Franck Thilliez

"Al final, mis malvados no son más que el reflejo de la parte más oscura de la Humanidad (...) El Mal no tiene cara particular, no es ni el diablo ni cualquier tipo de demonio. El Mal, a mi juicio, es la expresión de todo lo peor del hombre."

Franck Thilliez


"Andréi se sobresaltó cuando un pajarraco percutió contra el parabrisas. Luego otro. Llovían pájaros muertos, pequeños estorninos que caían a decenas sobre el asfalto y por doquier en derredor. El químico puso en marcha el limpiaparabrisas y aceleró hacia Pripyat, que debía atravesar antes de dirigirse hacia el Oeste.
Había visto cómo se construía la ciudad. Barrios residenciales, buena calidad de vida, un tiovivo y autos de choque para los chavales. Hoy ofrecía un aspecto de pesadilla. La población había sido evacuada a Moscú tres días antes gracias a mil autobuses procedentes de Minsk, Mogel y Moguilev. Por las calles, brigadas de cazadores con el rostro cubierto por un chal disparaban contra los perros y los gatos, pues se había prohibido a los propietarios llevárselos consigo, ya que las partículas presentes en el aire se adherían al pelaje con enorme facilidad. Había soldados que regaban los techos secos de las casas y frotaban las paredes con cepillos, mientras otros revolvían la tierra de los jardines y la cubrían con tierra más profunda. «Una lucha contra lo invisible, unas tareas completamente inútiles», pensó Andréi. En las puertas de las casas se sucedían inscripciones en cirílico grabadas sobre la madera: «Perdón», «Familia Bandajevski», «Volveremos» o incluso «Es nuestra única riqueza, no estropearla». Andréi no se atrevió ni a imaginar el infierno que viviría esa gente, que ya había conocido la Ocupación y la represión estalinista. ¿Qué sería de ellos, privados de su bien más preciado? No volverían al cabo de cinco días, como les habían prometido. No volverían a ver sus casas.
A la salida de la ciudad, Andréi vio un animal de carga en medio del campo, completamente cubierto con una manta de piel, como si ese caparazón pudiera protegerlo del veneno que se esparcía en la atmósfera. Una anciana, encorvada, también envuelta en pieles, lo seguía. A buen seguro se habría escondido en el momento de la evacuación. En unas semanas, sin medicamentos, sin atención médica, estaría muerta.
El ruso crispó los dedos en el volante y se deshizo de las plumas pegadas al limpiaparabrisas a golpe de chorros de agua. Al día siguiente de la explosión, contra su voluntad, lo enviaron allí, como a la mayoría de físicos y químicos de renombre. Lo obligaron a sobrevolar el lugar del accidente para hallar soluciones. En el aire, todos los aparatos se habían estropeado e incluso las fotos disparadas con Polaroid no eran más que rectángulos negros. Al acercarse al máximo a la central, Andréi incluso se sorprendió al dejar de oír el rugido de las palas del helicóptero, como si súbitamente se hubiera vuelto sordo."

Franck Thilliez
Atomka



"(Ante la violencia) tenemos una actitud ambigua. Nos mostramos contrarios, porque impulsa a los hombres y a los pueblos a cometer actos monstruosos. Pero, por otra parte, nos fascina, aunque tratemos de esconder nuestra fascinación natural ante el "espectáculo" que ofrece, ya sea en la calle o en la ficción, a través de la literatura o el cine. Es el eterno conflicto que enfrenta nuestra conciencia, la que nos censura y nos guía en el recto camino, y nuestra parte más instintiva y más animal, que se siente atraída por todo lo que escapa de la normalidad."

Franck Thilliez



"Aporto mucho de mí mismo en las novelas porque las novelas son el resultado de la conexión de mi cabeza con el lápiz, o con el bolígrafo; entonces, obligatoriamente, mis novelas tienen muchísimo de mí, porque soy yo mismo el que me transmito a las novelas. En las novelas pongo mucho de mí mismo y hay cosas que las pongo conscientemente; por ejemplo, hay personajes que tienen el nombre de gente que conozco o lo tienen porque lo he elegido por una razón concreta. Y después también hay cosas que son inconscientes y a veces tengo, por ejemplo, a algún lector que viene y le dice: en tus novelas siempre hay muchos animales, o algún elemento determinado; y esto son cosas que descubro cuando me lo dicen. Son cosas inconscientes que se ha transmitido, pero que yo me he dado cuenta hasta viene alguien y me lo dice."

Franck Thilliez



"El debate sobre el origen de la violencia es vasto. Y mis libros no aportan una respuesta precisa y tajante sino que empujan al lector a interrogarse, a crearse su propia idea. Durante mucho tiempo los comportamientos violentos fueron asociados con fenómenos sociales: mala educación del niño, exclusión, abuso de la televisión o de los videojuegos... Pero hace una veintena de años, los investigadores se dieron cuenta de que había ciertas predisposiciones genéticas hacia la violencia. Y no hablo ya del famoso gen de la violencia, en el que se creyó en medios policiacos allá por el 1900, pero sí de genes del comportamiento que influirían en determinadas zonas del cerebro. Pero no es éste un debate sencillo, basta fijarse en los asesinos en serie: los hay con una infancia ejemplar y, en cambio, otros con infancias terribles... Quedan muchos interrogantes aún abiertos."

Franck Thilliez


"El mal se forja en el carácter de cada ser humano: podemos ser malos sin ser violentos o sin querer hacer daño a quienes nos rodean. La maldad es algo mucho más complejo e intangible, difícil de definir, porque varía según las épocas, las culturas, las ideologías. Es un tipo de energía negativa que atraviesa las fronteras, sin distinción de razas, de colores. Miseria, hambre, guerras, dictaduras... ¿Es esto, la maldad? Sí, pero hay tantas otras definiciones, tantos otros ejemplos. Me gusta la definición de maldad que dio un filósofo francés contemporáneo: "La maldad es atentar contra la humanidad. Está en nosotros cada vez que nos preferimos al resto"."

Franck Thilliez



"El silencio de las cosas muertas me asaltó. Nada de viento, ningún movimiento, menos luz todavía. Atajé por la pared del abetal, salvé un portal bloqueado para aterrizar sobre un césped que había crecido bien. Bajo el rumor de mis pasos, la rodilla golpeó un montículo de madera, del que rondaba un olor que conocía demasiado bien...
Putrefacción. Mi caja torácica no necesitó más para retraerse contra los pulmones. Uno nunca se acostumbra a esas cosas... Una caseta había sido devastada, destruida. Planchas desclavadas por todo el jardín. Arrancadas por una fuerza sobrehumana. Bajo la mordedura del haz de luz abría el andamiaje de un dóberman, que albergaba extraños huéspedes. Larvas hinchadas, moscas hartas. Un enjambre de muerte me rozó el rostro. De un mal reflejo, estuve a punto de gritar.
Visto el comité de bienvenida, no me equivocaba de dirección... ¿Qué me reservaba el interior? Un viento ligero subió a las cimas. Las grandes manos de corteza, por todo alrededor, hicieron rodar su negrura sobre el suelo. La impresión de que las ramas iban a cerrarse sobre mí... Penetrar por efracción, sin orden judicial, podía causarme serios problemas, sin olvidar el asunto Patrick Chartreux, que ya había afilado los dientes del comisario de dimisión.
Así que marqué el número del servicio de guardia, esperé a que sonara dos veces y colgué cuando el pomo de entrada giró, bajo el impulso de la muñeca. Chirrido de puerta... El ataque fue fulgurante.
Patas ciegas sobre las sienes. Raspados de alas sobre las mejillas... Por todas partes, vibraciones.
En un primer momento, al observar las paredes con la linterna, pensé que se trataba de moho, de tan minúsculos e innombrables que eran.
Mosquitos.
Surgían de todas partes, se precipitaban sobre el raíl de fotones en un bullicio de multitud presa del pánico. Racimos negruznos se descolgaban antes de dispersarse en frescos alados. Los más hambrientos ya me chupaban la sangre de los antebrazos. Aplasté una buena cantidad al dirigirme hacia las otras habitaciones. Cocina, salón, cuarto de baño... Nadie. Ningún cuerpo, ningún olor, ningún desorden.
Encendí la luz del comedor. Los insectos se arremolinaban sobre la araña, algunos se asaban. Los más atrevidos preferían el contacto de mi mano a la hambruna. ¡Estúpidos insectos! Avancé haciendo aspavientos. En la pared, una foto. Una pareja, abrazada a orillas de una playa. Larga cabellera morena para ella, tripa incipiente para él.
Me acerqué a la instantánea. No había duda... Delante de mí, la mujer acurrucada del confesionario."

Franck Thilliez
Luto de miel



"La lectura permite quebrantar las reglas, los códigos. Deleitarse con películas de terror, leer novelas violentas, es violar la norma social que condena la violencia, y así satisfacer un deseo de transgresión. Uno es, el tiempo que dure un libro, un forajido, pero no se arriesga nada porque está instalado de manera bien cómoda en un sillón. Este sentimiento de seguridad se ve asociado a la noción de placer."

Franck Thilliez


"Lebrun colgó bruscamente. Aquellos tipos de la embajada eran, decididamente, muy sensibles, aferrados al protocolo como buenos mandados. Nada que ver con la manera en que Sharko entendía el oficio de policía.
El taxi negro se detuvo en mitad de la calzada, simplemente porque ésta se cortaba en seco. Ya no había asfalto, sólo tierra y gravilla por la que únicamente se podía circular en camioneta o tok-tok. El osta bilfitra le explicó en inglés macarrónico que para llegar al Centro Salam no tenía más que taparse la nariz y andar todo recto.
Sharko echó a andar y empezó a descubrir lo inimaginable. Se adentraba en el corazón palpitante de la basura de El Cairo. Bolsas de basura azules o negras, hinchadas por el calor y la podredumbre, se elevaban a tal altura que ocultaban el cielo. Nubes de milanos de plumas sucias volaban en círculos exactos. Montañas de chapa ondulada y bidones se amontonaban formando abrigos de fortuna. Cerdos y cabras circulaban en libertad como en otros lugares circulan los coches. Con la nariz hundida en la camisa, entrecerró los ojos. En la parte alta, las bolsas de basura se estremecieron.
Humanos. Había humanos que vivían en las montañas de desperdicios.
A medida que se adentraba en aquellas entrañas de la desesperación, Sharko fue descubriendo al pueblo basura, gentes que explotaban los desperdicios para exprimirlos hasta la última gota, el retal de tela o el pedazo de papel que podría proporcionarles alguna piastra. ¿Cuánta gente vivía en aquel vertedero? ¿Mil? ¿Dos mil personas? Sharko pensó en los insectos necrófagos que se suceden en los cadáveres durante la fase de descomposición. Las bolsas de basura de la ciudad llegaban en carretas, y la gente, como perros, desgarraba el plástico y separaba el papel, el metal e incluso el algodón de los pañales.
Grupos de chiquillos se acercaron a Sharko, se pegaron a él, le sonrieron a pesar de todo y le dieron a entender, con gestos, que les hiciera una foto con el móvil. Ni siquiera pedían dinero. Sólo pedían un poco de atención. Emocionado, Sharko aceptó el juego. A cada foto, los chavales de rostros tiznados se acercaban para verse y se echaban a reír. Una chiquilla sucia como el carbón tomó la mano del comisario y la acarició con ternura. Ni siquiera la roña y la pobreza lograban ocultar su belleza. Llevaba unas ropas fabricadas con sacos de cemento Portland. Sharko se agachó y le acarició los cabellos grasientos."

Franck Thilliez
El síndrome E


"Los dos hombres leyeron los documentos bajo las lucecitas del habitáculo. Ilan trató de ver algo, en vano. Los policías devolvieron los formularios. Chloé, en su rincón, no reaccionaba. No apartaba la vista de una gran verja negra invadida por una vegetación agónica, que había aparecido a la luz de los faros.
Ilan se encogió cuando vio el rótulo oscilante con las letras medio borradas; se balanceaba furiosamente colgado de una cadena.
Rezaba: Complejo Psiquiátrico de Swanessong.
Con el cuello del impermeable alzado, el conductor salió, empujó los batientes que el viento había cerrado y regresó corriendo. El coche se adentró en la finca, que parecía gigantesca, y pasó junto a unos edificios cuya altura se perdía en la noche.
Ilan estaba bloqueado, y Chloé no parecía estar mejor. Un hospital psiquiátrico abandonado. Los elementos de su pesadilla se materializaban ante sus ojos, mezclados y desordenados. Era demencial e improbable.
Y, sin embargo, real.
Incluso sin las terribles coincidencias de la pesadilla, los organizadores no habrían podido elegir un lugar más lúgubre y malsano. Hormigón, rejas, locura, perdidos en medio de la nada. Y las condiciones meteorológicas extremas amplificaban la sensación de aislamiento que los aplastaba.
Entre los policías, el prisionero no se movía, pero respiraba ruidosamente por la nariz. Ilan trataba de imaginarle un rostro. ¿Qué mirada tenía uno después de haber matado a ocho personas? ¿Podía leerse en sus ojos el horror de aquellos crímenes? ¿Adoptaba la locura un rostro particular?
El vehículo se detuvo finalmente al lado de otros cuatro coches, frente a un inmenso edificio de varias plantas del que se adivinaban las aristas y los tejados puntiagudos. Hadès suspiró aliviado.
—Por fin hemos llegado.
Dio instrucciones al conductor, que tenía que descargar los expedientes de los concursantes y el material guardado en el maletero. Ilan comprendió que no quería abrir la guantera debido al arma. El organizador saludó a los policías con un movimiento de la cabeza.
—Que tengan buen viaje.
—Sí, ya es hora de que esto acabe —gruñó el policía sentado a la izquierda.
Hadès bajó del coche y abrió la puerta deslizante. Ilan salió, seguido de Chloé. Tenía los músculos doloridos y entumecidos. El frío les dio la bienvenida de inmediato y los copos de nieve les fustigaron la cara. Ilan se quitó la capucha y miró fijamente al prisionero inmóvil, cuya sombra acabó por desaparecer cuando el vehículo se alejó al ralentí.
Luchó contra el viento para reunirse con Hadès y Chloé en la entrada del mastodóntico edificio.
—¿Han dicho adónde iban? —preguntó tras soplarse las manos.
—Sí. A una Unidad para Enfermos Difíciles, un lugar donde encierran a las personas extremadamente peligrosas. Está a unos treinta kilómetros de aquí, justo en la frontera franco-suiza, y es una extensión de este centro. Aquí, los locos. Allí, los locos asesinos peligrosos. También cerrará pronto por falta de recursos, no por falta de locos.
Accedieron a una cámara y se hallaron ante otra puerta de madera, de la altura de dos hombres. Ilan advirtió numerosas huellas de pasos, frescas y húmedas, en el suelo, y aquello lo tranquilizó un poco: no estaban solos.
—El problema es que tienen que pasar por el puerto y, como lo conozco, no creo que con este tiempo sea posible, ni siquiera con cadenas.
—En ese caso, regresarán aquí, ¿no es así?
—¿Tenemos otra opción?
Ilan y Chloé intercambiaron una mirada de complicidad sin que Hadès lo advirtiera: era probable que estuviera previsto, que todo fuera un montaje. Los policías regresarían con el prisionero. Y sólo Dios sabía lo que podría pasar.
Hadès continuó hablando:
—Nos encontramos en el que fue uno de los centros psiquiátricos más antiguos de Francia. Situado en el corazón de los Alpes, el conjunto del complejo ocupa varias decenas de hectáreas y albergaba a todo tipo de enfermos mentales, de los más leves a los más graves. Para su información, el lugar civilizado más próximo, aparte de la UMD, se halla a treinta kilómetros.
—Swanessong —dijo Chloé—. Famoso por haber sido uno de los primeros centros donde se aplicó la leucotomía frontal transorbitaria, en los años cuarenta.
—¿Puedes ser más clara? —dijo Ilan.
—El método del picahielos en el lóbulo orbitario pasando por el rabillo del ojo para convertirte en un vegetal.
—Es muy tranquilizador.
Hadès retomó la palabra:
—Nos moveremos por el pabellón más grande, en el que los pacientes entraban pero no salían jamás. Hay una isla más abajo, en el lago, que perteneció al primer director del establecimiento. Cuenta la leyenda que desde la casa del director, con el viento a favor, se oían unos gritos espantosos y era imposible discernir si se trataba de seres humanos o de animales.
—Qué divertido.
Ilan sabía que Chloé trataba de quedar bien y no dejarse impresionar. Psicológicamente, la chica ya llevaba mucho tiempo en la competición. Hadès empujó la otra pesada puerta, que se abrió con dificultad. La madera húmeda se había hinchado y rozaba el suelo.
—Ilan Tresserres, Chloé Sanders, bienvenidos a su futuro terreno de juego."

Franck Thilliez
Paranoia



"Los lectores están dispuestos a creerse todo lo que uno les cuenta, sea real o sea solamente ficción. Se leen un libro para evadirse, para soñar o para tener miedo. Lo importante es contar una buena historia, con personajes verosímiles, creíbles y profundizados. Si usted lee "El Señor de los Anillos", o "Harry Potter", nada es real pero está dispuesto a aceptar lo que el escritor le cuenta porque lo hace bien."

Franck Thilliez



"Los resplandores sofocados de la ciudad ya sólo dejaban vislumbrar una aurora difusa, esparcida al ras de las largas extensiones rectangulares de los campos. Cada vez más, la oscuridad se inmiscuía en los intersticios hojosos de los árboles, caía lentamente sobre la chapa del coche, a veces cubría la luz oblicua de los faros con sus finas serpientes de bruma. Delante, más al norte, el halo anaranjado de Pacy-sur-Eure desconchaba el horizonte con una puesta de sol resplandeciente. Como me había indicado Barba de Espuma, encontré, tras el cruce de dos carreteras departamentales, la municipal C15, que seguí durante tres kilómetros antes de entrar en una carretera más estrecha, señalizada como callejón sin salida. Una vieja verja oxidada, cerrada con varios candados, se recortó frente al haz luminoso de los faros. Aparqué en el arcén, hundí las ruedas de la berlina en el corazón de una vegetación de jardín sucio y, una vez apagado el contacto, cogí la pesada linterna y mi Glock 21. El riel de las potentes farolas que enmarcaban la autopista A13, a poca distancia del edificio, dibujaba un retrato en sepia, con un juego de sombras, del lugar desolador: grandes avenidas vacías invadidas por un abundante erial de ortigas y hierbas silvestres. Bajo mis pies, el agua estancada abandonada por las lluvias de la semana pasada se pudría en charcos poco profundos, matizados por el gris mercurio de los reflejos de la luna. Me deslicé por uno de los numerosos agujeros que se abrían en la reja, como debían de haberlo hecho, a pesar del peligro de multa claramente señalizado, decenas de curiosos ávidos de tocar con el dedo la materialización sangrienta de sus terrores.
El bloque macizo del edificio de ladrillo, acero y azulejos, sombra en la sombra, se alargaba sobre la extensión resquebrajada del asfalto negro, como un buque transatlántico en peligro de naufragio en un océano de soledad. Una mezcla sutil de angustia y miedos infantiles, de recuerdos surgidos de la nada, me hizo un nudo en la garganta, ralentizó de forma sutil mi progresión, me restó seguridad. No sabía si llamar al policía de guardia en la brigada o molestar a Sibersky para que se reuniese conmigo, pero seguían asaltándome demasiadas dudas. Así que decidí dar una primera ojeada de reconocimiento en solitario."

Franck Thilliez
El ángel rojo




"Me cuesta escribir cuando todo va bien en la historia, mientras que cuando aparece un problema, un sufrimiento, ennegrezco las páginas. Es en el sufrimiento donde mejor se expresa un personaje, donde hace salir todo lo que tiene en el fondo de sus tripas. Lucie, mi mujer policía se lo dice a su compañero: "Nos encontramos en el sufrimiento, es lo que nos hizo acercarnos. Sin él, jamás nos hubiéramos conocido, jamás nos hubiéramos amado"."

Franck Thilliez


"Me encanta hablar de ciencia en mis libros. Pienso que la ciencia es necesaria para la evolución del ser humano, que es buena para nuestra sociedad, para la humanidad. Pero también que debemos ser muy prudentes, porque en malas manos la ciencia puede ser peligrosa. Y pienso en la clonación, en la manipulación genética, y también en la experimentación que se realizó en los 60 con la utilización de imágenes subconscientes. De eso hablaba en El síndrome E. La ciencia tiene un lado blanco y otro negro, y ése es un campo ideal para un thriller. En mis novelas, trato de comprender, de manera científica, por qué alguien puede matar a otro. ¿Qué es lo que pasa en su cerebro cuando comete un crimen? ¿Qué es lo que no funciona en su cabeza para hacer que se decante por el lado del mal?"

Franck Thilliez



"No creo que podamos escapar de nuestro pasado. Forma parte de lo que somos, nos apoyamos en él para edificarnos y es la base de nuestra casa. Si intentamos escapar de él, emprenderemos una fuga perpetua. Y es esa huida la que crea las enfermedades mentales. La mayoría de las veces, los psiquiatras tratan de hacer resurgir este pasado, de dejar que nos atrape, para curarnos. Mis personajes tienen un pasado difícil, negro, y por eso son seres humanos emocionalmente muy ricos. Además de resolver sus casos, deben resolver sus propios problemas, para poder continuar caminando hacia delante y creciendo."

Franck Thilliez



“Un científico me dijo que no es tanto el virus que mata sino el miedo al virus. No me interesaba tanto contar cómo un virus puede matar sino cómo puede llegar a desorganizar y desestabilizar la sociedad y aniquilarla. Por eso escogí el de la gripe, que aunque mate poco es peligroso y puede extenderse con mucha rapidez.”

Franck Thilliez


"Yo tengo como información básica ingeniero informático, no tengo formación como escritor, desde muy joven me interesó mucho la ciencia, me interesa mucho cómo funciona la mente, como funciona la cabeza de una persona, desentrañar como el cerebro funciona y también la física, la química… Todo eso me ha interesado mucho desde muy joven. Me interesa mucho la disfunción que se produce en nuestra sociedad, muchas veces en algunas personas, siempre trato de desencriptar la mente y de ver cómo funciona, digamos, el área negra, como decimos en las novelas negras, el área negra del ser humano. Y me interesa mucho por ejemplo cuando un ser humano pasa de ser bueno a malo, como un ser humano, de repente, a lo largo de su vida, cruza la frontera, es decir, pasa al acto, qué parte es genética, qué parte es psicológica, qué parte puede venir de la educación, y esto es lo que intento desentrañar cada vez en mis historias."

Franck Thilliez


















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