Émile Zola

"Abajo, el gran vestíbulo con losas de mármol, donde estaba el control de entrada, empezaba a llenarse de público. Por las tres verjas abiertas se veía circular la vida ardiente de los bulevares, que bullían y resplandecían en aquella hermosa noche de abril. El rodar de los carruajes se detenía un momento, las portezuelas se cerraban estrepitosamente, y todo el mundo entraba, formando pequeños grupos, detenidos unos ante la taquilla y otros subiendo la doble escalera del fondo, en donde las mujeres se retrasaban evitando los empujones con una simple inclinación del cuerpo. A la cruda claridad del gas, sobre la desnuda palidez de aquella sala, que una pobre decoración imperio convertía en un peristilo de templo de cartón, se destacaban violentamente unos altos cartelones con el nombre de Nana en grandes letras negras. Los caballeros, como pegados a la entrada, los leían; otros hablaban de pie y taponaban las puertas, mientras, cerca de la taquilla, un hombre grueso, de ancha y afeitada cara respondía bruscamente a los que insistían para conseguir una localidad.
-Ahí está Bordenave-exclamó Fauchery, bajando la escalera.
Pero el director ya le había visto.
-¡Vaya si es servicial!-le gritó desde lejos-. ¿Es así como me hace una crónica? Abro esta mañana Le Figaro, y nada.
-No tan aprisa-respondió Fauchery-. Hay que conocer a su Nana antes de hablar de ella. Además, no le prometí nada.
Luego, para cambiar de tema, presentó a su primo Héctor de la Faloise, un joven que llegaba a París para completar su formación. El director midió al joven de una ojeada mientras Héctor lo miraba con cierta emoción. Entonces, aquel era el célebre Bordenave, el exhibidor de mujeres que las trataba como un cabo de vara, el cerebro que siempre lanzaba algún reclamo, gritando, escupiendo, golpeándose los muslos, cínico y con alma de gendarme. Héctor consideró que debía decir alguna frase amable.
-Su teatro...-empezó con voz aflautada.
Bordenave le interrumpió tranquilamente, con una palabra cruda de hombre que gusta de las situaciones francas.
-Diga mi burdel.
Entonces Fauchery tuvo una risa aprobadora mientras de la Faloise se quedaba con su cumplido ahogado en la garganta, muy extrañado y tratando de digerir la expresión. El director se había apresurado a estrechar la mano de un crítico dramático cuyas reseñas gozaban de gran influencia. Cuando regresó, Héctor de la Faloise ya había recobrado su aplomo. Temía que le tratase de provinciano y estaba muy cohibido.
-Me han dicho-añadió, queriendo encontrar una frase- que Nana tiene una voz deliciosa.
-¿Ella?-gruñó el director encogiéndose de hombros-. Sí, una verdadera grulla.
El joven se apresuró a añadir:
-Además, es una excelente actriz.
-¿Ella? Un paquete. No sabe dónde poner los pies ni las manos.
Héctor de la Faloise se sonrojó ligeramente. No comprendía aquello y balbució: -Por nada del mundo habría faltado al estreno de esta noche. Sabía que su teatro...
-Diga mi burdel-interrumpió nuevamente Bordenave con la fría terquedad de un hombre convencido.
Fauchery, mientras tanto, observaba tranquilamente a las mujeres que entraban. Al ver que su primo se quedaba con la boca abierta, sin saber si echarse a reír o enfadarse, acudió en su ayuda."

Émile Zola
Nana



“¡Ah, sí! Con toda mi fuerza hablaré a los pequeños, a los humildes, a los que se tragan el veneno y caen en el delirio. Tal es mi único propósito, les gritaré dónde se encuentra de verdad el alma de la patria, su energía invencible y su triunfo seguro.”

Émile Zola


"Ahora Denise tenía pan a diario y sentía un hondo agradeci­miento hacia el viejo comerciante, cuyo buen corazón intuía tras aquellas airadas excentricidades. No obstante, anhelaba ardientemente encontrar otro trabajo, pues se daba cuenta de que se inventaba las tareas menudas que le encomendaba, de que el negocio se desmoronaba y Bourras no necesitaba opera­ria alguna, de que la empleaba por pura caridad. Habían trans­currido seis meses; la temporada baja de invierno acababa de empezar. Denise había perdido ya toda esperanza de poder colocarse antes de marzo, cuando, una tarde de enero, Delo­che, que la estaba acechando en un portal, le dio un consejo. ¿Por qué no se presentaba en el establecimiento de Robineau, donde quizá necesitasen gente?
En septiembre, Robineau se había decidido a comprar los fondos de Vinçard, aunque con el temor de estar arriesgando los sesenta mil francos de su mujer. El traspaso de la sedería le había costado cuarenta mil francos y contaba, para empezar el negocio, con los veinte mil restantes. No era mucho, pero lo respaldaba Gaujean, que iba a ayudarlo con créditos a largo plazo. Tras haber roto con El Paraíso de las Damas, la ilusión de éste era crearle competidores al coloso; estaba convencido de que era posible vencerlo abriendo en la vecindad comercios especializados que ofrecieran a las clientes una amplísima variedad de artículos. Los únicos que podían aceptar las exigencias de los grandes almacenes eran los fabricantes acauda­lados de Lyón, como Dumonteuil, que se conformaban con mantener en funcionamiento los telares gracias a aquellos encargos, aunque tuvieran que buscar, luego, los beneficios aceptando los de casas de menor envergadura. Pero Gaujean no tenía, ni con mucho, la solidez de Dumonteuil. Durante mucho tiempo había ejercido como simple comisionista; ape­nas si hacía cinco o seis años que tenía sus propios telares y, aun así, seguía empleando a muchos destajistas, a quienes proporcionaba la materia prima y pagaba por metros. Era precisamente aquel sistema el que aumentaba los costes de producción y le impedía competir con Dumonteuil en la fabri­cación de la París-Paraíso. De ahí el rencor que lo incitaba a buscar en Robineau el arma con que dar la batalla decisiva contra aquellos bazares de novedades, a los que acusaba de arruinar la producción francesa.
Cuando Denise se presentó en la tienda, sólo encontró en ella a la señora Robineau. Esta, que era hija de un sobrestante e ignoraba todo lo referente al comercio, conservaba aún una deliciosa cortedad de interna educada en un convento de Blois. Era muy morena y muy bonita y tenía una dulzura risueña que le confería gran encanto. Por lo demás, adoraba a su marido y aquel amor era lo único que necesitaba para vivir. Denise se disponía a dejarle su nombre cuando regresó Robineau, que la tomó al instante, pues precisamente el día anterior una de sus dos dependientas se había despedido para entrar en El Paraíso de las Damas."

Émile Zola
El paraíso de las damas


“Ahora, el antisemitismo. Él es el culpable. Ya dije de qué modo esa terrible campaña, que nos hace retroceder miles de años, indigna mis ansias de fraternidad, mi afán de tolerancia y de emancipación humana.”

Émile Zola


"Amar no es nada; es menester que el amor tenga frutos de bendición."

Émile Zola


“Apaga la vela, que no necesito ver el color de mis ideas.”

Émile Zola


"Aquel muchacho que se expresaba con tanta frialdad, aquel consejo tan prudente, tuvieron la virtud de calmar a Jesucristo. Volvió a tumbarse en su silla, asegurando que, en definitiva, le tenía todo sin cuidado. Y empezó otra vez sus consabidas bromas: dio un abrazo a la Bécu, cuyo marido dormía con la cabeza apoyada sobre la mesa, borracho perdido; y acabó de tragarse el ponche, bebiéndose lo que quedaba en la ensaladera. Volvieron a oírse risas por todas partes, en medio de la espesa y humeante atmósfera de la sala.
El baile continuaba en el fondo de la granja; Clou seguía dando resoplidos de acompañamiento con su trombón, cuyo tronar ahogaba más que nunca el débil cántico del violín. El sudor resbalaba por los cuerpos, sumando su acritud al pestilente olor que se desprendía de las mechas de las lámparas. No se distinguía otra cosa que el lazo rojo de la Trouille, que no hacía más que dar vueltas en brazos de Nénesse y de Delphin, guardando siempre entre ellos el correspondiente turno. También Berthe se hallaba allí todavía, fiel a su galán, sin bailar con nadie más que con él. En un rincón, unos jóvenes cuya invitación había rechazado ella, no paraban de bromear: ¡Toma! Si a ese necio no le preocupaban las interioridades, hacía muy bien ella mimándole, puesto que, a pesar del dinero que tenía la joven, conocían a muchos que no se casarían sin antes cerciorarse bien de lo que ocurría.
[...]
Caminando lentamente, regresó solo. Pero su corazón estaba pesaroso, sus pies se movían dificultosamente en medio de continuos tropiezos sobre la oscura carretera, y una tristeza espantosa le hacía tambalearse lo mismo que un borracho. Ya no tenía tierras, y, muy pronto, ni siquiera casa. Le parecía como si estuvieran serrando las viejas vigas, y que iban arrancando las pizarrosas tejas por encima de su cabeza. Tenía la impresión de que incluso le faltaba un hueco donde hallar cobijo, de que erraba por los campos como un mendigo, noche y día, continuamente; y, cuando lloviese, la fría lluvia, una lluvia inacabable, caería sobre él."

Émile Zola
La Tierra


"Aquellos recuerdos son hoy para mí duros e implacables. En algunos momentos, en mi ociosidad, regresa hasta mí súbitamente algún recuerdo de aquella edad; viene hasta mí agudo y doloroso, con la violencia de un bastonazo. Siento una quemadura atravesarme el pecho. Es mi juventud despertándose dentro de mi ser, desolada y moribunda. Me cojo la cabeza con las manos, reteniendo mis sollozos; me hundo voluptuosamente en la historia de los días pasados y disfruto ensanchando mi llaga, repitiéndome a mí mismo que todo aquello ya no es y que nunca volverá a ser. Luego el recuerdo desaparece; el relámpago me atravesó y yo me quedo anonadado, sin recordar apenas nada.
Después, todavía a esa edad en la que el hombre despierta en el niño, nuestra vida cambió. Prefiero aquellas horas primeras a esas otras horas de pasión y de virilidad incipientes; los recuerdos de nuestras cacerías, de nuestra existencia vagabunda me resultan más dulces que la visión lejana de muchachas cuyos rostros quedaron estampados en mi corazón. Las veo pálidas y borrosas, en su frialdad, en su indiferencia de vírgenes: pasaron y ya no me reconocían; por eso, cuando hoy pienso en ellas, me digo que ellas no pueden siquiera pensar en mí. No sé por qué este pensamiento hace que me resulten extrañas: no hay intercambio de recuerdos, las miro como pensamientos puros, como sueños que acaricié y que luego desaparecieron.
Permitidme también recordar el mundo que nos rodeaba, aquellos profesores que eran buena gente y que podrían haber sido mejores si hubieran tenido más juventud y más amor; aquellos camaradas, los malos y los buenos, que ni tenían piedad ni tenían alma, como todos los niños. Debo de ser una criatura extraña que sólo sirve para amar y para llorar porque me he emocionado y he sufrido desde mis primeros pasos. Mis años de colegio fueron años de lágrimas. Albergaba en mi fuero interno el orgullo de las naturalezas amorosas. Yo no era amado, dado que se me ignoraba y me negaba a darme a conocer. Hoy no albergo ya odio alguno, pues veo con claridad que nací para desgarrarme a mí mismo. He perdonado a mis antiguos camaradas, a aquellos que me ofendieron, a quienes me hirieron en mi orgullo y en mi ternura. Los primeros me dieron las rudas lecciones de la vida y casi les agradezco su dureza. Entre ellos había tristes muchachos, imbéciles y envidiosos, que seguramente serán hoy imbéciles redomados y hombres malvados. Incluso he olvidado sus nombres.
¡Oh! ¡Dejad que vengan a mí los recuerdos! En esta hora angustiosa, el recuerdo de mi vida pasada vuelve con una sensación única de compasión y de arrepentimiento, de dolor y de alegría. Siento mis entrañas removerse cuando comparo todo lo que es con todo lo que ya no es. Lo que dejó de ser es aquella Provenza, esos campos amplios y abiertos inundados de sol; sois vosotros; son mis llantos y mis risas de antaño; lo que ya dejó de ser son mis esperanzas y mis sueños, mis inocencias y mis orgullos. ¡Qué pena! Lo único que permanece es este París, con su lodo; es mi habitación, con su miseria; lo que único que me queda es Laurence, es la infamia, son mis desvelos por esta mujer."

Émile Zola
La confesión de Claude


“(...) Casos como éstos, en los que la muchedumbre derrocha perversión y demencia, no abundan, y tal vez por eso me apasioné en el grado en que lo hice —al margen de mi rechazo en tanto que hombre— como novelista, como dramaturgo, trastornado de entusiasmo ante un caso de belleza tan atroz.”

Émile Zola


"Con este motivo redobló su alegría, produciendo sus voces y sus ademanes un rechinamiento de polea mal engrasada que acabó por generar en un terrible acceso de tos. Ahora el cestón de fuego alumbraba de lleno su grande cabeza de escasos cabellos blancos y cara chata, de una lívida palidez y picada de manchas azuladas. Era bastante pequeño y tenía un cuello enorme, y era exageradamente zambo, pero con unos brazos muy largos y unas manos que le llegaban hasta las rodillas. Por lo demás, al igual que su caballo que permanecía inmóvil sobre sus patas, sin que al parecer le molestase el viento, también él parecía de piedra: no tenía aspecto de resentirse del frío ni de las borrascosas ráfagas que le silbaban metiéndosele en las orejas. Cuando tosió y volvió a toser, escupió al pie del cestón y dejó una mancha negra en el suelo. Etienne le miraba y contaba los escupitajos.
-¿Hace ya tiempo-preguntó- que trabaja en la mina?
Bonnemort abrió los brazos de par en par.
-Mucho tiempo, ya lo creo. Cuente que no tenía ocho años cuando bajé por primera vez en el Voreux precisamente, y tengo ya cincuenta y ocho. Y siga usted contando. Ahí dentro hice de todo, empezando como niño minero, y cuando ya tuve fuerzas para empujar, haciendo de empuja vagonetas, y más adelante de minero especializado en el rebajamiento de capas, y durante dieciocho años.
Después, a causa de mis malditas piernas, me pusieron a terraplenar, hasta que no tuvieron más remedio que sacarme del fondo porque el médico dijo que acabaría quedándome allí. Entonces, de eso hace cinco años, me hicieron acarreador... ¿Qué le parece? Pintoresco, ¿no?, ¡cincuenta años de mina, con cuarenta y cinco allá abajo!"

Émile Zola
Germinal 


“Denuncio, ante la conciencia de la gente decente, esta presión que los poderes públicos ejercen sobre la justicia del país. Son abominables costumbres políticas que deshonran a una nación libre.”

Émile Zola


"El artista no es nada sin el don, pero el don, no es nada sin trabajo."

Émile Zola


“El destino de los animales está indisolublemente unido al destino del hombre.”

Émile Zola


"El novelista está formado por un observador y un experimentador."

Émile Zola



"El pensamiento es un hecho. De todas las obras, la que más fertiliza el mundo."

Émile Zola


"Él rompió a reír, la apretó locamente, la cubrió de una lluvia de besos. Pero, cuando creyó haberla conquistado y quiso obtener sus confidencias, como de un compañero que no tiene nada que ocultar, ella le eludió con frases evasivas y acabó por poner mala cara, muda, impenetrable. Y nunca le confesó nada más, ni siquiera a él, a quien adoraba. Poseía ese fondo que guardan hasta las mujeres más francas, el despertar de su sexo cuyo recuerdo permanece sepultado y como algo sagrado. Era demasiado mujer para no defender una parte de sí misma, para entregarse toda.
Aquel día, por primera vez, Claude sintió que eran extraños el uno para el otro. Se había apoderado de él una impresión gélida, el frío de otro cuerpo. ¿Nada de uno podía penetrar en el otro cuando los dos se sofocaban en un abrazo enloquecido, ávidos de estrecharse cada vez más, más allá incluso de la posesión?
Mientras tanto pasaban los días, y no les pesaba la soledad. Ninguna necesidad de distracción, de una visita que hacer o recibir, les había sacado de sí mismos. Las horas que ella no pasaba a su lado, colgada de su cuello, las empleaba en ruidosas tareas domésticas, poniendo patas arriba la casa para una limpieza a fondo que Mélie debía hacer en su presencia, dominada por un frenesí de actividad que la llevaba a enfrentarse personalmente con las tres cacerolas de la cocina. Pero sobre todo la tenía ocupaba el huerto: armada de una podadera, hiriéndose las manos con las espinas, cortaba manojos de rosas de los rosales gigantes; había acabado con agujetas por querer coger albaricoques, cuya cosecha había vendido por doscientos francos a los ingleses que pasaban por allí cada año; y sentía una gran vanagloria por ello, soñando con poder vivir con el producto del huerto. Él, menos inclinado a los trabajos del campo, había instalado su diván en la amplia sala transformada en estudio, y se tumbaba allí para verla por la gran ventana abierta sembrar y plantar. Reinaba una paz absoluta, la certeza de que no se presentaría nadie, que ni un campanillazo les molestaría a ninguna hora del día. Llevaba tan lejos este miedo al exterior que evitaba hasta pasar por delante de la taberna de los Faucheur, en el continuo temor de encontrarse con una pandilla de amigos, llegados de París. En todo el verano no apareció ni un alma. Y cada noche, al subir a acostarse, repetía que era una gran suerte.
Una única llaga secreta sangraba en el fondo de aquella dicha. Tras la huida de París, Sandoz, habiéndose enterado de sus señas, le había escrito preguntando si podía ir a verle, y Claude no había respondido. Se habían malquistado y aquella vieja amistad parecía muerta. Esto tenía a Christine desolada, pues sentía que había roto por ella. Le hablaba continuamente del asunto, porque no quería alejarle de sus amigos, exigiendo que se pusiera en contacto con ellos. Pero él, si bien prometía arreglar las cosas, no hacía nada. Hecho estaba, ¿para qué volver al pasado?"

Émile Zola
La obra


“El talento no se enseña, crece en el sentido que le place.”

Émile Zola


"El trabajo es la gran ley, la fuente de la vida."

Émile Zola


“En los horribles días de confusión moral que estamos viviendo, en un momento en que la conciencia pública parece ofuscarse, a ti, Francia, me dirijo, a la nación, a la patria.”

Émile Zola


“En París, la verdad avanzaba, irresistible, y ya sabemos de qué modo estalló la esperada tormenta...”

Émile Zola


“Era una espera sin esperanza, con la certeza de que la muerte no perdonaría.”

Émile Zola


“Es extraño que una revolución se lleve a cabo en un clima de calma y de sentido común. Los cerebros se desequilibran, la imaginación se azora, se ensombrece, se puebla de fantasmas.”

Émile Zola



 “Feliz tú, que puedes tener tanta sangre fría...Yo tengo ratos en que me vuelvo loco.”

Émile Zola


"Hay dos hombres en el interior del artista, el poeta y el artesano. Se nace poeta y se convierte en artesano."

Émile Zola



“La belleza es un estado de ánimo.”

Émile Zola


“La honradez absoluta no existe en mayor cantidad que la salud perfecta. En todos nosotros hay un fondo de animal humano, al igual que hay un fondo de enfermedad.”

Émile Zola


“La idea superior de disciplina que llevan en la sangre esos soldados, ¿No basta para invalidar su capacidad de equidad? Quien dice disciplina dice obediencia.”

Émile Zola



“La juventud es inmoderada en sus deseos.”

Émile Zola


"La perfección es una molestia de la que a menudo me arrepiento, como de la de haberme curado del consumo de tabaco."

Émile Zola


"La prensa es el mejor elemento para instruir a los pueblos, pero mientras esté en manos de bandidos políticos y ladrones banqueros, solo servirá para perturbarlos."

Émile Zola


“La realidad y la miseria me oprimen y, sin embargo, sueño todavía.”

Émile Zola


"La verdad esta en marcha y nada la parará."

Émile Zola


"Lo habría cogido y lo habría tirado a la calle. Él se lo llevó al bar de Lebigre, donde Rose recibió la orden de hacer con él un pastel. Y una noche, en el reservado acristalado, comieron el pastel. Gavard invitó a ostras. Florent, poco a poco, iba más por allí, ya no abandonaba el reservado. Encontraba en él un ambiente recalentado, donde sus fiebres políticas ardían a sus anchas. A veces, ahora, cuando se encerraba en su buhardilla a trabajar, la suavidad de la pieza lo impacientaba, la búsqueda teórica de la libertad no le bastaba, tenía que bajar, que ir a contentarse con los axiomas cortantes de Charvet y los arrebatos de Logre. Las primeras noches, aquel alboroto, aquella oleada de palabras le habían molestado; todavía notaba su vaciedad, pero experimentaba la necesidad de aturdirse, de espolearse, de verse inducido a cualquier resolución extremada que calmase las inquietudes de su ánimo. El olor del reservado, aquel olor a licores, cálido por el humo del tabaco, lo embriagaba, le daba una beatitud especial, un abandono de sí, cuyo arrullo le hacía aceptar sin dificultad cosas muy fuertes. Llegó a amar los semblantes que estaban allí, a buscarlos, a demorarse con ellos con el placer de un hábito. La cara dulce y barbuda de Robine, el perfil serio de Clémence, la pálida flacura de Charvet, la joroba de Logre, y Gavard, y Alexandre, y Lacaille, entraban en su vida, ocupaban en ella un lugar cada vez mayor. Era como un disfrute muy sensual. Cuando ponía la mano en el pomo de cobre del reservado, le parecía notar que ese pomo vivía, le calentaba los dedos, giraba por sí solo; no hubiera experimentado una sensación más viva al agarrar la flexible muñeca de una mujer.
A decir verdad, en el reservado ocurrían cosas muy graves. Una noche, Logre, tras haber vociferado con más violencia que de costumbre, dio unos puñetazos en la mesa, declarando que, si fueran hombres, derribarían al Gobierno. Y añadió que había que ponerse de acuerdo de inmediato, si querían estar preparados cuando se produjera el derrumbe. Después, con las cabezas muy juntas, en voz más baja, convinieron formar un pequeño grupo dispuesto para cualquier eventualidad. Gavard, a partir de ese día, estuvo convencido de que formaba parte de una sociedad secreta y de que conspiraba. El círculo no se amplió, pero Logre prometió relacionarlo con otras reuniones que él conocía. En un momento dado, cuando tuvieran todo París en sus manos, habría llegado la hora de las Tullerías. Entonces hubo discusiones sin cuento que duraron varios meses: cuestiones de organización, cuestiones de fines y medios, cuestiones de estrategia y de Gobierno futuro. En cuanto Rose había traído el grog de Clémence, las jarras de cerveza de Charvet y Robine, los mazagranes de Logre, Gavard y Florent, y los chatos de Lacaille y Alexandre, el reservado quedaba cerrado a cal y canto y se abría la sesión.
Charvet y Florent seguían siendo, naturalmente, las voces más escuchadas. Gavard no había podido contener su lengua, y poco a poco fue contando toda la historia de Cayena, la cual daba a Florent una aureola de mártir. Sus palabras se convertían en actos de fe."

Émile Zola
El vientre de París




“Lo repito con una certeza aún más vehemente: la verdad está en marcha y nada la detendrá.”

Émile Zola


"Los locos piensan y tienen todos alguna idea cuya tensión exagerada ha roto el resorte de su inteligencia. Los dementes son enfermos del espíritu y del corazón; almas desdichadas, pero llenas de vida y de fuerza."

Émile Zola



“Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Mis noches se verían asediadas por el espectro del inocente que, padeciendo el más horrible suplicio, expira un crimen que no ha cometido.”

Émile Zola



“Nada está nunca acabado, basta un poco de felicidad para que todo vuelva a empezar.”

Émile Zola


"Nisa, la hija de los Delaveau, hermosa, potencialmente un caso patológico, es ayudada a dominar su temperamento por Soeurette, lo que no resultaba siempre fácil, pues a veces se volvía «orgullosa y autoritaria»… Tenía la tendencia a ser «muy coqueta, le gustaban los vestidos hermosos y las fiestas en que los lucía»… En ella revivía «algo de su voluptuosa madre y del padre despótico»… Pero superará —algo impensable en el ciclo de los Rougon-Macquart— esa herencia. Se casa con Nanet por amor, lo que le permite integrarse en el nuevo mundo de la Crêcherie. Y las veces en que en ella «revivía algo de su voluptuosa madre y del padre despótico», y no conseguía del todo superar esa herencia, le decía riendo a Nanet «que su hija, si la tenía, sería mucho mejor, porque hay que dejar a la sangre de los príncipes de este mundo tiempo para hacerse democrática en su descendencia cada vez más fraternal».
Los Mazelle, viejos rentistas, tienen que admitir que su hija Lucila se case con Luciano, hijo del colectivista Bonnaire.
Otra boda sonada fue la de Antonieta Bonnaire con Pablo Boisgelin: «Cuando la boda, hubo una gran fiesta, se celebraron estas bodas simbólicas, porque representaban la reconciliación del capital arrepentido y del trabajo triunfante.»
Por fin, en la Crêcherie, un mundo que había superado toda suerte de determinismos, «triunfaba el amor, el amor omnipotente que inflama el universo vivo y le lleva a su destino feliz». Como señala Pierre Ansart, Fourier, «más que una ciudad feliz, promete una ciudad en la que cada uno asumirá la totalidad de sus deseos en armonía con los de los demás».
Pero, como ya hemos visto, a pesar de todo, hubo, en el proceso de consolidación de ese «destino feliz», algunas tragedias. Porque no a todos les era hacedero adaptarse o aceptar la nueva sacralidad. Lo cual, claro está, formaba parte del esquema narrativo, del empeño de hacer compatible el discurso utópico y el novelesco. La tragedia de Morfain es la más patética de todas —y también la más emblemática—. Se resiste, fiel al pasado, a abandonar el viejo horno. El nuevo horno, eléctrico, podía ser manejado apretando simplemente un botón. La fuerza del coloso Morfain ya no era necesaria. El discurso utópico negaba al héroe épico. Así que un buen día, antes de «que hubiera tiempo para impedírselo, cogió el cable entre sus manos endurecidas por el fuego, semejante a tenazas de hierro. Y lo retorció, lo rompió con un esfuerzo sobrehumano, como un gigante irritado rompería el bramante de un juguete». Y apostilla Zola:
Caía como héroe fiero y tenaz de la antigua servidumbre. Vulcano encadena en su fragua, enemigo ciego de todo lo que le libertaba, poniendo su gloria en su sujeción; creyendo que era degeneración disminuir algún día el sufrimiento y el esfuerzo. La fuerza de la edad nueva, el rayo que él había venido a negar, a consultar, le había aniquilado; y dormía."

Émile Zola
Trabajo


“No hay que olvidar el maravilloso poder del teatro, su efecto inmediato sobre el espectador. No existe instrumento mejor de propaganda.”

Émile Zola


"No puedo decir que he visto algo hasta que lo haya fotografiado."

Émile Zola


“No soy más que un convencido soldado de lo verdadero. Si me equivoco, mis juicios están aquí, impresos, y dentro de cincuenta años se me juzgará a mí, se me podrá acusar de injusticia, de ceguera, de violencia inútil. Acepto el veredicto del porvenir.”

Émile Zola



“No soy optimista, quiero ser optimista.”

Émile Zola


“(...) Perdiéndose entre los senderos floridos e internándose en el bosque hasta llegar a las faldas de una colina, pasan alegremente los días, escondidos en el fondo de los matorrales que abrigan, complacientes, sus amores.”

Émile Zola


“Porque, en verdad, el espectáculo ha sido inaudito, ha superado en brutalidad, en desfachatez, en declaraciones indignas, los peores instintos, las mayores bajezas jamás confesadas por la bestia humana.”

Émile Zola


“¡Qué tontos hemos sido por esperar tanto tiempo! Nada más conocerte ya quise estar a tu lado, pero tú no comprendiste, te enfadaste... Luego, ¿Te acuerdas? , en casa, de noche cuando comíamos, olfateando el aire para escucharnos respirar, con unas ganas inmensas de abrazarnos.”

Émile Zola



"Sabe demasiado para ser novelista."

Émile Zola


"Se había repantigado en el banco de popa, con ambos codos en el filo de la barca, y se contoneaba con fanfarro­nería. Thérèse le lanzó una singular mirada; las risotadas de aquel pobre hombre fueron como un trallazo que la espoleó y la puso en marcha. Saltó de pronto dentro de la barca. Se quedó a proa. Laurent empuñó los remos y la embarcación se apartó de la orilla y enderezó despacio el rumbo hacia las islas.
Llegaba el crepúsculo. Grandes sombras bajaban de los árboles y las orillas del agua eran negras. En el centro del río, había anchos rastros de pálida plata. No tardó la barca en estar en plena corriente del Sena. Se oían allí, suaviza­dos, todos los ruidos de los muelles; las canciones y los gritos llegaban, inconcretos y melancólicos, con triste lan­guidez. No se notaba ya olor a pescado frito ni a polvo. Rondaban ráfagas frescas. Hacía frío.
Laurent dejó de remar y permitió que la barca siguiese el hilo de la corriente.
Enfrente se alzaba la gran mole rojiza de las islas. Ambas orillas, de un tono pardo oscuro salpicado de gris, eran como dos anchas franjas que se unían en el horizonte. El agua y el cielo parecían del mismo paño blanquecino. Nada hay más dolorosamente apacible que un crepúsculo de otoño. Los rayos de luz palidecen en el aire estremeci­do, las hojas se desprenden de los envejecidos árboles. El campo, que abrasaron los ardientes rayos del verano, nota que llega la muerte junto con los primeros vientos fríos. Y hay, en los cielos, quejumbrosos hálitos de desesperanza. La noche baja desde las alturas y trae, en su sombra, mor­tajas.
Los excursionistas callaban sentados en el fondo de la barca, que avanzaba con la corriente, miraban cómo las últimas luces se iban de las ramas altas. Se estaban acercando a las islas. Las grandes moles rojizas iban oscureciéndo­se; el crepúsculo simplificaba todo el paisaje; el Sena, el cielo, las islas, los altozanos no eran ya sino manchas par­das y grises que se difuminaban entre una niebla lechosa.
Camille, que había acabado por tenderse bocabajo, sacando la cabeza para mirar el agua, metió las manos en el río.
[...]
Laurent no respondió. Llevaba unos momentos miran­do, muy intranquilo, ambas orillas; adelantaba las mana­zas, apoyándolas en las rodillas, con los labios apretados. Thérèse, rígida, inmóvil, con la cabeza un poco echada hacia atrás, esperaba.
La barca estaba a punto de internarse en un brazo pequeño, oscuro y estrecho, que se adentraba entre dos islas. Detrás de una de ellas, se oían, mitigadas, las cancio­nes de un equipo de remeros que debían de subir por el Sena a contracorriente. A lo lejos, aguas arriba, el río esta­ba despejado."

Émile Zola



"¡Seguiré trabajando! -repetía Claude-. ¡Me matará, matará a mi mujer y a mi hijo, y a todo cuanto tengo! ¿Pero, por todos los demonios, que será una obra maestra!"

Émile Zola
La obra


"Si la gente simplemente ama a los demás solo un poco, pueden ser muy felices."

Émile Zola
Germinal



"Si me preguntas para que vine a este mundo, te responderé: para vivir en voz alta."

Émile Zola


“Sí, el futuro es de los grandes capitales y de los esfuerzos centralizados de las grandes masas. Toda la industria y todo el comercio, acabarán por no ser más que un inmenso bazar único, donde la gente podrá proveerse de todo.”

Émile Zola


"Si te callas la verdad, es como enterrarla bajo tierra, va a crecer."

Émile Zola


"Soy yo, no obstante, quien tiene una fe más robusta en el porvenir de nuestro teatro. No admito ya, ahora, que la crítica corriente tenga razón, al decir que el naturalismo es imposible sobre la escena, y voy a examinar en qué condiciones el movimiento se producirá en ella, sin lugar a dudas.
No, no es cierto en absoluto que el teatro deba permanecer estacionario, no es cierto que los convencionalismos actuales sean las condiciones fundamentales de su existencia. Todo avanza, lo repito, todo avanza en el mismo sentido. Los autores del momento serán sobrepasados; no pueden tener la presunción de fijar para siempre la literatura dramática. Lo que ellos han rechazado, otros lo afirmarán; y el teatro no se parará por ello, por el contrario, entrará en el camino más ancho y recto. En todas las épocas se ha negado la marcha hacia adelante, se ha negado a los recién llegados el poder y el derecho de cumplir lo que no habían realizado los mayores. Pero esto no es más que vanas cóleras, cegueras impotentes. Las evoluciones sociales y literarias tienen una fuerza irresistible, cruzan con un salto ligero enormes obstáculos que se tenían por infranqueables. El teatro tiene a bien ser lo que es hoy; mañana será lo que debe ser. Y, cuando el cambio tenga lugar, todo el mundo lo encontrará natural.
Entro, ahora, en la deducción. No pretendo tener el mismo rigor científico que hasta este momento. En tanto que he razonado sobre hechos, he afirmado. Ahora me contento con prever. La evolución se producirá, esto es evidente. Pero ¿sucederá a la derecha, sucederá a la izquierda? No lo sé con certeza. Se puede conjeturar, pero nada más.
Por otra parte, cierto es que las condiciones de existencia del teatro serán siempre diferentes. La novela, gracias a su forma de libro, seguirá siendo, quizás, el instrumento por excelencia del siglo, mientras que el teatro sólo le seguirá y completará su acción. No hay que olvidar el maravilloso poder del teatro, su efecto inmediato sobre el espectador. No existe instrumento mejor de propaganda. Puesto que la novela se lee junto al fuego, en diversas etapas, con una paciencia que tolera los más largos detalles, el dramaturgo naturalista deberá plantearse ante todo que nada tiene que hacer con el lector aislado, sino con la masa que tiene necesidad de claridad y de concisión. No veo que la fórmula naturalista rechace esta concisión y esta claridad. Se tratará, simplemente, de cambiar de factura la carpintería de la obra. La novela analiza largamente, con una minuciosidad de detalles en los que nada se olvida; el teatro analizará tan brevemente como quiera, por medio de las acciones y de las palabras. Una frase, un grito, en Balzac, bastan, a veces, para dar el personaje entero. Este grito es teatro y del mejor. En cuanto a los actos, son análisis en acción, los más atractivos que pueden hacerse. Cuando nos desembaracemos de las emociones de la intriga, de esos juegos infantiles de anudar hilos de manera complicada, con el sólo fin del placer que se halla en desanudarlos acto seguido, cuando una obra no sea más que una historia real y lógica, entraremos en pleno análisis, analizaremos la doble influencia de los personajes sobre los hechos y de los hechos sobre los personajes. Ello me ha inducido a decir a menudo que la fórmula naturalista nos llevaba a la propia fuente de nuestro teatro nacional, a la fórmula clásica. En las tragedias de Corneille, en las comedias de Molière, se encuentra precisamente este análisis continuo de personajes que yo pido; la intriga está en segundo término, la obra es una larga disertación dialogada sobre el hombre. Yo quisiera únicamente que, en lugar de abstraer al hombre, se le colocara en la naturaleza, en su propio medio, extendiendo el análisis a todas las causas psíquicas y sociales que lo determinan. En una palabra, la fórmula clásica me parece buena con la condición de que se utilice el método científico para estudiar la sociedad actual, como la química estudia los cuerpos y sus propiedades.
En cuanto a las largas descripciones de las novelas, es evidente que no pueden ser llevadas a escena. Los novelistas naturalistas describen mucho, no por el placer de describir, como se les reprocha, sino porque el hecho de circunstanciar y de completar al personaje por medio de su ambiente forma parte de su fórmula. Para ellos, el hombre ya no es una abstracción intelectual, tal como se le consideraba en el siglo XVII; es un animal que piensa, que forma parte de la gran naturaleza y que está sometido a las múltiples influencias del suelo en que ha crecido y en que vive. Es por ello que un clima, un país, un horizonte, una habitación, tienen a menudo una importancia decisiva. El novelista, pues, no separa al personaje del aire en que éste último se mueve; no describe por una necesidad de retórica, como los poetas didácticos, como Delille por ejemplo; simplemente anota, en cada hora, las condiciones materiales en las que actúan los seres y se producen los hechos, a fin de ser totalmente completo y para que su investigación lleve hasta el conjunto del mundo y evoque toda la realidad. Pero las descripciones no tienen necesidad de ser llevadas al teatro; se encuentran en él de una manera natural. ¿Acaso la decoración no es una continua descripción que puede ser mucho más exacta y más conmovedora que la descripción hecha en una novela? Se dice que no es más que cartón pintado; en efecto, pero, en una novela, es todavía menos que un cartón pintado, es papel tiznado; y no obstante, se produce la ilusión. Después de los decorados con tanto relieve, de una verdad tan sorprendente, que hemos visto recientemente en nuestros teatros, ya no se puede negar la posibilidad de evocar en escena la realidad de los medios. Atañe a los autores dramáticos, ahora, utilizar esta realidad; ellos proporcionan los personajes y los hechos; los decoradores, siguiendo sus indicaciones, proporcionarán las descripciones, tan exactas como sea necesario. Se trata solamente, en el caso de los dramaturgos, de utilizar los medios tal como lo hacen los novelistas, puesto que pueden realizarlos, enseñarlos. Añadiría que, al ser el teatro una evocación material de la vida, los medios se han impuesto en él en todas las épocas. Solamente en el siglo XVII, puesto que la naturaleza no contaba para nada, puesto que el hombre era pura inteligencia, los decorados eran vagos, un propileo de templo, una sala cualquiera, una plaza pública. En la actualidad, el movimiento naturalista ha impuesto una exactitud cada vez mayor en los decorados. Esto se ha producido poco a poco, insoslayablemente. En ello veo también una prueba del discreto trabajo que ha realizado el naturalismo en el teatro, desde principios de siglo. No puedo estudiar a fondo esta cuestión de los decorados y accesorios, me contento constatando que la descripción en escena es no solamente posible sino que es del todo necesaria y que se impone como una condición esencial de existencia."

Émile Zola
El naturalismo


"Tenía yo dos años por entonces, y era el gato más gordo e ingenuo que se viera. A esa tierna edad aún mostraba la presunción de un animal que desdeña las comodidades del hogar.
Y sin embargo, ¡cuánto tenía que agradecer a la Providencia que me hubiera acomodado en casa de su tía! La buena mujer me adoraba. En el fondo de un armario yo tenía un verdadero dormitorio, con tres colchas y un cojín de pluma. La comida no le iba a la zaga. Nada de pan ni sopa; sólo carne, carne roja de la buena.
Pues bien, en medio de aquellos placeres yo no tenía más que un deseo, un sueño: deslizarme por la ventana entreabierta y escapar por los tejados. Las caricias me parecían insulsas, la blandura de mi cama me producía náuseas, y estaba tan orondo que me asqueaba a mí mismo. Y me aburría el día entero de ser feliz.
Debo decirle que, alargando el cuello, había visto desde la ventana el tejado de enfrente. Cuatro gatos se peleaban allí aquel día, con la piel erizada y la cola en alto, rodando sobre la azulada pizarra, calentándose al sol y lanzando juramentos de alegría. Nunca había contemplado un espectáculo tan extraordinario. Entonces me convencí de que la verdadera felicidad se hallaba en aquel tejado, detrás de la ventana que cerraban con tanto cuidado. Me lo demostraba el hecho de que cerraran así las puertas de los armarios tras los cuales escondían la carne."

Émile Zola
El paraíso de los gatos


“Todo mi papel de crítico, pues, es el de estudiar de dónde venimos y en dónde estamos. Cuando me arriesgo a prever adónde vamos, es una pura especulación por mi parte, una conclusión lógica. (...) Esta es mi tarea. Es ridículo otorgarme otra, plantarme sobre una roca, pontificando y profetizando, haciéndome cabecilla de una escuela, tuteándome con Dios.”

Émile Zola




“(...) Tuvo entonces la brusca convicción de que el dinero constituía el estiércol en medio del cual surgía aquella humanidad del mañana.”

Émile Zola




“Un escritor que ha emitido juicios y ha tomado responsabilidades en un caso de tanta gravedad y tanto alcance tiene el deber de poner a la vista del público el conjunto de su actuación, los documentos auténticos, los únicos que podrán servir para juzgarle. Y si ese escritor no fuese tratado hoy con justicia, podrá entonces esperar en paz, pues el porvenir dispondrá de toda la información que deberá bastar algún día para sacar a la luz la verdad.”

Émile Zola


"Un hombre nefasto ha conducido la trama; el coronel Paty de Clam, entonces comandante. El representa por sí solo el asunto Dreyfus; no se le conocerá bien hasta que una investigación leal determine claramente sus actos y sus responsabilidades. Aparece como un espíritu borroso, complicado, lleno de intrigas novelescas, complaciéndose con recursos de folletín, papeles robados, cartas anónimas, citas misteriosas en lugares desiertos, mujeres enmascaradas. El imaginó lo de dictarle a Dreyfus la nota sospechosa, el concibió la idea de observarlo en una habitación revestida de espejos, es a el a quien nos presenta el comandante Forzineti, armado de una linterna sorda, pretendiendo hacerse conducir junto al acusado, que dormía, para proyectar sobre su rostro un brusco chorro de luz para sorprender su crimen en su angustioso despertar.
(...)
Se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas y, naturalmente, la Nación se inclina llena de estupor, no halla castigo bastante severo, aplaudir  la degradación pública, gozar  viendo al culpable sobre su roca de infamia devorado por los remordimientos.
(...)
Es una mentira, tanto mas odiosa y cínica, cuanto que se lanza impunemente sin que nadie pueda combatirla. Los que la fabricaron, conmueven el espíritu francés y se ocultan detrás de una legítima emoción; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y pervirtiendo las almas. No conozco en la historia un crimen cívico de tal magnitud.
(...)
Conozco a muchas gentes que, suponiendo posible una guerra, tiemblan de angustia, porque saben en que manos esta la defensa nacional. En que albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria!. Espanta la terrible claridad que arroja sobre aquel antro el asunto Dreyfus; el sacrificio humano de un infeliz, de un puerco judío. Ah! se han agitado allí la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas de baja policía, costumbres inquisitoriales; el placer de algunos tiranos que pisotean la nación, ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo el pretexto, falso y sacrílego, de razón de estado. Y es un crimen mas apoyarse con la persona inmunda, dejarse defender por todos los bribones de París, de manera que los bribones triunfen insolentemente, derrotando el derecho y la probidad. Es un crimen haber acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero. Es un crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el antisemitismo, de cuyo mal morirá sin duda la Francia libre, si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia. !Esa verdad, esa justicia que nosotros buscamos apasionadamente, las vemos ahora humilladas y desconocidas!
(...)
Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa, que no dudo quede como una mancha en vuestro gobierno. Supongo que no tengáis ningún poder en este asunto, que seáis un prisionero de la Constitución y de la gente que os rodea; pero tenéis un deber de hombre en el cual meditaréis cumpliéndolo, sin duda honradamente. No creáis que desespero del triunfo; lo repito con una certeza que no permite la menor vacilación; la verdad avanza y nadie podrá contenerla. Hasta hoy no comienza el proceso, pues hasta hoy no han quedado deslindadas las posiciones de cada uno; a un lado los culpables, que no quieren la luz; al otro los justicieros que daremos la vida porque la luz se haga. Cuanto mas duramente se oprime la verdad, mas fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos como se prepara el más ruidoso de los desastres."

Émile Zola
Yo acuso


"Una obra de arte es un rincón de la creación visto a través de un temperamento."

Émile Zola



“Ya sé que el grupo de jóvenes que se manifiesta no representa a toda la juventud y que un centenar de alborotadores por la calle causan más ruido que diez mil trabajadores que se quedan en su casa.”

Émile Zola


“Yo lo único que pido es, que éstos entren en razón, y sean más sensatos, y espero que lo hagan, porque, después de todo la gente no es tan mala como dicen...”

Émile Zola