Eduardo Zalamea

"Alegría, ¡inmensa alegría! ¿Y para qué?"

Eduardo Zalamea Borda
Cuatro años a bordo de mí mismo



“Debo irme, con mi carga de ginebra y de sueño, a dormir. La embriaguez, cuelga de mis pestañas superiores kilogramos de cansancio. Debo tener los ojos como los de los criminales —que economizan la amplitud de las miradas— acunando las pupilas en los ángulos agudos de ojo, con mimo maternal.”

Eduardo Zalamea Borda
Cuatro años a bordo de mí mismo




“Desde aquí se oye el tímido golpear del reloj sobre el muro del tiempo. Lo va horadando con el martillito de los segundos. Y se desprende un trozo de eternidad a los golpes de las campanadas sonoras que cuento mentalmente. (…) Sigue el viento desdoblando sobre el mundo sus telas de seda. El silencio es tan grande, que parece que Dios hubiera muerto.  O que estuviera construyendo otro mundo.”

Eduardo Zalamea
Cuatro años a bordo de mí mismo



"El Cabo de la Vela. Presentación sentimental y poliédrica de la terrosa, azul, ventosa Bahía honda.
Aparece a proa, con el sol, el Cabo de la Vela. Solitario desierto, cubierto por las nubes y por el cielo. Está saliendo de la costa. Faro sin luces, negro, donde llegan las naves a orientar sus rumbos: las naves que llevan a las ciudades de las luces y de la voluptuosidad. A París, a Berlín, a Londres y a Génova. Allí van todas, al Cabo de la Vela, el Cabo maravilloso que viera Juan de Castellanos y donde escribió sus cartas y sus versos. Juan de Castellanos, el de Alanís, monje y guerrero. Escritor, poeta y aventurero. El que vio Ojeda y miraron los ojos descubridores de nuestro padre Colón. Cabo lleno de vuelos, de rumores, de olas y de aves. Avanzada de la tierra sobre el Mar, vigía eterno que estás entre la espuma blanca y las olas azules, verdeazules, con tu perfil de siglos. Saliste de las ondas, terroso, fuerte, de rocas, para airearte con los vientos alisios perfumados. Cabo sonoro, solitario Cabo, rítmico Cabo de la Vela, que estás crucificado en la cruz de aire que señalan los puntos cardinales, con la mirada de toda tu mole eternamente fija en las estrellas. Miras pasar los trasatlánticos, cargados de mujeres y de músicas; las balandras que van a la zaga de la aventura, los cayucos negros de los indios humildes que llevan toda la vida entre una vela; las goletas contrabandistas que discurren calladas y ebrias, como sus marineros en las noches lúbricas de los puertos. ¡Pastor de los rebaños de olas verdes! Contra las duras piedras de tus flancos se suicidan los alcatraces, y cuando pasa un barco se elevan bandadas de gaviotas que se posan sobre las cofas con las patitas rojas inútiles y tardas. Parece que quisieran defenderte con sus gritos, y llevarte en el ímpetu del vuelo. ¡Vigilante de los horizontes! ¡Pastor de olas y de vientos! ¡Refugio de las espumas y de las aves! ¡Guía de los marineros! ¡Atalaya para acechar las tempestades! ¡Cabo sonoro! ¡Solitario Cabo! ¡Rítmico Cabo de la Vela!
Mi alma, como un imán, atrapa toda la tristeza de la tierra. La tierra que no veo ahora y que está lejos inmóvil y quieta. Por mi memoria pasan todos los rostros que he conocido en la Guajira: Anashka, Pablo, Augusto, Ingua, Nica, Kuhmare, Tomasito -recuerdo abominable de su mano agitándose entre la noche- Enriqueta, Rosita, el Cabo, don Pachito, Gabriel, Conchita, Rafael y Víctor... Manuel... Hace tiempo, mucho tiempo que no lo veo. Si llegara a encontrarlo, mi mirada tendría el color de cobre que tenía la vainilla que encontré en mi rancho de Manaure... El comprendería, al verme, que yo lo sabía todo. No podría negarlo... Matar a un hombre por una mujer...! ¡Matarlo por lo que es tan repetido, tan diferente, tan exacto y tan fácil. Anular una vida difícil por conservar una boca siempre pronta...! ¡Ah sí! El amor es una pendiente en cuyo fin está el crimen. Siempre está empapado con sangre. Como el otro instinto, el de la reproducción, el de la nutrición, cuesta la vida."

Eduardo Zalamea
Cuatro años a bordo de mí mismo



“El uno, el número uno, que corre sobre toda las cosas. Un hombre, una mujer, un verso, un paisaje. El número 1, que se desenvuelve, se multiplica y se agiganta hasta las cifras inconmensurables de los trillones, de los cuatrillones. El 1, matriz de donde sale todo. El 1, que designa su dios a cada uno de los hombres: Budha, Cristo, Dostoievski, Confucio, Lennin, Nietzche y Mahoma. El uno es el número que contiene toda la soledad. La soledad, preñada como el número, de todas las posibilidades y todas las multiplicaciones.”

Eduardo Zalamea
Cuatro años a bordo de mí mismo




“Mañana llegaremos. Mañana. Qué terrible palabra es ésta. El mañana es absurdo. Es la esperanza de vivir y la certeza de la muerte. No debiera existir el mañana. Siempre debiera ser hoy. El hoy es lo logrado, lo que se alcanzó, la realidad, lo concreto. Hoy, ¡todo debiera ser hoy! Con esa redondez de verdad que tiene el hoy. El hoy que es la negación de la muerte.”

Eduardo Zalamea
Cuatro años a bordo de mí mismo



“—No es mío…!!! ¡No es mío!!! ¡No es mío!!! —y lo vemos cómo llega a la orilla del acantilado. Hay en su cuerpo un breve instante de inmovilidad pétrea, de temor, de recuerdo acaso, pero, cuando aún no hemos acabado de darnos cuenta de lo que pasa, la sombra de su cuerpo dividido en blanco y negro, pasa como un borrón sobre la noche y desciende al mar, hacia la muerte. Aún alcanzamos a oír un fragmento del grito, eterno, perdurable para siempre en nuestras memorias:

—¡…íííííooooo!!!!!!

Se apaga como un tizón la longitud del grito; se empequeñece, se oculta, y todo queda en silencio. El silencio precede a la vida y que sigue a la muerte. El vasto, hondo, profundo silencio mudo. Ha nacido un hombre, un hombre ha muerto. La vida sigue su curso, monótona y exacta. En el mismo sitio está la noche. Solo se ha movido la hoja de un árbol y ha gritado un pájaro.”

Eduardo Zalamea
Cuatro años a bordo de mí mismo
















No hay comentarios: