Andrés Sabella

CARAVANA DE COBIJA

La estrella de los cateos
entra en las manos de Coca
Dice José Santos Ossa:
—¡Deme el diablo un derrotero!

Pálido el indio hasta el hueso
Donde Dios, sombrío, llora,
Persigna su frente angosta:
—¡No somos hijos de perro...!

Y con negrísimo ceño:
—¡A usted el Santos le sobra...!
Ríe el patrón y en sus botas
Fragua el polvo de un vago enredo.

Hermenegildo, sin gestos
Seguro en su diestra toma
Oscura tierra y la sopla
Sobre el rostro del misterio:

—Ahora sólo esperemos
lo que nos triga la aurora...—
Mordiendo luna entre lomas,
Las mulas caen al sueño.

El saco frío del cielo
De vetas puras se corta,
¡si pudiera Santos Ossa
volcarlo en su campamento!

Andrés Sabella



DIBUJOS ELEMENTALES

Alcatraz: tosco abanico
para la mar en letargo.
Tres gotas de sol amargo
en el triángulo del pico.

Andrés Sabella



"Digo paz, dilo conmigo."

Andrés Sabella



EL CHICHERO

A Manuel Durán Díaz

Silvero Lazo, «El Chichero»,
Mitad gaviota y navaja,
ante nadie se rebaja
con su cuchillo minero.

Por donde pasa altanero
vida se desencaja,
porque a Silverio no ataja
ninguna mueca de acero.

De Tocopilla, «El Chichero»
trajo su corvo y su faja.
Trajo, también, la baraja
—madrina de su dinero.

Rojo varón pendenciero
a la sangre da ventaja:
¡ninguna mano trabaja,
matando con tanto esmero!

Dice el mejor coracero,
un indio de vista baja:
—Para Lazo no hay mortaja...
¡El diablo es su compañero!

Andrés Sabella



El norte de Chile

Aquí la tierra vive dentro de su propia sombra,
vive en equilibrio de inmensidad,
mirándose en larguísima vigilia.
Es la tierra donde la piedra habla a las piedras,
donde un coro de piedras
va de sí hasta lo infinito.
Despertando la desolación de las arenas,
rozando el hombro de los quiscos,
el viento vuela con el cielo a su espalda.
El viento pampino,
correo de los mineros
que gritan su esperanza al oído del azar.
¡Patria salitral, patria del cobre anegado en su misma sangre!
No busques un rostro para colocarlo a la estatua rota de los tiempos:
¡allí lo tienes!
Furiosamente, el sol toca sus labios. La distancia es su cabello.
Un día, la sed soñó un juguete: nació el espejismo.
Otro, un cateador acarició la altura: nacieron los pimientos…
Los «rotos» lo fundaron en sudores,
caminando su misterio.

Andrés Sabella



EL QUISCO

Candelabro del viento,
silencioso ermitaño,
tus agujas de antaño
enceguecen al tiempo.

Entre el ¡ay! de los cerros
es tu verde un engaño;
lo mantiene en su daño
el furor de los muertos.

Barbas tiesas de tedio,
las del liquen huraño,
te revisten de paño
de sandalias de espectro.

¡Quisco heroico y reseco,
increíble peldaño
de la escala del año
sostenida en un hueso!

Andrés Sabella



FUNDACIÓN DE ANTOFAGASTA

Entonces,
el mar
devoraba su ración de soledad.
En la costa
hablaban las arenas,
con su lengua de tiempo.
Se escuchaba el jadeo del sol
fatigado por los días.
Dulcemente,
la tierra le creaba un nido
en medio de sus llagas.
Todavía el hombre no inventaba las huellas
donde llora la sed,
todavía la piedra crecía desde el tiempo.
La sombra de las nubes adelgazaba el cielo.
Reían las aguas.

Juan López —El Chango—
mojó su corazón en estas olas
que el viento deshoja.
Desolados,
los terrales corrían por su frente.

Las gaviotas comenzaron a besarle.
Armó una carpa
en cuya puerta se detuvo el sol.
Llegaba a disputar al cobre sus enigmas,
a sembrar calles
y acomodar la tarde a sus ventanas.

Aquí, la primera esquina
dialogaría con la luna
y la primera parturienta
sería el primer jardín de la caleta.
Aquí, los niños
equivocarían el patio de sus casas,
jugando a los pies del horizonte.
Un ancla saltaría a las estrellas,
los vapores descargarían la distancia en esta rada,
le traerían hombres con el azar entre los dientes.
Aquí, pianos y locomotoras
cruzarían la noche con sus cantos,
la muerte y la cuchilla danzarían abrazadas.

Aquí,
los cerros
y las algas
formarían su familia.

Juan López tocó la tierra victoriosa de sal.
Le llamaron las vetas.
Juan López
levantó sus brazos:
¡una pala y un remo!

Andrés Sabella



HIMNO EN LA CORDILLERA DE LA COSTA

¡La piedra! yo quiero cantar la piedra:
¡oh, madre oscura, mía, repartida!
Cuando mi amor la toma y acaricia,
en la mano me queda, pura y tibia,
la forma tenebrosa de la Tierra.

La piedra es flor dormida en su tristeza,
espuma de la Muerte, grave harina.
Tal vez, la piedra sea una sonrisa:
la del silencio puesto de rodillas,
levadura de rabias y osamentas.

La piedra en cuajos, como fruta seca,
o en multitud de inmóvil fantasía,
recuerda al hombre su raíz marchita:
¡ella —la piedra— mendicante o cima,
siempre es una más allá de sementeras!

Andrés Sabella



"La pampa le concedió a Tito Soto una fisonomía de más; a primitiva de varón del Archipiélago, habíase adherido esta otra: de siervo de la puna.
Diez años de pampa. Cargador: sacos de cien kilos, de ciento diez kilos; su espina dorsal era de acero. Capataz de cuadrilla de cargadores: ahora, podría casarse y sonreír, por las tardes, desde su silleta familiar, a imaginarias bahías azulosas. Capataz "suelto": los pulmones se distendían gozosos, no volverían a calentarse con el sol y los cien kilos de los sacos; en la "cancha" sería sólo un ojo vigilante en el embarque del salitre.
Tito Soto en "Sur Lagunas" representaba la sobriedad. Su casita relucía, como una pequeña masa de luz. Su mujer poseía gracia y él veía en el fondo de sus ojos a los animales de oro de la felicidad. Solían pasar temporadas en Iquique y traían, luego, a la pampa, una fina provisión de susurros celestes.
Un día, llegó a "Sur Lagunas" una desastrosa cantante: su cabellera oxigenada daba risas al sol pampino. Relamida, breve, gritona. El teatrito, la noche de su estreno, la vitoreó de modo cordial. Esa mujer vaciaba en la monotonía de la Oficina un collar de sueños. Más que el canto, importaban los caminos de ilusión que de él se desprendían. Todos se achicaban debajo de aquella voz sin brillo, como debajo de una tibia lluvia de alas. Los hombres, merced a esta voz, sentían que los ojos adquirían una dimensión azul; las mujeres entendían la fragancia de aquellas noches de novela que entrevieran, trémulas, alguna vez, en su vida...
La cantante se llamaba Rita Persen. Sus gestos poblaban de curiosidad la vulgaridad de las pampinas. Usaba las polleras a la rodilla y sus medias despedían una luz maligna.
El éxito fue entero. Tito Soto y su mujer no asistieron al estreno. A la mañana siguiente, "Sur Lagunas" adoraba la voz de Rita Persen y era necesario no perder función: aquella hembra portaba un soplo de las ciudades, levantando la tierra que cerraba la ternura de los pampinos y la dejaba libre para recibir dulces mensajes."

Andrés Sabella
Norte Grande



MADRIGAL PARA CANTAR ACOMPAÑÁNDOSE DE SARTENES

En la tu carne rosada
de castísima señora,
fulge, ¡oh, límpida albacora!,
luz de salar y alborada.

Fragante dama enlutada,
un joven sol condecora
la planicie de tu eslora,
con guiños de joya alada.

Ciega manejas tu espalda,
donde la muerte labora;
y eres tranquila pastora
de la luna de esta rada.

Andrés Sabella




MUELLE EN DESARME

Solo cabe un cargamento
en tal llagada madera:
lingotes de sol y viento
y algún pájaro de seda

Andrés Sabella




OBRERO DEL SALITRE

En ti ruge la sangre como un río
donde el sol restregara su cabeza.
Tu puño es una flor de fortaleza.
Da a las piedras tu pecho el señorío.

El espejismo eras con tu brío
y del viento recoges su destreza.
Si quisiese la Tierra otra corteza
sólo tu piel sirviera a su albedrío.

Establece tu espalda nueva rampa:
allá, la luz su médula difunde,
y te penetra y dora el esqueleto.

Un rajo fecundo, ávido y secreto
te prolonga la frente y la confunde
con la huella más tibia de la pampa.

Andrés Sabella




"Pan, paz, y poesía."

Andrés Sabella



"Si alguien después de 50 años recuerda una de mis frases, mi labor como poeta se habrá cumplido."

Andrés Expedito Florentino Sabella Gálvez












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