Leon Uris

"Desde su escondrijo, podían ver la ciudad, situada al otro lado de una playa. En algún tiempo había sido la capital de la República. Un pintoresco y antiguo castillo, se adelantaba golfo de Argolis adentro. En alguna ocasión la fortaleza había sido conocida como el Gibraltar de Argolis. Aquello, sin embargo, había ocurrido en otros tiempos y en otra guerra. En esta guerra, el Gibraltar de Argolis no era más que un inútil montón de piedra contra los buitres del cielo. Nauplion había sido bombardeada concienzudamente.
Los «Stukas» volvieron, repitiendo incansablemente su infernal juego de muerte y destrucción.
El grupo se dispersó y se dejó caer aburridamente sobre el suelo. Mike Morrison se hallaba en un estado de total cansancio y abatimiento.
Los días que había pasado sin dormir, pesaban sobre él como la cuchilla de una guillotina. Se apartó de los soldados hasta que tropezó con un montón de hojarasca junto a unos matorrales, y allí se dejó caer, incapaz de dar un paso más o del menor movimiento. Los párpados le pesaban como plomo. Era completamente incapaz de seguir adelante. Se sintió arrastrado a un sueño profundo e invencible.
Un rayo de sol le dio en los ojos, al cabo de un tiempo indeterminado. Vio cómo el sol se ponía y se dio cuenta de que había dormido durante casi todo el día.
Bostezó y se desperezó. Sentía el cuerpo pesado, pero la cabeza clara. Su gradual recobramiento del estado de pasividad de los últimos días, le hizo darse cuenta del tremendo esfuerzo físico que había realizado. Se quitó los zapatos y vio que sus pies estaban llenos de ampollas.
Se refrescó a conciencia y luego comió pan y queso, del que le habían dado gentilmente en la aldea bombardeada. Volvió a ponerse los zapatos.
Los bosques estaban extrañamente silenciosos. No había nadie a la vista. Se levantó lentamente.
Un lejano rumor de charla y algunas voces que cantaban atrajeron su atención.
Emprendió la marcha en dirección al lugar de donde venía el rumor, caminando siempre bajo los árboles. Se detuvo al borde del bosque. A lo largo de la playa vio numerosos grupos de soldados. «Las diversas unidades habían ido llegando a través de las montañas para encontrarse allí en una última cita», pensó Mike.
El sol se hundía rápidamente en la bahía.
Un barco apareció frente a aquel lugar, y, desde lejos, transmitió un mensaje.
Mike podía captar fragmentos de la charla de los soldados.
—Un vapor de la «Prince Line»... Ocho mil toneladas...
—Es el Slamat.
—Seremos evacuados tan pronto como oscurezca.
—Ya sabía yo que los barcos tenían que venir a buscarnos."

Leon Uris
Conspiración en Atenas



"El kibbutz Hermón estaba a pocos kilómetros más allá de Tel Hai y Kfar Giladi, y había resistido victoriosamente los ataques siendo la más lejana colonia judía de Palestina. Más allá de su perímetro, estaba Baniyas, una magnífica gruta y oasis a donde bajaban los arroyos de la montaña para formar una de las fuentes del río Jordán. Antaño tierra de la bíblica tribu de Dan, ahora era tierra de nadie. Las ruinas de Dan y Baniyas y una antigua fortaleza en la ladera de la montaña que había resistido a los ataques romanos, estaban a poca distancia, a pie, del kibbutz.
Aunque sólo diecisiete kilómetros separaban las estribaciones del monte Hermón del mar de Galilea, el clima acusaba un cambio drástico, desde el semitropical del nivel por debajo del mar al clima moderado de las montañas, con noches frías y nieves en el invierno.
Nathan había oído hablar del líder del kibbutz Hermón, un héroe llamado Ami Dan que había llegado durante la guerra mundial, había sido Vigilante feroz durante cierto tiempo, estableciendo después el kibbutz, en 1917, con diez hombres y dos mujeres. El kibbutz Hermón podía sobrevivir gracias a la dirección personal de Ami Dan, después de que Tel Hai y Kfar Giladi habían sido abandonados.
Ami Dan, en apariencia, había ganado su reputación cuando reunió a un grupo de Vigilantes, cruzó el Líbano antes de la recolección y prendió fuego a todo el valle árabe de Marjiun, después volvió y negoció la paz con los mukhtars y jefes locales. Su mensaje les había llegado con toda claridad y contundencia. El kibbutz Hermón no volvió a ser atacado con fuerzas, pero estaba constantemente tiroteado y asaltado por pequeñas bandas de beduinos merodeadores. Aunque era relativamente seguro, siempre se tomaban precauciones.
El kibbutz Hermón tenía ahora sesenta miembros, un tercio de ellos mujeres entre las que estaba incluida ahora Berta Polokov. Su máximo orgullo era la casa de los niños donde habían nacido media docena de criaturas.
Pese a la abundancia de agua, la variedad de cultivos estaba limitada porque la tierra era caliza porosa. Debido a la altura y el fresco, los manzanos y perales florecían y producían una cosecha estándar, junto con olivares centenarios.
El convoy se detuvo ante una primera empalizada bien protegida por torres de guardia. Entraron a una aldea compacta cuyo centro estaba construido con roca basáltica negra, local, donde se alzaban los acuartelamientos de hombres y mujeres, un edificio de habitaciones independientes para casados, la casa de los niños, granjas, oficinas y un gran salón para toda clase de actos y también comedor, biblioteca y clínica."

Leon Uris
El paso de Mitla



"La comunicación de sir Adam Kelno fue respetuosamente acogida y profundamente apreciada por el Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo. Si bien Kelno no era un orador inspirado, ni poseía un dominio pleno del inglés, era, no obstante, una autoridad eminente en nutrición, medicación en masa y resistencia humana en condiciones difíciles.
Aunque continuaba ejerciendo modestamente en Southwark, entre pacientes de la clase obrera, escribía extensamente y daba frecuentes conferencias sobre su especialidad.
El hablar en la Facultad de Edimburgo significaba invariablemente para él un doble placer, y solía combinar las conferencias de modo que pudiera concederse un día de asueto y dar un paseo en coche.
Una vez fuera del centro de la población, la inmensidad estéril de las Tierras Bajas centrales desfilaba rauda ante su ventanilla. Angela abrió la calefacción y sirvió té del termo. Adam era capaz de guiar todo el día por las suaves llanuras de Escocia, gozando incansablemente del respiro que significaba aquello, en relación con sus largas horas en Londres.
Aminoraron la marcha por haber llegado a un pueblo rústico, con tejados de bardas, cuya calle Mayor aparecía llena de terneros negros. Un par de rudos escoceses, montados a caballo, los conducían hacia los prados.
El olor a estiércol penetró en el coche.
Adam se creyó, por un momento, en su propio pueblo de Polonia. No era como éste. Era, en aquellos años pretéritos, más chato, boscoso y pobre, y hasta más primitivo. Pero el campo, los campesinos y los pueblos que éstos habitaban, fuera donde fuere, siempre despertaban con un alfilerazo su recuerdo.
Un tercer jinete se situó delante del coche, andando al paso y obligando a Kelno a parar por completo. El jinete que montaba el caballo era un muchacho de unos doce años. Un par de perros arremetían contra las patas del ganado."

Leon Uris
QB VII



"La noticia se difundió rápidamente en Palestina, de mezquita en mezquita, acompañada por fotografías burdamente falsificadas.
—¡Que mueran los judíos!
En la ciudad santa de Safed, de Galilea, donde los eruditos judíos orientales estudiaban los libros místicos de la Cábala y el Zohar, quince resultaron masacrados.
—¡Que mueran los judíos!
En Hebrón, la ciudad de Abrahán, donde judíos y musulmanes adoraban conjuntamente la tumba de los patriarcas, la tumba de Abrahán y numerosos personajes bíblicos, la turbamulta asesinó y descuartizó a sesenta y cuatro hombres, mujeres y niños desarmados.
Otros ataques se coordinaron a medida que los árabes salían de las mezquitas de Jaffa, Haifa, Beer Tuvia y Hulla instigados por la infame mentira de que los judíos estaban apoderándose de Harén esh Sharif.
Utilizando el pulpito y el poder que le confería su cargo de Mufti, Haj Amin al Heusseini desplegó hábilmente sus tentáculos hasta el último rincón de Palestina durante la década de 1920. Era un terrateniente con enormes propiedades entregadas en aparcería, al más puro estilo feudal. El reino del Mufti era una región paupérrima de esclavos analfabetos y desesperados, fácilmente conducidos al fanatismo religioso dentro de la mezquita.
El Mufti impidió la creación de una liga árabe, que lo habría obligado a colaborar con clanes rivales y a reducir sus ambiciones personales. Así fue como la comunidad árabe quedó sometida a un estado de pobreza y falta de salud, sin sistema educativo ni la menor planificación para el progreso futuro. Mientras tanto, la liga judía prosperaba.
En cambio, el Mufti se dedicó a las intrigas. La vida árabe giraba totalmente en torno de la religión musulmana. Un Consejo Supremo Musulmán era el principal organismo de administración de los fondos religiosos, de los tribunales religiosos, de las mezquitas, del dinero destinado a los huérfanos y a la educación. Haj Amin al Heusseini se apoderó de la presidencia del Consejo lo que, sumado a su cargo de Mufti, le confirió mayor poder sobre la comunidad árabe.
Como presidente del Consejo Supremo, tenía a su disposición enormes sumas de dinero sin tener que rendir cuentas públicamente. También controlaba el nombramiento de predicadores, funcionarios de las mezquitas, maestros y jueces. Tan vastos y despóticos habían llegado a ser sus poderes, que sin la menor modestia agregó la palabra «Grande» a su título, y así pasó a ser conocido como el Gran Mufti de Jerusalén. La tranquilidad de la década quedó deliberadamente interrumpida cuando desató sus legiones en un burdo intento de alcanzar el poder absoluto."

Leon Uris
El peregrino



“Los personajes son imaginarios, pero yo sería el último en negar que hayan existido personas reales similares a los personajes que aparecen en este libro (Éxodo).”

Leon Uris




"Otoño de 1944.
Se había generalizado ya la creencia de que los alemanes perderían la guerra. En todos los frentes cosechaban desastres. Pero cuantas más batallas perdían más aumentaba su hambre de exterminio. El coronel Eichmann echaba mano de todos los recursos posibles para terminar su misión de genocidio.
Octubre de 1944.
Los Sonderkommandos de Birkenau se sublevaron con furia indomable y volaron uno de los crematorios. Cada día que llegaba los Sonderkommandos se apoderaban de guardias y de perros de las SS y los echaban a los hornos. Por fin los alemanes los ejecutaron a todos, sin dejar uno y pidieron que les enviasen de Auschwitz un grupo nuevo.
Con la espalda contra la pared, Eichmann hizo un gesto final. Dio órdenes para que veinte mil hombres, la flor y nata de la judería, que habían permanecido hasta entonces en el campo de Theresienstadt bajo garantía de que serían debidamente protegidos, fuesen trasladados a Birkenau a fin de proceder a exterminarlos.
El impuesto a la muerte pagado por los judíos en Birkenau subió y subió hasta que la cuenta alcanzó a un millón de polacos, cincuenta mil alemanes, cien mil holandeses, ciento cincuenta mil franceses, cincuenta mil austríacos y checos, cincuenta mil griegos, doscientos cincuenta mil búlgaros, italianos, yugoeslavos y rumanos, y otro cuarto de millón de húngaros.
Y todos los días, mientras duró la macabra carrera hacia el exterminio total, había que pedir más y más Sonderkommandos.
Noviembre de 1944.
La oficina de falsificaciones de Auschwitz quedó cerrada bruscamente y todo el mundo fue a parar a Birkenau a trabajar como Sonderkommando.
El nuevo empleo de Dov consistía en esperar en el pasillo de las cámaras hasta que la ducha de gas había terminado. El y otros Sonderkommandos aguardaban inactivos hasta que los gritos de agonía y los golpes frenéticos a las puertas metálicas habían cesado. Luego dejaban transcurrir todavía otros quince minutos para que se marchase el gas. Entonces se abrían las puertas de las cámaras. Dov tenía que entrar provisto de sogas y ganchos para desenredar la maraña repulsiva de brazos y piernas y arrastrarlos fuera para cargarlos y llevarlos al crematorio. Sacadas las víctimas tenía que volver a entrar a limpiar y adecentar la sala para la nueva hornada que estaba ya preparándose en los vestuarios.
Tres días trabajó Dov en aquella sangrienta tarea. En aquellos tres días hasta la última partícula de su energía se desplomó; aquella voluntad terca y desafiante de vivir que le había sostenido hasta entonces parecía desvanecerse. Vivía temiendo el instante en que la puerta de hierro de la cámara de gas se abriría y él se encontraría cara a cara con el revoltijo de cadáveres. Aquello le daba un miedo más espantoso que el recuerdo del ghetto o de las cloacas. Comprendía que no podría resistir la visión de aquel cuadro muchas veces más."

Leon Uris
Éxodo









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