Herbjørg Wassmo

"Hasta que no estuvo de nuevo bajo el edredón, no se atrevió a continuar el pensamiento: ¿acaso lo entendía ella misma? Y entonces algo estalló dentro de su cabeza. Una enorme presión lo rompió todo en pedacitos. Se incorporó a medias en la cama porque no podía respirar.
¡Y llegó la gran ola! Por encima de los montes planos de la Ensenada. Por encima de los accidentados escollos situados en el límite con el mar abierto. La gran ola que llegó la noche del huracán, cuando el barco de Almar había quedado hecho astillas. Era el río que bajaba de Veten para desembocar en la Ensenada, en el lugar donde enjuagaban la ropa y hervían la colada blanca en la gran olla de hierro negro que había sido de la abuela. La ropa hervía y burbujeaba dentro de la olla, y la espuma se desbordaba y caía sobre las llamas haciendo que el fuego se enfadara y resoplara, bufara y amenazara con apagarse a sí mismo, dejándolo todo frío y oscuro.
Tora se levantó de la cama y encendió el radiador. Conforme la luz iba entrando en la habitación, la noche fue desapareciendo en las paredes gris perla y tras las cortinas de algodón azul. La tumba del polluelo fue empalideciendo entre los dobleces y acabó desvaneciéndose como un asustado fantasma de color gris nocturno. No había sucedido en aquel lugar. Ahí las cosas no sabían nada. Ahora ella tendría que empezar de nuevo. Aquella habitación era solo para su nuevo cuerpo. Se sentía como un obrero que trabajara por turnos, al final de una dura jornada.
Estuvo a punto de llegar tarde al instituto y tuvo la cara descompuesta todo el día. Le ardían los ojos y los dedos agarraban la pluma con debilidad. Pero sintió una especie de libertad, un alivio casi parecido a la alegría.
El día que Rakel se iba a marchar, habían caminado juntas hasta las rocas. Tora delante. Las gaviotas chillaban, el cierzo entraba desde el mar y el crepúsculo se pegaba a sus cuerpos.
Habían pasado por delante del cementerio bajo la lluvia. Los montones de nieve se habían quedado en nada y la escalera colgaba de la pared del cobertizo.
Rakel rodeó a Tora con un brazo tembloroso cuando esta se detuvo e indicó que habían llegado.
De pie ante el lugar, Tora volvió a tener dos años. La tía se la había subido al regazo, pero no parecía feliz. La cara de Rakel la asustó. Parecía recortada de un papel de periódico con unas afiladas tijeras. Vio rayas y signos en la cara de su tía, y los ojos que flotaban en medio, y entendió que finalmente no podía haber sucedido.
No dijeron gran cosa mientras estuvieron allí, pero de repente Rakel la abrazó contra su cuerpo, la cogió por las dos muñecas y se fundió con ella. Por un vibrante instante no fueron dos, sino una."

Herbjørg Wassmo
El cielo desnudo



"La poesía estaba al acecho en los detalles, en el bendito goteo del canalón roto, por ejemplo. Pero era tímida y la olvidaban como a un pobre niño al que nadie quisiera amamantar o dar cariño."

Herbjørg Wassmo
La casa del mirador ciego



"Lo único que quiero son unas migajas de vida…"

Herbjørg Wassmo
La casa del mirador ciego



"Manos. Manos que llegaban en la oscuridad. Eso era la peligrosidad. Manazas duras que agarraban y apretujaban. Después apenas alcanzaba a llegar al servicio antes de que fuera demasiado tarde."

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La casa del mirador ciego



"Tora se sentó junto a ellas y abrazó a la tía por el otro lado. Y así se quedaron las tres, bajo la lona, mientras el mar saltaba sobre la pequeña cubierta. Entraba bajo la borda por un lado y salía como una cascada por el otro. A veces Almar tenía que aminorar el motor y esperar a que llegara la siguiente ola grande. Como lo notaban por el sonido, ellas también la aguardaban, preocupadas por Rakel. Pero ahí estaba Ingrid, flaca y segura de sí misma. A Tora le parecía poder sentir la testaruda fuerza de su madre a través del cuerpo de la tía.
Deberían pasarse la vida sentadas sobre el escotillón de un barquito, pensó Tora. Con ventisca, como ahora.
La proa se hundía en el mar como si estuviera buscando algo en las profundidades, algo que en algún momento se le hubiera perdido u olvidado. Luego volvía a subir como una curiosa criatura y recibía más golpes de los elementos de los que tenía previstos. Pero aunque al principio se agachaba, luego giraba a la derecha o la izquierda y conseguía ponerse de costado a la borrasca.
Porque Almar también tenía su fuerza ahí dentro en su cabina. Estaba pendiente de los golpes de viento y se adelantaba a ellos. Aminoraba y se quedaba a la espera en la parte baja del valle de las olas. Con eso bastaba, eso era lo que se precisaba.
Salieron lanzados sobre la ola siguiente, pero aguantaron. El mar entró impetuoso sobre la cubierta, pasó por encima de los zapatos de goma nuevos de la tía, les salpicó las piernas y trazó oscuras manchas sobre la ropa donde la lona se volaba. Dibujó ojos acuosos y salados en caras rígidas.
Las manos de Tora estaban completamente entumecidas dentro de sus guantes nuevos finos. No servían para esto, solo eran para vestir. Aun así estaba caliente y contenta por dentro.
¡Mamá lo había solucionado todo! Era otra que en casa. ¡Aquí incluso podía hacerse cargo de la tía Rakel! A Tora le parecía una reina que había renacido deslumbrante tras el temporal, con su gran melena en furiosa batalla contra el viento.
Sí, era exactamente eso: ¡un renacimiento!
Y aquello no tenía nada ver con la casa del culto, simplemente consistía en ser fuerte e invulnerable por sí misma, y en apañarse sin mendigar a nadie.
Una pesada gota de agua colgaba de la barbilla de Ingrid, pero ella ni siquiera se daba cuenta, se limitaba a mirar tranquilamente la costa y la borrasca. Tora estaba tiritando, pero sentía un enorme calor por dentro."

Herbjørg Wassmo
La casa del mirador ciego







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