Amir Taj al-Sir

"En medio de la tragedia todo parece real, las miradas son reales, la mano amiga que te acoge y la propia y distante luna no es sólo una mera fantasía. Mi propia novia me pregunta acerca del sentido de la realidad y yo me remito al drama. Los mismos transeúntes me preguntan acerca del significado real de la sangre y yo cito de nuevo la tragedia.
En agosto de 1976, el mortal virus del ébola asoló varias zonas de la República Democrática del Congo, así como también la ciudad fronteriza de Nzara, en el sur de Sudán. El virus, causante de una fiebre hemorrágica muy severa, se piensa que fue portado por un trabajador del sector textil a través de la frontera. Mis palabras no versan sobre ese hombre ni sobre ningún otro en particular presente en este drama. Todo es fruto de mi imaginación, sin una conexión exacta con los hechos reales. Ni siquiera los episodios relacionados con la rebelión y la guerra civil son verídicos.
[…]
¿Qué edad tenía él? Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero parecía rondar los cuarenta o cincuenta. Su historial clínico no revestía mácula alguna: no padecía de diabetes ni de presión arterial alta, tenía vista de águila, sus funciones renales y la próstata se hallaban en perfecto estado; únicamente, un cierto hedor corporal se desprendía de su cuerpo, pero en aquella parte del mundo no era nada anómalo. Su vida romántica no tenía nada digno de mención: había sufrido temprano los primeros indicios del amor, habiendo llegado a cortejar a dieciséis chicas diferentes, algunas de su edad, otras mayores y otras menores, aunque la única que alguna vez le correspondió estaba casi ciega y lo dejó sin darle explicación alguna. Hacía ya siete años que se había casado con Tina Azacoury, una mujer perteneciente a otra tribu que vivía con él en Nzara y que vendía botellas de agua en la calle junto a su madre. Había sido violada en seis ocasiones y agredida en otras dos; no obstante, no fue su impureza causa de rechazo para Lewis sino que la distancia emocional derivó dos años después de que él conociera a otra mujer por la que vertía amargas lágrimas y cuyo nombre era Aline o Alina como él la solía llamar. En realidad, carecía de importancia, dado que ella se había ido para siempre a causa del ébola. Nawa no lograba entender por qué el ébola se había cebado con ella y con quienes estaban enterrados a su alrededor. Los familiares estaban allí, de riguroso luto y ellos mismos serían ulteriores víctimas de la cruel enfermedad, aunque aún no eran conscientes de ello, ya que habían desoído las alertas médicas y los consejos gubernamentales contra aquella terrible amenaza aún no identificada y pensaron que la muerte de centenares de personas en la aldea era la funesta consecuencia de la venganza de un brujo que sólo existía en su pobre imaginación.
Nawa había conocido a la mujer durante su estancia en un pequeño hotel en las afueras de la capital congoleña, en donde se hallaba en viaje de placer. Se trataba de una mujer sin altas pretensiones, una de las criadas que limpiaban las habitaciones del hotel y comenzó a visitarla una o dos veces cada mes, lleno de anhelos amatorios. Llevaba una bolsa repleta de la suficiente comida para dos días de voluptuosidad ilimitada, logrando escindir de su conciencia los demonios del adulterio y luego regresar a trabajar, aún loco de deseo. Tuvo la inmensa fortuna de estar ausente cuando el virus asesino se infiltró en el cuerpo de ella, exprimiendo hasta la última gota de su sangre."

Amir Tag Elsir
Ébola 76



"Nunca fui devoto de los vendedores de sueños en ningún período de mi vida, Asma. No era hombre que me dedicara a escribir florilegios a posibles novias que habitaban en sus elevadas atalayas y con quienes nunca llegaría a tener una cita. Tampoco me sentaba en algún banco de las vías publicabas para admirar furtivamente a las transeúntes femeninas, tratando de inhalar sus suaves perfumes o advirtiendo si me devolvían la mirada, además de escuchar sus risas, si ellas reían. Rara vez acudía a los mercados durante los períodos de venta habituales o le concedía a mis cinco sentidos la oportunidad de holgazanear, como muchos hombres hacían, en medio de aquella turba. Incluso, cuando mi madre me enviaba a pedir prestado un poco de azúcar, un puñado de granos de café u otras bagatelas a alguna de sus hermosas vecinas, encontrándome yo en aquella edad en la que me cautivaba especialmente la belleza femenina y la tentación para sucumbir a la misma era tan grande al ver apenas deslizarse su zaub de la cabeza o abrir sus labios con una sonrisa de bienvenida, iba y regresaba con la cabeza gacha, habiendo atisbado apenas su rostro y sin prestar atención al perfume embriagador que manaba de su cuerpo."

Amir Taj al-Sir
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