Paolo Volponi

"Saraccini mira desde lo alto de la colina la gran ciudad industrial que se extiende por la llanura, aplanada por la noche más allá de sí misma hasta desaparecer entre los reflejos del río y las humaredas de los campos.

Él está sereno y disfruta satisfecho de aquella vista y del silencio general. "Sí, sí, realmente el silencio es otro gran general", se confiesa a sí mismo y al universo. Todo el espacio alrededor, sosteniendo la respiración con cautela en cada ruido sordo, parece que le entienda y le obedezca, que le reconozca con delicadeza casi rico, casi enamorado, todavía joven y fuerte, el primero en su ciudad ejemplar y también en la región; el más inteligente, equilibrado y capaz de los directores de su gloriosa Empresa.

La gran ciudad industrial colma la noche de febrero sin luna, tres horas antes del amanecer. Todos duermen o casi, y también los que están despiertos yacen desmemoriados y perdidos: quietos hombres animales edificios; incluso las calles los barrios los prados del fondo, las últimas periferias todavía fuera de la ciudad, los campos de cultivo alrededor de las zanjas y de la orilla del río; también el río en aquella parte es invisible, cubierto por la noche o por el sueño. Oscuras también las grandes antenas de radiocomunicaciones y de los radares de la colina. El ruido de un tranvía nocturno que se arrastra por entre los edificios del centro es un rumor del sueño. Los hombres las familias los vigilantes los soldados los guardias los oficiales los estudiantes duermen, pero duermen también los obreros: y no se oye siquiera a los de los turnos de noche, ni siquiera a los de los turnos de guardia de ronda por entre las hileras de departamentos o bajo las arcadas de los almacenes. Casi todos duermen bajo el efecto del Valium, del Tavor y del Roipnol.

Pero duermen también las instalaciones, los hornos, las cañerías, duermen las cintas transportadoras de las escaleras mecánicas que depositan las pociones químicas en las tinas del barniz o en las pilas de las témperas. Duerme la estación ferroviaria, duermen también las farmacias nocturnas, las puertas y las salas de espera de urgencias, duermen los bancos: las ventanillas los escritorios los cajones los correos neumáticos las grandes cajas fuertes las salas blindados duermen el oro la plata los títulos industriales, duermen las letras los certificados de propiedad los bonos del tesoro. Duermen los aprendices con las manos en el delantal o dentro de los sacos de serrín. Duermen las prostitutas los ladrones los chulos las bandas organizadas, los sardos y los calabreses; duermen los curas los poetas los editores los periodistas, duermen los intelectuales; cuánto café alcohol y humo en esas horas. Y mientras todos duermen el valor aumenta, se acumula segundo a segundo al aire libre o dentro de los edificios.

Duermen las calculadoras, pero sus programas no pierden la cuenta. Es un problema de orden, eficiencia, producción.

Saraccini confía en los psicofármacos y en las calculadoras. Entenderán los periódicos, los hombres de finanzas, los directores, los técnicos, los jóvenes especializados, los consejos de administración, los contables, los sindicalistas de la fábrica, los provinciales y los nacionales, luego los alcaldes, los políticos y luego también los vértices de la Patronal, del INI, y luego los ministros y los editores. Todos deberán entender la primacía social, cultural, científica de la industria: y el mismo capital deberá someterse y acatar. El capital será renovado y regulado por la industria.

La médula espinal de las cintas chasquea, memoria y cálculo, como en el sueño la sangre circula, el subconsciente se desborda, el sueño se derrama, el cerebro se alimenta de nuevos impulsos para los nuevos pensamientos de mañana. Ya durante el primer despertar ante el lavabo o ante la taza o incluso antes sobre el sabor de la almohada, crece impulsado por la vida de todo y de todos, el cuerpo y el valor del capital. Ni un solo instante, ni siquiera en las noches más cerradas, deja de crecer y de prevalecer; se desplaza se acomoda recupera fuerzas distribuye recursos imagina y proyecta nuevas estrategias traza nuevos órganos y nuevas facultades.

El sueño se extiende sin ninguna inocencia, y no por su carga física, sino como dato consecutivo y cálculo de las compatibilidades favorables al capital. Toda la ciudad se le somete; así todos durmiendo, todos en su sitio y en su cama, en su propio sueño como en ese mayor y general que se vacía de vapores. La calculadora guía y controla, concede persigue codifica asume imprime. Duermen también los dueños y los vigilantes de la calculadora, duerme la conciencia de ellos vigilada por infinitos sistemas de alarma, tan electrónicos como morales, sociales políticos bioquímicos. Zumba en el gran sueño el bloque de oficinas, también en reposo, apartado aislado de noventa y ocho de sus cien corrientes: quedan los guardias, el murmullo de los conmutadores, las bocas de los revólveres, las garitas de los turnos, las esferas de los relojes, los más aparentes de la gran sala de la entrada y los de las salas de espera.

Cada cinco minutos se activa el cálculo de intereses, cada diez el de la tasa de inflación, cada media hora, mientras que ya ha dado la vuelta al mundo, el índice de costes de las principales materias primas, cada tres horas el índice del valor del dólar y del marco suizo, veinte minutos más tarde que los del resto de divisas de los principales países industriales del mundo. A menudo falta la cotización de la lira. Su valor rebota de repente de su sitio junto con el de días alternos del coste laboral, incluida la contingencia con la especificación de un índice medio general y de los siguientes índices por sectores: metálico químico textil tipográfico transporte, comunicaciones, construcción, papeleras.

Saraccini mira, pero no comenta: aturdido por la potencia del acontecimiento que lo abordará al iniciarse el día, próximo ya a su amanecer. Se da cuenta de que la noche se está levantando y que todo aquel mundo está dándose la vuelta en su cama, empezando a asomarse hacia el alba. El alba es un fino rayo, que se difunde por su propia ligereza, que oscila se disuelve y se difumina. De repente aparece la potencia de la mañana del nuevo día. Comienza la grandiosa empresa. Saraccini se siente arrollado y admirado. También él debe moverse, comenzar. Corre hacia Salisborgo C., atraviesa rápidamente las calles todavía desiertas... saltar el puente volar sobre la arbolada colina aterrizar ante los escalones de casa. Ducha, café, zumo, vitamina, zapatos y corbata. Como salido de la tintorería, con autoridad y enjuiciamiento, sube al tercer piso de los despachos."
 
Paolo Volponi
La mosca del capital

































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