Elisa Victoria

"A mí desde pequeña me ha parecido rarísima nuestra forma de existir y cómo normalizamos que todo sea tan fugaz y a la vez irreversible, porque realmente el tiempo solo se mueve en una dirección: hacia delante. Me interesaba esa extrañeza ante el paso del tiempo y cómo lo aceptamos porque es la única opción que conocemos. También me inquieta mucho la forma tan diferente en la que percibimos el paso del tiempo según la edad que tenemos. Cuando eres niña ves a la gente adulta y te parece lejanísima la posibilidad de ser como ellos, pero cuando te haces mayor, lo que parece imposible es haber sido niña."

Elisa Victoria



"Creo que no voy a llegar nunca a entenderme con este mundo."

Elisa Victoria



"El modelo de masculinidad que lleva construyéndose durante siglos es el de un tipo de hombre que no muestra su fragilidad, que siempre está seguro de sí mismo, que arrasa con todo sin preocuparse por los demás y busca su propio placer. Este patrón lo muestro claramente en uno de los dos novios, mientras que el otro tiene una masculinidad más afeminada. Eusebio es un niño apartado que sufre constantemente a pesar de ser empático y no hacer daño a nadie, mientras que el otro se lo pasa en grande actuando mal. Ese contraste entre lo que se premia y se castiga en el espectro masculino me parecía clave."

Elisa Victoria




"Este es un mundo muy raro. La existencia ya en sí es muy rara. Existir como ser humano es muy raro, y el mundo tiene un montón de normas incomprensibles."

Elisa Victoria



“Hay gente que te dice que no hables con acento andaluz si eres del mundo de la cultura.”

Elisa Victoria



"La existencia siempre me ha parecido misteriosa y así se refleja cuando escribo, también valoro en las obras de los demás que me traigan suciedad y misterio, lo encuentro interesante y rico, aprendo y me siento menos sola."

Elisa Victoria



"Los derechos y el bienestar de los animales me preocupan profundamente, siempre me ha pasado pero con el tiempo no deja de intensificarse. Es una cuestión aún controvertida que intento dosificar en mis libros porque sé que a mucha gente le da pereza el tema, que considera que los animalistas somos unos pesados, así que procuro dejar pinceladas aquí y allá que salpiquen la narración y actúen en conjunto como una especie de metralla que se mezcle con el resto de cuestiones."

Elisa Victoria



"Me interesaban esos campos [Magisterio en Educación Infantil y Filosofía], pero llega un momento en el que hay asignaturas que se te atraviesan. Alcanzas también un límite y empiezas a darte cuenta de que muchas veces aprobar asignaturas significa cumplir manías concretas de personas concretas que están dando esas clases. Porque hay asignaturas cuya temática te interesa especialmente o quien la imparte es capaz de transmitírtela de forma atractiva y conecta contigo, pero otras veces… Se me acabó la mecha. Me cansé."

Elisa Victoria



"Me interesan los personajes desubicados que muestran su fragilidad, que rompen el hielo y no entienden por qué la sociedad funciona de este modo y cuestionan el orden de las cosas. En mi anterior libro la protagonista no tiene nada que justifique su desaliento, pero no hace falta, porque el mundo ya es lo bastante raro y difícil como para sentir extrañeza sin arrastrar ningún contexto desagradable. También me interesa sacar a la luz las dudas y vulnerabilidades que uno puede tener en secreto, pero no expresa. Es como si la adultez fuera un teatro donde todo el mundo finge controlar todo, y a mí me interesaba dialogar sobre estos asuntos. Creo que la escritura puede mostrar ese diálogo interior de la gente que se siente desubicada en el mundo."

Elisa Victoria



"Nos encontramos a veinte días de la gloria. El rumor de la radio me mantiene despierta y acompañada mientras miro el camisón. Es mi favorito, el que más temo. Su estampado me brinda ambiente de libertad porque lo relaciono con las vacaciones de verano, pero también simboliza el momento exacto en que el lado siniestro de la existencia se materializó por fin para mí. Hacía mucho que lo veía venir. Acechaba en las siluetas de La princesa caballero, en las sillas de respaldo alto, en las luces que se movían sobre los muslos de mi madre dentro de los escasísimos taxis que habíamos cogido por la noche, en la máquina de coser de mi abuela, la misma Singer pesada con el mismo mueble de imitación caoba desde los sesenta. Este lado siniestro enseñó por fin la patita por debajo de la puerta en Punta Umbría en 1990. Tres momentos destacados acontecieron en aquella Residencia de Tiempo Libre.
El primero desencadenó un malestar sin precedentes. Teníamos en la habitación un paquete de galletas rellenas de chocolate. Cada galleta se me hacía eterna, árida y dura, difícil de masticar. Saciaba mi apetito en segundos dejándome empachada e insatisfecha. Decidí manejar el asunto comiéndome solo el chocolate, que era lo que me interesaba, arrancándolo con la precisión de aquellos dientecitos de leche sin romper que tanto añoro. Sabía que podían reñirme severamente por desperdiciar el alimento, así que por la noche me levantaba a hurtadillas y, al amparo de la oscuridad, dejaba las galletas lamidas como el plato de un perro en una esquina discreta del balcón. Arrojarlas al exterior era una gamberrada insoportable muy lejos de mi nivel. No tardaron en descubrir el alijo secreto y la reprimenda fue épica. La lección quedó clara: si en esta vida pretendes comerte solo el chocolate, necesitas un sitio donde esconder las galletas secas en condiciones.
El segundo y más importante tuvo lugar aquella misma noche. Inquieta e insomne a costa del disgusto en la camita supletoria junto al somier de mi abuela, empecé a sentir miedo de encontrarme a ras del suelo. Escalé con sigilo hasta lo alto del colchón y me apreté contra ella, que llevaba el mismo camisón que hoy. Los mosquitos caminaban sobre la piel tierna y tostada de la anciana, gran cazadora, que a veces se daba un manotazo inconsciente y se rascaba el cadáver sanguinolento. Cuando por fin se me abrían las puertas de la duermevela, visualicé la primera imagen de la noche: un gran ejército formaba filas escuchando las órdenes de su coronel, un personaje esbelto y sinuoso que se paseaba de un lado a otro dando voces. En mitad del discurso, el coronel se deshizo como si sus miembros fuesen de cuerda, dejando en el suelo una madeja de lianas color carne. Al abrir los ojos, me di con la robusta espalda cubierta de florecitas de colores desconfiando de mi propia conciencia, esa traidora inesperada."

Elisa Victoria
Vozdevieja



"Se está hablando más de ello últimamente, se ha popularizado el término de la disociación. La gente se siente un poco fuera de plano mientras vive las cosas, como si lo que están ejecutando fuera parte de una película que están observando desde fuera. Era un buen inicio para ir mostrando la complicada relación que tiene Renata con sus vivencias y la relación tan particular que tenemos los humanos con este tema. El presente es algo que casi no existe, apenas lo mencionas y ya se ha ido, es como si fuéramos incapaces de atrapar lo que nos está ocurriendo. El tiempo me daba cabida para tocar un montón de asuntos, los personajes también evidencian los cánones que como sociedad hemos construido en torno a qué debe ser lo correcto, lo que se espera de nosotros para cada edad."

Elisa Victoria



“Tengo el pellejo fino y cada vez me queman más cosas.”

Elisa Victoria














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