis-porroteantes) e iban a caer en el estanque. Schlaf!
Tras las llamaradas, encabritándose: incandescentauros! O cen-taureas. Y las dos rubicundas despeluzadas, a caballo de sus melenudos, también en cueros, dieron un alarido saltando con sus monturas por la hoguera flam! plash! al estanque.
Allí bajo los sauces llorones, y enrojecidos, detrás del es-tanque: la ancha mancha 6 lechosa estrechándose hacia las frondas en sombra del río. Reptando, reptilínea. Serpenteando, pendiente abajo. Alargándose,como un fuelle, más rápida. Acordeondulan-do.
Ciempiés!!! ((O casi.))
Y la hilera de desnudos a cuatro patas se fue cerrando en círculo, culo en alto; alrededor del equilibrista cabeza abajo, tieso como una estaca, y con las piernas en uve. Más difícil todavía: cubrién-dose, con las manos, los genitales."

Julián Ríos
Larva



"Me gustaría ser plural como el universo y tener el ojo de la mosca.

Julián Ríos



"Su silueta frágil se refleja en esta ventana oscura y sigue leyendo ensimismada (ahora se frota los antebrazos, ¿de frío?), mientras nosotros ya íbamos por la rue Saint-Honoré hacia un bar que aún tenía encendidas las luces: Le Dauphin.
Y ella, después de volver a andar los pasos perdidos del pasado, se cerciora con buen humor negro de que hemos ido desde la Place Dauphine al Dauphin. De la Delfina al del fin. Pero un trapecio rojo de mosaicos que va desde la barra al suelo, le levanta una oleada de recuerdos sangrientos, «Monsieur, couvrez-moi», con los ojos desorbitados, haciendo como si se arrebujara con un chal, Tápeme, y tenemos que salir a escape, antes de que se ponga en marcha la máquina del tiempo y vuelva a caer la guillotina.
En una excursión a Versalles volvió a hablarme de los tiempos de Maricastaña, de Marie-Antoinette y hasta de Madame Elisabeth, de gritos y aplausos cuando rodaban cabezas, y recordaba con tal convicción, en trance, que yo procuraba no perder la mía y el camino, en la neblina nocturna, mientras conducía de regreso a París. Al atravesar el bosque de Fausses-Reposes me besó, impulsiva, me tapó los ojos con las manos y apretó con su pie mi pie sobre el acelerador. Aceleramos aceleramos, hasta que yo me hice el amo. Acelerar el amor o hacer la muerte. Yo no pude, no me atrevía a seguirla. Ella tenía otras vidas. Todas las mías están en ésta.
Tampoco podía seguirla en todas sus locuras y devaneos y olvidos, cada día y noche en aumento, en esas esperas por horas o siglos en que se fundían todos los relojes, tic-tac taquín, sí, el tiempo es el Gran Guasón, en tantos encuentros y desencuentros y cortejos al azar de los callejeos por París, aunque su silueta delgada volvería a hacer su aparición en el Pont des Arts en otro avatar culminante, y tampoco pude pasarme de la raya (o de La Haya, cuando intentó allá empezar a traficar con cocaína…) y seguirla finalmente al manicomio de Vaucluse.
No había palabras de color oscuro en la entrada, ni siquiera el andante con motto Abandonad toda esperanza…
¿Qué hay en un nombre?
¿Nada de nada?
Espoir Belle Haleine…
Beso otra vez sus dientes y de nuevo dentella de frío en la noche. "

Julián Ríos
Amores que atan








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