David Vann

"Cuando los personajes explotan, nos vemos a nosotros mismos."

David Vann



"Durante diez años estuve escribiendo mi primer libro, 'Leyenda de un suicidio', desde los 19 hasta los 29 o 30. Pero sólo se publicó doce años después, cuando yo tenía 42. En esos veintidós años en realidad no tuve lectores, y no los tuve porque no había publicado más que un par de historias y un libro autobiográfico sobre mi vida como marinero. Yo creo, entonces, que no hay un lector a quien yo le escriba."

David Vann




"El aire no era respirable, de tan caliente. La tráquea convertida en un túnel reseco, los pulmones finos como el papel e incapaces de expandirse. ¿Por qué no podía marcharse sin más? Su madre había hecho de él, su propio hijo, una especie de esposo. Había echado a su madre, a su hermana y a su sobrina para estar solos ellos dos, y él cada día pensaba que no iba a aguantar más, pero pasaba otro día y allí estaba aún.
Después del té, Galen subió a su cuarto. El dormitorio principal, puesto que su madre dormía en la habitación que había utilizado desde pequeña. Es decir que él ocupaba el dormitorio de sus abuelos, una habitación alargada, de madera oscura, las viejas tablas del suelo aceitadas. Madera formando un friso en las paredes hasta la altura del pecho. Más arriba tela vieja, un estampado en flor de lis azul oscuro, paneles de más de medio metro de anchura separados por puntales oscuros que subían hasta el techo. Y el techo una serie de cajas también de madera oscura, con un espacio tallado justo encima de la lámpara. La estancia un lugar barroco y denso, demasiado pomposo para su vida insustancial, un espacio de otra época.
El armazón de la cama estaba hecho con madera de los nogales del nogueral. Al menos esto tenía sentido. Uno podía ir a sentarse en el tocón del árbol. Pero, aparte de eso, Galen no sabía por qué las cosas eran como eran ni qué se esperaba de él.
Bajó para esperar a su madre en el coche. Había un camino circular frente a la casa, enlazaba con un largo sendero de setos, ahora cubierto de maleza. Flores en el trecho pavimentado, lleno de maleza también. Cardos y hierbas altas tostados por el sol. En tiempos había un jardinero, y había unos fondos semanales asignados para un jardinero, pero de eso era de lo que vivían Galen y su madre. Y de los fondos para una asistenta una vez por semana."

David Vann
Tierra



"En Estados Unidos, la mayoría de las personas no continúa sus estudios, y cerca del 65 por ciento ni siquiera lee un libro al año. Los que leen, leen basura, y parece que la disfrutan. Pero, ¿es que alguna vez ha importado lo que hagan o no los artistas, los escritores? Los escritores que están trabajando hoy en día, y descubriendo cosas, están lejos de este debate."

David Vann





"En mi familia ha habido cinco suicidios y, si contamos la familia de mi madrastra, también un asesinato. Ha habido también muchos divorcios. Y todo en medio de los paisajes idílicos y hermosos de Alaska y California. Este material ha sido perfecto a la hora de escribir tragedias griegas con el paisaje como telón de fondo. En lo personal, lo que me gusta de la tragedia griega es que lleva al límite la relación entre dos personas que se aman, pero que, a su vez, se destruyen por la falta de control."

David Vann





"Eran nuevos en ese lugar y también en la manera de convivir el uno con el otro. Roy contaba trece años -era el verano después de séptimo- y había llegado desde casa de su madre, en Santa Rosa, California, donde había recibido clases de trombón, jugado al fútbol, ido al cine y estudiado en una escuela del centro. Su padre había ejercido de dentista en Fairbanks. Padre e hijo estaban a punto de instalarse en una pequeña y coqueta cabaña de madera de cedro, con el tejado levemente inclinado, escondida en el fondo de un fiordo, en el mar del sureste de Alaska, cerca del Tlevak Strait, justo al noroeste de la reserva de South Prince of Wales Wilderness y a unos ochenta kilómetros de distancia de la ciudad de Ketchikan. Sólo se podía acceder desde el agua, con hidroavión o en barco. No había vecinos. Tras ellos se alzaba una montaña de seiscientos metros de altitud que formaba una colina imponente, unida por pasos de montaña a otros que se divisaban en la desembocadura del brazo de mar y más allá. Detrás de la cabaña se extendían unos cuantos kilómetros de isla, Sukkwan Island, pero eran kilómetros de bosque espeso sin carretera ni camino de ningún tipo, un frondoso manto de helechos, tsugues, picea, cedro, hongos y flores silvestres, musgo y madera en descomposición, hogar de osos, alces, ciervos, muflones de Dall, cabras blancas e igluts. Un lugar parecido a Ketchikan, donde Roy había vivido hasta los cinco años, pero más salvaje, avezado y espantoso."

David Vann
Sukkwan island



“He sido muy afortunado más allá de mi país, y me agrada saber que miles de lectores encuentran una conexión con lo que escribo.”

David Vann




"Irene agarró el extremo de un nuevo tronco, caminó hacia la barca apartando la cara del viento. La lluvia caía sesgada ahora, gruesos goterones. No llevaba sombrero ni guantes. El pelo cada vez más apelmazado, gotas resbalándole de la nariz, y la primera sensación de frío a medida que la lluvia le calaba, primero los brazos, luego un hombro, después la nuca. Encorvó la espalda para protegerse, colocó el tronco en su sitio y regresó encorvada, por donde había venido, empapándose ahora por el otro lado, tiritando.
Gary caminaba delante de ella, encorvado también, vuelto contra la lluvia de cintura para arriba como si esa parte de su cuerpo quisiera desobedecer a las piernas, seguir su propio rumbo. Agarró el extremo de otro tronco, tiró de él dando unos pasos atrás, y entonces la lluvia arreció. Viento racheado, y el aire cargado de agua, blanca incluso de cerca. El lago se esfumó, desaparecidas las olas, la transición entre agua y orilla una simple conjetura. Irene cogió el tronco y fue detrás de Gary hacia la nada.
En medio del estruendo del viento y la lluvia, Irene no alcanzaba a distinguir ningún otro sonido. Caminó muda, encontró la proa, dejó el tronco, dio media vuelta y regresó, ya sin encorvarse. No le quedaba ya parte seca que resguardar. Estaba empapada de pies a caza.
Gary pasó por su lado convertido en una especie de hombre pájaro, los brazos curvados como en el momento de abrir las alas. ¿Intentando acaso separar de su piel la camiseta mojada? ¿Tal vez una primera reacción instintiva, un aprestarse para el combate? Cuando se detuvo a llegar a la camioneta, el agua le caía a chorro de la punta de la nariz. Los ojos severos y menudos, centrados."

David Vann
Caribou island




"Los padres son dioses capaces de crearnos y destruirnos."

David Vann



"Mi padre se suicidó cuando yo tenía trece años. Durante tres años le dije a todo el mundo que se había muerto de cáncer. No quise visitar ningún terapeuta. Me la pasaba todo el tiempo disparando afuera. Tras la muerte de mi padre, mi familia pensó que podía ser una buena idea que yo heredara todas sus armas. Él tenía rifles, escopetas, incluyendo una para matar osos. Así que yo salía por las noches y les disparaba a los postes de luz y a veces les apuntaba a mis vecinos en sus casas. Fue como un salto al vacío en el que por suerte jamás herí a nadie. Después ingresé a un grupo de teatro y, una vez allí, pude por fin contar la verdadera historia del suicidio de mi padre, y empecé a curarme. Comencé entonces a escribir y me sorprendí al darme cuenta de lo que pasaba cuando describía ciertos paisajes. Era como estar frente a un test de Rorschach en el que, a medida que describía los cambios en un bosque, o en el mar, veía los cambios internos de mi propia vida. Es en este proceso cuando el arte puede cambiar o salvar una vida."

David Vann



"No puedo enseñarle a alguien a ser talentoso, ni siquiera a que se concentre en escribir una historia. Pero puedo enseñarles a mis estudiantes a ser mejores lectores, a entender mejor el lenguaje, a comprender el estilo. Para aquel que tiene talento y está motivado puede ser una ayuda invaluable. Los talleres sirven para dedicarle tiempo a la escritura, para estar rodeados de personas que también escriben, para conseguir, si se tiene suerte, un buen mentor. En este sentido creo que los programas de escritura creativa son formidables y que valen la pena."

David Vann



"No sé por qué, pero no tuve miedo. Quizá fue por la nieve. Llegué otra vez a Corson, en la parte alta de Airport Way, a la altura de un paso elevado que parecía una pista de aterrizaje. Camiones viejos, herrumbrosos y abollados, coches destrozados al otro lado de la calle, siempre podía hacer falta alguna pieza de recambio. La calle, bajo el paso elevado, oscura como una cueva, pero me metí dentro y no encontré a nadie. Más allá un parque, protegido por una cerca de alambre. Seguí por Corson en dirección a casa. Entonces vi que alguien venía hacia mí, otra persona encorvada y arrebujada, apresurándose al verme, y yo me detuve, confusa, sin saber si debía echar a correr, pero mi madre gritó:
¡Caitlin!
Me quedé donde estaba. No corrí hacia ella. De hecho, miré a mi espalda, hacia la cueva bajo el paso elevado, el instinto de huir. El ímpetu de ella, su peso, nieve saliendo disparada conforme sus botas araban el suelo. Una silueta salida de un cuento, dispuesta a rescatar o a destruir. Como si viviéramos en el bosque, sin asfalto bajo el manto blanco, el paso elevado la curva de una montaña, recubierta de peñascos. Cada almacén una oscura arboleda con campos en medio, pequeños claros. Y yo no era lo bastante veloz. No podía moverme. En los cuentos, nunca puedes escapar.
Me alcanzó y me rodeó con sus brazos."

David Vann
Acuario




"Oímos entonces el agua en la pila, un sonido constante y tan urgente que a veces no se podía aguantar. A veces parecía que iba a arrastrarnos. Y no había forma de cortar ese flujo. No había grifo, nada con que parar el chorro. El sonido omnipresente y su potencia en aumento, amplificado por el recipiente. Agua que salía de grietas en las entrañas de aquel monte. Agua que cayó como lluvia mil años atrás y que había vivido a presión desde entonces, estrenando libertad solo ahora, de modo que cómo no iba a redoblarse su presión, y no solo una vez, bajo el peso de toda aquella mole rocosa.
Sentí pánico. El corazón desbocado y dificultad para respirar. Aquella agua podía desgarrar la tierra justo bajo nuestros pies. Y lo mismo valía para la sangre, bombeando a presión dentro de mi cuerpo, imposible de parar. De chaval solía tener estos ataques de pánico, siempre pesadillas de presión, e incluso ahora, al recordarlo, me cuesta respirar. Y yo siempre pensaba que no iba a sobrevivir. No sabía cómo superar aquellos trances. Mi padre y mi abuelo, delante de mí, dos presencias insoportables. Su lado de la mesa más elevado, en cualquier momento podían caerme encima.
El tiempo ya no volvió a moverse. O esa fue la sensación. Cada instante una eternidad. Recordándolo ahora, podría decir que terminamos de comer y nos levantamos de la mesa, pero en su momento estábamos irremediablemente perdidos y no es una exageración, mi padre pesaba quinientos kilos y mi abuelo diez veces más y me aplastaban entre los dos, la presión del agua en aumento detrás de ellos.
Pero los mayores sí se terminaron sus bocadillos, yo no comí porque no podía, mi padre fue el primero en levantarse e ir hacia su petate y pude respirar otra vez. Tom se marchó también pero mi abuelo me tenía allí inmovilizado, su rostro el de una montaña hecha de pliegues y grietas, granito blanco con grano y veta oscuros, hasta que pasó las piernas sobre el banco y se levantó y anduvo como cayéndose hacia su colchón y yo me sentí libre.
Caminé con tiento y me alejé de la pila y del colchón de mi abuelo, y mientras caminaba el aire por fin empezó a perder densidad, la presión disminuyó ¿revirtiendo hacia dónde?, ¿adónde irá eso? El aire se normalizaba, se normalizaba el sonido, convirtiéndolo todo en una mentira, un sueño, pero unos minutos antes mi corazón era como de piedra.
Mi petate escondido detrás de hojarasca, remetido en la montaña, y al acercarme volví la cabeza, me aseguré de que nadie estuviera mirando. Salté aquel tronco y me metí allí dentro, a salvo en mi madriguera. Desplegué el saco de dormir y tumbado boca arriba contemplé el cielo más allá de los pinos, y las agujas eran como agujas perfectamente grabadas en el azul, reales e innegables, independientes unas de otras, pero a millares y muy juntas erizando el aire. Pensar en cuántas debía de haber en el círculo de árboles más cercanos y en el campamento entero y ladera arriba hasta otras montañas en una extensión de muchos centenares de kilómetros, eso era un tipo de pánico diferente, no de presión como el otro sino de evaporarse, de adelgazar y disiparse, y fue ese otro miedo el que me atenazó entonces, no a ser aplastado sino a evaporarme atraído hacia un vacío inmenso, y ambos miedos eran igual de terroríficos y carentes de origen.
Cerré los ojos, me ovillé y me dispuse a esperar. El saco de dormir olía a humo de leña, había ido impregnándose a lo largo de los años, sensación de confort, y olía también a sudor y a sangre de animales de todas clases, y ya casi me había dormido cuando oí un golpe fuerte, un golpe sordo, y supe qué lo había producido. El muerto al caerse."

David Vann
Goat Mountain



"Todo acto de escritura, de un modo u otro, es político. Incluso mis descripciones del paisaje de Alaska son políticas: mientras la gente ve a Alaska como la última frontera de la bondad y los recursos naturales, yo muestro el horror que se vive adentro de esos paisajes. Sin embargo, creo que cuando la literatura trata de ser política termina limitada por las ideas y pierde cualquier posibilidad de arte."

David Vann
















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