Laura Riesco

"A veces me pongo a pensar y me asombra la diferencia que los avances tecnológicos han creado entre los escritores de hoy y los del siglo pasado. Imagínate lo que era escribir no solo a mano, sino con pluma. Sé que hay unos cuantos escritores en nuestra época que hasta no hace muchos años componían su obra con papel y lapicero. Creo que la computadora los ha llevado poco a poco al teclado y al campo de la pantalla. Lo sé por experiencia propia. La computadora facilita enormemente la labor de escribir, en especial, para los que, como yo, no podrían seguir en la misma página con un tachado o un borrón. Pero la computadora, casualmente porque nos ofrece escribir más en menos tiempo, también tiene sus caídas. Muchos que no hubieran pensado en este oficio, escriben sobre sus experiencias, cualesquiera que éstas sean, y esperan ser publicados. A veces, desafortunadamente para los árboles de donde se saca el papel, resultan autores. Es el fenómeno de los que Milán Kundera llamó «grafomanía actual». Otras veces pienso también en que, por ejemplo, aquí en los Estados Unidos, el público tiene fácil acceso a la novela de consumo puesto que siendo esa suerte de novela importantísima…

 No estoy ni remotamente al día con todo lo que sucede en la literatura peruana. Por otra parte, hace tiempo que no voy con la suficiente frecuencia a Lima y, por otra, desde hace cinco años, por estar jubilada y vivir donde vivo, no tengo los recursos de las bibliotecas universitarias como los tenía antes. Sé, por lo que me llega vía el Internet y por lo que me cuentan colegas y amigos peruanos, que la gente publica, que se publica bastante a pesar de que la crisis económica es fuerte, el desempleo terrible y, en general, las condiciones de vida inestables. Sé de compañeras que mantienen dos trabajos y que le roban tiempo al tiempo para dedicarse a la pasión de escribir porque no solo quieren o necesitan hacerlo sino porque existe la posibilidad que alguien publique sus obras. (Y aquí no se trata de la grafomanía mencionada, pues dudo que estos escritores piensen que van a tener un best seller y hacerse en poco tiempo ricos). Me consta, además, que los tirajes de la novela (y siempre de la poesía) son muy módicos y que el precio de los libros, cualquier clase de libro, medido en comparación a lo que la mayoría gana (o no gana), dado el costo del papel, es exorbitante. Sin embargo, alguien, a su vez, estará leyendo porque las editoriales siguen publicando y si nadie comprara nada, se habría ido a pique hace tiempo. Siempre me ha maravillado la resistencia del pueblo peruano, su capacidad de seguir adelante aún frente a obstáculos que parecen insuperables. Muchas de las llegas heredadas de la época de la colonia no se han cicatrizado, y a éstas, otras surgidas por la economía y malos gobiernos de nuestro tiempo se les han agregado, Aun para los que no intentan o no pueden escribir una literatura testimonial, la realidad histórica del país por fuerza se irá filtrando en su visión de lo que les rodea. Igualmente, nuestra sierra se ha vuelto a visitar con Edgardo Rivera Martínez y aspectos de nuestra historia con Miguel Gutiérrez, ambos con mucho éxito. Un país dividido como el nuestro, y no solo geográficamente, requiere volver a mirar, a visitar. Asimismo, me alegra el ímpetu que ha cobrado la literatura de las mujeres desde los ochenta y también que los jóvenes no desistan en darse a la ficción, ya que la ficción tiene su manera de comprender la historia. Aunque, por lo que sé, nada preconiza soluciones prontas a los duros problemas por los que atraviesa el Perú, siento mucho optimismo en cuanto a la literatura que se escribe en el país."

Laura Riesco



"La niñez me ha intrigado y atraído siempre. Me parece que los niños tienen el privilegio de mirar el mundo desde «otro» lado. Su perspectiva al enfocar cualquier asunto que les interesa, por lo general, tiene la frescura, la libertad de no haber sido todavía modelada, de todavía no estar fija por lo mandamiento religioso y sociales y de ese modo puede situarse y observar con otra perspectiva que la de los mayores. No me refiero a la «inocencia» clásica que se le atribuye a la niñez. Al contrario, y sin negar que hay también inocencia, creo que todo es posible en la mente de un niño, que sin saberlo tienen la capacidad de ser poetas tanto en su visión de las cosas como en su lenguaje. Pero volviendo más directamente a tu pregunta, después de que la protagonista de El truco de los ojos había sido una chiquilla, los de la próxima novela que traje en manos por mucho tiempo eran jóvenes universitarios. Fue un proyecto que me sacó canas verdes y que nunca llegué a finalizar tal vez porque lo escribí pensando que así es como tenía que escribir sin tener en cuenta que así no quería o no podía escribir. Para distraerme de esa frustración, decidí empezar un cuento que había estado aleteando en mi mente desde hacía años. Se cuento fue Los juguetes, que ahora aparece como el primer capítulo o sección de Ximena… No lo escribí, ni remotamente, con miras de publicación. Fue más bien una especie de catarsis, de limpiarme, de olvidarme, mientras tramaba y recordaba buscando palabras y jugando con ellas, de la novela que me estaba desquiciando. Cecilia Bustamante me pidió por entonces algo para publicar en su revista «Extramares» y como tenía el cuento listo, se lo envié, sin creer que una prosa tan lenta y basada en algo tan sencillo y en una niña de pocos años interesara a los lectores. El cuento salió, al parecer, gustó y yo seguí intercalando mis horas entre la familia, las clases que deba, las exigencias de la universidad, la novela, que continuaba mareándome, y para ser feliz de vez en cuando, en otras aventuras de Ximena. Y te lo digo sinceramente, la idea de que el conjunto de cuentos llegara a una editorial y, menos aún, se publicara, estaba lejísimos de mi pensamiento. Fue yo la más sorprendida cuando Germán Coronado, de Peisa, me dijo que la publicara como novela apenas terminara de escribir las dos últimas secciones. Si la había llevado conmigo a Lima, incompleta (andaba por la mitad de La Costa) era para no contrariar a mi marido y a una de mis hijas. A todo esto, habían pasado años ya desde Los juguetes y yo seguía sufriendo con la novela y divirtiéndome con Ximena, aunque, a la verdad, fuera de mis ocupaciones, que las tenía entonces y las tengo todavía, debo confesar que no soy nada disciplinada para escribir. Lo soy, mucho, en otros aspectos de mi vida, pero no en mis propios proyectos, y por lo tanto, hasta creo que una vez no me acerqué a Ximena en cosa de dos años. Vargas Llosa ha dicho que el talento del novelista es la perseverancia; yo, desafortunadamente, no la tengo, y Bryce Echenique por su parte, igual que muchos otros escritores, dice que para él escribir es una necesidad. Mentiría si dijera que ése es mi caso. Por eso he admitido que no soy escritora, que soy solamente una mujer que escribe. En fin, trabajé con más ahínco en terminar las últimas páginas de Ximena porque ya me había comprometido con Germán Coronado.

Hace dos años pensé que había escrito todo lo que podía escribir sobre La tentación de Miroslava Cupranovich. En esta novela, como en la que me hizo sufrir por tantísimo tiempo, caí en la tentación, otra vez, de probar diferentes técnicas y de escribirla en fragmentos algo difíciles de relacionar entre sí en una primera lectura. No me quedaban dudas de que necesitaba pulirla, pero fuera de algunas correcciones estilísticas, cuando leía este o aquel fragmento, no me parecía del todo mal, aunque seguía limando, repujando, tallando, cambiando uno que otro color en la trama de los sonidos. Hasta que me di cuenta de que tenía que poner de lado eso de jugar tanto con las palabras y que me era preciso leerla en su totalidad. En su totalidad me dejó inquieta, confusa, otra vez frustrada. Había algo falso en el juego y supe que tenía que buscar otra manera de inventar y contar los episodios que tantas veces mi madre me había contado y, seguramente inventado, de sus familiares y ancestros. Volví al principio, volví a comenzar, y aquí me tienes, disfrutando otra vez de escribir. Espero que el temor de Ricardo Gonzáles Vigil no sea haga realidad y que no llegue a Lima muy viejita y en silla de ruedas con el manuscrito ya completo."

Laura Riesco



"La novela es un género que se abre y que se diversifica más y más con el tiempo. Hace muchos años Pío Baroja acertó al decir que la novela era como una gran bolsa donde toda suerte de elementos podía entrar para formarla y que no había un método determinado para definirla. Hay novelas que consisten sobre todo de fragmentos que a la larga son imposibles de juntar y éstas me desafían y hasta, a ratos, me entretienen; hay otras que mantienen una continuidad narrativa ya sea con una prosa lírica o con una prosa sobria y descarnada y, de una manera diferente, también me interesan. Lo mismo con los personajes: en unos casos los encuentro incomprensibles fuera del texto que los contiene pues aparecen de página en página descritos de diferente manera o con otros nombres, y los hay, en otras novelas, como seres muy asequibles a nuestra imaginación o a nuestra experiencia. Ambos enfoques pueden entusiasmarme. Creo que si algo privilegio en la novela actual., cualquiera que sea su estilo, es que quien la haya escrito deje saber, sutilmente (me irritan enormemente los escritores que en su sarcasmo hacia la novela tradicional se burlan a la vez de las expectativas de sus lectores) que él o ella no tiene un monopolio sobre una «verdad» humana en lo que han tramado y escrito, y que él o ella no esté presente delante de mí a lo largo del texto, como una sombra, con el índice –pontificial paradito (una imagen bastante fálica de la autoridad) asegurándose que yo, como lectora, esté aprendiendo algo del tapiz de palabras hiladas por su tenacidad o talento, e impresas en las páginas del objeto que tengo entre mis manos. Por otra parte, te contaré que he leído novelas de caballería, de las que le secaron el seso a nuestro don Quijote y, de veras, me han encantado; he leído por igual, las de los románticos, melosas y lacrimosas, y a veces me han impacientado un poco, pero no las he rechazado; todavía sondeo con cierta disciplina a los escritores de la «gran novela del siglo XIX», aquélla que parece habernos marcado para siempre, leo con placer y admiración a Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, Pérez Galdós, Dickens y otros. Pero si alguno de mi época escribe con mucha seriedad, sin ninguna huella de ironía o de juego (y para mí lo lúdico es quizás el aspecto más importante de la ficción) un texto, modernizado, sin duda, pero con clara referencia a la batuta de Gertrudis Gómez de Avellaneda, de Balzac, Zola o, para centrarnos más en el Perú y en un tiempo más reciente, de Ciro Alegría, entonces empiezo a dudar de la integridad del texto, es decir, de su honesta integración al tiempo histórico que le corresponde en la escritura de la novela actual."

Laura Riesco


"Marcela traía su David Copperfield, marcado en ciertas páginas con tiras de papel secante en las que con un lapicero muy fino había copiado unas palabras del texto aunque el intento era vano porque la tinta se había dispersado de todas maneras y los signos resultaban ilegibles, juntas, cabeza con cabeza, leían especialmente aquello de la despedida de la madre y entonces se ponían a llorar hasta que a una de ellas las lágrimas ya no le caían por más que tratara. No podía recitar tan bien como el tío Miguel. Sus ojos empequeñecidos por los lentes se ennegrecían aún más y la frente tan parecida a la de Eulalia se arrugaba apenas haciéndolo mayor y más querido. Eulalia venía al comedor ¿vas a quedarte a comer con nosotros? El recogía sus cigarrillos y tenía reunión del partido esa noche.
Eulalia de pie en la puerta se apenaba te estás metiendo en camisa de once varas Miguel y para qué el mejor día te deportan, se volvía dura hacia ella tú no te asustes y anda a jugar siempre escuchando lo que no debes. Se iba a la pieza contigua al salón más grande, ese cuarto pequeño que tenía sus tres gradas florecidas y donde estaban puestas en orden las muñecas de biscuí que no hay que tocarlas porque se pueden romper y se las trajeron a la tía desde Francia cuando vino a estudiar a Lima y lloraba echando de menos la hacienda en la sierra. Ella tocaba con la yema de los dedos ligeramente, casi sin sentir, los vestidos de tafeta amarillenta y los encajes apolillados.
Podía jugar con el chumbeque negro que tenía los ojos inmensos, pintados de blanco y una sonrisa muy cómica.
Los ratones le habían comido ambos talones y no se podía tener de pie, andaba tirado de cualquier manera en un rincón había un estante con mil cosas minúsculas, bailarinas de porcelana, cisnes de cristal, retratos tan diminutos que se hubieran podido usar de medallón y muelles de filigrana."

Laura Riesco
El truco de los ojos



"No me hice entender bien. Robbe-Grillet no dijo que los novelistas del siglo diecinueve eran «vacas sagradas», sino que la visión que éstos tenían de la novela estaba basada en preceptos culturales que, a través de los años, no se habían cuestionado, dudado y, mucho menos, tratado de refutar: esos fundamentos eran las «vacas sagradas» a las que Robbe-Grillet se refería. Mantengo un respeto muy grande por el nouveau roman. Que yo no tenga el talento o la capacidad para escribir una novela de ese estilo, es otra cosa, pero todavía me interesan los textos que leí con tanto estremecimiento hace ya tantísimos años. Y a mí, por lo menos, la posición de la novela experimental me sirvió para desmitificar mucho lo que en nuestra herencia literaria, especialmente en la narrativa (puesto que la poesía, afortunadamente, siempre ha tenido un territorio libre y mucho más propio), había creído inconmovible. El antropocentrismo del ser humano en el planeta, su eurocentrismo y logocentrismo, el lenguaje como un medio otorgado (¿por quién?) a los humanos y a su consecuente superioridad sobre otros seres (¿no te parece todo esto muy bíblico?); la autoridad del autor de saber, conocer y dirigir su escritura desde un «punto de vista estable», estable bajo la perspectiva de una ya aceptada autoridad; la continuidad causal y racional del desarrollo del trama; el espejismo de que el texto en la página representa a la maravilla, y peor aún, «es» la realidad de lo que es/está en el mundo. Todo esto lo empecé a poner en tela de juicio a través de una nueva novela. Muy probable que otros hicieran lo mismo por su cuenta, pero yo no, soy lenta, siempre llego un poco tarde a los acontecimientos, yo necesité ciertas lecturas que me samaquearan y revitalizaran las ideas. Ya no puedo perder de vista, mientras escribo y describo, que entre el árbol vivo que está allí en mi ventana y el otro, en el papel, ese otro que he procurado minuciosamente describir, ayudada con datos de botánica, de la topografía de su terreno, de su forma y de su olor, que entre estos dos hay un abismo insalvable, que solo he conseguido escribir veinte páginas de palabras sobre el árbol que está allí tras mi ventana y que mis páginas no lo han llegado a tocar. O, tal vez, como escribió con más claridad que yo Ricardou, que el cuchillo más esmeradamente descrito nunca sacará una gota de sangre de ningún lector. Si algo me enseñó el nouveau roman fue mucha humildad con respecto al solitario oficio de escribir."

Laura Riesco











No hay comentarios: