André Theuriet

"Claude de Buxières ha vivido toda su vida en Vivey. Heredó de su padre y su abuelo una salud floreciente y una robusta constitución, así como un profundo amor por su tierra natal, y el decoro exigido por las obligaciones mundanas. Había sido un niño mimado, criado por una madre de mente enervada y un preceptor carente de verdadera autoridad y ascendencia, que le había inculcado los aspectos más elementales de una adecuada instrucción, por lo que desde una temprana edad, la satisfacción de su propio placer había sido la única regla de su vida. Había vivido codo a codo con los campesinos y cazadores furtivos y se había convertido en un hacendado que vestía blusa y cenaba en las tabernas, sintiendo un gran placer al hablar el dialecto montañés francés. La prematura muerte de su padre, muerto por un cazador torpe, le había dejado huérfano a la edad de veinte años. Desde esa época vivió su vida con entera libertad, tal como él lo entendía; siempre al aire libre, sin trabas, ni obstáculos, ni restricciones de ningún tipo.
Nada se ha exagerado en las múltiples historias que se cuentan sobre él. Sin duda era un hombre atractivo, jovial y de elegantes maneras, pródigo en su generosidad y un tanto mujeriego, de hecho mujeres casadas, doncellas, viudas y campesinas tuvieron que resistir sus acechanzas, aunque en más de una ocasión tal resistencia había sido en realidad muy leve. Hubo incluso denuncias falsas que afirmaban que el distrito estaba poblado por su ilegítima progenie. Desde luego, no era fácil de complacer. Recolectores de fresas, pastores, madereros, todos eran encantadores con él, que sólo buscaba la juventud, la salud y una disposición amable de la vida.
El matrimonio habría sido la única salvaguarda posible para él, pero aparte del hecho de que su fama de mujeriego irreductible había mantenido naturalmente al margen a las hijas de los nobles, e incluso a jóvenes de la clase media, temía más que a nada en el mundo el monótono orden de la vida conyugal. No le importaba restringirse al consumo de los mismos platos-prefiriendo, según él mismo decía, la carne a veces asada, a veces cocida o frita, según su humor y apetito."

Claude Adhémar André Theuriet
La reina del bosque



"Como había dicho Gaspard, Gertrude era una verdadera hija de artista.
Espontánea, orgullosa, ardiente, de violenta ira-una de esas Venus establecidas en Normandía desde tiempo inmemorial- Ya en el reinado de Felipe el Hermoso, en fecha de 1314, declaró que los artistas de la Champagne no eran compatibles con la más excelsa nobleza, privilegio que fuera posteriormente confirmado por el propio Enrique III y por Enrique IV. En marzo de 1603, el rey fue a Metz en compañía de María de Médicis, bordeando la bella costa de Chalaides, al dejar Saint Menehould, que desembocaba en las lindes de un bosque. Varios caballeros se presentaron ante él.
-¿Quiénes son estas personas?-preguntó el rey.
-Majestad, son artistas.
El carruaje no se detuvo a causa de la pertinaz llovizna, además de que el monarca ya había perdido mucho tiempo escuchando la arenga de los notables de Saint Menehould, y, de hecho, unos días más tarde, renovó las peticiones de Enrique IV con nuevas patentes.
Estos artistas eran sin duda aventureros atraídos por las diversas oportunidades que ofrecía la industria en Argonne. Allí abundaban el brezo y el carbón. Además los peces de las aguas de Biesme surtían de buena comida las mesas y los cazadores furtivos podían practicar su afán cuando les hirviera la sangre en las venas. En 1530, Nicolas Volcyr, historiógrafo de Lorena, se jactaba de la gran cantidad de artistas que poblaban el Argonne. El siglo XVII fue una época dorada. Con Colbert aumentaron sus privilegios y se aseguró el beneplácito de su monopolio. Nicolás de Condé, jesuita, pronunció un panegírico del rey Luis XIII. Las jóvenes se casaban con artistas o con religiosos, despreciando a la nobleza territorial de antaño.
La revolución de 1789 fue un duro golpe para su prosperidad, destruyendo las bases de su monopolio. Pero todavía conservaron sus distancias con los plebeyos, a los que llamaban "sacrés mâtins" y muy difícilmente se casaban entre sí. Las hijas de los artistas preferían amantes burgueses. La mayoría de los hijo se adaptaba de forma pésima a las costumbres y vestimenta de los campesinos, cansándose de la ociosidad y entrando a formar parte del servicio como oficiales."

André Theuriet
Gertrude y Veronique



"El aspecto del paisaje se ha ido modificando poco a poco. Las montañas son más altas y el valle se ha estrechado. Ha cambiado también el aspecto del cielo. Aparece a trechos el azulado espacio y no llueve ya.
Los negros nubarrones huyen rápidos y caen los rayos del sol sobre los campos, haciendo humear las mojadas praderas y brillar como diamantes las gotas de lluvia en los manzanos en flor. Por entre el rasgado de negra nube se descubre un trozo de intenso azul más allá de un pequeño bosque de álamos cuyas hojas de oro pálido parecen temblar bajo la inesperada luz, mientras sobre unos sombríos nubarrones se destaca triunfante y luminoso el arco iris. En esos intervalos de sol y sombra corre por encima de la tierra verdeante como una alegría primaveral, del mismo modo que el viento riza la argentada superficie de un lago. Esta radiante alegría solar brilla a trechos sobre toda la campiña, sobre los ondulantes campos de cebada y de centeno, sobre los taludes llenos de rojas amapolas y va comunicándose sucesivamente a los huertos, en que de nuevo vuelven los insectos de todas clases y colores a zumbar contentos, y a los grupos de árboles en que los pájaros entonan otra vez su amoroso trino. Toda esta alegría penetra dulcemente en el cerebro de Delaberge y le distrae de sus laboriosas meditaciones jurídicas.
Después de un alto de pocos minutos en Clairvaux, marcha el tren por entre colinas cubiertas de bosque que dejan ver de vez en cuando las clarísimas aguas del Aube. El sol ha triunfado decididamente y el cielo todo es ya de un sedoso azul. Una pacificadora serenidad emana de las húmedas selvas, de vez en cuando interrumpidas por anchos vallados en que la mirada se refresca como en un baño de verdor... El inspector general ha cerrado la carpeta del expediente y la ha metido en su valija. Después vuelve a la ventanilla del vagón y apoyándose de codos en ella respira con avidez el fuerte olor de la tierra refrescada por la lluvia. Como buen funcionario forestal, su corazón se alegra a la vista de los árboles. A decir verdad, el bosque ha sido el único amor fervoroso de su vida y siéntese enternecido al encontrarse de nuevo en la campiña donde pasó sus años juveniles.
Este enternecimiento le recuerda los melancólicos pesares que conturban su alma hace algún tiempo... Un grupo de árboles bajo los cuales hacen la siesta los leñadores después de haber comido; un pueblecillo en que se oye el toque de misa matutina y en que tenues humaredas se deslizan por encima de las techumbres de teja; una casuca campesina con sus ventanas abiertas en que flotan cortinillas blancas, puesta la ropa a secar tendida en la valla y cubriendo la suave colina la viña y el huerto... Todo eso le induce dulcísimos ensueños de vida rústica."

André Theuriet
Paternidad
















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