Francisco Vega Ceide

Alba del quechemarín,
la de los mares de seda;
taza de leche, redonda,
con pan migado de estrellas.

Alba del quechemarín,
-arriba, cantan los pájaros-
(con jarcias de luna nueva
átame la vida a un barco!

Alba del quechemarín,
-abajo, mar sin riberas
las quillas de los veleros
tropezando en las sirenas.

Alba del quechemarín,
cuando te andaré despacio
llevando el bordón de un mástil
y la sandalia de un barco!

Francisco Vega Ceide




Balada de la canción pequeña

Hilé mi humilde canción:
madeja, una juventud;
rueca, la de un corazón.

Al verla triste y desnuda
tejí, con telar de versos,
de amor y sombra una cuna.

Del río de mis ensueños
quedó prendada una noche.
(Cómo lloraba el recuerdo!

Y la canción en su cuna
dormía siempre en el río,
un río de agua de luna.

La canción murió en el agua.
En una red de suspiros
la luna quedó enredada.

La luna, luna, pequeña,
mojada de noche blanca. 

Francisco Vega Ceide




El molinero de estrellas 

I

 El molino era de luna
y la canción molinera.
Cantaban sus años mozos
en el girar de la rueda.

Molino que no molía,
molinito sin molienda.
Le decían las gentes:
-Molinero, )qué velas?

 -La carga de la tolva,
los giros de la rueda.

 Tolva que no tiene granos
de trigo para molienda...
-Molinero, )qué mueles
en la flor de la aceña?

 -Ensueños de oro rubio,
luceritos de estrellas.

Francisco Vega Ceide



Tierra de Castro de Rey,
por donde anduvo mi infancia,
verdes porque Dios lo quiso
y por la gracia del agua.
Lejos o cerca de ti,
yo sigo siendo tu amigo:
¡No en vano también yo estoy
envenenado de río!

Francisco Vega Ceide



Fiada

Los dos gritos de mi tierra
van por caminos distintos:
uno sube como el vaho,
otro baja como el río.
El alalá
y el aturuxo:
Los dos cantos de mi tierra
vuelan de Coruña a Lugo.

Los canta el pimpín solista
el mirlo y la cogujada:
Corren por toda Galicia
desde el río a la montaña.
El aturuxo
y el alalá:
los dos gritos de mi tierra,
uno al aire y otro al mar.

Francisco Vega Ceide



Flota lejana

A Crecente

 Yo amo a la niebla lienta, inconsútil y rara,
porque no tiene forma, porque ensucia las cosas,
porque es triste y su beso de dolor y agua clara
se desangra en el huerto de casas olorosas.
 Blanca la sobreveste, la pupila cegada,
ama igualmente al cardo, a la flor y al espino,
y crucifica el ansia de su carne mojada
en la almendra del prado y en la miel del camino.
 Es humilde y errátil, ritmo y forma distantes,
-nómada del sendero florecido de rosas-,
y diluye en el óleo de las tierras fragantes
el ritmo de las formas y el alma de las cosas.
 Niebla gris del recuerdo: El casar balancea
la verde arboladura de sus bosques paganos,
y en el mar pegajoso de sus ojos, la aldea
naufraga en los cantiles de los montes lejanos.
 Son entonces las bordas tristes naves ancladas,
y el viejo campanario finge un palo mayor;
y en la flota aldeana, de imposibles orzadas,
va mi infancia viajera pilotando un amor.

Francisco Vega Ceide



Luz de mañana

El bote levó las anclas.
El desplegar de los remos
era un murmullo de alas.
Acurrucado en la niebla
rizaba la espuma blanca.
(Ay, bote de la cantiga!
(Ay, amor de mi lucero!
(Ay, aquel nido del agua!
(Ay, aquel son marinero!
Rizaba la espuma blanca
y hacía encaje en los remos.

Francisco Vega Ceide



TRIÁNGULO Isósceles, porque en la geometría lírica de mis años de colegio fue siempre la figura dilecta; porque le llevaba siempre conmigo en un lápiz negro, regalo de Baltasar, y con él decoraba las mañanas pintando velas de navíos y cascos de soldados. Entonces yo tenía diez años y soñaba con ser marino y capitán de lanceros.

Francisco Vega Ceide
























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