Manuel Rojas

"¿Cómo y porqué llegué hasta allí? No recuerdo cómo ni porqué, así como no recuerdo por quién y cómo he llegado a tantas partes. Es una historia larga y, lo que es peor, confusa; la culpa es mía: nunca he podido pender de un hilo, como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro tras centímetro, hasta llegar a ciento o a mil; y mi memoria no es mucho mejor: salta de un punto a otro, de un hecho a otro, indistintamente, al azar, eligiendo los que aparecen primero y volviendo sobre sus pasos cuando los otros, mas perezosos o mas densos, surgen a su vez desde e! fondo de la vida pasada. Creo que, primero, estuve preso; si, así debió empezar aquello, si es que empezó de algún modo. Nada importante, por supuesto: acusación de asalto a una joyería, pero a una joyería que jamás había visto y cuya existencia y situación ignoraba e ignoro aún; y tenia según parece, cómplices, a los que tampoco había visto jamás y cuyos nombres y apodos conocía tanto como ellos conocían los míos; la única que sabia algo era la policía. Muchos días de cárcel, durmiendo en el suelo de cemento, sin una frazada; a consecuencia de ello, pulmonía; finalmente, tos, una tos que brotaba de alguna parte del pulmón herido. Cuando fui dado de alta y puesto en libertad, salvado de la muerte y de la justicia, la ropa, arrugada y manchada de pintura, colgaba de mí como de un clavo. ¿Qué hacer? En verdad, no era mucho lo que podía hacer; a lo sumo, morir; pero no es tan fácil morir. No podía pensar en trabajar -me habría caído de la escalera- y menos podía pensar en robar -el pulmón herido me impedía respirar profundamente. Tampoco era fácil vivir.
En ese estado y con esas expectativas, salí a la calle.
-Está en libertad.
Sol y viento, mar y cielo."

Manuel Rojas Sepúlveda
Hijo de ladrón



"El escritor es hijo de su experiencia. Un escritor sin experiencia es un ente inconcebible."

Manuel Rojas



"El también tenía hambre. Hacía tres días justos que no comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nunca. Y cuando, como en el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la negativa aumentaba su hambre.
Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en que servía como muchacho de capitán. Estuvo un mes allí, ayudando en sus ocupaciones a un austríaco pescador de centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte se embarcó ocultamente.
Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y lo enviaron a trabajar en las calderas. En el primer puerto grande que tocó el vapor lo desembarcaron, y allí quedó como un fardo sin dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno.
Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después... La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; le parecía un lugar de esclavitud, sin aire, cura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.
Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una delgada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de América del Sur, en diversos vapores, desempeñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en tierra casi no tenían aplicación.
Después que se fue el vapor anduvo y anduvo, esperando del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras volvía a sus canchas familiares; pero no encontró nada. El puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en que se trabajaba no lo aceptaron.
Ambulaban por allí infinidad de vagabundos de profesión; marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o prófugos de algún delito; atorrantes abandonados al ocio,-que se mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pisando los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando nada individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños, aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber visto un ejemplar.
Al día siguiente, convencido de que no podría resistir mucho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse alimentos."

Manuel Rojas
El vaso de leche



“Hoy no es un buen día para andar. Es decir, no es un buen día de “footing” para aquellos que no aman el andar sino sobre aceras limpias y amplias. Pero el encanto de la marcha está precisamente en lo imprevisto, en lo difícil…”

Manuel Rojas
Barro y Sol




 “Las cosas y los seres, todo lo animal, lo vegetal y mineral, todo lo que existe y podemos ver, entran en nosotros hasta donde nosotros lo permitimos o deseamos; y, según sea la profundidad que alcancen, así será su vida dentro de nosotros.”

Manuel Rojas
Barro y Sol


"Nunca he podido pensar como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro tras centímetro, hasta llegar a ciento o a mil, y mi memoria no es mucho mejor: salta de un hecho a otro y toma a veces los que aparecen primero, volviendo sobre sus pasos sólo cuando los otros, más perezosos o más densos, empiezan a surgir a su vez desde el fondo de la vida pasada."

Manuel Rojas







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