Rosendo Tello

Acuario

Ha pasado el verano y me encierro en el fondo
de mi cueva sonámbula. En tenue luz diviso
la confusión de dentro, y caballos marinos
que cruzan espantados por los muros del alma
con las crines al viento. Dentro el mundo se cierra
como un ojo perplejo y a la luz de las lámparas
se dibujan mi voz y mis palabras más húmedas,
con reflejos de acuario.
Ahora siento que el mundo
ya no me pertenece y que el tiempo que cerca
mi cuerpo no es el tiempo que fluye en mi interior.
Un jardín que entreabren manos blancas ausentes.
De ahí la luz confusa como de aire y sueño,
como de sol y luna en este cielo que anda
boca abajo y pensando.
Con otra piel me tiendo
a esperar de otro mundo que ilumine la estancia
de luz con rompientes cerradas y alma burbujeante.
Vivo un espacio mudo del que me siento ajeno,
levantado y sombrío en un chascar de espumas
en las salinas blancas donde los cuerpos ruedan
rozando unos con otros con rumores de goma
y hondas manos de cuero.
Me estremezco al silencio
de trompetas calladas que alguien suena en los muros
con máscaras que miran a través del cristal.
Tengo frío y no estoy acostumbrado
a andar por estas cumbres de la interioridad
sin que se vaya el alma y descienda a nevarme
los ojos encendidos.
Claridades de témpano
que atraviesa un crepúsculo de diamantes marinos.
Solo estoy, transparente, como esa sorda música
en que mi ser derrama sombríamente el mundo.

Rosendo Tello Aína



Atento estaré a los rumores, a las palabras libres que no mienten,
a las dulces tormentas de la sangre,
a los graves avisos que me llegan de allá,
del lugar del que vuelven los amores perdidos,
de la tierra en que cesa de golpear el mundo.

Rosendo Tello Aína




Cansado, ya no quiero
ni persigo más gloria que pasar en silencio
los días que aún me quedan por vivir.

Rosendo Tello Aína



Canto a la luz amaneciente

Pues tenía que haber, y lo sabíamos,

otra manera libre de sentir la poesía

y azuzar en el sueño la bestia que conduce

corporales sangrantes hacia el centro en que alzamos

nuestras tiendas al viento, pabellones al sol.
 

Llegaba el mensajero de los ojos vendados

y de sus turbulencias, sus exasperaciones,

las huellas que dejaron sus pies sobre la arena,

aprendimos que el mar

no era el mar de delfines moribundos

y algas petrificadas, no el mar de los bañistas

que defecan al sol, sino el mar que buscábamos.

Y que el cielo tenía otros colores y palmeras

y que la luna no nos engañaba.
 

En la noche cerrada, a compás con los astros,

al ritmo de la sangre que templan los torrentes,

aprendimos a amar, a acariciar las flores,

a conjurar potencias salvajes de la tierra.

Pues tenía que haber otro silencio

que no fuera callar y sonrojarse

con el alba apagada entre las manos;

otras alas abiertas en las profundidades,

tal los pájaros bobos que, saltando a las rocas,

espantan las tormentas con picos amarillos.
 

Del sueño de los hombres

despertamos muy tarde, con la tarde

doblada en otras tardes, siempre tarde,

siempre lo mismo y siempre, noche negra tras noche,

a vueltas con el tiempo y sus cadenas,

la muerte y sus siniestras elegías,

a vueltas con la vida y sus engaños,

cansados de explorar fronteras y confines.
 

Y tocamos la piel de los leones,

besamos la armadura de sus garras sangrantes,

aventamos las botas astrosas del recuerdo,

las memorias dolientes del tiempo apolillado

y dijimos llorando como niños:

Esto sí que es amar, sentir y florecer,

coger, trenzar al hombre por sus almas,

correr, cantar al son de las estrellas,

remontando sembrados y alquerías de muerte.
 

Y en el mar florecía un mar instrumental,

con techo de palomas y cintura de algas,

y venían doncellas con cestillos de rosas,

se quebraban los muros y nosotros reíamos

a la sombra auroral de los cimientos

con piedras cinceladas al son de los canteros.

De la raíz del árbol regado por las lágrimas

hacia el rastro del sol que da paso a otros soles,

oyendo el canto lento de los fuertes

cuando la luna canta sobre las rastrojeras.

Rosendo Tello Aína



Concierto de corazones

A José Luis Corral Lafuente

Era la hora del atardecer. Estábamos

sentados a la mesa los amigos

y, cuando el sol caía, de lo alto del techo

de la sala donde nos encontrábamos,

iban cayendo pétalos de flores encendidas,

copos de sombra ardiente como lágrimas,

bengalas de la lumbre en el silencio.
 

Concordes en la voz, fundidos los amigos,

la mirada tendida hacia lo ancho

de la noche encantada como un mar de corales,

hablábamos sin fin sobre unos tiempos

ya en el tiempo soñados, pero aún sin vivir.

Y en la concordia libre de mentar los amores

vagábamos soñando en confidencias íntimas,

fuera los corazones, lejos los pensamientos.
 

Nadie era nadie allí, sino una sola

naturaleza, en unificación

del alma y ser de seres singulares.

Alguien decía, abriendo las ventanas:

“Ya veréis cómo vuelven a nosotros

los amores perdidos. Será así como un golpe

de luz o un vuelco de la voz o un gesto

los que inicien el ritmo cordial de los amantes”.
 

Se hacía el sol por dentro, un fuego oscuro,

materia del espíritu que alumbraba la casa,

ardía en los rincones, llamaradas en flor.

El fulgor de la luna lacaba la madera

dando brillo a los muebles y un azul sensitivo

de ojos que miraran por vez primera el mundo,

vibraba en los espejos, mientras el viento fuera

gemía en las terrazas.
 

Alguien al fondo pronunció palabras

que todos entendimos: “El que primero llegue

ha de llegar tan tarde que ya no entenderá,

pues los lances intensos de la vida

ya nunca se repiten”.
 

Jamás fueron tan expresivas las palabras

como en aquella libre intimidad que a todos

nos acogía. Nunca las horas parecieron

tan lentas y reales, plenas y verdaderas.

Rosendo Tello Aína




"El día es lo superfluo. La naturaleza profunda del hombre está en la noche y en silencio. La luna siempre ha sido esencial en mi poesía y en mi existencia: posee una luz especial que lo matiza todo. Ahora me siento como alguien encerrado en mi habitación con el silencio."

Rosendo Tello Aína



"El verso parte siempre de la imagen, no del concepto. Soy un poeta de imágenes. Antes del ataque y ahora. La primera visión que utilizo siempre es la de la metáfora, no es la de idea."

Rosendo Tello Aína



"Este poema, 'La lengua de los hombres', ha sido premonitorio, es como si barruntase la enfermedad, el ataque. Mira: "Fascinante y terrible es la lengua del hombre, / oscura y balbuciente a un mismo tiempo. (?) Mil lenguas no podrían expresar el enigma / del sueño del amor o el sentido del sueño". Mi poesía, y quizá toda la poesía, nace del misterio."

Rosendo Tello Aína



La noche de los dioses

Hijos puros, bastardos del sol y las tormentas
en las noches de piedra. Yo los recuerdo ahora
cerrados contra un muro de cal resplandeciente,
cuando la primavera abría sus botones
de luz intempestiva como un humo en la tarde.
No era la primavera la que los conducía,
sino la aterradora lentitud del verano
que exaspera la noche. Serpeando entre brasas,
de erizada ladera a rastrojos de sangre,
semejantes a dioses pasaban bajo el sol,
con cascos acerados, negros los correajes,
fulgentes a la luna sus machetes,
dientes veloces en la madrugada.
Veo aún brillar al aire feroz los animales,
bestias acorraladas con antorchas de hacinas;
los ojos veladores esconderse
detrás de las ventanas donde daba la sombra
de un cielo desventrado de rojos campanarios.
Yo vi su deslizarse de alimañas
a ras de los cercados con espinos
en la noche inocente, bajo la luna amante
de sus concubinatos con la noche.
Cómo maldigo ahora su furia de barrancos,
la negra claridad de sus dioses violentos,
ardiendo en deslumbrante vendaval,
con los brazos curvados como alfanjes,
ungidos por el sol.

Rosendo Tello



"La prosa no es el verso; cuando empleamos el verso hablamos de lo ceremonial. El verso se convierte en canto, en lo sagrado. Este libro habla de lo divino, de lo numinoso: de la inspiración."

Rosendo Tello Aína



Un día gris

Llueve y el día triste y la esperanza
desazonante de que el tiempo cambie
hacen de mí un fantasma, un saltimbanqui
que anda en la cuerda floja, vacilante,
tendida sobre un fondo de tarquines.
Me sorprende la lluvia con los remos
quebrados y ese modo entre solemne
y ridículo a un tiempo de esquivarla
refleja una actitud
que ya me es habitual.
La de saber que toda compostura
y la firmeza de afrontar la vida
se resquebrajan con el cielo gris.
La de saber que, bajo el suelo espeso
del asfalto que piso,
alguna embocadura, algún desagüe
me tragarán como a una rosa mustia.
La lluvia cambia el alma y la mirada
de quien contempla el mundo, en ejercicio
de llegar sin sentido donde nunca
pensábamos llegar. Soy un sonámbulo
con el cuerpo de un pájaro mojado
y los cielos volcados a mis pies.

Rosendo Tello Aína





























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