Javier Vasconez

"El mundillo literario existe en todas partes. Los hay en Madrid, Barcelona, Londres y París... A lo mejor es necesario participar en él, para estar al tanto de lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero hay que guardar las distancias y conservar la independencia, hay que saber alejarse para poder trabajar. La literatura es un oficio de solitarios, de obstinados, de fanáticos que le robamos horas al sueño. Bueno, por lo menos los novelistas. Incluso cuando nos ponemos a beber. Siento desconfianza ante los bohemios, a pesar de que yo amo la noche. Aquí, en Ecuador, nos tomamos demasiado en serio las genialidades inventadas por nuestros amigos en las noches de tragos. Muchos de esas genialidades no son más que tonterías o mediocridades provincianas."

Javier Vasconez



"En mis cuentos, más que en cualquiera de mis novelas, el secreto constituye un detonante y funciona muy bien. Una novela es una construcción, una obra de ingeniería. Es un entramado de personajes, cada cual con su drama a cuestas, con sus sentimientos. La novela tiene sus deudas con otros géneros y, sin lugar a dudas, está muy lejos de la limpieza del cuento. En cambio, el cuento es como un resplandor, una fábula. Se agita igual que una libélula antes de convertirse en mariposa, es más intelectual. La novela es una especie de “tratado” sobre la vida de los hombres."

Javier Vasconez



“La atención de los críticos a mi obra quizá se deba a que llevo muchos años escribiendo, incluso a mi obstinación.”

Javier Vasconez



"Personalmente me considero un erizo, porque he estado toda mi vida centrado en un solo ambiente, desde el cual  he intentado fabricar salidas, buscar otros mundos…"

Javier Vasconez




"Una noche entré de puntillas en el cuarto de mi madre. Mis fantasías y el horror a las convulsiones me hicieron pensar que todo el mundo debía quererme. Imaginaba que podía penetrar en la mente de los demás. Reflejado en la luna del espejo, miré el rostro pálido, inexpresivo de mi madre, hundido en la almohada mientras dormía. De repente tuve la perturbadora impresión de haber visto cómo emergía su rostro del espejo hasta desvanecerse entre las sombras envolventes del dormitorio. Antes de que el miedo invadiera mi conciencia, debo de haber permanecido allí unos cinco minutos, quizás incluso más. Me aproximé al borde de la cama y experimenté una sensación de peligro cuando mi mano rozó el esmalte rojo de sus uñas sobre las sábanas. Después salí de inmediato al corredor, quizá sintiendo a mi espalda su mirada reprobadora, como si la marea azul de sus ojos me hubiera obligado a marcharme fuera de la habitación. Me quedé inmóvil para orientarme y luego fui por el corredor a mi cuarto. Desde la ventana dirigí una mirada extraviada hacia la calle, donde un testigo invisible merodeaba por la noche impenetrable. Podía imaginar algunos caminos trazados sobre las laderas del volcán, al tiempo que observaba la luz difusa de sus abismos o el brillo espejeante de sus riachuelos. ¿Quién habitaba en él? ¿A quién tenían preso detrás de sus murallas? ¿Quién lanzaba aquellos maullidos que irrumpían en medio de la noche, a quién iban dirigidos esos lamentos? ¿De dónde procedía aquel viento que se mezclaba con el sueño y que raspaba con sus dientes los huesos artríticos de mi madre?
Más de una vez mi padre habló de un mundo delirante, de lugares visiblemente poblados por ladrones, prostitutas, criminales. Sin embargo, al oír en lo alto del Pichincha aquel estruendo desarticulado de bramidos salidos de las bóvedas de la montaña, era imposible no reconocer en ellos la rabia y la desesperación. En ese tiempo yo era un pequeño bárbaro y por tanto permanecía aturdido frente a tanta grandeza. Tampoco me costaba nada imaginar que detrás de esas tinieblas estaba el origen de mis alucinaciones. Tal vez era sólo un niño intimidado por los efectos de la noche provocados por un aluvión de ideas, de terrores, a través de los ruidos desconocidos provenientes del volcán."

Javier Vasconez
La piel del miedo


















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