Héctor Vázquez-Azpiri

"Bueno, pues ya me reventaba. Ya estaba harto uno de ver a esa gente que luego va y se vuelve y espera el efecto; espantapájaros amigos de la pausa, de las voces en off, o de los que siempre gritan «muy bien, muy bien», sonríen y acotan con una espátula sus gritos en los discursos. Alquimistas de mierda que en mierda todo lo transforman. To get the thing protruding, ser mosca o ser sardina, o que haya algún buen Dios en la enramada que te saque del lío y te perdone. Séneca, y siglos antes de Séneca un anciano argonauta, y detrás de él un compadre de Aristóteles, un físico iracundo que examinaba los procesos de la digestión. Los procesos en vivo, con esclavos de barriga abierta, el ir y venir del bolo alimenticio, el quilo, el exudado perpetuo y excitado de las linfas. Siempre quedan esclavos que rajar y siempre hay sabios para el perifiseos. Descapullar o no descapullar, y el resto déjalo en inglés, que todo el mundo entiende, a falta de esperanto. Es ese ciertamente un problema hebreo, muy propio de eruditos. Hay prepucios de izquierdas, sindicados, de hiedra viva que se ciñe al tronco y le impide liberarse. A un palmo de la filosofía está el prepucio pensante, y a un palmo del prepucio la filosofía, que va del ojo reventado de Filipo a los esquíes de Heidegger. A la nana ea, a la nana, ea."

Héctor Vázquez-Azpiri
Fauna


"He querido escribir con un realismo que alguien ha dicho que es un realismo bioquímico, una novela que se pueda leer con los ojos cerrados."

Héctor Vázquez-Azpiri




"Me llevaron al monte de nuevo, antes de separarnos. Ahí es donde metí la pata otra vez, porque sin querer le di un manotazo al Bernabé, que tenía la pistola en la mano. No pasó nada y me despedí de ellos. Le di la mano al Bernabé y le dije: "Espero que no nos veamos más en estas circunstancias, sino más amistosamente". Me dijo que no diera parte hasta el día siguiente por lo menos. Lo prometí y lo cumplí. También me dijo que fuera caminando hasta casa, que estaba en el quinto coño, bajo la lluvia. Eso no lo cumplí. Somoano y yo cogimos un taxi de Posada. El taxista, que también era electricista, me contó que había pasado miedo porque pensó que lo íbamos a atracar. Llegué a casa y estaba allí aquel indiano. Mi padre por poco me rompe los huesos del abrazo que me dio. A Eduardo lo pillaron al cabo de años, después de que matara al Bernabé. Cuando pidieron la pena de muerte para él, mi padre fue a verle a la cárcel. Se la conmutaron. Eduardo había estado en el maquis y antes de la guerra había matado a alguien en la mina. Tenía el pretexto de la guerra para sus andanzas y sobre él pesaba la acusación de varias muertes. El Bernabé había estado haciendo la mili en Oviedo y le dio un golpe un sargento. Cogió una pistola y no sé si le mató a él o a otro, y se tiró al monte. El Bernabé era un ser deforme, hinchado de cabeza. Además tenía una encefalitis y por lo visto daba voces en el caserío donde estaban escondidos. Eduardo, por miedo a ser descubiertos, cogió un piquete y se lo quitó de en medio."

Héctor Vázquez-Azpiri















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