Ernst Weiss

"Amar lo que está muerto y ser fiel a aquello que jamás volverá. Regalar lo que no se tiene. Uno se mata trabajando; pero de todos modos, uno no lo ve. El de arriba lo sabe pero no lo dice.Y así uno sigue con esperanza; esperanza para los múltiples enfermos y también para uno mismo. Esperar es bueno, muy bueno, aunque no se crea. Y seguir viviendo siempre un poquito más. Mañana escribiré más cosas. No debiera hacerlo. Al médico no le gusta, y mi mujer siempre tiene ganas de quitarme el papel y la pluma. Pero escribir siempre ha sido para mi un placer no permitido. Ahora ha pasado ya media tarde, pero aún hay mucha luz. Sopla un viento fuerte del sur."

Ernst Weiss
El pobre derrochador




"Eran hombres como todos los demás, como tantos y tantos que había visitado cuando era médico. No sabía nada acerca de su carácter, de su temperamento, no había visto lo que tenían de espantoso. De no haber aparecido un día su Führer, su ídolo, su fetiche de dulzona brutalidad, habrían seguido siendo pequeños funcionarios, torneros de una fábrica, empleados forestales, cortadores de turba, suboficiales. Un diablo en persona los había transformado, y tal vez ellos ya no se entendían a sí mismos cuando, después de todo esto, volvían a reunirse con su mujer e hijos y a tomar cerveza.

No se les puede llamar bestiales, como tampoco se puede dar tal denominación a un enfermo mental. Se cometería una injusticia con los animales; tal vez también son los sayones. Probablemente ni siquiera tenían el sentimiento de la ignominia. Lo que  pasaba es que actuaban sin conciencia, sin razón. Y es que solo se había hecho salir a la luz lo más bajo de su ser."

Ernst Weiss




"Es agridulce, en extremo, ser esclavo del amor de una mujer. En Bohemia, es posible contemplar a los más hermosos ánades, que no son alimentados, como en Francia, a base de deshechos de pescado. En verano son liberados en los herbóreos padros, más adelante en los campos de rastrojos y, con el advenimiento del otoño, engordados del modo más refinado y cruel. Junto a las más hermosas, poderosas y níveas criaturas, me apercibí de la presencia de otras aparentemente enfermas, despojadas de todo menos de sus grandes alas. Sus pechos y su desnudo vientre habían adquirido una tonalidad gris rojiza y, desde luego, no marchaban con la misma arrogancia y confianza que sus sanos compañeros; se tambaleaban y caían lentamente, plenos de temor, y se mantenían distantes de los seres humanos, batiendo las alas y cacareando estrepitosamente cada vez que vislumbraban a uno de ellos. Le pregunté a un compañero de viaje por la razón de tal extraño comportamiento. Al principio no me respondió, pero luego sonrió y replicó: «Imagina que te desollaran vivo, que te arrancaran los cabellos y te estrangularan aprisionado entre un par de rodillas. ¡No me gustaría verte entonces! ¡Y el mismo proceso cada año!». Entonces alcancé a comprender, en detalle, cómo en diversos puntos de Bohemia, despluman a los ánades de una forma tan celestial, suave y ligera cual pesado sueño mantenido entre las níveas almohadas de mi hotel praguense; sin embargo, los ánades no sólo proporcionan plumas sino su piel, su grasa, su carne, su estómago, su corazón y su sangriento hígado. Virtualmente, todo es comestible."

Ernst Weiss
Jarmila, una historia de amor de Bohemia

























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