Therese Rie

"Simonetta permanecía de pie en una terraza de Fiesole y se asomó ligeramente a la calle para ver venir a Giuliano de Medici. Llevaba un vestido de espuma de color, brocado con mangas abiertas y lucía un gran collar de perlas engarzadas. El pelo rubio le caía en rizos regulares a ambos lados del sutil cuello, que reflejaba la dorada luz del abrasador mediodía. Un velo le cubría la cabeza. Estaba extremadamente delgada. Se había alimentado durante semanas casi exclusivamente de forma muy frugal en la Casa Vespucci. Sin embargo, el comerciante turco le había asegurado con una sonrisa amable en la boca que era realmente hermosa la amante de Giuliano de Medici, y que toda dama florentina la envidiaría.
El entusiasmo que sentía Simonetta ante los halagos del señor Vespucci era insignificante. Giuliano había regresado de Ferrara y tenía la intención de visitar a su apasionada amante, aunque deploraba un tanto la falta de estilo de la misma. No podía soportar nada grotesco o carente de belleza en su entorno. Trataba de hallar la delicada belleza en todo. No había suficiente carne, pasteles, fruta y vino en la casa. Ella nunca pensaba en algo así. Esperaba que Giuliano le diera poca importancia.
El señor Vespucci se mostraba renuente en cuanto al valor de las joyas ofrecidas a Simonetta, así como la evidencia de los sonetos propios o de Angelo Poliziano. El encanto del día y la noche se cernían sobre ella. El señor Vespucci no se dejaba dominar por los celos. Sabía que un beso era la más alta caricia concedida por la gracilidad de un alma femenina. Era realista. Y tenía sentido del honor.
El señor Vespucci recordaba haber visto en la ciudad de Venus, en Portovenere, a la edad de quince años, a Simonetta, en la casa de sus parientes nobles empobrecidos. Su encanto lo cautivó. Pero tal vez estaba equivocado. Simonetta era todavía una niña tímida y asustada que llevaba una vida triste en un decadente palacio y en el verano en una casa rural cerca de Fiesole. Así languidecía su tenue y bella juventud, hasta que un día Giuliano atrajo su atención en la cúpula de Santa María del Fiore."

Therese Rie
La historia de la bella Simonetta




"Yo, Ambrosius Kettenmeier, a mis setenta y cuatro años recién cumplidos, escribo estas líneas basadas en mi experiencia en el verano de 1886, exactamente cincuenta años después de los hechos que me veo obligado a transcribir, porque nadie quiere escucharlos. Para mis hijos todo esto no son más que absurdas divagaciones de un anciano. Vivimos en el mundo moderno de los barcos de vapor, pero una mañana puedes despertarte en una tierra extraña.
Hemos olvidado cómo entender los misteriosos sonidos de la naturaleza, conocer las fuerzas del bien y del mal. El rico ignora en realidad la pobreza en que se halla sumido. Pero éstos son vacuos pensamientos de un hombre anciano, que ya no tiene sitio en este mundo. Escribo estas memorias al amparo de la noche, iluminado por la mortecina luz de una lámpara de aceite. La buhardilla está húmeda. Oigo el eco de mi nieta tocando el piano, imagino cómo sus dedos vuelan de una tecla a otra. Creo que es una pieza de Liszt. En mi juventud me encantaba Mozart. Escribo sin prisa. Mis ojos son débiles. ¿Quién sabe si tendré tiempo para concluir mi trabajo?
Soy el hijo de un guarda forestal. Mi primera infancia la pasé en un bosque que parecía maravilloso, aureolado por misteriosos y hermosos cuentos contados en voz baja. Era muy joven cuando mi padre murió. Una noche fue llevado muerto a casa desde el bosque y aquello me impactó sobremanera. Me preguntaba si un hombre podía caer muerto tan fácilmente o si fuerzas oscuras habían tenido parte. Pero éste es otro tema.
Su hermano mayor, soltero, un prominente arquitecto vienés se hizo cargo de nosotros. Mi madre se sentía a disgusto en la ciudad. Por mi parte, para mí, la existencia era incluso más difícil. Un deseo irrefrenable por el susurro de los árboles me acometía. A veces daba un paseo por la red ferroviaria en las afueras de la ciudad, pero nunca fue suficiente como para sentir la quietud de lo salvaje y solitario."

Therese Rie cuyo pseudónimo era L. Andro
El animal en el bosque













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