Carlos Eduardo Zavaleta

"... desde mis primeros cuentos están las mujeres. Desde un texto del 1948 ambientado en Sihuas está la figura de la abuela. Está en esas miradas terribles que hay cuando los ríos se desbordan, entonces, ella domina al grupo familiar, incluso a los hombres los pone, digamos así, en vereda y los obliga hacer ciertas cosas y les niega otras. He ahí cuando llega la destrucción del puente y cuando  el pueblo de Sihuas se ha roto casi en dos,  entonces la gente huye desesperada por los cerros y ahí  estaba la matriarca, la abuela, para poner orden o también está en “Una figurilla” la presencia de la abuela.  Y  desde luego,  no está distinta de Matilde,  de Los aprendices. Matilde es la que inicia la novela, es la que  incita a su grupo, ella es limeña, pero ella incita a su grupo compuesto por algunos de la sierra a conocer la sierra. Es ella la de la iniciativa, porque ella no conoce la sierra y porque hay cierta revolución pequeñísima, cierto malestar social y político en Sihuas. Y luego,  siempre que tomo un personaje mujer, como que yo mismo siempre me llamo la atención varias veces y me digo ¡cuidado! como si fuera un semáforo ¡cuidado! ésta es una mujer. Porque para mí, como soy hombre y la inconsciencia es masculina, entonces, uno tiene que aplicarse seriamente, voluntariamente, esta figura que es distinta. Hay una frase de André Malraux en La condición humana que no me olvido: “el se volvió a mirar, lo que vio, no era un hombre era otra clase de ser”. Por ejemplo, está en  “La primera mujer” ambientada en Caraz, “La mujer del héroe”; que es un homenaje a la mujer de Phillips. Todo eso yo lo entiendo desde la mirada del hombre, del enamorado  y sobre todo del hombre asombrado de que exista una mujer. Que exista un ser  distinto y que es como un imán poderoso;  porque él cree que es quien guía al mundo y  la que guía en verdad es ella. Yo me he enamorado de cada una de esas personajes, vean “Eclipse de una muchacha”; se trata de dos mujeres, una en el pasado y la otra en el presente, una es la esposa y la otra es la primerísima novia, la chiquilla, la que derrota al tiempo, años y años él la va pensando. Es una pregunta importantísima la que me haces, ya que yo me preocupo mucho: dos y tres veces, cuando se  trata  de un personaje femenino. Porque creo en principio, tal vez es mi temor, temo que no la voy a dibujar bien, que dibujo fácilmente a los hombres, pero no a las mujeres. Y  con el tiempo  a resultado casi igual, personajes y personajes,  hay que preocuparse de todos. Comencé teniendo mucho miedo a los personajes femeninos y luego haciendo algo por lo que me pareció que no era una mujer sino una anciana;  y ésta era como yo mismo, como mi madre, etc., entonces, escribirla ya me resultó muy  fácil  y a través de ella, ya pude dirigirme."

Carlos Eduardo Zavaleta



"El andarivel debe salvarme. Doy unos pasitos de miope cuyos ojos han empezado a lagrimear; no soporto la luz sobre la nieve, siempre he visto los nevados desde abajo, era suficiente, ¿y ahora qué hago?
¿Por qué viniste? No lo sé por curiosidad, por lenguaraz, dijiste que venías del callejón de Huaylas, donde, de estudiante, habías escalado hasta el pecho del Huandoy, y ahora te venció la lengua y dijiste que ese gorrito de nieve era un buen ensayo de montaña grande, y los demás se rieron, pero ahora sabes que el nevado oyó.
Por un rato, de espaldas a la cumbre, lagrimeando, ves el círculo de montañas grises y civilizadas, donde debiste permanecer, el círculo de calma y sonrisa, una especie de corona al aire que por fin te envuelve. Quizás te meces, abres los brazos y crees que todo el mundo va a volar, menos la línea de hombrecitos de abajo, con sacones y gorros. Ahí viene la cadena de andariveles vacíos, serás el primero en tomarla de vuelta y salir de este mundo blanco, de brillo y quemazón en los ojos cuyas lágrimas es imposible disimular.
¡Montaña del carajo!, digo fuerte, salto a sentarme en el primer andarivel, veo que la línea de montañistas me mira, me hace señas, pero el nevado se ha movido adrede y yo resbalo y hasta me veo rodar y caer como un guiñapo que no termina de rodar. Ahí voy yo. Ahí va él."

Carlos Eduardo Zavaleta
El montañista



"El más alto de los alumnos del próspero colegio Champagnat tenía por costumbre, a la hora de salida, el llevarse del cuello a otro alumno. Iba como a la cabeza de un desfile alegre, ruidoso, de otros alumnos que le aplaudían por la presa que llevaba consigo. La presa podía ir más o menos colgada, tratando de respirar, pero sin negarse jamás al estrecho y peligroso abrazo de quien en verdad era el amo del colegio. La presa podía enrojecer por el camino, dar grititos menudos, patalear un poco por el temor a la asfixia, pero de ningún modo podía zafarse de aquella muestra de extraña y honorable intimidad."

Carlos Eduardo Zavaleta
El abrazo del oso




"En cuanto concluían las clases y llegaban las vacaciones, su madre se ponía a remover bultos de ropa como ése. Cada año ella descubría nuevos clavos en las tiendas, mejor diseñados y más fuertes, clavos alemanes, japoneses y con el tiempo peruanos, hasta dar con las magníficas alcayatas que lamentablemente sólo podían usarse en las paredes, no en las puertas, porque las bandeaban y partían. En esos buenos soportes colgaba sacos y abrigos del señor Fuentes, formando una gran joroba que quizá escondía alguna cabeza solamente visible por el otro lado de la pared; en los clavos medianos ponía sus propios trajes; en los chicos, corbatas, toallas y la ropa de Edgardo, el hijo único; y en los muy pequeños, los cuadros diminutos de la Virgen de las Nieves, Fray Martín de Porres o Santa Rosa de Lima.
Al quitar la ropa y darse debajo con el empapelado de periódicos ("El Comercio" y "La Crónica" con fotografías de Sánchez Cerro y Carole Lombard), Edgardo veía dibujada la forma exacta del bulto, la marca de una solapa, de una manga, pero también el dibujo del tiempo, las semanas y meses vividos sin saberlo, el plazo que faltaba para pasar a la secundaria y aun (si su padre podía con los gastos) a la universidad, todavía ignorante de que el hombre calvo lograría ahorrar doscientos mil soles, toda una fortuna para gentes como ellos. Una noche estaba en La Pampa, sus padres dormían en el otro poyo, no había luz eléctrica ni ventanas, pero el lamparín seguía encendido a media luz; oyó un rasguido en el empapelado e instintivamente retrajo los pies, dando un grito; y cuando la madre alzó la mecha pudo ver la tremenda carrera de la araña negra, la tarántula, el animal que más temía y al que estuvo matando toda la noche después de aplastarlo diez veces con un zapato."

Carlos Eduardo Zavaleta
Los aprendices



"Yo nunca he manejado ese concepto de novela total. Aunque eso se vio en el año  1965 cuando nos reunimos en Arequipa y Mario Vargas Llosa pronunció su ponencia sobre la novela total. Pero a mí me parece que ya, la gran novela total, estaba escrita. Y la más grande para mí es El Quijote, que es la novela de novelas; donde todo aparece: lo íntimo y lo extraño, lo de adentro y lo de afuera; lo de cierta aproximación al personaje y a su cultura. Y luego leer a Tolstoi, leer Guerra y paz, ¿qué otras novelas pueden ser totales?, Los hermanos karamasov  de Dostoievski;  donde el autor ha puesto toda clase de técnicas para que lo cercano y lo lejano, el país y el terruño pequeño, todos estén juntos. De tal manera que eso he querido hacer sí, voluntariamente sí, conscientemente sí en Pálido, pero sereno.  Esta novela es mi homenaje a Ancash, en general a través de Caraz, Sihuas, del Callejón de Huaylas y de los Conchucos. Yo he querido convertir a Ancash en una especie de símbolo de un problema, de una región problema y que al final, resultó desembocar en un país problema. A través de Ancash me dedico a pintar todo el país con sus bellezas, con sus infortunios y con sus esperanzas. Además me dediqué también, al mismo tiempo, a los que viven fuera del país. Hay una buena cantidad de millones de peruanos que están repartidos por todo el mundo y todos los días pensando en el Perú, unos quieren volver y otros no. Esa especie de vuelta al hogar es lo que me ha seducido y me ha hecho pensar en la vuelta de Ulises a Ítaca."

 Carlos Eduardo Zavaleta











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