José de Viera y Clavijo

Escuelas de Niños.

          Desde luego se han de inspirar á los niños máximas que enoblezcan su espíritu, el amor al trabajo y a las artes. Para que no miren con fastidio la escuela mientras están en ella, se les ha de variar la enseñanza para que no estén mucho tiempo sobre una misma cosa.

          Lean y escriban un poco; dibuxen otro rato; aprendan  juegos de manos; reciban nociones de Geografía; expliqueseles algo de historia natural; de agricultura, y aún de música. Asi se (fol 2v) harán los niños á mirar con tédio la ociosidad.  Salga el maestro algunos días al campo con su escuela, y como por juguéte, enseñeles á conocer la diferencia que hai en la calidad de las piedras y de las tierras; los generos y especies de las plántas con el uso que puedan tener; expliqueles el origen de las fuentes, la causa de las lluvias, de las tempestades, las inaréas, las lunaciones, eclipses. Enseñeles también á plantár, podár, inxertár, sembrar, correr, (fol. 3) nadár, etc.

Utilidad de la Agricultura.

          La Agricultura, este arte el primero, el más esencial de las artes; es aquél con cuia invencion honraban los Egipcios á Osiris; los Griegos á Céres y á su hijo Friptolemo; los Ytalianos Saturno y á Júno. Ella fue el único empleo de los Patriarcas, hombres tan respetables por la simplicidad de sus costumbres, bondad de alma y elevación de sentimientos, y fuelas  (fol. 3v) delicias de todos los pueblos antiguos. Cyro el Joven había plantado por su mano los árboles de su Jardín, por lo que Lisandro de Lacedemonia exclamó á vista de ellos: “todos los hombres, ó Príncipe, te deben tener por feliz, pues juntas así la virtud a tu grandeza y dignidad”; y llamaba esta ocupación virtud, porque creía, que un Monarca agricultor no podía dexar de ser virtuoso, puesto que tenía gusto por las cosas útiles y diversiones inocentes. Hierón de Siracusa, Átalo, (fol. 4)Filopátor de Pérgamo, Archélao de Macedonia, y un sin número de otros personages, fueron elogiados por Plinio y Xenofonte, a causa de su afición a las labores de los campos.

          El cultivo de ellos fue el primer objeto del legislador de los Romanos, y para infundir en sus vasallos la alta idea que le merecía este exercicio, la primera función de los primeros Sacerdotes que había instituido, fue la de ofrecer las primicias de la tierra a los (fol 4v) Dioses, pidiéndoles cosechas abundantes. Estos sacerdotes eran doce, y tenían el nombre de Arvales, de Arva, que significa campo que se labra. Los Cónsules hallaron las cosas en este estado, y no mudaron nada. Toda la campiña de Roma se veía cultivada por los vencedores de las naciones, y los más célebres Romanos, durante muchos siglos, pasaban del campo a exercer los primeros empleos de la República; siendo lo mas digno de observación, que de estos (fol. 5) empleos  volvían a las ocupaciones del campo.  Serrano sembraba su heredad, quando lo llamaron para que se pusiese a la cabeza del exército. Quinto Ciemato cultivaba un pedazo de tierra que poseía del otro lado del Tíber, quando recibió el nombramiento de Dictador. Él dejó aquel tranquilo exercicio, tomó el mando de las tropas, venció a los enemigos, recibió los honores del triunfo, y al cabo de quince días volvió a ser labrador. En los más bellos días de Roma solo eran reputados por (fol. 5v) ricos, los que eran grandes labradores. La primera moneda se llamó Pecunia  á Pecu, y llevaba estampado un buey, ó un carnero, como símbolos de la principal opulencia. Los Protocolos de los Cuestores y Censores de la República se llamaban Pascua, de apacentamiento. Los Ciudadanos Romanos mas distinguidos eran los que formaban la Tribu Rústica; por lo que para castigar a los propietarios por su descuido en la labor de las tierras, los pasaban a la Tribu Urbana, lo que  (fol 6) era una ignominia. Cuando se tomó la Ciudad de Cartago por asalto, todos los libros que se hallaron en sus Bibliotecas, se regalaron a varios Príncipes, amigos del pueblo Romano; a ecepcion de los veinte y ocho volúmenes que el caudillo Cartaginés Magen había escrito sobre Agricultura, y se puso a cargo de Decio Syllano su traducción.

          Catón (Nota 9) el anciano escribió un tratado sobre el cultivo de los Campos, el cual recomendaba Cicerón a sus hijos, haciendo de él este bello elogio; “Omnium rerum, ex (fol 6v) quibus  aliquid exquiritur, nihil est agricultura melius, nihil uberius, nihil dulcius, nihil homine libero dignus”: de todo cuanto se puede indagar nada es mejor que la agricultura, nada más ameno, nada más digno del hombre libre.

          La Agricultura nació con las leyes de los hombres en sociedad, y es contemporánea del repartimiento de las tierras. Las primeras riquezas fueron sus frutos, ni conocieron otras los pueblos, mientras todo su interés se reducía a gozar de la (fol. 7) natural felicidad que les proporcionaba el cultivo de su quiñón, o pegujal; mas desde que el espíritu de conquista fue engrandeciendo las naciones, y que el lujo, el comercio, y las otras señales de la grandeza y depravación de los pueblos se fueron fomentando, empezaron los metales a representar la riqueza, y perdiendo la Agricultura su antigua dignidad, se abandonaron las labores del campo a manos subalternas, y solo en las obras de los Poetas se conservó su aprecio, porque no pudieron (fol. 7v) hallar los ingenios en las Ciudades nada que igualase a las deliciosas imágenes de los objetos del campo.

Utilidad de los Montes.

          En todos tiempos se ha conocido la suma importancia de la conservación de los montes, y se han mirado como unos bienes propios del Estado, administrados en su nombre. La Religión misma había consagrado los bosques para que les sirviese de defensa la veneración a favor de la utilidad pública. (fol 8) No se buscan ya en ellos, a la verdad, como en el de Dodona, ningunos Oráculos; pero es necesario que una grande atención remplazca aquel culto, y que la vigilancia económica de la Policía ejerza aquella especie de Sacerdocio.

          Comprueban sin duda la importancia de este objeto el crecido número de leyes y de ordenanzas relativas a él: bien que ese mismo número nos hacen ver su insuficiencia, y tal será siempre la suerte de ellas. Una ordenanza puede prevenir las contravenciones, y los abusos; (fol. 8v) pero no instruirá, ni desengañará a la ignorancia. La reparación de un monte talado es obra de muchísimo tiempo: para que se críe una viga se necesitan cien años, y como el que replanta no se promete disfrutarla, se procede en esa diligencia con una lentitud perezosa.

          Si los montes se deben calificar por bienes del Estado, también los pueblos se consideran con derecho a usar como propietarios de su producto; y de estos dos conceptos nacen naturalmente intereses (fol. 9) opuestos, que el Gobierno debe conciliar. Los pueblos necesitan de madera y de leña; mas al mismo paso que se trate de satisfacer de pronto esta necesidad, es indispensable ocuparse en renovar los defalcos a beneficio de la posteridad, de cuyas comodidades es depositaria la generación presente.

          La conservación de un arbolado no es contraria a la corta metódica de sus maderas, antes bien ella es un medio de rejovenecerlo. Los árboles bien podados se (fol. 9v) aumentan anualmente hasta cierto punto, por que hallándose detenida con esta operación la savia en el tronco, por donde debía subir, obra con más fuerza en sus raíces, las profundiza más en la tierra, y las obliga a brotar tallos más vigorosos; pero esta juiciosa economía tiene su término, como lo tiene el terreno para que las raíces se puedan sepultar en él.

          Así la vigilancia pública tiene obligación de contener en tiempo la corta de los árboles, y que los (fol. 10) vecinos no sacrifiquen su duración a una satisfacción momentánea. Los árboles que han envejecido se deben conservar para la posteridad, y para sacar las maderas de solidez y de corpulencia que las obras más necesarias exigen.

Árboles prontos.

          Toma una raíz de manzano, o de peral, de seis pulgadas de largo; e injerta en ella un tallo de manzano, o de peral escogido, cortada en lengüeta, o flauta, de modo que los cortes se igualen bien. Preparado (fol. 10v) así el injerto, se cubre con estopa, y se mete en tierra la raíz hasta diez o doce pulgadas de profundidad, de suerte que el tallo se halle, a lo menos, cuatro pulgadas dentro de la tierra, la cual se mantiene siempre húmeda. La raíz no debe ser más delgada que el tallo, y puede ser más gruesa, aunque lo mejor será que tallo y raíz sean iguales.

José de Viera y Clavijo




“Hái tradicion entre las gentes de la Real Comitiva (que solo piensan como por contágio) de que los jardines de este sitio son tristes, y por eso los suelen dexar solos, sin ir á divertirlos; pero si lo son yo los hallo de una tristeza agradable, apasionada é interesante, que despiertan pensamientos, ó mas bien, sentimientos de Filosofia y reflexion.”

José de Viera y Clavijo
Sic. original El texto se refiere a la impresión causada en Viera y Clavijo la visita a los famosos jardines de San Ildefonso.
Fuente: Tomás de Kempis; José de Viera y Clavijo; Manuel de Paz-Sánchez. Kempis, José de Viera y Clavijo. Editor Manuel de Paz, 2014. ISBN 9788499419824. p. 18. Fuente: Carta dirigida por Viera y Clavijo a don Casimiro Falces, canónigo de Lérida. fechada en San Ildefonso, a 25 de julio de 1772.





"He estado en las admirables excavaciones del Herculano, en la resucitada ciudad de Pompei, en el singular Museo de Pórtici, en la famosa Grota dil Cane, en el lago averno, en la gruta de la Sibila, en la Solfatara, en el Vesubio. He visto las estatuas antiguas del primer orden tanto en Roma como en Florencia: la Basílica de San Pedro iluminada, la cabalgata de la hacanea, la girandola del castillo de San Angelo, la casa de Loreto; la rotunda, la misa Pontifical del Papa, el carnaval de Venecia, la torre inclinada de Pisa, la procesión del Corpus con el Senado y Dux de Génova, la galería del gran duque de Toscana, el instituto de Bolonia, el Domo de Milán, el sepulcro de San Antonio de Padua, el entierro de la emperatriz Reina de Hungría, el canal de Brenta, los cuerpos de los reyes magos y de las 11 vírgenes en Colonia: el Bucentoro y el arsenal de Venecia: el lavatorio de 12 pobres por el emperador; el Danubio helado: Hesíodo visitado por la mayor parte de los generales de las órdenes religiosas y de los primeros sujetos personalmente o por billete. He tratado los sabios y literatos de más reputación, los músicos y los instrumentistas de más celebridad. He observado los trajes, las costumbres, los usos, y lenguas de diversos países. ¡Cuántas academias, cuántos conciertos de instrumentos y voces! ¡Cuántas óperas, tragedias, conversaciones, cenas, juego de artificio, paseos, ferias, titiriteros, charlatanes, iluminaciones! ¡Cuántas iglesias, santuarios, monasterios, iglesias de griegos, armenios, protestantes Judíos! ¡Cuánta tropa militar, arsenales, casernas, plazas fuertes, fortificaciones, fábricas de armas y fundiciones, puertos, muelles, linternas, minas, puentes! ¡Cuántas obispos, cabildos, abades, frailes, monjas, reliquias, panteones! ¡Cuántas imprentas, librerías, estamperías, droguerías, boticas, aduanas, monedas! Pero en medio de todo esto que ha pasado como un sueño agradable me faltaba la correspondencia de V. y las noticias de la patria, que V. me sabía hacer tan interesantes. Descansado ya en Madrid espero su continuación mientras perfecciono el tomo 4.º de nuestra historia que deseo publicar luego, y después pensar restituirme a Canarias para pasar entre los amigos la vejez."

José de Viera y Clavijo
Cartas familiares



"Que las Afortunadas no estaban muy distantes de las islas Purpurarias. Que la primera se llamaba Ombrios, y no tenía vestigios de edificios, sino un estanque en los montes y ciertos árboles a manera de férulas que, exprimidos, daban los de color oscuro un agua amarga, y los más blancos un agua muy grata al paladar. Que otra isla se llamaba Junonia y tenía una casilla de piedra. Que inmediata a ésta había otra isla menor del mismo nombre. Que después estaba la isla de Capraria, llena de unos  lagartos grandes. Que en frente de ellos quedaba la Nivaria, nombrada así por estar casi siempre nebulosa, a causa de su continua nieve. Que a corta distancia se veía la isla de Canaria, llamada así por la multitud de perros de extraña grandeza, de los cuales se le llevaron dos a Juba. Que aquí se reconocían monumentos de algunos edificios. En fin, que todas estas islas abundaban en todo género de frutas y aves, en palmas que producen dátiles, en piñas de pino, en miel, y que en sus riachuelos se cogía el junco de que se hacía papel y se criaban ciertos peces llamados silurios, etcétera."

José de Viera y Clavijo


"Salí a ver los Jardines como me había encargado; pero no me han parecido hijos de la Naturaleza varia y sencilla, sino del Arte más refinado y colmado de afectación. En ellos hallará Vm. suntuosidad, fausto, soberbia, coquetería; pero poca o ninguna gracia, e inocencia."

José de Viera y Clavijo










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